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12 de Diciembre 2014
México se erige sobre el cimiento de la muerte.
Sus feroces instituciones crecen a la sombbra del sepulcro de nuestros hijos.
Temible juego en el que gobernadores, alcaldes, ejército y policía rinden culto siniestro a su banda de delincuentes a cambio de suculentas tajadas.
México tiene el rostro del rigor mortis.
Bajo el laborioso trabajo de maquillaje que le han confeccionado, larvan ya los insaciables gusanos.
“Mexicanos al grito de sus narco-corridos.”
México canta su himno al horror, a la detonación, al abuso, al poder desmedido, al secuestro, a la calcinación, al desollamiento de sus hijos.
Así, cantando, indoctrina México a sus jóvenes, los recluta en sus ejércitos criminales, los adiestra en la siembra de sus floridos campos de amapola; y luego, cuando la sociedad reclama y le llama a rendir cuentas, canta México su himno a la cobardía. Gobernadores, alcaldes, ejército, policía, se atrincheran tras los pantalones cortos de los niños que ellos mismos adiestran para luego designarlos culpables.
Culpar a la víctima es uso y costumbre muy socorrido; enorme tentación del status quo, arrullo para las buenas conciencias que gustan del confort y temen al cambio.
En México está prohibido luchar por un mundo más justo.
Prohibido desafiar, denunciar, cuestionar la autoridad, so pena de convertirte en saco de cenizas o ser arrojado al abismo, al anonimato brutal de un basurero público.
Pena de muerte al que delate a la gusanera de mafiosos insaciables que corroe nuestra sociedad.
En México está prohibido ser joven, prohibido ser idealista, levantar la voz, so pena de ser silenciado con diesel en una pira.
La generación de dinosaurios agoniza. Con ellos una estabilidad obscena y su glotonería apocalíptica. De sus entrañas emerge su sórdida descendencia: una estirpe de gusanos cremosos y rollizos que despedaza el banquete.
Esta plaga de psicópatas en guerra infecta el futuro de nuestro país. Se consagra a la engorda grotesca de sus ya desbordantes arcas y devora sin escrúpulos a sus propios hijos.
No nos engañemos: desestabiliza la mentira, la complicidad comodina, la ventaja ególatra, la corrupción, la ilegalidad, la infamia, no un manojo de estudiantes luchando por una causa.
No es sólo allá, lejos, en la sierra de Guerrero donde sucede el horror y la masacre.
No es sólo un haz de campesinos de Ayotzinapa el que solloza sin consuelo la desesperanza.
Somos todos, los de Iguala y los de Tlatlaya. Desde Baja California hasta Mérida, de costa a costa nuestro país se desangra.
Cada mexicano es la madre de los cuarenta y tres normalistas y todos somos cómplices de la masacre.
Cuando guardamos silencio, cuando el dolor de un hermano y la injusticia no nos indigna, cuando la inercia nos aletarga…
La apatía es el más letal de los narcóticos. La narco-apatía es la droga que los mexicanos amamantamos.
Hemos quedado marcados con el estigma de la barbarie.
Ellos, los Cuarenta y Tres, con sus sueños y su vibrante lucha, están presentes, su voz dobla en lo alto.
Ayotzinapa nos delata. Nosotros somos los desaparecidos.
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