Javier Sicilia
En la novela 'El fondo de la noche' recupera la figura de Maximiliano Kolbe, que en Auschwitz se ofreció a morir por otro
Por Silvia Isabel Gámez
Ciudad de México (22 marzo 2012).- "Yo que soy una víctima, siento una inmensa vergüenza", dice Javier Sicilia. La misma vergüenza que sintieron los sobrevivientes de Auschwitz, el dolor de estar vivo. "No puedo ver a mi hijo a los ojos en las fotografías, no lo puedo recorrer. Sé que no tengo culpa, pero siento vergüenza de que no me pueda enterrar él, de haberlo sobrevivido".
En marzo de 2011, cuando su hijo Juan Francisco fue asesinado, Sicilia había concluido una penúltima versión de El fondo de la noche. En el espacio poético, anota en este libro, "el ayer y el mañana se convocan en el hoy de la escritura para crear una revelación". Por eso le asustó descubrir cómo la visión del mal descrita en su novela había encarnado en su presente.
Sicilia recuerda cómo se levantaba en las noches pensando en el dolor de su hijo, en su angustia. "Cuando vino a verme mi director espiritual, me dijo: 'Murió en paz. Porque ese muchacho bueno, donde estaba la violencia y el horror, dio amor'. Ahí está Kolbe, y eso me aterra".
Porque en El fondo de la noche, el poeta recupera una figura que ha admirado desde su juventud: el sacerdote franciscano Maximiliano Kolbe, que en el infierno de Auschwitz hizo un acto de amor inmenso en su pequeñez, pero inútil frente a la ciega maquinaria del mal: cambió su vida por la de un condenado a muerte. Murió en lugar de Franciszek Gajowniczek, y es desde la culpa del sobreviviente que Sicilia narra su historia.
"La aparente nada del amor es un boquete inmenso". Dios es amor, y como el amor, es pequeño, pobre y débil, afirma el poeta. "El gran error es pensar que Dios es poderoso, no. Es enormemente amoroso e impotente, lo contrario de lo que hemos concebido. Y eso es lo que reveló Cristo".
Ni Kolbe ni Gajowniczek dejaron testimonio de su paso por Auschwitz. En 1941, si un prisionero escapaba, diez eran condenados a muerte. Sólo unos pocos fueron testigos del gesto del sacerdote, que al oír los lamentos de Gajowniczek, se adelantó para ofrecerse a morir en su lugar. Albert Camus lo contó en sus Cartas a un amigo alemán (1943-1944), pero aún sin conocer su nombre. Kolbe, enfermo de tuberculosis, sobrevivió 14 días a la tortura del hambre y la sed. Fue necesario inyectarle ácido carbónico. Sicilia lo imagina al final con una mirada inmóvil, vacía.
"Ahí está mi duda", dice el poeta. Son unos ojos que oscilan entre la esperanza y la desesperanza, abiertos al vacío del amor. "La gracia, el puro amor (de Dios), ¿cómo será? No sé. Por eso lo pongo como un vacío, porque a fin de cuentas, ¿qué es el amor? Nada. Cuando un hombre y una mujer se desnudan, saben que serán acogidos en su indefensión, y ahí no hay nada, más que amor. Y ahí está todo. Nada y todo".
Kolbe, canonizado en 1982 por Juan Pablo II, fundó una Milicia de la Inmaculada y extendió la devoción a la Virgen María. "Era casi un mocho", define Sicilia. En El fondo de la noche (Random House Mondadori), Kolbe se parece más al poeta. "Quizá ese Kolbe soy yo". Un personaje que quizá resulte molesto para la Iglesia, advierte, porque en Auschwitz el sacerdote hace una crítica de su propia ideología, de la forma en que intentó, con "el estropajo de la doctrina", quitar la suciedad de herejes, comunistas, protestantes, judíos...
Sicilia crea el personaje del cabo Krott como un espejo invertido de Kolbe. Mucho antes que los nazis, la Iglesia levantó hogueras en nombre de lo más sagrado. Ambos defendían una abstracción.
"La muerte de mi hijo puso a prueba mi vínculo con lo religioso", explica el hombre del que surgió el Movimiento por la Paz con Justicia y Dignidad. "Una parábola budista dice que para cruzar de una orilla a otra necesitas una barca, pero cuando ya lo hiciste, es innecesaria. Cuando mataron a mi hijo, yo estaba del otro lado. La religión, lo que me enseñó, ya no me es importante, porque comprendí la dimensión de Cristo, el amor. Es lo que dice el personaje de Kolbe".
El pastor luterano Dietrich Bonhoeffer, dice Sicilia, planteaba vivir la fe sin religión, desde el corazón. Eso mismo hizo Kolbe en un solo acto, vacío de ideología. "Y en ese gesto final está todo el Evangelio".
Hitler nunca quiso visitar un campo de exterminio. Y en esa actitud de no querer mirar, de no asumir, los políticos mexicanos se parecen un poco a los nazis, sostiene el poeta. "El Gobierno sigue haciendo su trabajo como si no hubiera dolor, como si no hubiera víctimas. Se van a unas elecciones llenas de sus propios intereses. Ellos hacen su chamba".
Ninguno de los candidatos a la Presidencia, lamenta, ha ido a ver a las víctimas o se ha interesado por ellas en sus campañas. "Yo sí esperaba una unidad nacional (cuando inició el Movimiento), que los políticos limpiaran sus filas de gente vinculada con el crimen, que se sentaran a pensar con los ciudadanos en cómo acabar con las injusticias y rescatar la democracia, pero no entendieron. Uno ve los periódicos y es atroz. Parece que hay dos México: el de la frivolidad política y el del dolor".
El último poemario
Javier Sicilia tendrá que regresar en 2013 a Los restos, el libro de poemas que ya no pudo abrir después de la muerte de su hijo Juan Francisco. Es parte de su proyecto como becario del Sistema Nacional de Creadores de Arte del Conaculta.
"Tengo que entregarlo", dice. "Volver otra vez a lo que no quería. Pero es mi obligación dejar un último buen libro de poesía, digno".
Cuando lo piensa, cree que no, que no volverá a escribir poesía. Que el poema dedicado a su hijo, que cerrará Los restos, será el último. "Por el silencio de los justos. / Sólo por tu silencio y por mi silencio, Juanelo".
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