EL BLOG DE JULIO ORTEGA
FRAGMENTO:
El narrador chileno Carlos Franz, desde Santiago de Chile,
donde reside luego de varios años en Madrid, nos propone en su último blog,
Espejo de Tinta, un glosario proustiano. El juego invita a proseguirlo cada
quien de acuerdo a su lectura. En la mía incluiría definiciones de la
conversación, como aquella en que al mirar desde una ventana el narrador ve a
dos personas que atraviesan el jardín conversando, y le parece ver a dos insectos
en un halo de polen. Y cuando anota: “Decidí no responder para no prolongar la
conversación", podría haber dicho: para no prolongar la lectura, luego de
haber dedicado en su saga del tiempo 40 páginas a una cena y un párrafo a una
vida. Pero le damos hoy la palabra a Carlos Franz, invitado a un té, como decía
Vallejo, lleno de tarde.
Alucinógeno.
Los admiradores más extraños de
Proust, que yo sepa, fueron los beatniks. Los protagonistas de On the road, de
Jack Kerouac, lo leen durante sus frenéticos viajes, de costa a costa en los
Estados Unidos. Posiblemente esa lectura les sirve como un alucinógeno más. O
quizás Kerouac, que escribió su novela sobre un rollo de papel, admiraba ese
“desenrollarse” de la frase proustiana, larga como una carretera en las
planicies norteamericanas.
Hace cosa de 30 años, cuando yo era un joven profesor en la Universidad de Texas en Austin, nos visitó el más joven Javier Marías, que pasaba un semestre en Wellesly College. Me contó la historia que Uds. ya conocen sobre la
sociedad de lectores del raro Arthur Machen, según la cual en Londres compró
Javier un libro de Machen y a poco lo visitó un señor que se identificó como
miembro de esa asociación y le pidió venderle el tomo que acababa de comprar
porque, dijo, la sociedad estaba dedicada a recobrar todos los ejemplares de
Machen para que nadie los leyera.
Sospecho que había en ello una amenaza, y Javier devolvió el tomo. Pero
como en todo lo de Marías, hay otra vuelta de tuerca que prologan la ficción.
Resulta que mi amigo el escritor peruano
Luis Loayza, experto él mismo en el arte de desaparecer, acababa de traducir
dos novelas de Machen que publicó Alianza, con lo cual, alarmado por su
seguridad, le alerté de la parábola de Javier, con la inobjetable explicación
de que si comprar un libro de Machen era peligroso, multiplicarlo en una
traducción, era casi un suicidio. Me temo que la alarma contribuyera a que
Loayza dejara Ginebra y se mudara a París.
Lee la aquí la nota completa: http://bit.ly/a29igJ
Gracias a Julio Ortega y a Javier Marías,
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