"TODAS LAS FAMILIAS FELICES SE PARECEN
LAS INFELICES SON ÚNICAS".
Анна Каренина, León Tolstói
Hombre de celuloide
Del cliché y la tendresse
Fernando Zamora
@fernandovzamora
Es que los franceses tienen formas de decir las cosas que, no sé. La palabra cliché, por ejemplo, le va tan bien a esta película, El encanto del erizo, porque está llena de clichés que, sin embargo, saben bien cuando escuchamos el diálogo final. Hay en Le hérisson, violines, cine en el cine, amor de viejos y una niña de once años que, todo un cliché, va rica y aburrida por el mundo. Hecha una joven Agnès Varda, Paloma documenta su vida para dar sentido a la muerte que es su obsesión.
Paloma tiene una madre que cree en el psicoanálisis, una hermana frívola y un padre que, político de izquierdas, no puede fumar en su propia casa. Ella, claro sufre el mal de vivre de una joven Baudelaire que vive encantada con placeres exóticos y como Werther, lleva el diario de su suicidio, pero coup de théâtre es otra forma de decir francesa: las cosas no pueden nunca ser lo que parecen cuando, con todo y sus lugares comunes, asistimos a un filme armado con esta finura. Como la protagonista, nos descubrimos sonriendo por la forma extraña en que las cosas comienzan a suceder y entendemos, como Paloma, cuál es el encanto del erizo, esta mujer que guarda en su covacha un gato gordo y una biblioteca especializada en autores rusos y japoneses. El erizo ha dejado de ser la niña, se ha transformado en la portera. Mona Achache tiene el virtuosismo de hacer transitar la voz narrativa de un personaje al otro de forma que pareciera haber dos protagónicos que un día se abrazan cuando una de ellas se descubre llorando sin saber por qué. Y como todo aquí es referencia u homenaje, vale decir que si la pequeña Paloma es la versión de once años de Agnès Varda, la vieja portera parece salida de una novela de García Márquez, deliciosa en sus vicios de carácter y con muchas ganas de amar; Renée Michel, nuestro erizo/portera, puede tener el cuerpo de una comadrona, pero adentro es Ana Karenina.
A estas dos exóticas bellezas (niña y vieja) hace falta un galán. Y como esto es una película francesa, el amor se da por descontado. El galán es japonés. Se llama Ozu en honor de Yasujirô Ozu. Y el apellido de este tercer punto en el triángulo sólo sirve de pretexto para organizar una cita tomando té, galletas y viendo Las hermanas Munekata.
Así, lleno de referencias, el guión de El encanto del erizo corre con el ritmo acelerado de esta niña que, conocedora del arte japonés, ha visto en el suicidio un acto de suprema libertad. Pero lo hermoso en Le hérisson no son los clichés ni los golpes de teatro. Lo importante en la historia de este encuentro es esa otra palabra que suena bien en francés: tendresse. Conmueven estos viejos mirando películas japonesas de los años cincuenta, conmueven las animaciones que irrumpen con la belleza de aquel Zéro de conduite de Jean Vigo y sobre todo conmueve el deseo de morir de la niña Paloma. Y es que ver en una película que una niña quiere morir, es inevitable, da ternura. Debe ser verdad que en el fondo, ternura es siempre el duelo por el niño que en nosotros ha muerto.
FICHA
El encanto del erizo (Le hérisson). Dirección: Mona Achache. Guión: Mona Achache. Fotografía: Patrick Blossier. Música: Gabriel Yared. Con: Josiane Balasko, Garance Le Guillermic y Togo Igawa. Francia/ Italia, 2009
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