jueves, 24 de marzo de 2011

LA DIVA Y LAS LETRAS: HOMENAJE DE ANDRÉS DE LUNA A LA MUJER DE LOS OJOS COLOR VIOLETA: ELIZABETH TAYLOR EN LABERINTO 406 DE MILENIO




Elizabeth Taylor

La diva y las letras

Andrés de Luna

andres10deluna@gmail.com

Hollywood y las letras son un matrimonio tan extraño como lo fue el de Elizabeth Taylor y Richard Burton. Ella fue un rostro bellísimo y él un hombre obsedido por el arte de William Shakespeare. Filmaron La fierecilla domada (1967) con Franco Zefirelli, cinta emblemática porque hubo enfrentamientos terribles entre un actor que deseaba fidelidad al Bardo de Avon, mientras que la Taylor sólo quería lucir su figura regordeta. Lo cierto es que “la mujer de los ojos violeta” gozaba la literatura desde la parte vivencial. Añoraba el humor ácido de Tennesse Williams, sus charlas al calor del vodka y el whisky, que le valieron actuar en adaptaciones fílmicas de La gata en el tejado caliente (1958) de Richard Brooks, De repente en el verano (1959) de Joseph L. Mankiewicz, Dulce pájaro de la juventud (1989), versión para televisión de Nicolas Roeg, y Boom (1968) de Joseph Losey. Mientras que Edward Albee pareció inspirarse en las relaciones tormentosas de Taylor y Burton para escribir su obra ¿Quién teme a Virginia Woolf? (1966), que luego Mike Nichols convertiría en obra mayor para el cinematógrafo.

Un momento memorable de la actriz fue su participación en Reflejos en un ojo dorado, versión fílmica de la novela de Carson McCullers, que dirigiera con exquisitez el gran John Huston. ¿Qué decir del guión Hotel internacional(1963) que escribiera el dramaturgo de “los jóvenes iracundos” Terence Rattigan para el director Anthony Asquith? Homenaje y referencia para la Taylor y su glamour. A veces hubo desacierto en los proyectos, por ejemplo se dejó envolver por Burton para filmar Doctor Faustus (1967), sobre la tragedia del isabelino Christopher Marlowe; en tanto salía avante de Ceremonia secreta (1968), basada en la novela homónima del argentino Marco Denevi y dirigida por Joseph Losey, que le dio un difícil papel protagónico al lado de Mia Farrow. También tuvo la desgracia de participar en Los farsantes (1967), adaptación mediocre del libro sobre Haití de Graham Greene, dirigido por Peter Glenville.

Es justo mencionar que Elizabeth Taylor estuvo vinculada a la literatura en otras películas como Jane Eyre (1944), sobre la novela de Charlotte Bronte, filmada por Robert Stevenson; Mujercitas (1949), de Louisa May Alcott, dirigida por Marvin Le Roy; Un lugar en el sol (1951), versión de Una tragedia americana de Theodore Dreisser, que filmó George Stevens; Ivanhoe (1952), de Walter Scott, filmada por Richard Thorpe; Butterfield 8 (1960), de la novela de John O’Hara, de Daniel Mann; Pequeña música nocturna (1978), del texto de Ingmar Bergman, del realizador teatral Harold Prince, y Espejo roto (1980), de Agatha Christie, del mediano Guy Hamilton. Todo un cúmulo de experiencias en donde las letras forjaron ese matrimonio tan pleno de deslices que fue el de Elizabeth Taylor con la literatura de diferentes épocas. Ahora el mito es una realidad que la muerte avala con su pluma audaz y su esqueleto errante.

No hay comentarios:

Publicar un comentario