22 de Septiembre 2014
Así que ahora estamos debatiendo los azotes.
¿En serio? Hay mucha indignación fuera de lugar de personas que están usando la mala conducta de atletas profesionales y obligándolos a entrar en una cruzada en contra del abuso infantil.
Estoy en contra del abuso infantil. ¿Y quién no? Pero no estoy en contra de los azotes. Tengo mis razones, y vamos a llegar a ellos.
Primero, vamos a tratar con aquella indignación fuera de lugar. ¿Por qué no aprovecha la gente a decir lo que realmente piensa en relación al lío que se tienen con la acusación que se le hiciera al corredor de los Vikingos de Minnesota, Adrian Peterson, la semana pasada del delito grave de abuso infantil que se le hiciera? En los talones de la historia de Ray Rice, donde un video fue lanzado recientemente mostrando al corredor suspendido de los Baltimore Ravens golpeando y dejando inconsciente a su novia en ese momento (ahora su esposa) en el ascensor de un hotel, están aquellos quienes quieren atar ambas historias bajo la plantilla de que parte de la violencia de la NFL se está derramando a la vida personal de los jugadores y al resto de la sociedad.
Si esa es la afirmación, entonces vamos a discutir.
Pero no hay que mezclar todo ese ruido con el debate más importante sobre las nalgadas a los niños. Tenemos que hacer esto bien, y – como padre de tres niños pequeños, de 5, 6 y 7 años, que ha estado en suficientes picnics, fiestas de cumpleaños, y partidos de béisbol de liga infantil – puedo ver de primera mano que vamos mal.
Recuerdo haber visto a un padre desafortunado en persecución de su hijo, luchando porque lo escuchara y suplicándole: "¡Tienes que respetarme!". El chico lo ignoró.
¿Cuándo se tornaron los padres en semejantes debiluchos?
Mi papá no creía en eso. Su padre tampoco, un inmigrante mexicano que – junto con mi abuela, igualmente dura e inteligente – criaron a cinco niños desde 1930 a 1950 sin ningún incidente. No hubo disturbios, ni pandillas, ni policía. Más tarde, bromeaba con uno de mis tíos sobre ello, sugiriendo que seguro le tenían mucho respeto a la ley y al orden.
"Claro que no", dijo. "Le temíamos al viejo".
El miedo es esencial para el respeto. Los niños no harán lo que les digamos, al menos que – en algún nivel – le teman a las consecuencias que puede traer el no hacerlo. Castigo no es una mala palabra. Es una lección de la vida. Es la forma en la que funciona el mundo, y, como padres, nuestro trabajo es preparar a nuestros hijos para entrar a un mundo donde aprenderán que el mal comportamiento tiene consecuencias.
Demasiados padres hoy están fallando en este trabajo. El problema no es que haya demasiados niños recibiendo nalgadas. El problema es que algunos niños que sí necesitan ser azotados, jamás la van a recibir.
Hace diez años, el problema era que muchos padres estaban deseando ser los mejores amigos de sus hijos y perdieron la batalla de disciplinar a sus hijos, inculcar valores, influir en su comportamiento y enseñarles la diferencia entre lo bueno y lo malo.
Hoy, en muchos hogares, esta batalla se ha terminado y los niños ganaron. En algunos casos los padres – ya estresados por los largos días de trabajo y no deseando pasar horas en casa peleándose con sus hijos – simplemente se rindieron. Se dieron por vencidos y ya no criaron a sus hijos a cambio de tener paz y tranquilidad en casa.
Ahora los niños mandan. Esos Presidentes diminutos de la casa, le dicen a los padres que hacer, en lugar de que fuera al revés. Si mamá y papá olvidan su lugar en el nuevo orden mundial, el pequeñín simplemente se enfadará y gritará: ¡Son tan malos! ¡Los odio!".
La respuesta correcta debería ser: "Puedo vivir con eso. Ahora vete a tu habitación".
No les estoy diciendo nada que no sepan ya. Si no está sucediendo en tu propia casa, está sucediendo en la de tu hermano o la de tu primo o la de tu vecino.
Ahora permíteme decir, de buena manera, que las nalgadas son aceptables y a veces una forma necesaria de disciplinar a un niño, siempre que se cumplan las reglas. Aquí hay tres: nunca uses un cinturón u otro objeto extraño, sólo la palma de tu mano; nunca golpees a un niño sin ropa en las nalgas, solo con ropa, y sólo dale una palmada, donde mantengas control sobre tus emociones.
Este es un tema delicado en mi casa. Mi esposa y yo no coincidimos respecto a los azotes. Ella opina que nunca deberías usar violencia para disciplinar a un niño. Pero el resultado de eso es que mis hijos atormentan a su mamá para probar sus límites. Ellos quieren ver hasta donde pueden llegar, y cuanto requiere, antes de que explote y pierda los estribos. Es atroz ver el espectáculo.
Demasiados niños en América no respetan a sus padres – esa es la verdadera amenaza. Encienden la televisión y ven programas donde los niños mandan, dirigen las cosas y los padres son unos bobos idiotas. De hecho, muchos niños no temen a ningún tipo de autoridad y esto no les servirá más adelante en la vida. Ese es el verdadero pecado que muchos padres cometen, negando su deber de criar buenos chicos que crecerán como adultos respetuosos y responsables.
Dar nalgadas no es abuso infantil. Es sentido común. Y esto es algo que cualquier padre necesita – pero, como ya sabrán, no todos los padres lo tienen.
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