8 de Septiembre 2014
Ilustraciones por Ketch Wehr.
De nada, China. Cuando piensen en todos sus futuros magnates multimillonarios de embarques, en sus gigantes de tecnología innovadora y en sus próximos diplomáticos, por favor recuerden que unos cuantos de ellos se graduaron de las universidades más prestigiosas gracias a mí.
Trabajo escribiendo ensayos de admisión para la universidad y vendiéndolos en el mercado negro. Durante los últimos tres años, he escrito más de 350 ensayos fraudulentos para los estudiantes de intercambio adinerados de China. Aunque mis clientes van desde los que intentan ser “niños buenos” hasta las hijas de los magnates de las fábricas, que acostumbran comunicarse principalmente con emoticones, todos tienen algo en común: No son capaces de escribir oraciones que signifiquen algo.
A veces, esta falta de capacidad se debe a una barrera del lenguaje. Sin embargo, otras veces lo que sucede es que no logran comprender qué buscan los comités de admisión para las universidades de EU en los ensayos de admisión. De cualquier forma, todos han aceptado pagarme mucho más de lo que ganaba con mi anterior trabajo de mesera.
Nunca he sentido la presión de estudiar para ser doctora o abogada, a pesar de que soy descendiente de segunda generación de coreanos y estadunidenses, igual que algunos de mis clientes. Estudié historia del arte en la universidad y a partir de la graduación, me la he pasado trabajando en tiendas y en trabajos temporales. Pasaba todos los días tirada en la cama, leyendo los estados en los Facebook de mis amigos que decían que estaban a punto de terminar la carrera de derecho o que habían conseguido el trabajo de sus sueños. Leía todo esto mientras me preguntaba si algún día podría salir de mi casa e independizarme. No sabía qué quería hacer con mi vida. Ni siquiera sabía si contaba con alguna habilidad que pudiera explotar a cambio de dinero, al menos no hasta que mi amiga me dijo que podía nadar en dinero falsificando ensayos universitarios de estudiantes asiáticos adinerados.
Cuando empecé a escribir ensayos anónimamente, pasé de ganar 8.50 dólares la hora como mesera, a ganar dos mil dólares (26 mil pesos) en dos semanas. Durante un ciclo de admisión, escribí cerca de 100 ensayos y gané lo suficiente para pagar mis gastos de todo el año, el préstamo de mi auto y, como regalo por mis manos trabajadoras, obtuve 150 dólares (dos mil pesos) para gastar en manicures japoneses cada dos semanas.
Cada que escribo un ensayo, lo primero que hago es un interrogatorio muy a fondo. Indago en todos los rincones más íntimos de la vida de mi cliente; la historia de su familia, su estado socioeconómico y los secretos de su infancia. Después trato de identificar un hilo de dolor o humanidad con el que la gente se pueda identificar fácilmente. Este hilo se vuelve el punto central del ensayo y a su alrededor gira un tema más universal, como la empatía o la humildad.
Por ejemplo, una chica —llamémosle Wei— siempre se preguntó por qué sus padres se veían mucho más felices en sus fotografías antiguas. Ella asumió que se veían miserables por que nunca quisieron tener hijos, y mucho menos una niña, pero cuando creció se dio cuenta de que sus padres trabajaban largas jornadas para apoyarla. Sus sonrisas se volvieron líneas de preocupación porque decidieron sacrificarse para darle lo mejor a su hija. Al saber eso, Wei se dio cuenta de que el amor viene en muchas formas y tamaños.
Claro que, con sacrificio y largas jornadas, me refiero a que sus padres eran dueños de una empresa multimillonaria. Con frecuencia, Wei se iba de vacaciones a un spa con su madre mientras su padre se iba de viaje a cerrar tratos de gran importancia. Wei mencionó que en algunas fotos sus padres se veían más felices. Utilicé esta experiencia en el ensayo para mostrar un poco de introspección. ¿Inventé algunos detalles? Sí. ¿La historia sonaba como una tarjeta de felicitación? Seguro que sí. Pero lo más importante, ¿entró a la universidad que quería? A huevo que sí.
Al igual que muchos trabajadores del mercado negro, recogía mi pago en un lugar acordado como en supermercados o algún Starbucks. No necesitaba usar lentes de sol ni gabardinas. Sin embargo, con cada sobre lleno de dinero, me tragaba mis dudas éticas. Sé que por cada cliente chino adinerado que ayudo, hay una docena de chicos de mi país que necesitan la misma ayuda.
Es evidente que no tenía tiempo de dilemas morales. Mi nombre se hacía más popular y cada vez me alcanzaba menos el tiempo para ayudar a demasiados clientes. No podía entrevistarlos a todos. Necesitaba una manera de producir ensayos más rápido. Mi solución: escribir sobre mis propias experiencias personales.
Una noche de diciembre, decidí usar una de mis experiencias más vergonzosas como base para el ensayo de una chica china de 17 años que nunca quiso nada que no pudiera pagar. Este suceso ocurrió poco después de que mi padre abandonó a mi familia cuando era pequeña y nos dejó en la quiebra. No teníamos agua ni luz y mi mamá tenía varios trabajos para poder mantenernos. Un día, dejó la ropa en la lavandería en lo que terminaba de hacer mandados. Cuando regresó, vio que se habían robado nuestra ropa de la lavadora. Se robaron casi toda la ropa que teníamos, así que mi mamá nos llevó a mí y a mi hermana a una tienda de segunda mano donde la ropa es muy barata. Una compañera de clase me vio en la tienda y al día siguiente en la escuela, me señaló y me llamó “pobre” enfrente de todo el salón.
Como ensayo de admisión para la universidad, esta anécdota era oro puro. Podía escribir lo que fuera en torno a esta historia y funcionaría bien, en especial porque los estudiantes aman los relatos de los pobres que se vuelven ricos.
Excepto que yo seguía siendo pobre. Nada evidenciaba mi pobreza más que la imagen de mí misma sentada frente a la computadora, lista para vender esta parte de mí que aún dolía por 400 dólares (5,200 pesos). Sin dudarlo, envié por corre el ensayo a mi cliente de 17 años.
La pérdida me afectó de inmediato. De pronto, mientras veía mi computadora, me sentí como una extraña. Cada que uso mis debilidades o mis momentos más memorables en los ensayos para mis clientes, siento que una parte de mí desaparece.
Ya estaba naufragando en ese vacío sin dirección que es la vida después de la universidad y estaba a punto de perder la única ancla que me quedaba: yo misma.
No sé lo que esperaba a cambio por parte de la estudiante. ¿Mi cliente sentiría el dolor de la historia y se cuestionaría lo inmoral que es usar la vida de otra persona en un ensayo de admisión para la universidad? ¿Llamaría para agradecerme por arrancar una parte íntima de mi corazón y dársela? Más tarde recibí un correo en el que se leía una sola palabra: “Gracias”. El mensaje dolió. Recordé el suéter que picaba de la tienda de segunda mano y en lo mucho que lloré después de que mi compañera de escuela se burló de mí. Vendí una parte muy íntima de mi vida por el bajísimo precio de 400 dólares. Cerré mi sesión y apagué mi laptop.
El tono de los ensayos de admisión para las universidades es muy específico, es especial cuando se escribe desde la perspectiva de un estudiante chino de intercambio. Se deben retratar las características que se esperan de ellos y al mismo tiempo se debe luchar contra algunos de los sus estereotipos más negativos. Se debe ser tímido pero idealista, ambicioso pero generoso, reservado pero honesto. Vender historias personales y escribirlas con la voz de extraños que carecen de empatía y humildad hará que te desvanezcas con el paso del tiempo. Al final de cada temporada de ensayos, siempre juro que voy a dejar de hacerlo. No obstante, sigo en la quiebra y aún no tengo idea de qué quiero hacer en el futuro. Puedo negarlo hasta el cansancio pero sé que, cuando llegue el otoño, estaré sentada frente a mi computadora a las dos de la mañana escarbando en mi cerebro para encontrar otra parte de mí misma y venderla por 400 dólares.
Es... muy triste pensar que el dinero lo compra casi todo... Y pensar que las mejores oportunidades no se dan a quien más vale, sino a quien más dinero tiene...
ResponderEliminarUn beso.