01 de Septiembre 2014
Estamos en 1992, tengo 16 años. Es el Pésaj, la Pascua judía; estoy en Frinton On Sea, Essex, con la familia Hirsch a la hora de la cena. Se bebe vino, se canta y se lee la Torah; la hermana de mi amigo Matt es bonita, el sentimiento de unidad familiar y de tradición también es bonito.
Matt y yo, sentados obendientemente con esos pequeños gorros llamados kipás, nos habíamos metido un poco esa tarde y de repente todo se nos hizo demasiado pesado. El padre de Matt está como cantando en hebreo, el viejete del otro lado de la calle al que invitan cada año está sonriendo con amabilidad, la hermana de Matt sigue siendo bonita y, por supuesto, está el efecto de la droga. Me siento abrumado por la sensación de melancolía y, extrañamente, de culpa al ver las imágenes del Holocausto que se cuelan como alucinaciones en mi mente triste y juguetona. Y me pongo a llorar enfrente de todo el mundo.
Matt, que también está colocado y que, en una decisión insensata, se ha arriesgado a traer a su excéntrico amigo a una fiesta familiar, ahora se tiene que enfrentar a algo que seguramente no había previsto: ver a su colega llorando. Se me acerca y me pregunta: "¿Qué te pasa?". Pero en realidad, lo que quiere decir es: "Cállate". Sin embargo, yo estoy inspirado y sentimentalmente atormentado al pensar que esta gente no estaría conmigo si no se hubiera interrumpido la Solución Final de Hitler; me imagino que si yo hubiera sido alemán y hubiera nacido 70 años antes, probablemente yo habría sido uno de los perpetradores del genocidio, como cualquier otro alemán.
Estoy en mi primera Pésaj con una familia estupenda, y me siento personalmente responsable del Holocausto; creo que a eso se le llama un mal viaje.
Ahora espero que lo que lo que les he contado no se considere la versión antisemita del libro Some of my best friends are black [Algunos de mis mejores amigos son negros] (que, por cierto, lo son). Pero ahora que he sido acusado con vehemencia de antisemitismo, este recuerdo adquiere un nuevo significado.
En mi programa online de análisis de noticias, apoyé una petición realizada por el grupo de activismo en las redes Avaaz, una comunidad muy decente que ha hecho campaña por el matrimonio entre personas del mismo sexo, por un control más estricto de las armas y por una legislación sobre las drogas más tolerante. Ya te imaginas cuál suele ser su postura. En este caso, se trataba de hacer presión sobre las empresas que se benefician del conflicto y la violencia en Gaza.
Empresas como el banco Barclays, que gestiona la cuenta de los fabricantes de drones Elbit, el fondo de pensiones holandés ABP, la firma británica de seguridad G4S y Caterpillar, entre otras, obtienen beneficios directos de las atrocidades que nos han impresionado tanto en las últimas semanas.
Analizamos un anuncio de Barclays en el que la marca aparecía como sinónimo de afabilidad e integridad, y reafirmamos nuestra postura en contra de que las empresas se aprovechen del conflicto actual. Si lo piensas bien, estar en desacuerdo con esto supone reivindicar que las grandes empresas deberían beneficiarse del conflicto, lo cual es una postura mucho más extrema. También me llama la atención el hecho de que, ideológicamente, se trata de una visión deliberadamente capitalista, por contraposición a la teológica.
Tengo razones para citar y reflexionar sobre la máxima de Albert Maysles: "La tiranía es la extirpación deliberada de los matices". Parece una forma tímida de tiranía. Es difícil imaginarse que en Polonia, bajo el dominio nazi, la gente se hacinaba en los guetos lamentándose de la extirpación de los matices. Seguramente, el genocidio, el hambre y las guerras sean las manifestaciones más acuciantes de la tiranía.
También vale la pena considerar que si obviamos los contras de cualquier argumento permitimos que domine una versión perjudicial de la realidad. En su forma más extrema, este mecanismo facilita la tiranía, cuya naturaleza es más extrema.
Por supuesto, los medios son el lugar donde esta forma de tiranía es más evidente. Cuando el Daily Mail saca una historia sobre el fraude en las prestaciones o sobre el aumento de la inmigración, no hay matiz que valga, ni contexto de explicación; lo único que queda es una herida que supura información venenosa.
Mi amigo Gareth y yo elegimos las noticias para hablar sobre este fenómeno. No como unos pioneros que luchan por la justicia y la verdad, sino porque es fácil hacerlo e invita a la risa. Las noticias de la Fox aparecieron como una fuente fiable de contenido criticable gracias al placer que les produce escupir bilis sobre los que piensan de manera contraria. A Bill O'Reilly, por ejemplo, le indignan tanto los desfavorecidos en la sociedad que al final cuesta verlo como humano. Parece más una especie de mutación de una hemorroide constantemente inflamada. Como si su cabeza y su identidad completa fueran por detrás de un malestar continuo en su ser. Un incómodo parásito en su propio ano perforado.
Otro vídeo que hicimos anteriormente se centraba en Sean Hannity, un polemista de la Fox que se negó a dejar hablar a su invitado, que estaba allí para representar la perspectiva palestina en Gaza, y en su lugar le señalaba con el dedo índice y escupía todo tipo de condenas como si se hubiera cenado una buena ración de odio. Para conseguir nuestro objetivo de dar noticias veraces, ofrecimos algunos de los hechos del conflicto que habían sido censurados de acuerdo con la tiránica visión de la Fox.
Como cualquiera que haya dedicado algún tiempo a pensar sobre esta cuestión tan compleja, yo quería hacer sugerencias positivas para una acción positiva. La petición contra las empresas europeas nos daba precisamente esa oportunidad. Esto es algo claramente diferente a pedir un boicot contra Israel, lo cual significa no comprar productos de Israel.
La razón más obvia de que se trata de algo distinto es que si fuéramos a boicotear a todas las naciones que practican violencia impune contra oponentes más débiles, tendríamos que empezar por Reino Unido y Estados Unidos e incluir a cualquier nación de la Tierra. Ese es el motivo, supongo, por el que la petición de Avaaz es apropiada y efectiva; no se propuso ningún boicot, sino una petición contra grandes empresas que se benefician del horror en Gaza. Ya se han alcanzado 1.7 millones de firmas.
Cuando se informó de mi apoyo a esta petición, se suprimieron algunos matices significativos. Se dijo que estaba llamando a un boicot a Israel. ¿Por qué se favorece esta tergiversación y este lenguaje incendiario?
Es difícil aceptar la condena cuando la acción por la que has sido condenado se ha mediatizado. Mi apoyo a la petición se ha considerado antisemita. Entiendo el antisemitismo como el odio a los judíos, la negación del derecho de los judíos a tener su propia patria, la negación de los horrores del último siglo y de los problemas del pueblo judío a lo largo de la historia.
Obviamente, esta no es mi postura. Rechazo con rotundidad los prejuicios y las discriminaciones como el antisemitismo, la islamofobia y la homofobia, como cualquier persona en su sano juicio. En el contexto de la acusación a la que me enfrento, el antisemitismo debe entenderse como la oposición a las grandes empresas que se aprovechan de la violencia contra el pueblo palestino.
No considero que la acción militar israelí en Gaza sea una cuestión religiosa. Me parece más bien la acción de un ala de la extrema derecha del Gobierno, que mantiene fuertes lazos económicos con organizaciones derechistas de los Estados Unidos. Estas afiliaciones son económicas, no teológicas, y Noam Chomsky las define aquí con la maestría que le caracteriza.
Las amenazas de muerte recibidas como ataque más frecuente indican que no tengo derecho a implicarme en cuestiones tan complejas. El anterior enlace a Chomsky muestra que existen fuentes e investigaciones más profundas en este debate para estar bien informado. No obstante, es importante que las personas corrientes puedan entrar en este debate, porque estamos obligados a participar de los lazos comunes de la humanidad que nos unen a todos.
La exclusión de la mayoría sensata es lo que permite que los extremistas prosperen. La locura en Oriente Medio es tan aterrorizadora y fútil que la mayoría de la gente, desalentada y colérica, prefiere mirar para otro lado. Sabemos que no podemos confiar en los Estados Unidos. Sabemos que la ONU está inactiva. Sabemos que hay que hacer algo para parar la violencia en Gaza y el nuevo horror medieval de ISIS, pero, ¿en quién podemos confiar? ¿En nuestros propios gobiernos, de los que apenas sabemos que mienten y persiguen sus propios objetivos mediante populismos, ataques y amiguismos, pero que, ante todo, son buenos proveedores de armas?
Una de las pocas formas con la que podemos participar nosotros, la gente corriente, inculta y todavía no afectada directamente, en un clima en el que las grandes empresas y los grandes gobiernos no hacen otra cosa que beneficiarse y prevaricar, consiste en hacerles saber que no actúan en nuestro nombre y que no se aprovecharán de nuestra indiferencia. Los métodos como la petición de Avaaz ofrecen un sistema moderado pero directo para tratar problemas extremos con los que todos podemos colaborar.
Esto no es un boicot a Israel, ni a los productos israelíes. No apoyaría la retirada de los productos israelíes de los supermercados, como está ocurriendo en Gran Bretaña. Un boicot impacta de forma negativa en la gente corriente que no tiene nada que ver con este problema extraordinario.
No podemos permitir que los espacios que utilizamos para comunicarnos y dar nuestros argumentos estén dominados por especuladores extremistas. Debemos repudiar el antisemitismo y todas las formas de prejuicios que lleven a la exclusión y ejecución a la que ahora se enfrenta el pueblo palestino. Todos los gobiernos y las instituciones que permiten la violencia y hacen proliferar las armas con el fin de alcanzar objetivos territoriales o económicos deberían ser condenados y confrontados por igual y, como todos nosotros, deberían dar la bienvenida a todo tipo de medios con los que la gente ordinaria pueda ejercer su poder de actuación.
"Los mejores carecen de toda convicción, mientras que los peores están llenos de apasionada intensidad", escribió Yeats tras la Primera Guerra Mundial, anticipándose a la Segunda. Todos conocemos el famoso discurso: Cuando vinieron a por los socialistas, no hice nada; cuando vinieron a por los judíos, no hice nada; cuando vinieron a por mí, no quedaba nadie para hacer algo por mí. Estas palabras y el poema de Yeats versan sobre la misma cuestión, la tiranía, y sobre la misma gente, nosotros, esa mayoría que permanece silenciosa, no porque seamos indiferentes, sino porque estamos desconcertados, asustados y acobardados. Nos amenazan y nos condenan si hablamos, pero no tenemos elección. Nosotros, la gente corriente del mundo, americanos, kurdos, británicos, palestinos, israelíes y sirios, tenemos que identificarnos con nuestra humanidad común, no con nuestras diferencias superficiales y construidas, ya sean ideológicas o territoriales. La otra opción es la dominación por parte de extremistas, por parte de los defensores transnacionales del extremismo que quieren aprovecharse y de los grupos religiosos extremistas que quieren matar por la tierra y el poder, tanto en Oriente como en Occidente.
Hay algunas personas decididas a llamarme antisemita; pero es muy difícil debilitar a los que llaman antisemitas a algunos de los mejores pensadores judíos como Naomi Klein y Noam Chomsky. No podemos aplacar a los que están tan dedicados a censurar el debate que incluyen en su condena a algunos judíos, cuyo antisemitismo (si fuera real) supondría la aniquilación de sus propias familias y de sí mismos. No podemos apaciguar a los que aseguran que cuando escribo las palabras "especuladores" o "capitalistas" o "cruzada transnacional" estoy creando un código del que se infiere la palabra judíos. No son eufemismos: cuando hablo de especuladores y capitalistas, me refiero a eso mismo. Hay algunas personas que están tan virulenta y grotescamente apegadas a sus objetivos que sólo ven aceptable la obediencia silenciosa. Para mí, ellos no son aceptables. La única forma para conseguir la paz es que la gente corriente, de cualquier religión o color, condene la violencia en Gaza, Irak, Ferguson y allí donde haya. Cuando surgen medios humildes, como esta petición, que solo ejercen presión sobre los que se benefician de la destrucción de la gente, todos tenemos la obligación de firmarla. Estos pequeños gestos recuerdan a los poderosos que no son libres para dividirnos y profanarnos, que deben rendir cuentas por sus acciones, y que, si nos unimos, derrocamos su tiranía.
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