15 de Septiembre 2014
Amén de llorar en Marsella ante una modesta bullabesa tras cruzar la frontera huyendo (supuestamente) de los anarquistas y de descubrir, leer y (dudosamente) haber ido desde ahí a entrevistar a Georges Simenon,Josep Pla hizo también de espía para Franco durante la guerra civil. Era miembro de Servicio de Información de Fronteras del Nordeste de España (SIFNE), del que el político y empresario Francesc Cambó no estaba en lo financiero demasiado lejos, en el marco de sus infructuosos méritos ante el militar sedicioso. Es un episodio de los más polémicos y delicados de las letras catalanas y de la siempre brumosa biografía del autor de El quadern gris, cuyos hagiógrafos siempre han minimizado. Pero ahora quedan menos dudas al respecto: era el agente número 10 del SIFNE y algunos de sus informes fueron especialmente valiosos, como fija el periodista Josep Guixà en su jugoso y a buen seguro polémico libro Espías de Franco. Josep Pla y Francesc Cambó (Fórcola).
La abrumadora investigación (nueve archivos consultados, 82 artículos y 223 libros referenciados y 808 notas) empieza, aportando detalles inéditos, a disipar la neblina alrededor del Pla espía con gabardina por el puerto y los bares de Marsella. El buceo de Guixà en la prácticamente virgen documentación del SIFNE en el Archivo General Militar de Ávila le ha cundido. El escritor llega a la ciudad marítima francesa, puerto de salida de buques de carga con destino a la zona republicana española, a las 10.40 horas del 16 de octubre de 1936 tras, cómo no, un episodio oscuro: la visita a su Palafrugell natal de un pelotón de anarquistas de Barcelona entre el 20 y el 22 de julio y del que le salvó el comité anarcosindicalista local, con intervención decisiva de un tal Pere Pey, que le facilitaron un salvoconducto. “No creo que fueran anarquistas sino periodistas vinculados al Comissariat de Premsa que querían, por las buenas o por las malas, convencerle de que siguiera escribiendo para el entonces ya incautado diario La Veu de Catalunya”, apunta en una primera polémica Guixà.
El estilo y el uso de 'informantes' amigos delatan la autoría de sus notas anónimas
La intervención de Jaume Miravitlles, el genial director del Comissariat de Propaganda, y del suegro de Pla, Halfdan Enberg (cónsul general de Dinamarca en Barcelona y futuragarganta profunda), facilitaron el papeleo para que el escritor se reencontrara en Marsella con su amigo el periodista Carles Sentís, agente ya número siete de esa SIFNE que construyó uno de los brazos organizativos más eficaces de Cambó, Josep Bertrán i Musitu. Miembro fundador de esa Lliga Regionalista que tras las elecciones de 1931 ya trabajaba con la derecha española en el golpe de Estado y eficaz director del Somatén que se enfrentó al pistolerismo sindical barcelonés en los años 20, no dudó en contactar con la Abwehr (el servicio de inteligencia militar nazi) para tomar ideas.
En un ambiente casi de “empresa familiar” como define el autor (Adi Enberg, novia de Pla, trabajó de secretaria por sus conocimientos de idiomas y muchos informantes habían tenido contactos y negocios con responsables de la organización años atrás), Pla se integró rápido. Llevaba buenas credenciales: en un aspecto poco sabido, Guixà documenta que Pla había asistido ya en octubre de 1933 a una reunión de “escritores simpatizantes” con José Antonio Primo de Rivera de la que saldría el semanario falangista FE. Ahí (1933-1934), como en la también revista Arriba (1935-1936) Pla escribiría artículos siempre anónimos, muchísimo más beligerantes y antirrepublicanos que los que redactaba simultáneamente para su diario titular, La Veu, en una taimada estrategia.
La 'corte' falangista y un diario del 36
Alfaro, Foxá, Giménez-Caballero, Miquelarena, Montes, Mourlane Michelena, Ridruejo, Sánchez Mazas, Santa Marina, Ros... Es la lista de lo que los historiadores Mónica y Pablo Carbajosa bautizaron con acierto como “la corte literaria de José Antonio” y a la que quizá habría que estudiar si añadir otro nombre: Josep Pla. Amén de la colaboración anónima para las revistas falangistasFe y Arriba —con la presencia de Pla en la génesis de la primera— Josep Guixà asegura en su libro que el escritor habría visitado al líder de Falange Española en marzo de 1936, cuando estaba preso en Madrid. Así lo escribió el propio Pla en un artículo en El Diario Vasco, donde el autor de El quadern gris firmaba XXX. “No creo que fuera mentira: no es un tema para hacer bromas con Falange”, dice Guixà.
Una segunda constancia de esa visita y esos contactos de Pla con la corte falangista estarían en un diario “o quizá libreta” que el ampurdanés habría llevado “entre enero y marzo de 1936” y del que en la fundación del escritor dijeron a Guixà que “no sabían nada” de su existencia.
El periodo es crucial: Pla utilizó en la etapa republicana su corresponsalía en Madrid y sus contactos parlamentarios para estar en el meollo conspirador, hasta el extremo de que en febrero de 1936 plantearía a Portela Valladares, presidente del Consejo de Ministros, la implantación de una dictadura en nombre del líder derechista Gil Robles.
Demasiado significado ya como escritor y periodista como para infiltrarse en según qué misiones (como sí haría su colega Sentís), Pla redactaba notas informativas y pequeños informes anónimos, pero también en al menos media docena de ocasiones, unos documentos extensos y bien argumentados (que exasperaban a su patrón Cambó por su literaria longitud), fáciles de atribuírselos porque “hay giros estilísticos claramente suyos o, más sencillo, porque los confidentes eran buenos amigos de años; Pla nunca disimuló su inconfundible prosa: es como si no quisiera esconder que era el autor para hacer méritos ante alguien”, apunta Guixà.
Tiene claro el autor que Pla nunca delató a nadie y desmiente que una de sus notas fuera la causante indirecta del hundimiento de un barco griego con armamento para Barcelona, como algunos estudiosos le atribuyen. “Pla no fue demasiado elegante al pasar al Heraldo de Aragón una lista de republicanos burgueses que se refugiaron en Francia por el peligro revolucionario; pero no lo considero delación porque eran figuras públicas y en Francia no corrían peligro”, expone Guixà. Pero sí le atribuye responsabilidad al ser un “elemento imprescindible” (Bertrán y Musitu dixit) en “una organización que tenía como una de sus principales misiones alertar a la aviación italiana con base en las Baleares de barcos que zarpaban clandestinamente de Marsella con armamento para la República”.
No le queda clara, sin embargo, la participación de Pla en la autoría de otro informe, de enero de 1937, de la sede de la SIFNE en Biarritz, en el que se afirma que un bombardeo de Barcelona “lejos de producir pánico, sería recibido como el primer síntoma de una próxima liberación a que todos aspiran después de seis meses de anarquía”. Guixà, en cambio, es categórico al asegurar que Pla no tuvo “nada que ver, seguro” con los bombardeos italianos sobre Barcelona de marzo de 1938, precedidos, eso sí, de unas gestiones de Cambó cerca del entorno del mismísimo Mussolini.
El escritor fue el padre de informaciones valiosas, como la de la fallida visita de Juan Negrín a París en julio de 1937 para frenar a la desesperada el reconocimiento del gobierno rebelde de Burgos y sobre el encuentro entre masones franceses y españoles. Pero uno de sus grandes momentos como espía fue alertar sobre los intensos contactos del gobierno republicano y de la Generalitat para lograr la mediación internacional que frenase la guerra. La información se la sonsacó a uno de sus mejores amigos, el escritor Josep Maria de Sagarra, de paso en Marsella rumbo a Tahití en su oportuno viaje de bodas. ¿Desliz de un Sagarra inocentón? “Es poco creíble que Sagarra no supiera con quién se la jugaba; lo que ocurre es que, estando a punto de irse, quedaba bien con un amigo simpatizante o agente de los rebeldes que quizá podría devolverle el favor si las cosas se torcían; habló con demasiada precisión como para hacer el bocazas”, cree el autor, a quien Sentís (infiltrado además en la vital tertúlia en París del abogado Amadeu Hurtado, que participaba en esas negociaciones) confirmó la autoría de Pla del informe. Además, el poeta y dramaturgo tenía un hermano, Fernando, militante de la Lliga, que también aparece en las listas de colaboradores del SIFNE (agente 52).
El otro gran momento-espía de Pla es su más que probable participación en un informe sorprendente que el SIFNE remitió en abril de 1937 a Salamanca sobre Estat Català, partido catalanista radical de donde en noviembre de 1936 surgió una oscura trama para apartar al presidente de la Generalitat Lluis Companys de su cargo, eliminar a una veintena de dirigentes anarquistas y responsables de milicias antifascistas y declarar la República catalana bajo el auspicio de Francia.
Bertrán y Musitu, director del SIFNE, calificó a Pla de "imprescindible"
De los papeles analizados por Guixà se desprende que el SIFNE mantuvo contactos con Josep Dencàs, exconsejero de Gobernación de la Generalitat y uno de los máximos promotores de los Fets d’Octubre de 1934 y que en agosto de 1936 huyó de Cataluña perseguido por los anarquistas, enemigos acérrimos a los que acusaba de destrozar y desvirtuar Cataluña. “Los del SIFNE pretendían que Estat Català fuera una especie de agente provocador que desestabilizase la retaguardia barcelonesa”, cree el autor.
Para Guixà, Dencàs fue un poco “un tonto útil” porque si bien el SIFNE transmitió a Franco su propuesta de provocar una invasión por el Pirineo de sus partidarios a cambio de que Cataluña se convirtiera en un protectorado fascista, “no creo que nadie pensara que Franco aceptaría el acuerdo; pero le dieron cuerda”. Para aprovechar eso y hacer pinza, los hombres de Bertrán y Musitu reiteraban en sus informes la necesidad de que Franco pasara rápidamente a la ofensiva en Cataluña, una idea que obsesionaba a Pla.
La presión sobre la cúpula del SIFNE de las autoridades francesas (el 10 de diciembre de 1937 el nombre de Pla ya aparecía en una lista de la Direction Générale de la Sûreté) llevaría al ya de natural asustadizo Pla a moverse por París, Biarritz e incluso Roma, facilitado todo por la absorción, en febrero de 1938, del SIFNE por parte del Servicio de Investigación Militar (SIM) que dirigía el coronel Ungría.
Una charla con Josep Maria de Sagarra facilitó un documento sobre la mediación extranjera
Pla se alejó del espionaje cuando su buen amigo Manuel Aznar pasó a dirigir El Diario Vasco y le pidió que fuera su lugarteniente. Augusto Assía, Eugenio Montes y Dionisio Ridruejo fue la particular escolta que el miedoso Pla se encontró cuando llegó a Irún dispuesto a pasar a zona rebelde.
Ese mismo tándem Aznar-Pla llegó a la Barcelona de enero de 1939 con la entrada de las tropas franquistas casi compitiendo a la carrera con Carlos Godó y Valls, el propietario de La Vanguardia, para tomar posesión de la redacción del diario barcelonés. Los primeros lo dirigirían apenas cuatro meses: Aznar se fue a Roma y Pla, a pesar de que respondía a todo el mundo en castellano por los pasillos del rotativo, al quedarse solo no supo hacer frente a las autoridades franquistas y a un Godó que el libro descubre que ingresó en el SIFNE el 15 de octubre de 1937: “Su labor consistió en ceder uno de sus vehículos para misiones de enlace y, como después él mismo se vanagloriaba en la primera posguerra, hacer gestiones financieras para la junta de Burgos”, clarifica Guixà.
El autor dejó solo dos pistas de su labor en su obra y acabó de espía aliadófilo
El autor de Viaje en autobús nunca dijo nada en su voluminosa obra sobre su pasado como espía de Franco. Sólo dos detalles en sendos artículos le delatan: en 1943 escribió sobre su vieja amistad con el periodista portugués António Ferro, uno de los principales informadores que tuvo en Francia; en los años 60, en un artículo sobre cocina provenzal, citó que en Marsella conoció a un gran cocinero mallorquín, Salom (también lo mencionaba Sentís en un texto): el tal Salom y su local fueron vitales para el SIFNE.
En diciembre de 1944, un informe de la Guardia Civil de Palafrugell citaba al escritor, junto a su hermano y otros vecinos de la localidad, como espías que vigilaban los movimientos marítimos en la Costa Brava para los servicios de inteligencia aliadófilos. Eran otros tiempos: quizá la democracia volvería... Pla, como siempre, le había dado la vuelta. Efectivamente, un agente 10.
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