Alto vacío
Reforma
Juan Villoro
12 Nov. 10
Sebastián Piñera, presidente de Chile celebrado por el rescate de los 33 mineros, acaba de cometer una pifia que confirma un rasgo de la época: la ignorancia del político.
En su viaje por Alemania, recibió el libro de visitantes distinguidos y preguntó a su embajador: "¿Cómo se escribe Deutschland über alles?". Seguramente pensó que se trataba de un grito de júbilo equivalente a "¡Viva México!" o "Forza Italia!". Ignoraba que es un lema del nacionalsocialismo. El embajador chileno tuvo una oportunidad de prevenir a su Presidente, pero comenzó a deletrear la consigna nazi. Fueron los anfitriones quienes prefirieron que la firma se hiciera después, para evitar un desaguisado mayor. De cualquier forma, la noticia se filtró y la revista chilena The Clinic se sirvió del photoshop para poner en su portada a un Piñera disfrazado de Führer.
"Mi presidente sólo sabe hacer una cosa: dinero", me dijo hace unos días Antonio Skármeta. En los mezquinos tiempos que corren la frase se puede entender de la siguiente manera: "lo único que sabe es tener éxito".
Un multimillonario (ex dueño de la compañía de aviación LAN) gobierna Chile con buena aceptación y nula cultura. La combinación, extraña en tiempos de Churchill, resulta cada vez más común. La ignorancia no parece ser un impedimento, sino un prerrequisito para gobernar en la era mediática.
A principios de los años ochenta fui testigo de otro dislate relacionado con Alemania. Trabajaba como agregado cultural en la RDA. Me encargaron recibir al ex presidente Echeverría en el aeropuerto de Berlín Oriental para llevarlo a Berlín Occidental, donde debía tomar otro avión.
Como Piñera, Echeverría era un caso de carisma e incultura. Tenía una memoria prodigiosa para los nombres, pensaba en tres cosas a la vez, miraba con inquietud a todas partes y se dirigía a su interlocutor con agradable confianza. Me atenazó el brazo y dijo:
-Estás muy flaco. ¿Hace cuánto que no juegas tenis?
-No sé jugar, licenciado.
-El tenis fortalece el carácter y crea tono muscular. ¡Juega tenis!
-Sí, licenciado.
-¿Dónde están mis maletas? Vengo de la Conferencia de la UNESCO. Querían premiar al Rey de España. ¡No dejé que el último de los Borbones se saliera con la suya! ¿Y las maletas? ¡Compartirá el premio con Yasser Arafat, hermano del alma! Tienes una juventud pujante: ¡juega tenis! ¿Alguien vio mi maleta?
Durante un par de horas lo oí monologar en desorden. Los destinos del país habían dependido de esa mente que parecía incapaz de la concentración o el reposo.
Hicimos la travesía a Berlín Occidental. Cruzamos el Muro mientras él hablaba del tercer mundo. En el aeropuerto de Tegel comió un sándwich enorme. Aun así, dominó la conversación. En su caso, una pausa resultaba sonora. Volvió a tomarme del brazo:
-¿Me puedes decir dónde está Berlín Occidental?
Con gran sentido de la geopolítica contesté:
-Aquí, licenciado.
-En el mapa, quiero decir -me tendió una servilleta.
Dibujé las dos alemanias y un círculo dentro en la RDA, divido en dos.
-¿Estás implicando que Berlín Occi- dental es una isla dentro de Alemania Oriental?
-No lo implico yo, lo implica la geografía -dije, para descargarme de la responsabilidad social de desplazar una ciudad.
-¿Berlín no está en la frontera entre los dos países? -Echeverría se limpió la boca con la servilleta. El mapa alemán se embarró de mostaza.
En ese momento me escandalizó la ignorancia de un ex jefe de Estado. Hoy pienso que eso le conviene.
Estuve en Colombia durante las pasadas elecciones a la Presidencia. Uno de los problemas del candidato Antanas Mockus es que estudió filosofía y matemáticas. Cuando le preguntan algo no concede una respuesta, sino que ofrece una reflexión. Eso lo perjudicó seriamente.
La dramaturga Yasmina Reza, autora de Arte, acompañó a Nicolas Sarkozy en su campaña a la Presidencia. El resultado fue el libro El alba, la tarde o la noche. ¿Qué aprendió de los políticos? "No son hombres fuertes, como los empresarios, los médicos o los generales", comenta: "Buscan serlo, pero no lo son. Se parecen más a los actores que buscan la gloria... Además, necesitan estar todo el tiempo en movimiento. No viven una vida de verdad, no perciben el tiempo: huyen de él".
En la sociedad del espectáculo los vendedores de verdades son simuladores. La política es un simulacro donde la mentira cambia de signo al repetirse. Cuatro palabras falaces justificaron una guerra que aún no termina: "armas de destrucción masiva".
Ningún país está a salvo del síndrome. En Italia, Berlusconi piensa que la restauración no tiene que ver con los edificios renacentistas, sino con sus visitas al cirujano plástico.
Los actores deben preparase para entrar en personaje. En cambio, a los presidentes les conviene actuar sin saber. Así ignoran que se contradicen.
Si eres fotogénico, tienes suficientes "amigos" en Facebook y un buen escritor fantasma en Twitter, sabes enfrentar un problema con la emoción apropiada y evitas caer en pecado de congruencia, estás listo para gobernar.
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Hijos del ABC
Juan Villoro
5 Nov. 10
El Consejo de Ministros de España aprobó en julio pasado una ley que ahora entra en vigor: si los padres no indican otra cosa, los bebés recibirán sus apellidos por orden alfabético.
En el caótico comienzo de los tiempos hubiera sido más confiable organizar los linajes por apellidos femeninos (el padre real podía ser un usurpador que una noche de suerte entró por la ventana), pero las genealogías no se crearon para mostrar exactitud biológica.
La dominación masculina se apropió de la reproducción del apellido. La mujer daba a luz y el varón ponía su marca registrada. La sed de inmortalidad llevó a una reiteración adicional. Para mostrar que el hijo es una copia -el reflejo del cuerpo que lo hizo posible-, también se volvió costumbre repetir el nombre de pila: Rodrigo Rodríguez Jr. es el "más allá" del perdurable Rodrigo Rodríguez.
A veces esto no depende de un particular deseo de permanencia, sino de una arraigada tradición. ¿Si tu bisabuelo, tu abuelo y tu padre se llamaban Valentín, serás capaz de ponerle a tu hijo Édgar? En ese caso un nombre inédito sugiere un rechazo de todos los parientes anteriores. Las tías mirarán a Édgar como un descastado.
Los nombres son cuestión de gustos. Yo prefiero las combinaciones simples. Nada mejor que llamarse Juan Olmo o Antonio Puerta. Sé que estoy en minoría. La alcurnia, la notoriedad e incluso la eufonía de un apellido suelen depender de su rareza. "Me gustaría ser argentina para tener un apellido fantástico", me dijo una amiga. En Buenos Aires ella se podría llamar Silvina Marinetti-Jung, lo cual prácticamente garantiza una postura estética y un marco teórico.
La idea del linaje se funda en un doble gesto: repetir en el tiempo y singularizar en el espacio. Se prefiere un origen rastreable, que venga de muy lejos. Pero en el discriminatorio presente se exige exclusividad: "no todos somos iguales".
"Distinguirse" con un nombre no deja de ser una superstición (llamarte Yadira Vanessa no te libra de sufrir mucho en una telenovela y en este mundo de virus democráticos la nobleza sanguínea ya sólo existe en las cruzas de purasangres).
¿Tiene caso asociar el devenir con la nomenclatura? El nombre más común de México es José Hernández. Nadie puede pensar que sea un problema llamarse así.
Lo importante es que España optó por la supremacía del alfabeto. A partir de ahora, si los padres dejan que el azar y la burocracia hagan su trabajo, las últimas letras se volverán exóticas. ¿La abundancia de apellidos comenzados en A hará que la Zeta se vuelva chic? ¿En vez de buscar a alguien de "buena familia" se buscará a alguien de "última letra"?
El orden alfabético forja psicologías. Mi amigo Pedro Aguirre es una persona de reacciones rápidas. Su pupitre era el primero del salón; ahí iniciaba la ronda de preguntas. Desde entonces, Pedro reacciona sin vacilar. Improvisa con tal celeridad que parece que sabe lo que hace.
En cambio, los de las letras postreras esperábamos que la campana sonara antes de que nuestra sabiduría fuera puesta a prueba. Desde entonces tenemos un rezago existencial. De nosotros se podía decir cualquier cosa, pero no que fuéramos urgentes. Mi vecino de pupitre Felipe Yáñez trabaja en una funeraria.
El alfabeto impone rating. Al consultar una lista de médicos, te detienes con esmero en el doctor Bulnes o la doctora Cano. Cuando llegas al doctor Zubeldía ya estás harto. Los editores organizan el cosmos de acuerdo con el abecedario. No es casual que Jorge Herralde, director de Anagrama, haya escrito sus memorias al modo de un catálogo, bajo el título de Por orden alfabético. Este sistema de referencia rige la cultura de la letra. Cuando abres la guía de una feria del libro para buscar editoriales, las primeras que saltan a la vista son las que comienzan con A. Con razón hay tantas: Acantilado, Aguilar, Anagrama, Alfaguara, Almadía, Alianza, Ariel, Anaya, Asteroide...
¿Llegará el momento en que alguien se ufane de salir con una impetuosa chica A, capaz de encabezar todas las listas? ¿La remota Te se revestirá de exotismo? ¿Habrá reproches de este tipo: "te dimos un apellido B y te comportas como un Eme"?
El renovado prestigio del alfabeto hará que ciertos nombres parezcan una forma del destino. Nada resultará tan congruente como que el director del Instituto Cervantes tenga un apellido comenzado en Eñe.
Seguramente el Registro Civil basado en el abecedario mitigará la misoginia, pero no acabará con el humano afán de hacer distinciones. "¿Qué hay en un nombre?". La pregunta de Shakespeare adquiere renovado interés.
De manera un tanto abstracta sabemos que somos escritura del ADN. Podemos entender que los cromosomas y las mitocondrias existen, pero no es fácil tenerles afecto. En cambio, el ABC remite a un aprendizaje elemental. Sin eliminar el gusto por escoger prioridades, la nueva ley quita hierro a las presunciones y a los prejuicios de nomenclatura, diluye el determinismo del origen y realza lo que somos en un sentido cultural: hijos del alfabeto.
viernes, 5 de noviembre de 2010
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