En peligro
Por Juan Villoro
Hace un año fue asesinada Regina Martínez, corresponsal de la revista Proceso en el estado de Veracruz. El crimen permanece impune a pesar de la detención de José Antonio Hernández Silva, a quien se le dictó una sentencia de 38 años de prisión. Todo indica que se trata de un culpable fabricado para resolver el caso. La única prueba en su contra es su propia declaración, recitada en el tono de quien lee un texto que no comprende del todo y posiblemente obtenida bajo tortura. Las huellas encontradas en la casa de Martínez no condujeron a otras pesquisas.
Más allá de la opacidad judicial, llama la atención que no se haya establecido la causa real del crimen. Cuando un periodista muere se busca silenciar su trabajo. Es posible, desde luego, que sea víctima de un delito del orden común, pero eso debe ser probado.
"No hay que cuidarse de los malos sino de los que parecen buenos", afirma el novelista sinaloense Élmer Mendoza. La frase es decisiva para entender la zona de peligro en la que se mueve el periodismo. Los capos del narcotráfico no se desvelan por lo que un reportero publique de ellos. En cambio, eso puede ser dañino para quienes les sirven de enlace y fachada. El éxito del comercio ilícito depende de su apariencia de legalidad. Los periodistas se vuelven especialmente incómodos en la frontera donde se lava el dinero y donde los mandos oficiales encubren el delito. En ese ámbito, pueden mostrar que la normalidad es impostada.
Felipe Calderón lanzó una estrategia marcadamente militar y desatendió otras claves del problema, como la investigación de las finanzas y de las complicidades gubernamentales. Esto aumentó el riesgo que enfrentan los medios. Detener capos y decomisar armas o drogas no brinda mayor seguridad a los periodistas. La amenaza fundamental proviene de quienes desean seguir operando con una conducta que parece legítima. Mientras no se combata el trasvase de lo ilegal en "legal", continuará el problema.
De acuerdo con Reporteros sin Fronteras somos el país más peligroso del continente para ejercer el oficio. Esta condición crítica ha sido ampliamente expuesta y no escapa a las autoridades. En julio de 2012, Laura Angelina Borbolla, titular de la Fiscalía Especializada en Delitos contra la Libertad de Expresión, dijo que, de diciembre de 2006 a esa fecha, 67 periodistas habían sido asesinados y al menos 14 estaban desaparecidos.
Buena parte de los crímenes se ha concentrado en el estado de Veracruz, donde también se promulgó la llamada Ley Duarte, que castiga hasta con cuatro años de cárcel y multas de 500 a mil días de salario mínimo a quien propague rumores no comprobados sobre hechos violentos. Esta ley contraviene no sólo la libertad de expresión sino el principio de supervivencia. Si hay una balacera, la única protección de la que dispone la población son los datos que circulan en la red.
En su texto "La resistencia cibernética", incluido en el libro Entre las cenizas, Vanessa Job muestra el tejido solidario con el que la comunidad digital se ha organizado para tener información sobre las víctimas o ponerse a salvo de hechos violentos. El escándalo suscitado por la Ley Duarte limitó su aplicación. Sin embargo, este despropósito jurídico que criminaliza a los informadores no se ha derogado.
El compromiso primordial del periodismo es la búsqueda de la verdad. El pasado domingo 28 marchamos en Xalapa para exigir una auténtica investigación del caso de Regina Martínez y defender la libertad de expresión en México y especialmente en Veracruz, donde se encuentra más amenazada.
En los meses que Peña Nieto lleva en el poder, el periodismo no ha dejado de ser un oficio de alto riesgo. Baste mencionar los atentados contra las oficinas del periódico El Siglo en Torreón, El Diario de Juárez, el Canal 44 en Chihuahua y Mural de Guadalajara.
En mi regreso a la Ciudad de México me detuve en Puebla a ver la espléndida exposición de caricaturas y crónicas sobre la intervención francesa curada por Rafael Barajas El Fisgón. La muestra lleva por título una frase de la carta que Victor Hugo escribió a favor de los republicanos de México y contra el imperio francés: ¡Valientes hombres de Puebla, resistan! Los materiales provienen de las colecciones de Carlos Monsiváis y parecen haber sido adquiridos con el guión que cristaliza en la museografía de El Fisgón. El caricaturista más representado es Constantino Escalante, excepcional precursor del cartón político en México, que padeció la cárcel y atestiguó la clausura de La Orquesta, publicación en la que, entre muchos otros, también colaboró Guillermo Prieto, autor de la única frase que ha salvado la vida a un presidente ("los valientes no asesinan") y de estribillos de la resistencia nacional como "somos independientes, viva la libertad".
Mientras los periodistas liberales que lucharon contra la opresión hace 150 años son apropiadamente expuestos en un museo, sus colegas de hoy se exponen a perder la vida.
Copyright © Grupo Reforma Servicio Informativo
Fecha de publicación: 3 May. 13
Por Juan Villoro
Hace un año fue asesinada Regina Martínez, corresponsal de la revista Proceso en el estado de Veracruz. El crimen permanece impune a pesar de la detención de José Antonio Hernández Silva, a quien se le dictó una sentencia de 38 años de prisión. Todo indica que se trata de un culpable fabricado para resolver el caso. La única prueba en su contra es su propia declaración, recitada en el tono de quien lee un texto que no comprende del todo y posiblemente obtenida bajo tortura. Las huellas encontradas en la casa de Martínez no condujeron a otras pesquisas.
Más allá de la opacidad judicial, llama la atención que no se haya establecido la causa real del crimen. Cuando un periodista muere se busca silenciar su trabajo. Es posible, desde luego, que sea víctima de un delito del orden común, pero eso debe ser probado.
"No hay que cuidarse de los malos sino de los que parecen buenos", afirma el novelista sinaloense Élmer Mendoza. La frase es decisiva para entender la zona de peligro en la que se mueve el periodismo. Los capos del narcotráfico no se desvelan por lo que un reportero publique de ellos. En cambio, eso puede ser dañino para quienes les sirven de enlace y fachada. El éxito del comercio ilícito depende de su apariencia de legalidad. Los periodistas se vuelven especialmente incómodos en la frontera donde se lava el dinero y donde los mandos oficiales encubren el delito. En ese ámbito, pueden mostrar que la normalidad es impostada.
Felipe Calderón lanzó una estrategia marcadamente militar y desatendió otras claves del problema, como la investigación de las finanzas y de las complicidades gubernamentales. Esto aumentó el riesgo que enfrentan los medios. Detener capos y decomisar armas o drogas no brinda mayor seguridad a los periodistas. La amenaza fundamental proviene de quienes desean seguir operando con una conducta que parece legítima. Mientras no se combata el trasvase de lo ilegal en "legal", continuará el problema.
De acuerdo con Reporteros sin Fronteras somos el país más peligroso del continente para ejercer el oficio. Esta condición crítica ha sido ampliamente expuesta y no escapa a las autoridades. En julio de 2012, Laura Angelina Borbolla, titular de la Fiscalía Especializada en Delitos contra la Libertad de Expresión, dijo que, de diciembre de 2006 a esa fecha, 67 periodistas habían sido asesinados y al menos 14 estaban desaparecidos.
Buena parte de los crímenes se ha concentrado en el estado de Veracruz, donde también se promulgó la llamada Ley Duarte, que castiga hasta con cuatro años de cárcel y multas de 500 a mil días de salario mínimo a quien propague rumores no comprobados sobre hechos violentos. Esta ley contraviene no sólo la libertad de expresión sino el principio de supervivencia. Si hay una balacera, la única protección de la que dispone la población son los datos que circulan en la red.
En su texto "La resistencia cibernética", incluido en el libro Entre las cenizas, Vanessa Job muestra el tejido solidario con el que la comunidad digital se ha organizado para tener información sobre las víctimas o ponerse a salvo de hechos violentos. El escándalo suscitado por la Ley Duarte limitó su aplicación. Sin embargo, este despropósito jurídico que criminaliza a los informadores no se ha derogado.
El compromiso primordial del periodismo es la búsqueda de la verdad. El pasado domingo 28 marchamos en Xalapa para exigir una auténtica investigación del caso de Regina Martínez y defender la libertad de expresión en México y especialmente en Veracruz, donde se encuentra más amenazada.
En los meses que Peña Nieto lleva en el poder, el periodismo no ha dejado de ser un oficio de alto riesgo. Baste mencionar los atentados contra las oficinas del periódico El Siglo en Torreón, El Diario de Juárez, el Canal 44 en Chihuahua y Mural de Guadalajara.
En mi regreso a la Ciudad de México me detuve en Puebla a ver la espléndida exposición de caricaturas y crónicas sobre la intervención francesa curada por Rafael Barajas El Fisgón. La muestra lleva por título una frase de la carta que Victor Hugo escribió a favor de los republicanos de México y contra el imperio francés: ¡Valientes hombres de Puebla, resistan! Los materiales provienen de las colecciones de Carlos Monsiváis y parecen haber sido adquiridos con el guión que cristaliza en la museografía de El Fisgón. El caricaturista más representado es Constantino Escalante, excepcional precursor del cartón político en México, que padeció la cárcel y atestiguó la clausura de La Orquesta, publicación en la que, entre muchos otros, también colaboró Guillermo Prieto, autor de la única frase que ha salvado la vida a un presidente ("los valientes no asesinan") y de estribillos de la resistencia nacional como "somos independientes, viva la libertad".
Mientras los periodistas liberales que lucharon contra la opresión hace 150 años son apropiadamente expuestos en un museo, sus colegas de hoy se exponen a perder la vida.
Copyright © Grupo Reforma Servicio Informativo
Fecha de publicación: 3 May. 13
La
vuelta en U
Por Juan Villoro
En los años difíciles en que sobrevivía escribiendo
guiones y bebía demasiadas tazas de café para cumplir su trabajo extra como
novelista, García Márquez le prometió a sus hijos que un señor vestido de negro
llamaría a la puerta para entregarle un maletín lleno de billetes.
La historia mitigaba la angustia económica de una
familia que vivía en el México de los años sesenta, donde los negocios
colocaban un letrero de inspiración kafkiana: "Hoy no fío, mañana
sí".
Poco después, el escritor colombiano conocería los
malentendidos de la celebridad. Aunque nunca olvidó su origen como uno de los
11 hijos del telegrafista de Aracataca, en su calidad de autor famoso frecuentó
a mandatarios no siempre presentables. Al verlo en actos de Estado costaba
trabajo recordar al autor que deseaba que le cambiaran un filete por un cuento.
Los autores de culto circulan mal pero cuentan con
adalides que los defienden. En cambio, los autores muy leídos están tan
expuestos que no parece necesario estudiarlos más a fondo.
Juan José Saer, novelista de poética densidad, dio
la espalda al éxito; no fue un militante del fracaso, pero descreía de la
popularidad. En un apunte de sus Papeles de trabajo hace una lista de
"falsos buenos escritores", todos ellos muy leídos: Tabucchi, Saramago,
Paul Auster, Nabokov, Graham Greene. En otro pasaje arremete contra el
tropicalismo sin sol genuino de García Márquez. Saer entiende la aceptación
como un debilitamiento estético, por más que esto a veces sea muy azaroso.
Nabokov padeció la marginalidad del exiliado, pero a la postre Lolita le otorgó
la improbable condición de best-seller.
Una tensión enfrenta al juicio popular con la mirada
experta. Shakespeare y Cervantes contaron con públicos agradecidos, pero no
eran los favoritos del parnaso local. Como ha dicho Andrés Trapiello, si el
Premio Cervantes hubiera existido en tiempos del Quijote, se lo habrían dado a
Lope de Vega. En su día, Shakespeare y Cervantes fueron más disfrutados que
analizados y tardaron en ser vistos como clásicos.
Saer desconfiaba del escritor que no desconcierta a
su época en la misma medida en que Vázquez Montalbán desconfiaba del escritor
que no conecta con ella. En 2001 coincidimos como jurados del Premio Salambó.
El autor de Galíndez defendía al excelente Javier Cercas, que ya había recibido
dos premios por Soldados de Salamina. Argumenté que una distinción concedida
por escritores debía celebrar un libro que no hubiera recibido tanta atención
(Vila-Matas, Martínez de Pisón y yo defendíamos El viaje, de Sergio Pitol). No
se trataba de decir quién era "mejor", noción absurda en el arte,
sino de encender una lámpara para que la gente se asomara a una ventana
diferente. Vázquez Montalbán respondió: "Sois como un amigo mío; cuando se
publicó Cien años de soledad le encantó; cuando supo que le gustaba a millones
de lectores, se arrepintió de que le gustara. No ha habido una gran obra que no
haya sido popular". Esta defensa de la sociedad civil como tribunal
estético nos llevó a una polémica que se prolongó por horas y que finalmente
perdimos.
Los primeros libros de García Márquez fueron los de
un autor reacio a la aceptación. A partir de Cien años de soledad, proliferaron
las tiendas que querían llamarse Macondo.
Una escena divide esos momentos. García Márquez
salió de vacaciones a Acapulco en compañía de su familia. De pronto, a media
carretera, encontró el tono de su novela. Dio la vuelta en U más famosa de la
historia literaria, decepcionando a los hijos que ya sentían el vaivén de las
olas, y se hundió en la narrativa de Cien años de soledad.
García Márquez ha dicho que el tono que descubrió
era el de su abuela. La vuelta en U significaba un regreso al origen, a la
mujer con la que había crecido y que explicaba lo habitual con claves fabulosas
(según ella, cada vez que llegaba el electricista la casa se llenaba de
mariposas amarillas). Pero esa vuelta también fue un retorno al periodista que
García Márquez había sido en sus tiempos costeños, cuando cubría la vida
cotidiana como si fuera una leyenda. A los 21 años había escrito: "Nos
dijeron que antes, cuando la madrugada era verdad, se escuchaba en el patio el
rumor que dejaba el azúcar cuando subía a las naranjas".
El tono de la abuela ya determinaba las columnas
escritas en Cartagena y Barranquilla a fines de los años cuarenta, donde lo
cotidiano recibía explicación mítica: "Y ahí estaba la vaca, seria,
filosófica, inmóvil, como la simbólica estatua de un ministro
plenipotenciario".
Más allá de la reputación de un autor, leer su obra
exige dar una vuelta en U hacia su voz primaria, ajena a la repercusión
posterior. En García Márquez esa voz es la del cronista que pone a prueba lo
real para confirmar su existencia.
Cuentan que cuando finalmente tuvo dinero, contrató
a un señor vestido de negro para que le entregara un maletín lleno de billetes.
La fortuna no pertenecía a la realidad sino a una ficción, lo cual no significa
que fuera falsa: lo incomprobable es una verdad lenta, que aguarda ser
demostrada.
Copyright © Grupo Reforma Servicio Informativo
Fecha de publicación: 26 Abr. 13
Tierra de zombis
Por Juan Villoro
El gobierno
panista murió intestado. No se sabe cuál será su herencia ni quién será el
beneficiario. Miles de militantes han huido de sus filas. Quienes impulsaron la
alternancia desaparecieron hacia sus ranchos o sus empresas, y acaso buscan
consuelo en los ejercicios espirituales de Atotonilco o en alguna estudiantina.
Incapaz de
formar mandos medios, el PAN no renovó expectativas ni anunció futuros
liderazgos. Presentó homogéneos funcionarios con aspecto de sacristanes a los
que el gel no conseguía modernizar.
La izquierda
institucional se ha desdibujado de otro modo. Miguel Ángel Mancera gobierna el
Distrito Federal con el sincero ánimo de no ser Marcelo Ebrard. Aunque podía
suponerse, desde un principio, que se trataba de otra persona, el antiguo jefe
de la seguridad capitalina desea subrayar que no es un clon ni un cachorro de
su antecesor. Gracias a ello, ha logrado que pensemos mucho en Ebrard.
Cuesta
trabajo saber si el Gobierno del DF es de izquierda, de derecha o de plástico.
Su primer gran acto cultural en el Zócalo fue un concierto del elástico
Chayanne. La actual administración baila por un sueño sin ideología y permite
que se construyan edificios dignos de Kuala Lumpur. La especulación
inmobiliaria no se ha sometido a plebiscito. En cambio, la voluntad popular se
toma en cuenta para repartir parquímetros (algo que no debería ser una facultad
discrecional de los vecinos, sino una estrategia orgánica para aliviar el
tráfico y la abusiva usurpación de espacios públicos).
Todo indica
que el PRD se siente cómodo con lo que tiene. La caída del PAN lo dejó en
segundo puesto y no hay entusiasmo por que nuevos grupos se afilien al partido.
Si el PAN está en desbandada, el PRD se relaja en un spa donde los saunas ya
están ocupados y no hay toallas para nuevos socios.
¿Qué pasaría
si los chinos descubrieran el turismo en masa? La hotelería mundial se
colapsaría. Es posible que después de estudiar a la República Popular China, la
izquierda burocrática mexicana haya llegado a la conclusión de que recibir nuevos
miembros equivale a permitir que los chinos se instalen en todas partes. Lo
cierto es que no muestra deseos de crecimiento ni promueve la afiliación.
La otra
izquierda, Morena, hace ruido en diversos rincones del país en una especie de
gira de la onda grupera, donde el ánimo es encomiable, entre otras cosas porque
resulta muy superior a la posibilidad de gobernar.
Peña Nieto
tiene opositores desteñidos y el Pacto por México hace que la discrepancia
pueda ser vista como traición. Puesto que no se trata de un programa detallado,
discutido para lograr consensos, es fácil disentir en asuntos puntuales. Pero
hay dos problemas para ello. El primero, ya señalado, es que la crítica rompe
la "unidad"; el segundo, mucho más grave, es que no parece haber
otras ideas.
La
adormecida oposición contrasta con un gobierno muy dinámico para representar
sus funciones. Cada día se lanza una iniciativa y se le baja de volumen al tema
de la violencia. Amantes del barroco, los mexicanos disfrutamos las
declaraciones, los signos, las imágenes, el anuncio de reformas. En medio de
ese vértigo de pronto alguien pregunta: "¿dónde está la realidad?".
Los asesinatos no han disminuido, la reforma educativa no ha entrado en vigor,
y en Guerrero y Oaxaca hay brotes antirreformistas. La detención de Elba Esther
Gordillo será un caso selectivo si no se desmonta el aparato entero que la hizo
posible y si no se procede del mismo modo en otros sindicatos. Estamos en la
coyuntura en que el dicho aún no se convierte en hecho. Ese tránsito rara vez
se precipita en México; la solución típica consiste en alargar los dichos para
que parezca que ya hubo hechos.
En la
tradición priista, la retórica ha sido la parte más profunda de la realidad.
Sus actuales gestos son alentadores, pero también lo fueron en otros tiempos
(los de la "apertura democrática", la "administración de la
abundancia" o la "renovación moral").
¿El PRI se
renovó o regresó como un muerto viviente? A diferencia de los zombis de las
leyendas haitianas o las películas de serie B, los priistas carecen de palidez
de ultratumba. Su vitalidad exterior es evidente. Está por verse si también sus
proyectos pertenecen al mundo de los vivos o si se trata de demagogia surgida
de ese territorio tan similar a la vida eterna, la burocracia.
A propósito
de la designación del Papa Francisco, Peña Nieto hizo una declaración fría y
rutinaria: ofreció al pontífice apoyo institucional. ¿Qué significa esa forma
del respaldo? No es una expresión espiritual o afectuosa; ni siquiera es una
expresión política. Quien así se expresa confunde el alma con un trámite.
El PRI
domina el discurso y la representación de los sucesos. El Pacto por México ha
restaurado el liderazgo, pero impide desacuerdos que podrían ser
enriquecedores. ¿Regresan los tiempos de esplendor institucional en que la
modernidad se inauguraba con palabras y la pobreza se combatía con decretos?
Copyright © Grupo Reforma Servicio Informativo
Fecha de publicación: 19 Abr. 13
La
vida privada de un puntapié
Por Juan Villoro
Cuando
alguien se volvía a casar, el doctor Johnson decía que se trataba de un
"triunfo de la esperanza sobre la experiencia".
Numerosas
actividades dependen de la fe o la ilusión. Cada vez que un estadio se llena
para apoyar a la selección mexicana, confiamos más en la esperanza que en la
experiencia. El fenómeno rebasa el marco de la crónica deportiva. ¿Qué explica
que una multitud se desentienda de la realidad y aspire a algo que no respalda
la evidencia? Las causas de esta conducta animan el difuso y socorrido
territorio de la teología popular.
Esto viene a
cuento porque el miércoles pasado presenciamos un suceso colectivo
inexplicable. El Paris Saint-Germain ofreció un partido impecable en el Camp
Nou; dominó al Barcelona, sometió al portero a un intenso tiroteo y se puso al
frente 0-1. El club blaugrana tenía el balón pero hacía jugadas inocuas.
La
explicación del extravío estaba en el banquillo. Lionel Messi contaba los
minutos para recuperarse de una lesión. Los médicos, de por sí conjeturales, no
habían dado al paciente de alta, pero dejaron abierta la posibilidad de que
jugara "bajo su propio riesgo".
Esto se
volvió urgente porque el partido se parecía a una frase de Ernest Hemingway:
"París no se acaba nunca". El entrenador del PSG, Carlo Angeloti,
dominaba la estrategia. Tito Vilanova, endeble en las eliminatorias directas,
no disponía de ningún remedio táctico; agotadas las ideas, sólo podía confiar
en las supersticiones: decidió que el lisiado entrara al campo.
A partir del
minuto 16 del segundo tiempo, la cultura de masas contempló un espectáculo
esotérico, un radical triunfo de la esperanza sobre la experiencia. Los
gladiadores del Paris Sant-Germain sintieron una extraña comezón en sus
tatuajes, suspendieron sus vertiginosas diagonales y dejaron de entenderse.
¿Cómo explicar la repentina Babel en que se convirtió esa transnacional del
futbol patrocinada por un señor de Qatar? Y algo aún más raro: ¿cómo entender
que los sonámbulos del Barcelona despertaran de pronto con ganas de desayunar?
David Villa
explicaría la transfiguración con las escuetas palabras de los futbolistas:
"Messi lo cambió todo". En efecto, eso pasó. Lo peculiar es que al
pisar el césped, el mejor jugador del mundo era un herido con una pierna que no
le obedecía o sólo le obedecía para dolerle.
Sabemos que
el rosarino no es proclive a la introspección y hay quien asegura que desconoce
la vida interior. Los asuntos del espíritu no son lo suyo. Sin embargo, jugó en
calidad de mero espíritu o de lo que un espíritu hace cuando lleva botines. Una
jugada suya propició el empate que bastaba para pasar a la semifinal de la
Champions. No anotó el tanto ni dio el pase de gol; hizo lo que nadie había
hecho hasta ese momento: con un puntapié de alta escuela, mandó el balón hacia
donde el peligro era posible. Después, caminó adolorido, escupió sobre la
hierba, retuvo la pelota, soportó alguna falta. Lo asombroso estaba en
derredor. El breve martirio del número 10 hizo que todos fueran diferentes.
El
dramaturgo brasileño Nelson Rodrigues afirmaba que en el futbol hasta los
fantasmas tienen obligaciones. El Santos se beneficiará siempre del espectro de
Pelé.
En la más
extraña de sus noches, Messi atestiguó su propia posteridad. No entró a la
cancha, apareció ahí. No hay claves racionales para descifrar el desplome de
los otros y la recuperada entereza de los suyos (y si las hay, suenan a recetas
de autoayuda o, peor aún, a declaraciones de futbolistas: "Leo nos motivó
con su esfuerzo").
El
sortilegio fue extraño incluso para el protagonista. Messi hizo lo suyo; una
pierna le duele; se verá obligado a prescindir del siguiente partido. Estas
simplezas sustentan la fabulosa conversión espiritual ocurrida en el Camp Nou.
La interpretación del fenómeno es inagotable e incluye opciones para los
numerólogos (el partido se jugó en 10 de abril, de modo que debía ser decidido
por alguien con el número que también Pelé y Maradona llevaron en la camiseta;
además, los números del mes -4- y del año -2013- suman 10).
En el
Mundial de 2010 el único orácu- lo confiable para adivinar resultados fue un
pulpo alemán que posaba sus tentáculos sobre el posible ganador. El futuro es
tan impredecible que lo conoce un pulpo. Más extraño no poder explicar las
causas de lo que vemos.
Messi altera
al público, a los contrarios, a sus compañeros e incluso a los árbitros, que
creen que puede continuar las jugadas en el suelo. Hipnotizados por sus lances,
se olvidan de pitar.
Ramon Besa
escribió en El País que algún día Messi ganará partidos convertido en figura de
cartón. Su nombre ya se confunde con el destino.
Cuando
filtró el balón al área del PSG, mostró lo más raro que puede ocurrir en el
deporte. Esa jugada sólo en parte era un acto físico: la vida interior del
partido había cambiado.
Copyright © Grupo Reforma Servicio Informativo
Estela
de Paz
Por
Juan Villoro
Una forma
infalible de medir la vitalidad de una ciudad consiste en saber si dispone de
un sitio para que la gente se reúna espontáneamente a celebrar. En el DF, la
rotonda del festejo es el Ángel de la Independencia. Quizá hubiera sido más
práctico elegir el Monumento a la Revolución, que dispone de una plaza, pero el
capricho colectivo prefirió que la victoria fuera alada.
Lo más
importante del espacio público no es el uso para el que fue previsto, sino el
que la gente le confiere. Por ello, el Movimiento por la Paz con Justicia y
Dignidad ha pedido que se le dé otro sentido a la agraviante Estela de Luz.
Desde su
origen, el monumento desafió a la razón y a la ciudadanía. El gobierno de
Felipe Calderón convocó a un concurso para construir un arco conmemorativo del
Bicentenario de la Independencia, pero el jurado premió una torre; la
construcción estuvo manchada por escándalos de corrupción; el arquitecto
ganador se deslindó del proyecto, y la inauguración se realizó meses después de
la fecha prevista. Si las estelas mayas mostraban el linaje de los gobernantes
para legitimar el poder, la Estela de Luz llegó como la prueba en piedra de un
gobierno inoperante.
Nada más
lógico que la gente se apropiara de ese espacio. Símbolo del ultraje, la Estela
se transformó en sitio de reunión para la protesta. Si el monumento al
centenario de la Independencia sirve para la fiesta, el del bicentenario sirve
para la crítica y el duelo.
No es la
primera vez que un inmueble resignifica sus funciones. El cuartel de la
Ciudadela, sede de la "decena trágica", es ahora la Ciudad de los
Libros, y la antigua Cárcel de Lecumberri, bastión de los presos políticos,
alberga el Archivo General de la Nación.
La Estela de
Luz representó un derroche; darle otro uso sería un ahorro. Como la Ciudadela o
Lecumberri, puede convertirse en un espacio activo para la memoria. No existe
una base de datos confiable de las víctimas de la guerra contra el
narcotráfico. Durante seis años, cerca de 80 mil personas perdieron la vida y
otras 30 mil desaparecieron sin que se conocieran sus destinos. Hasta ahora no
son sino un hueco, una ausencia que lastima pero carece de definición. Crear un
memorial no se reduce a rebautizar un edificio o convertirlo en talismán, sino
a crear un espacio de documentación, una relatoría del pasado.
En la Estela
de Luz se encuentra el Centro de Cultura Digital, que se presta a la perfección
para los trabajos de acopio y proyección de la memoria. Reconvertir el sitio en
Estela de Paz no es un proyecto museográfico: la memoria sólo sirve como algo
actual, sujeto a una revisión que permita modificar el presente y decidir otro
futuro.
Obviamente,
esta iniciativa no acabaría con la violencia. Los asesinatos continúan y urge
una mejor política de seguridad. Pero también los símbolos participan en la
contienda. Si no se honra a las víctimas, es más fácil que existan.
La categoría
de "víctima" es moralmente compleja. Se trata de un muerto inocente.
¿Cómo probar esa inocencia? ¿Es necesario que se conozca a su verdugo para
saber de quién es víctima? Esta decisiva discusión ética sólo puede prosperar
si hay datos concretos acerca de los muertos y la forma en que fueron
ultimados.
La
construcción de una memoria colectiva en torno a la violencia también atañe a
otros casos pendientes, como la Guerra Sucia de los años setenta, los
feminicidios de Ciudad Juárez, la matanza de Tlatelolco o los periodistas
asesinados, que convierten a México en el país de mayor riesgo para ejercer el
oficio.
El Centro de
Cultura Digital nació con vocación interdisciplinaria para transformar la
Estela en un lienzo o una página que recibe diseños y mensajes eléctricos. ¿Qué
debe escribir la luz en esas piedras? Hace poco fuimos testigos de una inocente
iniciativa que permitió a expresivos ciudadanos construir frases del tipo
"I love tlacoyos". Aunque esos lemas no producen daños irreversibles,
sólo son memorables como exceso de frivolidad.
Transformar
el fallido monumento en Estela de Paz permitiría la producción de narrativas,
poemas y trazos luminosos en torno a un tema capital de nuestra hora: ¿cómo
combatir la violencia desde la cultura?
Tan
importante como disponer de un espacio urbano para el festejo es disponer de un
memorial para lo que se perdió en forma innecesaria.
El
Movimiento por la Paz ha lanzado una campaña para la creación de la Estela de
Paz. Cuando se recojan las primeras 100 mil firmas, la propuesta será llevada
al presidente Enrique Peña Nieto. La causa puede ser apoyada en
www.change.org/esteladepaz En "El lenguaje de las piedras", célebre
texto sobre la estatuaria mexicana, escribió Jorge Ibargüengoitia: "Es
probable que en el futuro ya ni siquiera haya monumentos, sino que los
edificios van a ser tan expresivos, que bastará con verlos para darse cuenta de
las aspiraciones de un pueblo".
En lo que
llega ese deseable porvenir, podemos transformar un monumento sin sentido en un
espacio destinado a la vida que sólo concede la memoria.
Copyright ©
Grupo Reforma Servicio Informativo
Para
subir al cielo
Por Juan Villoro
Como
ejercicio espiritual de Semana Santa revisemos dos formas latinoamericanas de
ganarse el cielo. Venezuela escenifica la beatificación de Hugo Chávez mientras
el Papa argentino busca parecerse al prójimo.
El primer
ídolo de Chávez se apellidaba Chávez, no por narcisismo sino por casualidad.
Néstor Isaías El Látigo Chávez, promesa del beisbol, murió en un accidente
aéreo. Hugo era adolescente cuando su héroe cayó del cielo. Años después
visitaría su tumba para pedirle perdón por tener otros ídolos, Fidel Castro y
el Che Guevara. No mencionó a Bolívar porque esa deidad los amparaba a ambos.
Antonio
Guzmán Blanco, presidente de Venezuela en tres periodos del siglo XIX, inició
lo que el historiador Luis Castro Leiva ha llamado "teología
bolivariana", la conversión del Libertador en un profeta que trabaja horas
extras en el más allá y cuyos deseos deben ser interpretados por el gobernante
en turno.
En su libro
Redentores, Enrique Krauze apunta dos características esenciales para entender
la divinización de Bolívar. La Iglesia Católica ha tenido en Venezuela menos
presencia que en Perú, México o Ecuador -el héroe cívico no tiene que competir
con figuras como la Virgen de Guadalupe-, pero tampoco hay próceres que
compitan con él: "La piedad cívica de Venezuela tuvo la particularidad de
ser monoteísta, es decir, de centrarse en la vida y milagros de un solo hombre
deificado: Simón Bolívar", escribe Krauze.
Simpático,
elocuente, capaz de conectar con los millones de olvidados de la historia
venezolana, Chávez combinó la retórica del predicador evangélico, el caudillo
populista y el locutor deportivo. Mandó hacer estatuas de Bolívar con el brazo
izquierdo en alto y le reservó una silla en reuniones decisivas; convirtió las
camisas rojas en uniforme de su cruzada y al programa Aló, presidente en
confesionario de la patria. Dios y el diablo formaron parte de su teodicea. A
propósito de Bush dijo: "huele a azufre", y lloró ante los huesos de
Bolívar, conmovido por la divinidad de la reliquia.
Se puede
discutir su rango de estadista pero no su popularidad. La grey acompañó al
mesías. Su dispendiosa administración se alimentó de petróleo mientras él se
alimentaba de café (por recomendación médica pasó de 26 a 16 tazas diarias).
Finalmente, la enfermedad lo hizo mártir. El novelista venezolano Alberto
Barrera Tyszka define así el desenlace del caudillo: "A Hugo Chávez
siempre le faltó una épica. Su condición de militar y su verbo encendido, su
ambición y su retórica, siempre echaban chispas un poco más arriba de su propia
vida. No vino de la guerra. No tumbó a un dictador. Ni su intento de tomar el
poder, ni el golpe en su contra en 2002, tuvieron la envergadura suficiente
para crearle una gesta histórica... Cuando empezaba a hablar desde la
eternidad, llegó el cáncer. Tal vez entonces encontró su verdadera épica.
Sacrificó su propia salud para ganar unas elecciones. Se inmoló en las batallas
del quirófano, en la íntima y humilde tragedia de las jeringas, para lograr que
su proyecto sobreviviera".
Su sucesor,
Nicolás Maduro, anunció que Chávez aprovechó la muerte para asesorar a Dios y
hacer que el nuevo Papa fuera argentino.
Si las
señales chavistas apuntan al cielo, las del Papa Francisco apuntan a la tierra.
En esta curiosa inversión de símbolos, el sumo pontífice se despoja de adornos
y talismanes. Los escándalos por abusos sexuales, las filtraciones de los
Vatileaks y el rechazo de crédito a la banca vaticana hicieron que la barca de
San Pedro zozobrara. Jorge Mario Bergoglio llegó con un remedio: la sencillez
como milagro. Si su antecesor tuvo el gesto mundano de jubilarse, él se
arriesgó a ser más normal. Viaja en transporte público, se prepara la comida,
rechaza dormir en un palacio y apoya al San Lorenzo de Almagro.
La imagen de
la Iglesia estaba tan deteriorada que esta prédica de humildad llegó con la
fuerza de lo insólito. El sentido común parece un atributo del Espíritu Santo.
El Papa Francisco maneja los signos del modo opuesto a Chávez. No construye un
discurso de divinización; desmonta excesos gestuales. Así logra otra
mixtificación: su llaneza semeja una elevada originalidad. Esto recuerda al
protagonista de la novela Desde el jardín, de Jerzy Kosinski. Chance ha vivido
encerrado en una casa donde ve televisión y cuida un jardín. Todo lo que dice
es normal, pues proviene de programas televisivos y de su trato con las
plantas, pero se interpreta en clave trascendente. Si comenta: "En un
jardín las plantas florecen, pero primero deben marchitarse", eso se
entiende como una perla de sabiduría aplicable a las finanzas. Por esa vía,
Chance se convierte en presidente de Estados Unidos.
"No hay
un puesto libre en todo el cielo", escribió el poeta chileno Vicente
Huidobro. De manera distinta, Hugo Chávez y el Papa Francisco buscan una
vacante.
Copyright © Grupo Reforma Servicio Informativo
Fecha de publicación: 29 Mar. 13
Nuestras
momias
Por Juan Villoro
La noticia
de que Hugo Chávez será embalsamado obliga a pensar en el peculiar trato que
los mexicanos hemos dado a los restos de los héroes.
Hace poco se
descubrió que en la caravana de reliquias que Felipe Calderón hizo desfilar por
el país con motivo del Bicentenario de la Independencia no todos los huesos
eran de mártires de la patria, pues había algunos de venado. Que los héroes
fueran recordados con ese osario portátil ya era grotesco. Lo del venado lo
volvió ridículo.
El 4 de
febrero de 2011 el escritor venezolano Ibsen Martínez recordó en la prensa de
su país la tradición latinoamericana de honrar próceres de ultratumba. Al
respecto, mencionó el caso de Álvaro Obregón y su brazo perdido. Como al
destino le gustan las simetrías, ahora la muerte de Hugo Chávez y su destino
como momia permiten recordar el del general mexicano asesinado en 1928.
Pocas cosas
me impresionaron tanto de niño como la visita al monumento a Obregón en San
Ángel. El edificio fue concebido como un símbolo de la contundencia, un dogma
del concreto, un triunfo del rectángulo en un horizonte sin geometría.
Jorge
Ibargüengoitia señaló que la estatuaria mexicana no sólo es horrenda sino
confusa. De pronto un monolito se alza sin otra explicación evidente que
consagrar... ¡al monolito! Algo parecido sucedía con el mausoleo que albergaba
el brazo del caudillo sonorense.
Recuerdo la
oscuridad de aquella cripta revolucionaria y la vitrina que mostraba un brazo
apergaminado, suspendido en la densidad del formol. Esa delirante atracción
cívica fue comisionada en 1934 por el presidente Abelardo Rodríguez e
inaugurada un año después por Lázaro Cárdenas. Lo curioso es que el brazo se
había separado del cuerpo histórico de Obregón desde 1915, 13 años antes de su
muerte. Dio tumbos de un lugar a otro (cuentan que durante un tiempo incluso
estuvo en un prostíbulo favorecido por la clase política) hasta que Aarón
Sáenz, secretario de Relaciones Exteriores con Plutarco Elías Calles, tuvo la
iniciativa de mostrarlo en público.
No creo que
la exhibición de esa lastimada extremidad haya servido para fomentar otra cosa
que el espanto. Suena improbable que despertara el afán de arrepentimiento que
provocaba la Mujer Tortuga de las ferias o las iluminaciones que se atribuyen a
los clavos de Cristo. No sé de nadie que al ver el brazo amarillo haya
descubierto su vocación política, su amor a la patria o su fe institucional.
El
despropósito estuvo a disposición de la ciudadanía hasta 1989, cuando Carlos
Salinas de Gortari resolvió que el brazo se incinerara para unirse con los
restos del general en Huatabampo.
Nuestra
historia es pasto de confusiones. A Obregón le decían "El manco de
Celaya" pero perdió el brazo en Santa Ana del Conde. Lo más absurdo es que
se le "honró" de un modo que él hubiera repudiado. Vivió la pérdida
del brazo como una tragedia y trató de suicidarse; se disparó en la sien pero
la pistola no tenía bala en la recámara. El militar Jesús Garza impidió que
volviera a jalar del gatillo (cosa curiosa, Garza se suicidó poco después).
Superado el trauma, Obregón lo convirtió en comedia. Cuando le preguntaron si
aún supuraba su herida, contestó: "¡Su pura madre!".
En 1919 le
contó a Blasco Ibáñez cómo habían encontrado su brazo en el campo de batalla.
Uno de sus ayudantes lanzó al aire una moneda de oro: "Inmediatamente
salió del suelo una especie de pájaro de cinco alas. Era mi mano, que al sentir
la vecindad de una moneda de oro, abandonaba su escondite para agarrarla con un
impulso arrollador".
El general
no apreciaba la lectura y su desmesurado libro Ocho mil kilómetros de campaña
demuestra que tampoco concedía importancia a la escritura. Cuando su ministro
de cultura José Vasconcelos emprendió su colección de clásicos, le pidió que
publicara a un amigo suyo. El autor de Ulises criollo explicó que la serie sólo
acogía a autores póstumos. "Por eso no hay problema: ahorita lo mando
fusilar", bromeó el caudillo.
El escritor
con que se llevó mejor fue Valle-Inclán, por ser manco. Se divertían en el
teatro y en los toros, aplaudiendo entre los dos, don Ramón con la mano derecha
y él con la izquierda.
Cuando
alguien le preguntó por qué usaba el reloj en el muñón derecho y no en su brazo
bueno, Obregón respondió: "¿Y quién le va a dar cuerda?, ¿tu chingada
madre?".
El general
que hacía chistes fue ultimado por un asesino que llegó al banquete en La
Bombilla en calidad de caricaturista. En El atentado, de Ibargüengoitia, las
últimas palabras del prócer son un antojo: "Tráigame unos
frijolitos".
La historia
oficial tiene otro tono. Ahí la picaresca adquiere apariencia de solemnidad,
hasta que se descubre que los restos no son de insurgente sino de venado, y lo
que se había promovido como gesta regresa al suelo común de la farsa.
La
caricatura que León Toral no llegó a dibujar el día del asesinato se representó
en piedra en el mausoleo al brazo de Obregón. Después de 54 años de fomentar el
morbo, el edificio quedó como un ataúd vacío, un monumento a la revolución
institucional.
Copyright © Grupo
Reforma Servicio Informativo
Fecha de publicación: 15 Mar. 13
En zig-zag
Por Juan Villoro
Beppe
Grillo, candidato italiano antisistema, ha puesto en práctica una comunicación
paradójica. Mientras menos entrevistas televisivas ofrece, más se habla de él
en las pantallas. De acuerdo con Umberto Eco, este éxito a contrapelo se debe a
que "la comunicación no se desplaza de manera directa, sino como las bolas
del billar". Las ideas deben "rebotar" en otro sitio para ganar
fuerza.
En la lógica
de las redes sociales, la epidemia informativa no depende de lo que se tuitea,
sino de lo que se retuitea. Importa poco el número de "seguidores"
que tenga una persona; lo decisivo son los divulgadores que lo convierten en
trending topic. La autoridad de la voz ya no se basa en quienes escuchan sino
en quienes reaccionan.
En los años
ochenta del siglo pasado, Eco estudió la original campaña publicitaria de
Benetton. Las calles del mundo se llenaron de provocadoras imágenes del
fotógrafo Olivierio Toscani. Un enfermo de sida, un bebé recién salido del
vientre materno y una monja que daba un beso eran los improbables
"modelos" de la empresa. ¿Contribuía eso a vender suéteres de
estambre? No de manera directa. El sentido de la campaña era crear polémica. La
gente no mencionaba los colores de Benetton, pero hablaba de la compañía.
Es difícil
saber si aquel caso de comunicación indirecta está en la mente de Beppe Grillo.
Lo cierto es que utiliza la opinión como un juego de pinball, una ruta en
zig-zag que va de YouTube a Twitter y a Facebook.
Estas
renovadoras variantes de la discusión política ya enfrentan algunos límites. El
chat genera asambleas en red que sugieren una Atenas virtual, pero sólo opera
en grupos limitados (una tertulia de 120 millones sería demasiado similar a
nuestro país). Por otra parte, en México la conectividad es del 24 al 27%, de
modo que los cibernautas integran una élite (Eco habla de la "aristocracia
de los blogueros", líderes de una opinión minoritaria).
¿Los
recursos digitales aumentarán la participación política? El movimiento
#YoSoy132 trajo un singular viraje informativo. No cambió el desenlace de la
contienda, pero sí su percepción. Como los estudiantes del mayo francés, el
movimiento sabía lo que no quería (el regreso del PRI, la telecracia, la guerra
contra el narcotráfico), pero no alcanzó a saber lo que sí quería.
El principal
rito de paso de #YoSoy132 consistió en mostrarse en las calles. Luego de
desatar una atractiva marea virtual, los jóvenes entraron al territorio de los
partidos y los sindicatos, espacio que en México depende menos de la suma de
voluntades individuales que de la gestión corporativa de autobuses para el
acarreo.
Tanto el
Mago de Oz como la "voz del pueblo" se debilitarían al tener un
rostro. Los mitos y los fantasmas decepcionan al cobrar identidad. Cuando
Kenzaburo Oé escuchó por radio el discurso de rendición de Hirohito, se
sorprendió de que el emperador tuviera voz humana. Nixon estaba bien preparado
para el debate con Kennedy pero las cámaras le descubrieron dos defectos
desagradablemente reales: estaba mal afeitado y sudaba mucho.
Los
encuestadores estiman que conocer las necesidades y las ilusiones de la gente
revela su intención de voto. Sin embargo, las estadísticas pueden ser una
matemática del engaño. Eco lo resume de este modo: si en una isla hay dos
personas, una de ellas come dos pollos y la otra ninguno, estadísticamente en
la isla cada persona come un pollo.
A diferencia
de los sondeos, las redes sociales atraen por su circulación instantánea e
ilimitada, pero también por algo menos comentado y acaso más significativo: su
indefinición. Son la nueva variante del rumor, insuperable forma de conocer el
mundo. La incertidumbre respecto a sus fuentes realza su poderío espectral.
Los efectos
virales de la red dependen de su indiscriminada dispersión. De los
globalifóbicos de Porto Alegre a la primavera árabe, pasando por la ascensión
de Beppe Grillo, presenciamos un escenario donde lo decisivo no es una noticia
sino las réplicas que provoca.
Otros
discursos optan por lo arcaico. Uno de los errores de los comunicadores de la
televisión es que no se ven como intermediarios entre expertos, actores
públicos y ciudadanos, sino que creen ser el contenido de la información.
Fanáticos de los mensajes "directos", usan la cámara para hablar
"cara a cara" con el espectador. Pero al editorializar la información
como algo ya digerido, impiden el juego de billar, el rebote para que otro
participe.
En La Masía,
la escuela de futbol del Barcelona, se enseña a jugar al "tercer
pase". Para tejer un avance, no hay que pensar sólo en la persona que
recibirá el envío sino en las posibilidades que tiene de mandarlo a otra persona.
Una perfecta alegoría de las nuevas formas de comunicación.
Beppe Grillo
se presentó como la voz de la conciencia italiana. En el inédito escenario de
las redes y la comunicación indirecta, ha logrado que sean otros los que lleven
su mensaje.
En la novela
epistolar del siglo XXI, el protagonista no es el que escribe la carta ni el
que la recibe, sino el cartero.
Copyright ©
Grupo Reforma Servicio Informativo
Fecha de
publicación: 8 Mar. 13
Extorsión
Por
Juan Villoro
No es por
presumir pero me estafaron. La frase merece aclaración. Durante décadas, mi
padre nos inculcó que las propiedades hereditarias son inmerecidas y el dinero
daña la conciencia. Por lo tanto, ser extorsionado representa una especie de
purificación.
El ladrón
que va a lo suyo no repara en las condiciones morales de la víctima; en cambio,
el extorsionador aprovecha las debilidades éticas del género humano (sabe algo
incómodo y pide dinero a cambio).
Pero hay un
grado superior de la extorsión, que no explota los defectos que la gente trata
de ocultar, sino su nobleza. Esas sanguijuelas sólo chupan buena sangre. Su
abuso tiene como prerrequisito la vida virtuosa, o por lo menos ilusa, de los
engañados.
Hace unos
cinco años, mi padre habló entusiasmado para decir que unos maestros de Oaxaca
querían ponerle mi nombre a la biblioteca de su escuela. Era gente humilde que
enseñaba a leer en una sierra ignorada por el progreso.
La iniciativa
me conmovió y puso en juego el más conspicuo atributo del escritor: la vanidad.
¿Cómo no ayudar a unos maestros tan especializados en el saber que habían
descubierto que yo podía ser necesario?
Imaginé la
biblioteca en la apartada montaña, los libros en los estantes, los ojos
encendidos de los niños que los leerían.
Un hombre me
habló al poco tiempo. Con la inconfundible entonación del campo mexicano
mencionó el título de una novela mía, el trabajo que yo había hecho en La
Jornada, el aprecio que le tenían a mi padre. Luego se refirió al pintor
Francisco Toledo. Escuché el nombre con la misma reverencia con que él lo
pronunciaba. El Maestro apoyaba su escuela.
Nos reunimos
en un Sanborns para definir el proyecto. A la sesión asistieron unas cinco
personas, todas de aspecto rural: rostros curtidos a la intemperie, zapatos
lastimados por los breñales. Les entregué dos bolsas de libros, que recibieron
sin mucho interés. Luego me hablaron de la fiesta. La biblioteca estaba lista
pero había que inaugurarla. Tenían que matar varios borregos, comprar mezcal,
pagar la música. "¿De qué sirve una biblioteca sin festejo?",
preguntaron. Supe que había caído en una trampa.
No llevaba
dinero. Les pedí un teléfono para comunicarme con ellos. "No
tenemos", dijo uno; "es que somos muy pobres", añadió otro, como
un personaje de Rulfo. No dejaba de compadecer su situación ni de admirar su
informada estrategia, pero me sentí estafado sin que eso fuera purificador.
Me llamaron
varias veces hasta que decidí darles 2 mil pesos como un merecido impuesto a mi
estupidez y mi vanidad. Todo romanticismo exagera las causas que lo suscitan.
Lo grave del mío era que había necesitado de muy poco para suceder. En un país
donde la relación más habitual es la desconfianza, había creído en la condición
progresista y humanitaria del prójimo.
El
magisterio tiene muchas formas de abusar de quienes lo apoyan. Lo que cuento no
se compara en modo alguno con los delirantes excesos de la líder sindical
vitalicia de la educación mexicana, Elba Esther Gordillo; sin embargo, muestra
que las extorsiones hechas en nombre de la pedagogía han invadido los más
variados rincones de la cotidianidad.
Los
"maestros" siguieron "trabajando". Hace poco me habló
Héctor Manjarrez para decir que le querían poner su nombre a una biblioteca de
Oaxaca. Lo contactaron a través de la revista Letras Libres y me mencionaron
como aval. Héctor reaccionó con inteligencia: la causa le simpatizaba, pero le
sonaba rara. Lo previne y cortó la comunicación con ellos.
Hace unos
días la fotógrafa Paulina Lavista, viuda de Salvador Elizondo, fue víctima de
la estratagema, ya refinada por años de experiencia. Los "maestros"
de Oaxaca hablaron a una institución benemérita, el Fondo de Cultura Económica,
y pidieron teléfonos de escritores. De nuevo mencionaron al más alto símbolo de
la cultura y la filantropía oaxaqueñas: Francisco Toledo. El FCE preguntó a
Paulina si podía dar su teléfono. Ella consintió con entusiasmo.
Recibió a un
delegado en su casa, que le habló de las dificultades para comprar las bancas
de la Biblioteca Salvador Elizondo. Todo lo demás estaba listo, sufragado por
el esfuerzo de los campesinos. Conmovida, Paulina les entregó 4 mil pesos.
Luego se enteró
de que había caído en una red que desde hace años especula con las buenas
conciencias. Supo que Jorge F. Hernández, Anamari Gomís, Luis Jorge Boone,
Alejandro Toledo y Luz Aurora Pimentel habían sido buscados para el mismo fin,
y que el poeta Rubén Bonifaz Nuño fue asediado poco antes de morir.
La lista
recabada por Paulina (que acaso sólo representa una pequeña muestra) rebasa el
ámbito de las letras, pues incluye al doctor Leopoldo García-Colín, físico
eminente fallecido en 2012.
Los casinos
se inventaron para apostar sin mayor fundamento que la suerte. Más caprichosa,
la vida exige motivos para sus apuestas. Los "maestros" de Oaxaca
descubrieron que los escritores creen en causas tan poco realizables que son
fáciles de manipular. Esa extorsión debe terminar en la misma medida en que las
bibliotecas imaginarias deben existir.
Copyright ©
Grupo Reforma Servicio Informativo
La
invención de la página
Por Juan Villoro
La cultura
digital es un océano cuyos límites desconocemos. Con frecuencia se dice que
estamos ante una transformación equivalente a la que Gutenberg trajo en el
siglo XV con la imprenta de tipos móviles. Tal vez se trate de una renovación
más profunda, comparable a la invención de la página, estudiada por Iván Illich
en su libro En el viñedo del texto.
La historia
de Illich (1926-2002) parece, en sí misma, un manuscrito misteriosamente
descifrado. Sacerdote austriaco, estudió filosofía en alemán e italiano, y
aprendió croata, hindi, latín, griego clásico, inglés, español y portugués. El
campo de sus intereses compite con el de una biblioteca borgiana. Teólogo,
historiador, pedagogo, economista, filólogo, medievalista, ecologista, educador
sexual, utilizó sus saberes para desenmascarar los lugares comunes de la
modernidad. En Cuernavaca fundó el CIF (Centro Intercultural de Formación), destinado
al estudio y la transformación de América Latina. En 1980 fue llamado a Roma
para responder 80 preguntas sobre sus heterodoxas actividades. Rompió con el
Vaticano sin recusar su fe. Congruente con su crítica de la medicina
industrial, que convierte la enfermedad en un padecimiento lucrativo, padeció
el cáncer sin analgésicos, consolándose, como un sabio chino, con la meditación
y el opio.
Al revisar
su vasta producción, señaló que su mejor libro era En el viñedo del texto. A
partir del análisis del Didascalicon, escrito por el benedictino Hugo de San
Víctor en el siglo XII, indagó el momento decisivo en que los textos dejaron de
ser rollos leídos en voz alta para convertirse en páginas que reclamaban
lectura silenciosa. Esto significó el paso de la lectura monástica a la
escolástica, del entendimiento colectivo al individual.
La imprenta
jubilaría a los copistas y multiplicaría la circulación de textos. La
modificación que estudia Illich es más honda, pues atañe a la manera de leer.
Hubo un momento en que el conocimiento se organizó en un pergamino al modo de
un cultivo (página quiere decir "viñedo"), con párrafos, títulos e
índice: "Las líneas de la página eran los hilos del enrejado que sostiene
las viñas [...] El latín legere se deriva de una actividad física. Legere
connota 'escoger', 'reunir', 'cosechar' o 'recoger'". En alemán esta
asociación es aún más clara: Buchstab (letra) quiere decir "rama de
haya" y lesen (leer) significa "recoger": el lector cosecha.
En la
Antigüedad, leer se consideraba extenuante: "Los médicos helenísticos
prescriben la lectura como alternativa a jugar a la pelota o pasear. La lectura
presuponía que los frágiles o débiles no podían leer con su propia
lengua". Con la invención de la página, la tarea demanda menos energía
física; no se recita ante la comunidad: se dialoga en silencio con una mente
lejana. Lo que se cosecha depende de lo que sembró el autor, pero también lo
que cultiva el lector. Esta dimensión personal y activa de la lectura es el
embrión del Renacimiento; el libro deja de ser "símbolo de una realidad
cósmica" y se vuelve "símbolo del pensamiento".
Hugo de San
Víctor escribió su Didascalicon o "libro de instrucciones" para
reflexionar sobre los estímulos traídos por la paginación y el arte de
discernir el texto. Leer por cuenta propia y sin testigos llevaría a cambios
tan radicales como el de restarle peso ritual al conocimiento y entenderlo como
algo tan cotidiano que permitiría, incluso, escribir en una lengua que no fuera
el latín: "Un siglo más tarde, san Francisco escribe el primer poema en
lengua italiana [...] El hijo de un mercader de Umbría, en los albores del
siglo XIII, fue capaz de escribir su alabanza del sol y la luna como canción de
amor vernácula".
En el siglo
XII, en el claustro de San Víctor, un religioso pasó la página de la cultura,
modificando la forma de leer. La galaxia digital nos enfrenta a un cambio
semejante. Los textos circulan con ubicua celeridad en toda clase de aparatos.
Lo más singular es que traen otro tipo de lectura. Los niños responden mensajes
de texto mientras navegan en Internet y hacen la tarea con pluma fuente.
La lectura
en red recupera usos colectivos no ajenos a la oralidad. Illich recuerda que la
palabra rapsoda significa "zurcidor". Se trata de alguien que enhebra
historias, pero, sobre todo, de alguien que zurce a los hombres, integrándolos
a un tejido que los trasciende. Las redes sociales son una versión prosaica de
ese impulso homérico.
Una de las
paradojas de la tecnología es que sus novedades pueden ser la actualización de
un atavismo. Twitter recicla el recurso de las máximas y los aforismos, y el
chat renueva las polifónicas voces de la tribu.
En el siglo
XII, la página aludía a un viñedo del mismo modo en que la pantalla cibernética
alude hoy a la página.
Ignoramos lo
que cosecharán los lectores por venir. Sólo sabemos que la cosecha continúa.
Copyright © Grupo Reforma Servicio Informativo
Fecha de publicación: 22 Feb. 13
Penitencia
Por Juan Villoro
El personaje más canónico de Occidente resultó
impredecible. En una época en que ocupar un cargo parece un mérito en sí mismo,
Benedicto XVI renunció a un puesto vitalicio.
El custodio del catolicismo institucional ha puesto en
duda la solidez de la Iglesia. El Miércoles de Ceniza, día de ayuno y
penitencia, se refirió a las rencillas que lo hicieron abdicar: "El rostro
de la Iglesia aparece muchas veces desfigurado. Pienso en particular en las
culpas contra la unidad, en las divisiones del cuerpo eclesial".
En el Vaticano ya todos son más papistas que el Papa. La
renuncia del antiguo profesor de teología de Ratisbona es insólita desde
cualquier punto de vista. La Iglesia católica ha tenido 265 pontífices y sólo
cuatro habían abdicado. Más allá de esta estadística, sorprende que en un
entorno determinado por el dogma y el rito, se abra paso la razón crítica. Con
calculado énfasis, el Papa declaró que no se va por motivos de salud, sino por
cansancio e impotencia ante una institución "devastada por jabalíes"
(imagen que hace pensar en el Purgatorio de Dante).
Nadie espera que el Papa sea animoso. En mi obra de
teatro El filósofo declara, el protagonista afirma: "El otro día vi un
retrato del Papa. El Papa siempre está cansado. Es el único oficio que se
ejerce cansado". Sobrellevar las agobiantes esperanzas de la grey forma
parte de la cruz papal.
Benedicto XVI tomó otro camino: el primer Papa que se dio
de alta en Twitter, se ha dado de baja. Al reconocer que no puede más muestra
un costado humano; sobre todo porque le duele hacerlo. El cambio no está en su
temperamento. Fue muy reacio a la renuncia por motivos de salud de Hans Peter
Kolvenbach, padre general de la Compañía de Jesús, y se opuso a iniciativas que
humanizarían a la Iglesia entera, como la ordenación de mujeres en el
sacerdocio o el matrimonio entre eclesiásticos. In extremis, harto, el enemigo
del relativismo se vio obligado a ser relativo, y dijo basta.
Las intrigas lo arrinconaron pero se rindió ante su
conciencia. Juan Pablo II sobrellevó la enfermedad y recitó homilías con voz
progresivamente trémula. La excepcionalidad del Papa ha dependido de entender
su destino como irrevocable. La decisión de Benedicto XVI tiene otra forma de
ser excepcional; señala a una institución agobiada por cargos de abuso sexual,
con una banca insolvente y corrompida que tuvo que operar en efectivo porque
los cajeros automáticos la declararon non sancta y donde los documentos
"secretos" circulan más que las plegarias.
El Papa conoce los problemas pero no puede resolverlos.
Ya en 2005, en su primera misa como pontífice, había anunciado: "Yo, débil
servidor de Dios, debo asumir este deber inaudito, que realmente supera toda
capacidad humana. ¿Seré capaz de hacerlo?".
En su lucha contra la pluralidad y la renovación,
Benedicto protegió a los sectores más dogmáticos, sibilinos e inquisitoriales
de la Iglesia, que a la postre le serían inmanejables. Ajeno al siglo,
tenazmente premoderno, el ortodoxo será un jubilado común.
Al recuperar su identidad como Joseph Ratzinger rebaja el
misterio de un oficio hermético. El Vaticano ya no aspira a alivios
sobrenaturales. A propósito de la elección del próximo Papa, Juan Masiˆ,
sacerdote jesuita experto en bioética, ha recordado que la cúpula de San Pedro
tiene un sistema eléctrico para espantar a las palomas, que dañan las piedras
con sus excrementos; por lo tanto, no hay ninguna posibilidad de que el
Espíritu Santo llegue para anunciar al nuevo pontífice.
Benedicto XVI fracasó como mandatario de un Estado urgido
de reestructuración y sanciones ejemplares. Pero no quiso fracasar como
católico. En el día de la penitencia, aclaró las dolorosas razones de su
partida. Así compromete a su sucesor a imponer el orden del que él fue incapaz
y pone en entredicho a los jabalíes del huerto.
En 1930, tres años después de convertirse al catolicismo,
T. S. Eliot escribió el poema "Miércoles de Ceniza" donde aborda el
tema del pecado ("escupiendo la reseca semilla de manzana"), la
renuncia a una vida anterior y la voluntaria y esforzada aceptación de un
destino ya inmodificable.
El poema ha admirado y desconcertado a lectores de varias
épocas. El joven Seamus Heaney sintió un miedo reverencial ante esos versos
atravesados por leopardos y una señora vestida de blanco; a tal grado, que se
encomendó piadosamente a la Virgen de los Lectores. Treinta años después, esos
mismos misterios fueron lo que más le gustó del poema.
El inagotable texto de Eliot adquirió insólita fuerza
periodística el miércoles pasado, primer día de la cuaresma. El hombre que fue
Benedicto XVI reconoció sus limitaciones como un acto de fe. Aunque pronunciaba
otras palabras, decía lo mismo que el poeta de "Miércoles de Ceniza":
"Porque no tengo esperanzas de volver/ Deseando el don de éste o la
capacidad de aquél/ He dejado de aspirar a tales cosas/ (¿Por qué habría de
extender sus alas el águila envejecida?)/ ¿Por qué habría yo de lamentar/ el
desvanecido poder del reino acostumbrado?".
Copyright © Grupo Reforma Servicio Informativo
Engaño
colorido
Por
Juan Villoro
"No hay
que juzgar a los hombres por sus opiniones, sino por aquello en lo que sus
opiniones los convierten", escribió Lichtenberg en el siglo XVIII. Buen
consejo para un país donde las promesas se confunden con los hechos.
El gobierno
de Peña Nieto ha desplegado un teatro optimista en el que se representan
soluciones y los artífices del Pacto por México señalan que oponerse al acuerdo
significa estar contra la patria (que en esa concepción de la identidad se ve
reducida a los partidos).
Ciertamente
el ánimo mejoró con la salida de Calderón. ¿También mejoró la realidad? Algunos
datos demuestran que el quehacer político actual es una comedia de las
simulaciones. La declaración patrimonial de los miembros del gabinete consagró un
nuevo eufemismo: la "donación". Los funcionarios al mando, comenzando
por Peña Nieto, tienen propiedades que no han sido compradas ni heredadas sino
"donadas". ¿De dónde provienen esos regalos y a cambio de qué se
hacen? Todo indica que en esa economía de la dádiva un terreno no se consigue
con ahorros sino con un cargo público.
La impunidad
que el PRI ejerció durante 71 años ha cambiado de discurso. Para acallar
sospechas en una época informada, los engaños se exhiben con descaro.
¡Bienvenidos a la época de la claridad oscura! La opacidad se ha convertido en
espectáculo.
Durante
décadas, el PRI perfeccionó la técnica de declarar sin decir nada y alcanzó un
momento cumbre en las conferencias de los lunes de Fidel Velázquez, donde el
eterno líder de la clase obrera lanzaba aforismos en voz tan hermética que
necesitaba subtítulos en la televisión.
Como el
disfraz es un sello dominante de la política nacional, más que un país de
instituciones tenemos un país de siglas. En el carnaval de 2013, los protagonistas
son el IFE y el IFAI.
Mientras
Peña Nieto viajaba en misión de buena vibra y daba aventón al presidente de
Uruguay, que carece de avión oficial, su partido esquivaba una multa récord a
través de una dudosa decisión.
En un
principio, los consejeros del IFE eran ciudadanos. Hoy son representantes de
los partidos. Esto priva de imparcialidad al Instituto.
Todas las
campañas exceden los gastos previstos por la ley, porque no hay forma de
auditarlas en detalle. Este desastre se agrava porque el Trife debe juzgar la
elección sin conocer el uso de los dineros; sólo medio año después de la
contienda se tiene información al respecto. Las denuncias contra el PRI a
propósito de los casos Monex y Soriana, la compra de votos en plena casilla, la
coacción y el acarreo no pudieron ser valorados en su momento.
Seis meses
después los consejeros del IFE, de inevitable filiación partidista, deben
analizar el tema. Sergio García Ramírez señaló que no podía juzgar el caso
Monex por ser amigo del dueño de la empresa. Esta razonable abstención no tuvo
efecto. La votación terminó 4-4 y García Ramírez regresó a la escena; no lo
hizo por capricho ni por petición propia, sino por acuerdo de los demás
consejeros, urgidos de alcanzar un desempate. Así se llegó al voto definitivo,
que exoneró al PRI.
¿Es lógica
una dinámica en la que un juez se declara incompetente y luego es llamado a
decidir? ¿Tiene sentido manifestar un conflicto de intereses como antecedente
para intervenir? Por supuesto que no.
Algo similar
ocurre en el IFAI, único legado significativo de la administración de Vicente
Fox. En su empeño por impedir la participación ciudadana en la política,
Calderón politizó a este Instituto. Al respecto, escribió Fernando Escalante
Gonzalbo: "No deja de ser irónico, lamentable también, que el más panista
de los presidentes que hemos tenido haya dedicado buena parte de su energía a
la destrucción de instituciones -empezando por el PAN".
Calderón
llevó al IFAI a la comisionada Sigrid Arzt, que antes se desempeñaba en el
Consejo de Seguridad Nacional y a quien se le imputa haber solicitado
investigaciones con los seudónimos de Alberto Vital Rall y María González,
gesto muy propio de la mascarada dominante cuyo alcance deberá ser probado.
La oficina
de las aclaraciones se ha convertido en una comedia de enredos. El comisionado
Ángel Trinidad Zaldívar acusó a Gerardo Laveaga, nuevo presidente del
Instituto, de tener la mayor cantidad de rezagos en sus investigaciones y
ofrecer impunidad a Arzt para que votara por él. La gestión del abogado y
escritor dependerá de sus resultados. Por lo pronto, el IFAI, custodio de la
transparencia, es un foro de la imputación y la sospecha.
La república
restaurada por el PRI se parece cada vez más al Retablo de las maravillas de
Cervantes, donde dos pícaros presentan un espectáculo mágico. Antes de la
función aclaran que sólo los conversos y los bastardos serán incapaces de
presenciar los prodigios teatrales. En consecuencia, todos fingen ver leones,
ratones y diablos. La metáfora es demoledora: los títeres no están en el
escenario sino en el público.
El viejo PRI
dominaba las mañas del ocultamiento. El nuevo PRI se exhibe en un retablo donde
busca que la opacidad se convierta en maravilla.
Copyright © Grupo Reforma Servicio Informativo
Hermanos
Por Juan Villoro
"¿Qué es eso?/ ¿Qué es qué?/ Eso. El ruido ese/ Es el silencio" Juan Rulfo
Después de 12 años de inoperancia panista, el país se
mueve en varias direcciones al mismo tiempo. El 21 de diciembre de 2012 el EZLN
recorrió cinco poblados chiapanecos. Era el fin del B'aktun 13, la cuenta larga
de los mayas. Desde un principio, las ruedas calendáricas han marcado la lucha
de los nuevos zapatistas. Su alzamiento coincidió con el inicio de un K'atun,
periodo de veinte años que termina en 2014.
Mientras los turistas del "apocalipsis maya" se
untaban bloqueador para recibir un baño de sol terminal, los zapatistas
desfilaban en silencio, bajo la lluvia, sin armas, cubiertos por pasamontañas.
Muchos de ellos eran niños en 1994. Su presencia habla de una comunidad que
resiste sin perder la disciplina y mantiene sus demandas a pesar de procurar un
relativo ocultamiento durante los últimos cuatro años.
Al final de la jornada, el subcomandante Marcos envió un
mensaje de una hondura que contrasta con la hojarasca verbal de la política en
curso: "¿ESCUCHARON? Es el sonido de su mundo derrumbándose. Es el nuestro
resurgiendo. El día que fue día, era noche. Y noche será el día que será el
día". La ronda del cosmos afloraba en las calles llovidas.
Por iniciativa del EZLN, las negociaciones para llegar a
los Acuerdos de San Andrés Larráinzar se celebraron en una cancha de
basquetbol, versión contemporánea del juego de pelota. Desde el cese al fuego
de 1994, su arsenal ha sido simbólico.
La caravana zapatista de 2001 tuvo como meta la Casa de
la Palabra, el Congreso de la Unión. Ahí, la comandante Ramona pidió que los
Acuerdos firmados el 16 de febrero de 1996 se convirtieran en ley. Por
desgracia, la imponente gestualidad de ese acto no tuvo consecuencias
legislativas.
El compromiso adquirido por el gobierno de Zedillo de
modificar la Constitución para garantizar los derechos de los pueblos indios se
topó con los legisladores que no aprovecharon la extraordinaria oportunidad de
rediseñar el pacto social y optaron por sus interesadas reyertas de siempre.
Mientras tanto, los zapatistas avanzaron en el ejercicio
de la democracia, la justicia, la educación y la salud pública en los
municipios donde operan sus Juntas de Buen Gobierno. En condiciones inhóspitas
han reformulado la idea de comunidad. Es muy poco lo que la mayoría de los
mexicanos saben de ese territorio y lo que de él informan los medios que
confunden la solidaridad con el Teletón.
Luego de años de hostigamiento, la marcha del 21 de
diciembre no contó con la indiferencia de la clase política. Varios
legisladores exhortaron al gobierno federal a cerrar una herida que lleva 19
años abierta.
En forma equivocada, aunque con intención benévola, el
secretario de Gobernación comentó: "No nos conocen". El actual
gobierno forma parte de los agravios contra los que el EZLN se levantó en armas
en 1994. Durante 71 años, el PRI confundió lo público y lo privado, creó una
casta que gobernó en la impunidad, frenó el libre juego democrático (incluyendo
el fraude electoral que en 1988 llevó a la Presidencia a Salinas de Gortari) y
permitió que el país fuera rehén del narcotráfico.
El PRI no pasó por la autocrítica para recuperar el poder
y los Acuerdos de San Andrés no fueron un tema esencial en la campaña de Peña
Nieto ni en el Pacto por México. Una vez más, el EZLN lo puso en la mesa.
El destino, que privilegia la épica, ha dado un giro
singular: Paloma Guillén, hermana del subcomandante Marcos, es subsecretaria de
Gobernación. Lo diferente nunca es ajeno. ¿Traerá esto una reconciliación
nacional?
A través del personaje del Viejo Antonio, Marcos ha
escrito una cosmogonía narrativa. Antonio es un indígena que "se hizo el
muerto" en 1994, pero reaparece para liar cigarrillos y narrar el comienzo
del mundo. En la "Historia del uno y los todos" cuenta que los
primeros dioses eran muy discutidores. Ninguno dejaba hablar al otro. Una
madrugada descubrieron que había que callar para oír a los demás: "Y así
vieron los más primeros dioses que el uno es necesario, que es necesario para
aprender y para trabajar y para vivir y para amar. Pero vieron también que el
uno no es suficiente. Vieron que se necesitan los todos y sólo los todos son
suficientes para echar a andar el mundo".
En el Popol-Vuh, dos hermanos viajan al inframundo para
resolver dualidades en pugna; en el juego de pelota encaran las rondas del bien
y el mal, el día y la noche, lo masculino y lo femenino.
A comienzos del B'aktun 14, Marcos está en la selva y su
hermana en Gobernación. Tamaulipas, el estado donde nacieron, ha sido arrasado
por la violencia. Habitan un país roto y son diferentes. ¿Hay un punto de
reunión en su camino? Las leyes no se promulgan para los que ya están de
acuerdo, sino para dirimir desacuerdos.
Los zapatistas recorrieron las calles el último día de la
cuenta larga de los mayas. En sus pasos resonaban las palabras de Juan Rulfo:
"¿Qué es eso?/ ¿Qué es qué?/ Eso. El ruido ese/ Es el silencio".
¿Escucharon?
Los hermanos, el uno y el todos, se pueden encontrar.
Copyright ©
Grupo Reforma Servicio Informativo
Fecha de publicación: 4 Ene. 13
Hasta mañana
Por Juan Villoro
Por Juan Villoro
Hoy se cumplen los 144 mil días del B'aktun 13, la cuenta larga de los mayas. Supongamos que en verdad el mundo termina en viernes. ¿Qué mensaje debe comunicar un articulista del último día?
No faltan razones para desear el más allá. El país donde los mayas dejaron su cultura atraviesa un mal momento. Esta semana, la Estela de Luz, monumento ideado para definirnos como nación en el Bicentenario, fue intervenida por mensajes ciudadanos. ¿Qué consignas se plasmaron en esa tabla de las esencias nacionales? Entre otras cosas, pudimos leer este epigrama de luz: "I love tlacoyos". Si ésa es la patria, el apocalipsis parece un upgrade.
Con el objeto de reflejar las últimas ilusiones de la humanidad (al menos de la mexicana), hice un sondeo sobre las consecuencias del 21 de diciembre de 2012. Para mi enorme sorpresa, noté bastante entusiasmo en no llegar al día siguiente y sobrevivir con buena salud al cataclismo, en el confort que brindan los mundos paralelos.
Mi encuesta empezó con la pregunta: "¿Le gustaría que la Tierra fuera aniquilada por un meteorito?". De 100 personas, sólo una respondió a favor, pero sugiero que la descartemos (se trata de un conocido que descubrió que "B'aktun 13" es el nombre que su esposa le da a su amante).
La tendencia cambió en la siguiente pregunta: "¿Le gustaría que el mundo terminara conforme a una profecía maya?", 36 personas aceptaron una aniquilación prestigiada por el mito. No es mayoría absoluta, pero sí relativa (en México una tercera parte de los encuestados contesta "quién sabe").
De los 36 partidarios del colapso, 35 creen en el más allá. Si eliminamos al nihilista engañado por su esposa, observamos un universo estadístico que no entiende la aniquilación como una pérdida, sino como una forma de librarse de su cáscara material para alcanzar una mayor espiritualización.
Entre ellos está mi amigo Chacho. Durante décadas ha buscado superarse a través de drogas naturales, yoga, masajes místicos, camas de agua, psicoterapias individuales y de grupo, piedras magnéticas, feng-shui, dietas ricas en granos y una religión new age que lo llevó a raparse y caminar por un desierto de Nuevo México hasta que lo picó un alacrán. Cada uno de los remedios buscados por Chacho ha sido eficaz para otras personas. Sin embargo, no surten efecto en su inconstante personalidad. Es un neurótico cuyo auténtico propósito consiste en cambiar de medicina antes de encontrar alivio.
"Me urge el madrazo maya", dijo con el mismo énfasis con que en otras épocas se refirió al Tarot, la astrología o el psicoanálisis lacaniano.
Chacho persigue soluciones con el secreto afán de que fracasen. ¿En verdad anhela ser congruente? Esa mutación lo despojaría de su ser en sí.
Por su parte, mi amiga Katy dijo que desea reciclarse en el más allá en calidad de "rubia fabulosa". Esto suena tan superficial como un eslogan de tinte para el pelo, pero ella explicó que el paraíso post-apocalíptico no será discriminatorio: ahí una rubia fabulosa será valorada por su mente.
Otro dato decisivo de la encuesta: la posteridad es imaginada de manera muy confusa. Aunque las grandes religiones llevan milenios abordando el tema, la idea que predomina es la de una especie de "spa de la conciencia". Trataré de explicar ese destino de viaje ultraterreno.
Los entusiastas de extinguirse en plan maya creen que viajarán a un sitio en el que serán mejores. Ahí nadie tendrá mala postura ni problemas de sobrepeso. De hecho, nadie tendrá exigencias físicas.
Debo aclarar que mi metodología no fue tan precisa como la que aprendí en las clases de investigación sociológica de Luis Leñero, maestro inolvidable. Varios de los encuestados son mis amigos. Sé que la sinceridad con que se comunican al tercer tequila no se refleja en el sondeo. Nadie describió el más allá como un viaje gratis a Las Vegas.
Sin embargo, todos declararon que deseaban ir a un sitio "más placentero". ¿Qué clase de gratificación se obtiene sin satisfacer caprichos materiales? Por eso hablé de "spa de la conciencia". Luego pedí a los encuestados que resumieran su concepto del más allá. Transcribo algunas definiciones: "un chill-out de la mente", "un Nirvana plus", "un Shangri-La VIP", "un Club-Med espiritual", "un Xibalbá con room service". Todas las expresiones incluyen palabras extranjeras. ¿No podemos extinguirnos en nuestro propio idioma? Hay una explicación psicológica al respecto: el viaje sin retorno implica un rumbo desconocido, radicalmente extranjero.
Curiosamente, incluso entre quienes anhelan transportarse a ese edén advertí una duda. Una vez más, la clave vino de Chacho. Su vida se rige por la inconsistencia. ¿Qué sería de él si se decidiera por algo?
Augusto Monterroso resumió en una frase la imperfección de todo paraíso: "Lo único malo de irse al Cielo es que allí el cielo no se ve".
El lugar definitivo de llegada -el Cielo con mayúscula- cancela la ilusión de ir ahí. En el paraíso no podemos imaginar el paraíso.
Lo malo de que sucediera el apocalipsis es que dejaríamos de temerlo o desearlo.
Copyright © Grupo Reforma Servicio Informativo
Fecha de publicación: 21 Dic. 12
Un
tipo extraño
Por Juan Villoro
"¡Juan!",
gritó una voz a mis espaldas. Lo que dijo después me asustó: "¡Vine aquí
por ti!". Estábamos en los urinarios del Palacio de los Deportes. Alguien
había ido ahí por mí. Una situación comprometedora.
Guardé
silencio mientras el otro explicaba que descubrió a Bruce Springsteen hace 34
años en los programas que le dedicamos en El lado oscuro de la luna. Pasé del
espanto a la emoción. Entonces el desconocido habló como un oráculo: "El
tiempo es un tipo muy extraño".
Supe por
primera vez de Springsteen en 1975, cuando su compañía lo presentaba como el
"nuevo Dylan". Él se opuso a esa operación de marketing, durante tres
años no pudo grabar, le pasó "Because the Night" a Patti Smith,
permitió las grabaciones pirata de sus conciertos y le dio la mitad de sus
ganancias a la E Street Band. Esta integridad al margen del consumo lo confirmó
como El Jefe del rock. La industria no pudo doblegarlo. En 1978, el cronista de
los destinos que se quiebran en las carreteras regresó con Darkess on the Edge
of Town.
Por avatares
extraños, El Jefe no había venido a México y el 10 de diciembre condujo al
éxtasis a un público que lo aguardaba desde hacía más de 30 años.
A la tercera
pieza, el cantante mostró una excepcional confianza en el género humano: se
lanzó sobre el público y fue cargado por una marea de manos solidarias. En una
de las pantallas que agrandaban los detalles de la épica distinguí a un
conocido: Roy Estudillo sostenía la bota del cantante.
En 1980, Roy
y yo vimos a Sprinsgteen por primera vez, en el Madison Square Garden. John
Lennon acababa de ser asesinado y Roy temía que El Jefe recibiera un balazo.
Fue la primera señal de que se convertiría en un profesional de la paranoia.
Una vez a la
semana, Roy manda correos sobre las nuevas tretas de los ladrones y la
corrupción de la izquierda (su mente no distingue entre los asaltantes que
marcan casas con códigos abstrusos y la izquierda que quiere ganar las
elecciones para quedarse con esas casas). Pertenece al ámbito de los rockeros
que conciben el paraíso como un rancho con cercas electrificadas, espléndido
equipo de sonido y un rifle 30-06 para recibir a los enemigos de su libertad.
Juan
Pardinas, compañero de estas páginas, y Ximena, su esposa, llegaron al Palacio
con suficiente anticipación para apoyarse en la valla que demarcaba nuestro
perímetro. Cuando pasas cuatro horas de pie, una valla es un alivio ortopédico;
además, limitaba el pasillo por el que iba a circular Springsteen. Juan y
Ximena nos hicieron un hueco providencial y mi hija Inés y yo pudimos tocar al
cantante con una emoción primaria, equivalente a un contacto con otra especie;
la camisa empapada fue como la aleta de una ballena gris.
Inés me
distrajo de los recuerdos que insistían en llegar a mí. A los 11 años, ella
ignoraba la prehistoria del rock (al ver un acetato preguntó: "¿qué son
estas rayas?"). A los 12, tiene una agraviante erudición (cuando le dije
que estaba muy chica para ir sola a un concierto de heavy-metal, me corrigió:
"Slash es ¡hard rock!").
"Otra
canción y me desmayo de felicidad", dijo Inés. Esto me tranquilizó porque
yo atravesaba uno de esos momentos en que tratas de convencerte de que el
agotamiento no se debe a la edad sino al exceso de emoción.
Pero nadie
escapa a su pasado. "You can't forsake the ties that bind",
diría Springsteen. Concluida
la gesta, fui al baño. Esta vez yo asusté a alguien por la espalda:
"¡Roy!".
Mi amigo
contestó con la voz ronca de quien ha gritado durante tres horas: "Traigo
puesta la sudadera".
En 1980
compramos la sudadera oficial de la gira de Springsteen. "La tuya no duró
ni un año", recordó Roy. En efecto: en 1981 me robaron mi vocho con esa
prenda de honor. "Por eso odio a los ladrones", añadió. De manera
sorprendente, la paranoia que articula su vida se remontaba a ese hecho. Roy no
quería que su vida se arruinara como la mía.
Me pareció
oportuno preguntarle si nunca lo habían asaltado. Confieso con vergüenza que me
tranquilizó saber que lo han atracado muchas veces. "Pero no se llevaron
la sudadera", agregó en contra mía.
"Te voy
a decir algo sólo porque estoy emocionado". Explicó que tiene un cuadro de
la Virgen de Guadalupe; en la parte de atrás, guarda su sudadera: "Pasado
mañana voy a dar gracias a la Basílica".
Afuera lo
aguardaba una chica de unos 30 años. "Mi novia", dijo Roy. ¿También
la Virgen era responsable de que tuviera una novia más joven que su sudadera?
Un golpe de
viento me cimbró de frío. Recordé aquella prenda perdida. La música hurga en
los recuerdos; creí estar ante una parábola sobre el fetichismo de la memoria:
Roy vivía para salvar lo que yo había perdido. Todo podía desplomarse a su
alrededor, menos ese objeto central. Hay cosas que tardan en entenderse; por
primera vez, su paranoia me pareció entrañable.
Reconocí a
la distancia al hombre que me había asustado en el baño. Estaba feliz por el
concierto. Lo saludé con la "V" de la victoria.
"¿A
quién saludas?", preguntó mi hija. "Al tiempo", dije: "Un
tipo muy extraño".
Copyright © Grupo Reforma Servicio Informativo
Fecha de publicación: 14 Dic. 12
Cómo
ordenar el universo
Por Juan Villoro
De acuerdo
con Borges, ordenar una biblioteca es ya una forma de ejercer la crítica. Ese
acomodo implica una lógica que rebasa el criterio alfabético y puede provocar
arreglos tan peculiares que se confunden con el desorden. En El libro salvaje,
imaginé una biblioteca donde los volúmenes no respondían a una organización
racional sino al agitado inconsciente de su dueño. Cada librero delata un
capricho: "Cohetes que no regresaron", "Futbol de ataque",
"Motores que no hacen ruido", "Espadas, cuchillos y lanzas",
"El pescador y su anzuelo", "Exploradores que nunca se
fueron".
Mientras más
extensa es una biblioteca, más se parece a una cosmogonía. En el caso de las
colecciones privadas, el orden se somete a todo tipo de supersticiones. La
explicación de ese universo deja de ser histórica y se vuelve legendaria.
Hace unos
días, el periódico El Mercurio, de Chile, me invitó a un almuerzo con Alberto
Manguel, que vive en compañía de cuarenta mil volúmenes. Con el café, llegó la
pregunta imprescindible: ¿cómo se ordenan tantos libros? El autor de Una
historia de la lectura explicó que dividía los títulos por el idioma original
en que habían sido escritos. Sin embargo, esta organización por lenguas admitía
excepciones. La Biblia, el Corán, y las obras relacionadas con ellos, eran
islas aparte; lo mismo podía decirse del Quijote y los cervantistas, cuyo
número conforma una literatura. Nos quedó claro que estábamos ante una
Biblioteca de bibliotecas, donde el criterio de clasificación sólo podía ser
regional.
Los acervos
personales retratan una mente. Por ejemplo, Umberto Eco tiene una colección de
incunables "muy orientada". Sólo admite libros herméticos, mágicos y
de falsa sabiduría: "Tengo a Ptolomeo, que se equivocaba sobre el
movimiento de la Tierra, pero no tengo a Galileo, que tenía razón".
La recién
inaugurada Ciudad de los Libros reúne no sólo excepcionales bibliotecas
privadas, sino el sentido crítico con que fueron adquiridas. Se trata de una
doble preservación del patrimonio, ahí están las obras y también los modos de
leerlas. Las intangibles preferencias de José Luis Martínez, Antonio Castro
Leal, Jaime García Terrés, Carlos Monsiváis y Alí Chumacero cobran cuerpo en
esos reveladores estantes.
Al ver esa
minuciosa reconstrucción de la vida interior de lectores ejemplares, pensé en
otra clase de libros: los rechazados. ¿Cómo sería la biblioteca que al modo de
un hospicio recogiera volúmenes expósitos?
En ningún
otro sitio se abandonan tantos libros como en un hotel. El viajero que asiste a
un congreso suele recibir más libros de los que puede o quiere llevar a casa.
No siempre es fácil desprenderse de ellos ni arrancarles la dedicatoria que
alguien rubricó con esperanza de ser leído. Pero hacen bulto, pesan mucho y
recuerdan que el tiempo es limitado. A veces, los organizadores tienen la cruel
gentileza de enviar al cuarto una enciclopedia o una historia de la región en
cinco tomos.
La vergüenza
de desprenderse de los libros lleva a algunos huéspedes a escribir un mensaje
para la recamarera, recomendándole la lectura de los valiosos tomos que por
desgracia no cupieron en la maleta.
Lo más
probable es que esos huérfanos sean tirados a la basura. Sería bueno diseñar un
programa de rescate para crear una biblioteca de obras rechazadas que podría
catalogarse por distintos niveles de repudio: "Libros que causan
alarma", "Libros de portada horrenda", "Libros que
necesitan autoayuda", "Libros que da vergüenza tener",
"Libros de amigos íntimos que no conocemos", "Libros de pésimo
título", "Libros de enemigos", "Libros que prometen
tedio", "Libros negados por prejuicio", "Libros que no dan
prestigio", "Libros más extensos que nuestra curiosidad",
"Libros que creemos no entender". Estos motivos de rechazo
estimularían la curiosidad de otros lectores. La condena atrae.
La
Biblioteca Negativa promovería la lectura por las mismas causas que llevan a
negarla. Su catalogación sería no sólo subjetiva sino hermética. Es posible que
en ciertas habitaciones se abandonen más libros que en otras. La ignorada
disciplina de recuperarlos podría llevar a interesantes estadísticas (el ser
humano ama las cantidades que no comprende). ¿Qué sucedería si descubriéramos
que en ningún otro cuarto se dejan tantos libros como en el 304 de cualquier
hotel? ¿Una coincidencia? ¿El cumplimiento de un insondable maleficio? En caso
de que el "Cuarto del Abandono" fuera científicamente localizado, la
Biblioteca Negativa podría incluir una sección con su número ("Libros del
304"), susceptible de fomentar investigaciones esotéricas y numerológicas.
Los libros
negados, que nadie aprecia sueltos, adquirirían importancia al ordenarse en una
vasta cultura del rechazo. Sin duda alguna, serían apreciados por lectores que
se dejan atraer por el morbo y no tienen que hacer una maleta.
Copyright ©
Grupo Reforma Servicio Informativo
Fecha de
publicación: 23 Nov. 12
La claridad como
enigma
- Por Juan Villoro. 9 nov.
Una de las más asombrosas experiencias de la lectura consiste en entenderlo todo y permanecer sumido en el misterio. El lector sabe qué pasó y eso lo obliga a pensar un poco más.
Captar el sentido de un libro no agota su significado. Por el contrario, si el mensaje es eficaz, trabaja después de ser leído.
Los cuentos de Borges se siguen de principio a fin, pero tienen algo de adivinanza o paradoja. La comprensión no es ahí una meta de llegada, sino el punto de partida de otra reflexión.
Una anécdota define el tipo de lectura que reclamaba Borges. En 1938, perdió a su padre, cómplice de sus discusiones literarias (solían almorzar con diccionarios a la mano para condimentar la sobremesa con filología). Ese mismo año sufrió un accidente que cambiaría su vida. Visitó a una amiga para entregarle un libro. Subió de prisa la escalera del edificio. El sitio acababa de ser pintado y una ventana estaba abierta para airear el ambiente. Borges ya tenía mala vista, llevaba en sus manos un volumen codiciado, estaba ansioso por cumplir la cita (en su código personal, nada era tan romántico como entregarle un libro a esa mujer). No advirtió la batiente abierta y se golpeó con ella, desmayándose en el acto. Al volver en sí, temió haber perdido algunas de sus facultades. Le pidió a su madre que le leyera un texto. Ella abrió un libro de C. S. Lewis. Le sorprendió el silencio con que su hijo la escuchaba, desvió la vista y lo encontró llorando. "¿Qué te pasa?", preguntó. "Lloro porque entiendo", respondió Borges.
La emoción en la que cifraba su felicidad seguía intacta. Surge una pregunta: ¿qué significaba "entender" para Borges?
Después de su convalecencia escribió el cuento "Pierre Menard, autor del Quijote". Hasta entonces había publicado básicamente poemas y ensayos. Si después del accidente fracasaba en un género menos frecuentado por él, su decepción sería menor. El relato trata de un lector extremo, que copia el Quijote palabra por palabra.
Sin embargo, al ocurrir en otra época se trata de otro libro. El contexto, es decir, la lectura, cambia el sentido de las cosas. Borges perdió el conocimiento para dar con una teoría del conocimiento.
Apostó por la claridad, evitando el hermetismo y los golpes de efecto. Con Bioy Casares escribió divertidísimas parodias sobre el sinsentido y la inutilidad de ciertos vanguardistas. Pero el sentido de sus textos no concluye en la última línea. El cuento There are more Things desemboca en la frase: "La curiosidad pudo más que el miedo y no cerré los ojos". En este caso, el protagonista aguarda la llegada de un monstruo. Ha visto los espantosos muebles e instrumentos que usa. El cuerpo que se sirva con naturalidad de esos objetos debe ser descomunal. El escenario define a su inquilino. El lector no necesita verlo para sufrirlo. Por eso Borges no lo describe; deja que sea imaginado.
Este final resume la estrategia borgiana: un texto sugerente permite que el lector vea "algo más".
En ocasiones, la confusión o el desorden verbal semejan profundidad. "Debe ser algo muy inteligente porque no lo entiendo", dice el desprevenido lector. Con ciertos textos pasa lo mismo que con los estanques donde el agua turbia sugiere una hondura inexistente. En cambio, la transparencia de Borges revela misterios bajo el agua.
No toda claridad es inagotable. Hay escrituras diáfanas que se agotan en sí mismas. Leo las instrucciones para armar un mueble y siento que nada se me escapa. Lo que interesa a Borges es otro tipo de nitidez. Cuando le dijo a su madre que entendía a C. S. Lewis se refería a lo que se comprende sin límite ni acabamiento. Leer abisma.
No es lo mismo entender un teorema que decir "yo te entiendo". Quien domina un teorema carece de dudas al respecto. Pero, ¿qué significa entender o decir que se entiende a una persona? Lo mismo que entender un libro. Es un proceso sujeto a modificaciones, capaz de mejorar o perjudicarse, un pacto que no deja de sellarse.
Una ventaja oportunista de la oscuridad literaria es que exige ser descifrada. El erudito se pone los anteojos para espiarla. En cambio, la claridad corre el riesgo de parecer simple. Fernando García Ramírez acaba de reunir los luminosos textos de Gabriel Zaid sobre la lectura. Leer es un compendio de ética y estética de la lectura. Ahí escribe Zaid: "Hay una incomprensión desconcertante hacia la poesía que 'sí se entiende'. Paradójicamente, resulta que los profesores leían con más cuidado y acababan entendiendo más la que 'no se entendía'". En ocasiones, los críticos sobreinterpretan y creen que las erratas son neologismos o incluso "joycismos".
Entender un libro es la mejor manera de entender el mundo. Al apartar la vista de la página, lo real se vuelve materia interpretable.
Lo que vemos se comprende y es un enigma: un libro abierto.
Copyright © Grupo Reforma Servicio Informativo
Fecha de publicación: 9 Nov. 12
JEP,
rescatista
Por Juan Villoro
Descubrí a
José Emilio Pacheco con el cuento "El parque hondo". Yo apenas salía
de la infancia y aquel título me recordó al Parque Hundido, donde creí
arriesgar mi vida en un patín del diablo.
La
literatura mexicana es una literatura de niños ausentes o castigados. Pacheco
elige testigos infantiles, niños confundidos, que vacilan lo suficiente para
mejorar el impositivo universo adulto.
En "El
parque hondo" una gata es envenenada pero sobrevive. Su dueña decide
sacrificarla para ahorrarle sufrimientos. Le da dinero a su sobrino para que la
lleve al veterinario. Con un amigo, Arturo urde un plan: matarán a la gata y se
quedarán con el dinero. Además, la gata recibe más afecto que él. Matarla es
también una venganza.
La llevan al
parque hondo; deciden aplastarla con una piedra, pero están nerviosos: la gata
escapa. Arturo se queda con el dinero y vuelve a casa de la tía. Tarde o
temprano, se descubrirá que no fue al veterinario. Él desea que la gata
regrese, pero nadie se acerca a la ventana. No soporta tener esos billetes
espurios. Los rompe y los arroja al viento. Ahí termina el relato. Un ritual de
maduración doloroso, un sacrificio vacío, en nombre de la absurda edad adulta.
Siempre me
pregunté adónde habría ido a parar aquella gata. Aunque estaba envenenada,
escapó con agilidad de sus verdugos. En cambio, era fácil suponer que el niño
que no pudo cometer una crueldad que lo beneficiaba, había crecido para
convertirse en un crítico de la modernidad y sus abusos.
Como Walter
Benjamin, Pacheco entiende el progreso como un vendaval que todo lo destruye.
En especial, condena la destrucción de la naturaleza y el maltrato a los
animales. El hombre es el arrogante inquilino de un mundo en el que hace
trampa. En "El principio del placer" los personajes usan máscaras
morales y los luchadores que pelean en el ring no respetan sus máscaras
(terminado el teatro de la sangre, los presuntos enemigos comparten cervezas).
En "Tarde de agosto", un niño fracasa en atrapar una ardilla y hace
el ridículo, subido a un árbol. Para castigarse, es decir, para
"madurar", quema lo que más le gusta: su colección de cómics.
En el
zoológico, Pacheco piensa en los animales que son destazados para que otros
coman y en el hacinamiento que permite contemplar lujosas pieles.
Incluso sus
artículos de circunstancia obligan a suponer lo peor. Recuerdo uno, sobre los
40 años del bolígrafo, en el que imaginaba el cementerio al que iban a dar
todos esos útiles de plástico, una cripta contaminada, imposible de degradar
biológicamente.
A propósito
de Ramón López Velarde, conjeturó en lo que hubiera pasado en caso de no morir
a los 33 años. ¿Se habría convertido en un burócrata de nuestras letras?
¿Medraría como un acomodaticio funcionario cultural, añorando el talento que
derrochó en su edad primera? Pacheco alerta sobre el error de considerar que un
destino no puede perjudicarse: incluso el más grande de los poetas podría haber
tenido acceso a la mediocridad.
Esta gama de
infiernos a la medida es muy amplia. "Aqueronte" narra el
desencuentro de dos personas incapaces de decir que se aman, y Morirás lejos
despliega un perfecto ejercicio de paranoia (un hombre sospecha de otro; eso
basta para narrar la historia del antisemitismo).
Una y otra
vez, Pacheco da la señal de alarma y parece tocar las trompetas del Juicio
Final. El óleo "La Torre de Babel", de Brueghel, lo cautiva por dos
razones que definen su propia técnica: el asombroso despliegue de detalles y la
representación de la cultura como ruina. Exactitud en la forma, devastación en
la imagen de conjunto.
En un ensayo
tan apasionado como iluminador, Christopher Domínguez Michael se refirió a la
gran paradoja que entraña leer a Pacheco: su pesimismo es genuino pero
engañoso. El más ilustrado de los aguafiestas brinda una felicidad inesperada;
después de anunciar el apocalipsis y la bancarrota moral de nuestro tiempo,
muestra que no todo está perdido.
En su
inagotable columna periodística "Inventario" (firmada con las
discretas iniciales JEP, que no postulan a un autor sino a un secretario cívico),
Pacheco apostó por la civilización con la misma constancia con que denunció la
barbarie. Ecologista con los nervios de punta, advierte que la marea sube y el
fuego avanza. El hombre no suspende su exterminio, pero algo puede rescatarse.
Los muchos
autores que ha leído para acercarlos a nosotros, las insospechadas conexiones
que establece entre temas que sólo gracias a él se tocan, las curiosidades que
pesca en el torrente del acabamiento, son muestras de felicidad cumplida.
No es casual
que los rescatistas del terremoto de 1985 lo llevaran a escribir un poema
elegíaco. El cronista del desastre reconocía a los suyos, a los que asumen la
tragedia para superarla.
¿Qué pasó
con aquella gata perdida? Si Pacheco fuera un agorero amargo, no sabríamos nada
más. Regresó, transfigurada en estos versos: "Ven, gato, acércate/ Eres mi
oportunidad de acariciar al tigre".
El mundo se
extingue, pero Pacheco salva un gato y lo convierte en tigre.
Copyright © Grupo Reforma Servicio Informativo
Fecha de publicación: 2 Nov. 12
El mariachi loco
Por Juan Villoro
La realidad sucede antes de leer nuestros artículos. El pasado jueves, mientras yo reflexionaba sobre el Premio FIL, concedido al escritor peruano Alfredo Bryce Echenique, la Comisión de Premiación se reunía para buscar una salida a un veredicto que despertó una justificada polémica.
Numerosos comentaristas nos opusimos a que los dineros públicos se utilicen para celebrar una obra que incluye plagios probados. La ética de un autor no puede estar al margen de su escritura (si además es magnífica persona, mejor para él y para quienes lo conozcan). El jurado consideró que podía separar la obra literaria de la conducta del autor en el periodismo. Esa decisión es discutible: el periodismo merece el mismo respeto que la novela y no puede ser considerado como la zona de desperdicio e impunidad de un "artista e la palabra".
Sorprende que la Universidad de Guadalajara, principal apoyo de la FIL, festeje a un escritor que ha hecho lo que se prohíbe a todos los alumnos: copiar.
¿Cuál es la auténtica dimensión del problema? Lo que está en juego no es la trayectoria de un escritor que ha cometido plagios y también publicado espléndidas novelas, sino el tipo de cultura que queremos en México: ¿Pueden los artistas estar al margen de una ética del oficio?
La cláusula 7 de los estatutos del Premio FIL señala que el fallo del jurado es inapelable. Su elogiosa valoración de la obra de Bryce no puede ser alterada. La pregunta es si el galardón debe ser recibido por un escritor que lesionó derechos autorales de terceros. La cláusula 10 permite que la Comisión intervenga en "circunstancias no previstas". Fue lo que ocurrió el jueves pasado y se dio a conocer el viernes.
Por desgracia, se tomó la peor decisión posible: entregar el premio a domicilio, impidiendo que el galardonado venga a México. André Breton señaló que en nuestro país el surrealismo ocurre en la vida diaria. Ahora sabemos que también ocurre en ciertas instituciones culturales. Esta "solución" ofende al ganador y al jurado. Los organizadores no quieren ver al premiado y consideran que el fallo no es de celebrar. Además, hacen caso omiso de las muchas voces de protesta. Un acto "cultural" se reduce a enviar 150 mil dólares como si se enviara una pizza.
"Te invito a cenar pero te pido que comas en la cocina", ¿es ésta una fórmula de hospitalidad? Por supuesto que no. En la Feria de las Tinieblas, el invitado de honor es clandestino. Estamos ante el primer premio que opta por una ceremonia secreta, abochornado de sí mismo. Cantinflas no lo habría hecho mejor.
En mi opinión la mejor salida era negociada. En la lista de galardonados, la decisión de este año habría quedado así: "Premio 2012: Alfredo Bryce Echenique (no entregado)". De este modo se preservaba la distinción del jurado y no se usaban dineros públicos para amparar el plagio, acto que ofende a cualquier universidad.
Puestos a elegir nuestra derrota, muchos de los que impugnamos la entrega hubiéramos preferido que las cosas quedaran tal cual, siendo Bryce el ganador absoluto, en vez de distinguirlo con un "honor" que avergüenza.
¿Hay alguien que aspire a ser el próximo ganador de un premio que se sonroja al verse en el espejo?
La Comisión no quiso atender otros argumentos ni permitió que la ética -esa incómoda señora- ocupara una silla en su reunión. Su único interés parece haber sido teatral: evitar los abucheos y las críticas el día de la entrega. ¡Bienvenidos a la sociedad del espectáculo! Por lo visto, lo que cuenta en la FIL no es el contenido de los libros sino el show que los rodea.
Es posible que al evitar la presencia del ganador se silencien algunos gritos, pero así se fomenta otro espectáculo, esta vez carnavalesco. Del rencor se ha pasado al sarcasmo, es decir, de José Alfredo Jiménez a El mariachi loco, nuevo himno de la FIL.
Muchos amigos comentan que ha llegado la hora de abandonar la FIL. Me parece una decisión equivocada. La principal feria del libro del idioma ha sido construida con el esfuerzo colectivo, no sólo con las iniciativas de funcionarios que encontraron ahí una plataforma a su medida.
De manera inevitable, en foros y entrevistas, la FIL de 2012 se convertirá en un referéndum sobre la importancia de la ética en la cultura, y los periodistas demostrarán con su intensa y comprometida cobertura que su trabajo no es un género menor, capaz de ser saqueado impunemente.
Lo que no pudo resolver la Comisión ganará por aclamación entre los escritores y los lectores. Alguna vez Paco Ignacio Taibo II propuso crear una república de la FIL. Si ese sueño de autonomía ocurre alguna vez, debería tener un parlamento de alta moralidad.
Hay que ir a la FIL a defender el compromiso de la cultura con la ética. Lo que no existe en ciertas instituciones, existe en numerosas conciencias.
Llegará el día en que sea imposible que el presupuesto cultural de México se use al margen de la moral pública y que un premio sea entregado en el extranjero, con rubor en las mejillas y bajo los histéricos compases de El mariachi loco.
Copyright © Grupo Reforma Servicio Informativo
Fecha de publicación: 26 Oct. 12
Por Juan Villoro
La realidad sucede antes de leer nuestros artículos. El pasado jueves, mientras yo reflexionaba sobre el Premio FIL, concedido al escritor peruano Alfredo Bryce Echenique, la Comisión de Premiación se reunía para buscar una salida a un veredicto que despertó una justificada polémica.
Numerosos comentaristas nos opusimos a que los dineros públicos se utilicen para celebrar una obra que incluye plagios probados. La ética de un autor no puede estar al margen de su escritura (si además es magnífica persona, mejor para él y para quienes lo conozcan). El jurado consideró que podía separar la obra literaria de la conducta del autor en el periodismo. Esa decisión es discutible: el periodismo merece el mismo respeto que la novela y no puede ser considerado como la zona de desperdicio e impunidad de un "artista e la palabra".
Sorprende que la Universidad de Guadalajara, principal apoyo de la FIL, festeje a un escritor que ha hecho lo que se prohíbe a todos los alumnos: copiar.
¿Cuál es la auténtica dimensión del problema? Lo que está en juego no es la trayectoria de un escritor que ha cometido plagios y también publicado espléndidas novelas, sino el tipo de cultura que queremos en México: ¿Pueden los artistas estar al margen de una ética del oficio?
La cláusula 7 de los estatutos del Premio FIL señala que el fallo del jurado es inapelable. Su elogiosa valoración de la obra de Bryce no puede ser alterada. La pregunta es si el galardón debe ser recibido por un escritor que lesionó derechos autorales de terceros. La cláusula 10 permite que la Comisión intervenga en "circunstancias no previstas". Fue lo que ocurrió el jueves pasado y se dio a conocer el viernes.
Por desgracia, se tomó la peor decisión posible: entregar el premio a domicilio, impidiendo que el galardonado venga a México. André Breton señaló que en nuestro país el surrealismo ocurre en la vida diaria. Ahora sabemos que también ocurre en ciertas instituciones culturales. Esta "solución" ofende al ganador y al jurado. Los organizadores no quieren ver al premiado y consideran que el fallo no es de celebrar. Además, hacen caso omiso de las muchas voces de protesta. Un acto "cultural" se reduce a enviar 150 mil dólares como si se enviara una pizza.
"Te invito a cenar pero te pido que comas en la cocina", ¿es ésta una fórmula de hospitalidad? Por supuesto que no. En la Feria de las Tinieblas, el invitado de honor es clandestino. Estamos ante el primer premio que opta por una ceremonia secreta, abochornado de sí mismo. Cantinflas no lo habría hecho mejor.
En mi opinión la mejor salida era negociada. En la lista de galardonados, la decisión de este año habría quedado así: "Premio 2012: Alfredo Bryce Echenique (no entregado)". De este modo se preservaba la distinción del jurado y no se usaban dineros públicos para amparar el plagio, acto que ofende a cualquier universidad.
Puestos a elegir nuestra derrota, muchos de los que impugnamos la entrega hubiéramos preferido que las cosas quedaran tal cual, siendo Bryce el ganador absoluto, en vez de distinguirlo con un "honor" que avergüenza.
¿Hay alguien que aspire a ser el próximo ganador de un premio que se sonroja al verse en el espejo?
La Comisión no quiso atender otros argumentos ni permitió que la ética -esa incómoda señora- ocupara una silla en su reunión. Su único interés parece haber sido teatral: evitar los abucheos y las críticas el día de la entrega. ¡Bienvenidos a la sociedad del espectáculo! Por lo visto, lo que cuenta en la FIL no es el contenido de los libros sino el show que los rodea.
Es posible que al evitar la presencia del ganador se silencien algunos gritos, pero así se fomenta otro espectáculo, esta vez carnavalesco. Del rencor se ha pasado al sarcasmo, es decir, de José Alfredo Jiménez a El mariachi loco, nuevo himno de la FIL.
Muchos amigos comentan que ha llegado la hora de abandonar la FIL. Me parece una decisión equivocada. La principal feria del libro del idioma ha sido construida con el esfuerzo colectivo, no sólo con las iniciativas de funcionarios que encontraron ahí una plataforma a su medida.
De manera inevitable, en foros y entrevistas, la FIL de 2012 se convertirá en un referéndum sobre la importancia de la ética en la cultura, y los periodistas demostrarán con su intensa y comprometida cobertura que su trabajo no es un género menor, capaz de ser saqueado impunemente.
Lo que no pudo resolver la Comisión ganará por aclamación entre los escritores y los lectores. Alguna vez Paco Ignacio Taibo II propuso crear una república de la FIL. Si ese sueño de autonomía ocurre alguna vez, debería tener un parlamento de alta moralidad.
Hay que ir a la FIL a defender el compromiso de la cultura con la ética. Lo que no existe en ciertas instituciones, existe en numerosas conciencias.
Llegará el día en que sea imposible que el presupuesto cultural de México se use al margen de la moral pública y que un premio sea entregado en el extranjero, con rubor en las mejillas y bajo los histéricos compases de El mariachi loco.
Copyright © Grupo Reforma Servicio Informativo
Fecha de publicación: 26 Oct. 12
La
ética de un oficio
Por Juan Villoro
¿Es posible
que la cultura esté al margen de la ética? La pregunta, que debería ser
innecesaria, resulta imprescindible ante el Premio FIL concedido al escritor
peruano Alfredo Bryce Echenique.
Distinguidos
profesores de El Colegio de México, decenas de articulistas y un aluvión de
cibernautas han criticado que se utilicen dineros públicos para festinar a un
escritor que vulneró los derechos de otros autores. Como el asunto aún no se
resuelve, añado este comentario, convencido de que proponer una solución no
significa condenar a un autor ni al jurado que lo premió. La democracia depende
de respetar las ideas y las leyes que las protegen. Disentir no es linchar.
Aprecio a
Bryce Echenique como persona y como el memorable autor de Un mundo para Julius
y La vida exagerada de Martín Romaña. Su destino está asegurado, sus libros se
seguirán leyendo y sus chistes, ya legendarios, seguirán animando nuestras
reuniones.
Pero hay
algo que no puede soslayarse: Bryce robó al menos 16 trabajos ajenos. El plagio
es el equivalente literario del dopaje deportivo o la negligencia médica.
¿Merece el Balón de Oro un futbolista que ganó el Mundial pero en otros 16
partidos dio positivo por dopaje? ¿Merece ser Médico del Año alguien que
inventó una vacuna pero perjudicó a 16 pacientes? Por supuesto que no.
El delito de
Bryce contra los derechos de autor ya fue sancionado en tribunales. Otro
jurado, el del Premio FIL, decidió que esto no afectaba su valoración. Me
parece un error inaceptable.
¿Cuáles son
los límites morales de un jurado literario? Obviamente, no se le puede exigir a
un escritor que también sea un estupendo ciudadano, un ser piadoso o un buen
marido. Anton Chéjov sólo vivió una vez. Lo que sí se le debe exigir es que
tenga ética en su escritura.
El jurado
del Premio FIL consideró que los artículos que Bryce plagió no perjudican su
ejercicio literario. Probablemente entienden al periodismo como un género
menor, susceptible de ser usado como la zona impune de un Gran Artista.
Resulta
ocioso demostrar que el periodismo de Ramón Gómez de la Serna, Gabriel García
Márquez, Mario Vargas Llosa, Albert Camus, Tomás Eloy Martínez, Kurt Tucholsky,
Ernest Hemingway, Álvaro Cunqueiro o Josep Pla es parte esencial de su obra
literaria. La mayoría de los textos de Carlos Monsiváis (Premio FIL) han sido
publicados en periódicos, no en libros. El periodismo no puede ser visto como
el cajón de desperdicio de un autor.
El respeto
que merece esta profesión se vuelve decisivo en el devastador momento que
vivimos. Según Reporteros sin Fronteras, México es el país más peligroso para
ejercer el periodismo. Numerosos compañeros del oficio han muerto, han sido
amenazados o han tenido que exiliarse por atreverse a decir la verdad. Quienes
escribimos en los periódicos no podemos ser ajenos a la trascendencia de un trabajo
que puede costar la vida.
La FIL está
asociada con la Universidad de Guadalajara. En toda institución académica el
peor delito es copiar. ¿Qué mensaje se le manda a los alumnos -en especial a
los de periodismo- con este galardón? Un mensaje cínico: "Copien,
muchachos, que eso no les impedirá recibir 150 mil dólares".
Hace apenas
unos meses la cultura mexicana se sometió a un intenso debate a propósito de
los plagios cometidos por Sealtiel Alatriste. Fue un asunto doloroso que
concluyó con la renuncia del escritor a su cargo en la UNAM y al Premio
Villaurrutia (que no estaba en entredicho pero desató la polémica). Ante la
indignación de la comunidad, Alatriste pidió disculpas, protegió a la UNAM con
su renuncia y prescindió del premio.
Es imposible
no tener en cuenta el antecedente. ¿No aprendimos nada de esa lección? ¿Lo que
se sanciona en una universidad pública se pasa por alto en otra?
Lo que en
verdad está en juego no es la reputación de un escritor de cumplida
trayectoria, sino la forma en que se difunde la cultura en México.
Raúl
Padilla, ex rector de la Universidad de Guadalajara y máxima autoridad de la
FIL, ha impulsado la principal feria del libro en el idioma. Ahora enfrenta una
encrucijada que reclama grandeza. Su trayectoria y el precedente de José Narro,
rector de la UNAM, permiten pensar que estará a la altura de la situación.
La salida es
menos compleja de lo que podría suponerse. La cláusula séptima de la
Convocatoria para el Premio FIL informa que el fallo del jurado es inapelable.
No hay nada que objetar a su valoración. Pero la cláusula décima advierte que
"cualquier situación no prevista... será resuelta por la Comisión de
Premiación".
Dicha
Comisión puede acatar el fallo que distingue a un novelista, pero negarse a
entregar el premio porque eso violaría las normas éticas de la Universidad de
Guadalajara y de la Feria Internacional del Libro.
Raúl Padilla
está ante un elevado desafío: demostrar que en México la cultura no es coto de
la impunidad.
19 oct. 2012
Historia digital
Por Juan Villoro
Un amigo, que en la prudencia del afecto llamaré Jaime, me contó una historia que revela la forma en que somos definidos por los aparatos.
Jaime estaba ante el cajero automático de un hospital cuando una mujer dijo una triste frase a sus espaldas: "Tampoco tú puedes, ¿verdad?". Se volvió para encontrar a Martha, a quien no había visto en eras. "¡Somos mudos digitales!", exclamó ella.
Jaime había tocado la pantalla sin resultado alguno. Eso le sucedía con tal frecuencia que le había pedido a su primo Jorge que lo acompañara. Por alguna razón, la touch screen respondía mejor a unas manos que a otras.
El primo completó la operación sin problemas. Martha iba acompañada de su sobrina Cecilia, a la que le dictó su maniobra en el cajero.
Martha le preguntó a Jaime por su esposa. "La acaban de operar". La misma pregunta siguió el curso inverso: "Lo acaban de operar". Esta simetría provocó un silencio que 30 años atrás debieron haber suspendido con un beso.
Jaime se había acostumbrado a pensar en Martha como la maravilla que no pudo ser. En otro contexto se habría despedido de ella de inmediato. Pero estaban presos en un hospital. La invitó a comer.
Cecilia y Jorge presenciaron la escena con las manos llenas de billetes, divertidos por el nerviosismo adolescente de los otros. Martha y Jaime comprobaban que 30 años no bastan para superar una oportunidad perdida.
Durante la comida, hablaron de sus parejas con el respeto que merecen quienes acaban de salir de la anestesia. Luego ella dijo: "Tú y yo tenemos la misma piel". Por desgracia, no se refería a los acuerdos a los que se llega con el tacto, sino a una molesta particularidad dérmica: "Las máquinas que se tocan no son para nosotros". Ella había leído un estudio en una revista especializada acerca de la temperatura corporal, la exudación, las grasas, la textura de la piel y otros datos que diferencian a la gente en su trato con las pantallas táctiles. "Nuestros dedos son mudos", Martha extendió las manos.
Tenía una piel muy parecida a la de Jaime, casi translúcida, llena de rayitas. Él la tocó, formando una mancha rojiza en la otra piel. Esto no representó una caricia, sino una constatación médica. Estaban en un hospital.
"La primera vez que no pude activar una pantalla pensé en ti", prosiguió Martha. ¿Recordaba tan bien su epidermis o sencillamente lo consideraba impedido para el tacto? "Los inventores de las máquinas no consideraron que hay gente como nosotros. Por eso necesitamos traductores. Por cierto, ¡qué guapo es tu primo!".
Entonces, Jaime reparó en lo hermosa que era Cecilia. "¿Crees que se gusten?", preguntó Martha. Durante un rato hablaron del posible romance entre las personas que les prestaban su piel para expresarse ante las máquinas. Ese tramo de la conversación transcurrió con una fluidez que perdieron al volver a sus propias vidas.
"Los cajeros son como el oráculo de Delfos", opinó Martha. Jaime pensaba lo mismo, aunque por otra causa. Consultar su saldo representaba para él un dramático acto de adivinación.
"Nos discriminan: hay pieles que no dan órdenes digitales", dijo Martha con tristeza.
Treinta años atrás, la imposibilidad de su romance no había dependido del deseo sino de la voluntad. Se gustaban, pero no encontraron la forma de vencerse a sí mismos. Ahora una máquina los declaraba ineptos.
¿Podían desandar ese camino? Jaime concibió un estrepitoso affaire hospitalario, pero recapacitó en el acto. No podían hacer eso; sus parejas estaban postradas en camas ortopédicas, la infidelidad representaba en ese momento una crueldad postoperatoria.
Mi amigo se sintió como en un verso de José Gorostiza, "sitiado en su epidermis". La pantalla del cajero automático revelaba las limitaciones de su piel, una piel que no comunica.
Se despidió de Martha, con la promesa de verse en la cena (ambos dormirían en el hospital). Fue al cajero dispuesto a hacer un extraño experimento. Pensó, con enorme concentración, en la piel de Martha. Activó la pantalla sin problemas. Su temperatura corporal aumentó al suponer que la opción "Retiro de efectivo" era un objeto del deseo.
Le dio gusto que sus dedos respondieran a su voluntad. ¡Tenía sangre en las venas! Luego le deprimió que eso sirviera para activar una pantalla.
En la cena ocurrió algo asombroso: también Martha había logrado que el cajero la obedeciera. "¿Qué operación hiciste?", preguntó Jaime, entusiasmado. "Consulta de saldo". Esto frenó el ímpetu de mi amigo: Martha hacía un balance mientras él buscaba recompensa inmediata.
La cena transcurrió con agradable incomodidad. Entre tanto, dos pisos arriba, los traductores digitales hacían el amor en el cuarto de las escobas. Jorge y Cecilia no estaban hechos para perder el tiempo.
Los nuevos novios quisieron celebrar su romance y la recuperación de los enfermos con una cena, pero Martha y Jaime declinaron.
Antes de abandonar el hospital, mi amigo consultó su saldo. La pantalla lo obedeció. Por desgracia, tenía menos de lo esperado.
El cajero es un oráculo.
Copyright © Grupo Reforma Servicio Informativo
Fecha de publicación: 12 Oct. 12
Por Juan Villoro
Un amigo, que en la prudencia del afecto llamaré Jaime, me contó una historia que revela la forma en que somos definidos por los aparatos.
Jaime estaba ante el cajero automático de un hospital cuando una mujer dijo una triste frase a sus espaldas: "Tampoco tú puedes, ¿verdad?". Se volvió para encontrar a Martha, a quien no había visto en eras. "¡Somos mudos digitales!", exclamó ella.
Jaime había tocado la pantalla sin resultado alguno. Eso le sucedía con tal frecuencia que le había pedido a su primo Jorge que lo acompañara. Por alguna razón, la touch screen respondía mejor a unas manos que a otras.
El primo completó la operación sin problemas. Martha iba acompañada de su sobrina Cecilia, a la que le dictó su maniobra en el cajero.
Martha le preguntó a Jaime por su esposa. "La acaban de operar". La misma pregunta siguió el curso inverso: "Lo acaban de operar". Esta simetría provocó un silencio que 30 años atrás debieron haber suspendido con un beso.
Jaime se había acostumbrado a pensar en Martha como la maravilla que no pudo ser. En otro contexto se habría despedido de ella de inmediato. Pero estaban presos en un hospital. La invitó a comer.
Cecilia y Jorge presenciaron la escena con las manos llenas de billetes, divertidos por el nerviosismo adolescente de los otros. Martha y Jaime comprobaban que 30 años no bastan para superar una oportunidad perdida.
Durante la comida, hablaron de sus parejas con el respeto que merecen quienes acaban de salir de la anestesia. Luego ella dijo: "Tú y yo tenemos la misma piel". Por desgracia, no se refería a los acuerdos a los que se llega con el tacto, sino a una molesta particularidad dérmica: "Las máquinas que se tocan no son para nosotros". Ella había leído un estudio en una revista especializada acerca de la temperatura corporal, la exudación, las grasas, la textura de la piel y otros datos que diferencian a la gente en su trato con las pantallas táctiles. "Nuestros dedos son mudos", Martha extendió las manos.
Tenía una piel muy parecida a la de Jaime, casi translúcida, llena de rayitas. Él la tocó, formando una mancha rojiza en la otra piel. Esto no representó una caricia, sino una constatación médica. Estaban en un hospital.
"La primera vez que no pude activar una pantalla pensé en ti", prosiguió Martha. ¿Recordaba tan bien su epidermis o sencillamente lo consideraba impedido para el tacto? "Los inventores de las máquinas no consideraron que hay gente como nosotros. Por eso necesitamos traductores. Por cierto, ¡qué guapo es tu primo!".
Entonces, Jaime reparó en lo hermosa que era Cecilia. "¿Crees que se gusten?", preguntó Martha. Durante un rato hablaron del posible romance entre las personas que les prestaban su piel para expresarse ante las máquinas. Ese tramo de la conversación transcurrió con una fluidez que perdieron al volver a sus propias vidas.
"Los cajeros son como el oráculo de Delfos", opinó Martha. Jaime pensaba lo mismo, aunque por otra causa. Consultar su saldo representaba para él un dramático acto de adivinación.
"Nos discriminan: hay pieles que no dan órdenes digitales", dijo Martha con tristeza.
Treinta años atrás, la imposibilidad de su romance no había dependido del deseo sino de la voluntad. Se gustaban, pero no encontraron la forma de vencerse a sí mismos. Ahora una máquina los declaraba ineptos.
¿Podían desandar ese camino? Jaime concibió un estrepitoso affaire hospitalario, pero recapacitó en el acto. No podían hacer eso; sus parejas estaban postradas en camas ortopédicas, la infidelidad representaba en ese momento una crueldad postoperatoria.
Mi amigo se sintió como en un verso de José Gorostiza, "sitiado en su epidermis". La pantalla del cajero automático revelaba las limitaciones de su piel, una piel que no comunica.
Se despidió de Martha, con la promesa de verse en la cena (ambos dormirían en el hospital). Fue al cajero dispuesto a hacer un extraño experimento. Pensó, con enorme concentración, en la piel de Martha. Activó la pantalla sin problemas. Su temperatura corporal aumentó al suponer que la opción "Retiro de efectivo" era un objeto del deseo.
Le dio gusto que sus dedos respondieran a su voluntad. ¡Tenía sangre en las venas! Luego le deprimió que eso sirviera para activar una pantalla.
En la cena ocurrió algo asombroso: también Martha había logrado que el cajero la obedeciera. "¿Qué operación hiciste?", preguntó Jaime, entusiasmado. "Consulta de saldo". Esto frenó el ímpetu de mi amigo: Martha hacía un balance mientras él buscaba recompensa inmediata.
La cena transcurrió con agradable incomodidad. Entre tanto, dos pisos arriba, los traductores digitales hacían el amor en el cuarto de las escobas. Jorge y Cecilia no estaban hechos para perder el tiempo.
Los nuevos novios quisieron celebrar su romance y la recuperación de los enfermos con una cena, pero Martha y Jaime declinaron.
Antes de abandonar el hospital, mi amigo consultó su saldo. La pantalla lo obedeció. Por desgracia, tenía menos de lo esperado.
El cajero es un oráculo.
Copyright © Grupo Reforma Servicio Informativo
Fecha de publicación: 12 Oct. 12
Dudar
convence
Por Juan Villoro
En
ocasiones, los poetas prefiguran en detalle el destino que les tocará en
suerte. César Vallejo pronosticó "Me moriré en París con aguacero" y
Ramón López Velarde cayó a los 33 años, víctima de neumonía, después de
escribir "la edad del Cristo azul se me acongoja".
En 2011, el
poeta Javier Sicilia viajó a Filipinas. Acababa de concluir la novela El fondo
de la noche, cuyo tema esencial es la ética de la supervivencia. La historia se
basa en un hecho real: el sacerdote que sacrificó su vida en Auschwitz para
salvar a un prisionero. A los 94 años, el hombre que debe su existencia a otro
hace un balance de lo sucedido. ¿Merecía sobrevivir? ¿Por qué ocurrió ese
milagro? Para el filósofo Giorgio Agamben, la "aporía de Auschwitz"
es la urgencia de narrar lo que no puede ser dicho. Sólo quienes murieron en
los hornos crematorios fueron testigos integrales del espanto. Pero su voz no
puede volver; esa experiencia quedó del otro lado del sentido. De esa
imposibilidad deriva la obligación ética del testimonio. El cronista y el
sobreviviente saben que no llegarán al "fondo de la noche". La
importancia de su tarea depende de acercarse lo más posible a una meta
inalcanzable.
Las
reflexiones morales que atraviesan la novela de Sicilia resultaron
premonitorias. Mientras se encontraba en Filipinas, su hijo Juan Francisco fue
asesinado en Cuernavaca junto con otros jóvenes.
A partir de
ese momento, Sicilia se convirtió en víctima del dolor y en su testigo más
visible. Miles de personas le contaron sus tragedias. Con esas voces encabezó
un movimiento destinado a transformar el sufrimiento en esperanza.
En días
pasados, la Caravana por la Paz conducida por Sicilia fue un caso insólito de
diplomacia ciudadana. Anthony Wayne, embajador de Estados Unidos en México,
entendió la relevancia del acontecimiento y concedió visas de tres meses a 120
personas que viajaban para contar la historia de sus muertos.
La ruta de
la Caravana fue la opuesta a la de la colonización de Estados Unidos: comenzó
en San Diego y concluyó en Washington. En tiempos de redes sociales, los
migrantes de la voz buscaron el entendimiento que sólo se adquiere caminando.
Establecieron contacto con más de 100 ONG y con congresistas demócratas y
republicanos.
Acompañé a
Sicilia a la Universidad de Princeton, donde insistió en que el narcotráfico no
debe ser atacado como un problema de seguridad nacional sino de salud pública.
Aunque se trata de un problema bilateral, aún no forma parte de la agenda
norteamericana. Un dato sintomático de la Caravana es que tuvo espléndida
cobertura en periódicos locales pero no en los nacionales (quienes entran en
contacto directo con las víctimas les abren espacio informativo; sin embargo,
el tema aún no es una prioridad noticiosa).
"Algo
debe estar mal en un país que tiene el 5% de la población mundial y el 35% de
los presos", comentó Sicilia. Con 23 millones de adictos, Estados Unidos
no puede ser ajeno al conflicto que se padece en México.
El
narcotráfico es anterior a Felipe Calderón y debía ser enfrentado. ¿Justifica
esto cualquier tipo de estrategia? Por su puesto que no. "¿Por qué no
culpan a los criminales de la violencia?", le preguntó el presidente
Calderón a Sicilia. La misma interrogante fue planteada en Princeton.
"Porque el interlocutor de los ciudadanos no es el Chapo Guzmán, sino el
gobierno", afirmó Sicilia. La democracia es más perfecta mientras más se
puede decir que es imperfecta.
La paciente
articulación de voluntades dispersas se dificulta en caso de gente lastimada,
que quiere respuesta concreta a sus agravios. Para la Caravana de la Paz, la
venganza no es justicia, y el perdón es una forma de proselitismo moral.
"El hombre es más que sus defectos", comenta el activista que
transformó los actos públicos con gestos de reconciliación cristiana: "Besar
a tu oponente significa demostrar que no es tu enemigo; aun en la oposición se
puede vivir la sacralidad del acuerdo. No hay que olvidar que también el
adversario tiene víctimas".
Iconoclasta
ante la izquierda ortodoxa, la derecha y la jerarquía eclesiástica, Sicilia
desconcierta a los empresarios cuando les informa que en el sur hay menos
violencia porque las comunidades indígenas preservan el tejido social y a la
izquierda puritana cuando besa a un priista distinguido.
En su afán
por pasar de una democracia representativa a una participativa, Sicilia
enfatiza los diferentes desafíos de Estados Unidos y México: "A los
gringos, que están tan reglamentados, les hace falta desobediencia civil; a
nosotros nos hace falta obediencia civil". El juego de palabras no alude a
la subordinación: "Cuando la sociedad se organiza, el gobierno tiene
miedo: eso es democracia".
"La
religión católica se funda en el sacrificio de un hijo", me dijo: "es
un precio excesivo; no sé si sigo creyendo".
Un hombre de
fe atravesado por las dudas permite que otros crean. Javier Sicilia llegó solo
al auditorio en Princeton. Salió seguido de estudiantes. El que estaba más
cerca de él, había discrepado de sus ideas.
Copyright © Grupo Reforma Servicio Informativo
Fecha de publicación: 5 Oct. 12
La
elocuencia de las piedras
Por Juan Villoro
28 de septiembre 2012
En 2010 el
realizador Jordi Arenas me propuso hacer un programa sobre arqueología mientras
conversábamos en el estacionamiento de Canal 22. El escenario se prestaba para
el tema: un lugar de tránsito -versión posmoderna del juego de pelota
prehispánico-, donde el movimiento es fugaz, y encontrar un sitio,
providencial.
La idea era
narrar los descubrimientos de los aventureros que desmontaron la selva a
machetazos en pos de ídolos de piedra. La agitada vida de esos románticos de la
maleza merecía ser contada.
En homenaje
al cronista Ángel Fernández, que sabía que los goles ocurren para ser vistos
por segunda vez, Jordi llamó a este procedimiento "La gloria de la
repetición".
Cuando el
INAH y Canal 22 aceptaron respaldar la serie, propusieron algo más arriesgado y
ambicioso: hacer una crónica de nuevos hallazgos, mostrar la forma en que el
pasado se actualiza. Fue el inicio de Piedras que hablan, serie de trece
programas que Canal 22 ha comenzado a transmitir los martes, a las 9 de la
noche.
La
contundente presencia de las pirámides sugiere que desde hace mucho sabemos
todo sobre ellas. Sin embargo, sólo conocemos una parte del mosaico
prehispánico. Las interpretaciones cambian y las técnicas de investigación
mejoran. El mundo antiguo no está quieto. No se trata de un sitio conocido y
clausurado, sino una región activa. Bajo la ciudadela de Teotihuacán se explora
un túnel que puede llevar a una cripta decisiva; en Palenque se acaba de
encontrar la tumba de un gobernante y la escritura del Templo de las
Inscripciones se ha descifrado como un libro en piedra; en Bonampak, los
legendarios murales han sido restaurados y nuevos personajes han salido a la
luz.
¿Cómo entra
el pasado en la modernidad? Es equívoco suponer que siempre ha estado ahí;
requiere de interlocutores para llegar a nosotros: alguien descifra, alguien
ordena los datos.
Entendimos
que la serie debía explorar las ruinas, pero sobre todo la mirada de los
arqueólogos. Hay diversas maneras de leer ciudades remotas; en ocasiones, se
privilegia la reconstrucción; en otras, la conservación. El trato con el
patrimonio se ha modificado con los años. El impulso inicial de
"completar" edificios antiguos con materiales ajenos a ellos (como el
cemento, ahora vilipendiado) fue paulatinamente relevado por una preservación
más pura, que recupera el hecho histórico y la condición en que fue hallado. La
zona de Teotihuacán, auténtico museo de la intervención arqueológica, permite
estudiar los distintos criterios con los que el pasado ha salido a flote.
La
televisión vive agobiada por la prisa y no entiende de borradores. En dos meses
recorrimos 28 sitios arqueológicos y entrevistamos a más de 30 arqueólogos. El
resultado fue un viaje sin red protectora para reconstruir el pasado en tiempo
real.
La noticia
de la muerte de Carlos Fuentes nos sorprendió minutos antes de descender con
sogas a un cenote de Chichén-Itzá. Esa inmersión en el inframundo maya fue un
telúrico homenaje al autor de Los días enmascarados, que vivió para adentrarse
en los secretos profundos que determinan los sucesos de nuestra superficie.
Muchos otros
escritores se han interesado en los mensajes prehispánicos, entre ellos Carlos
de Sigüenza y Góngora, Sor Juana Inés de la Cruz, Salvador Novo, Carlos
Pellicer, Fernando Benítez, Efraín Huerta, Octavio Paz, José Emilio Pacheco y
Efraín Bartolomé. En 2004, Víctor Manuel Mendiola publicó una espléndida
antología de poemas que resuenan como un eufónico eco de las piedras: El
corazón prestado.
Por Luis
Cardoza y Aragón, sabemos que "la poesía es la única prueba concreta de la
existencia del hombre". Nuestra búsqueda de certezas comenzó con los
poetas y desembocó en el diálogo con los arqueólogos que reordenan las piedras
como sílabas del tiempo.
La principal
lección del viaje fue lo mucho que nos faltó por recorrer. En México, 28 sitios
no son nada. En el norte fuimos al laberinto de adobe de Paquimé, pero el sueño
chichimeca quedó menos representado que la exuberancia maya. En una ocasión, un
ruso exaltado me dijo que si le dedicara cinco minutos a cada objeto del Museo
Hermitage, saldría de ahí al cumplir 90 años. El mundo prehispánico se mide en
temporalidades más amplias. La rueda del cosmos tendría que girar sobre sí misma
para que se agotaran sus enigmas.
"Lo que
pasó, está pasando todavía", escribe Octavio Paz. Todo tiempo es actual.
Las piedras hablan desde otra época, pero son contemporáneas: en el asombroso
presente, los arqueólogos las leen de corrido.
Copyright © Grupo Reforma Servicio Informativo
Rojos
o verdes
Por
Juan Villoro
En el
"mes de la patria" conviene revisar los valores que damos por
sentados y a veces son herméticos o por lo menos misteriosos.
Me propongo
hablar de los dos colores fundamentales que arden en el paladar vernáculo. La
gastronomía mexicana creó salsas bicolores para honrar la dualidad de nuestra
cultura. El pensamiento prehispánico se regía por una creativa pugna entre los
opuestos. Baste pensar en el juego de pelota, representación del tránsito del
sol y la luna, la vida y la muerte, la tierra y el inframundo, el triunfo y la
derrota y todas las tensiones que mantenían vivo el cosmos.
De manera
emblemática, el Templo Mayor de Tenochtitlan tenía un carácter dual: un altar
consagraba a Huitzilopochtli, dios solar y de la guerra, y otro a Tláloc, dios
pluvial. En el abigarrado panteón mexica no podía faltar un Señor de la
Dualidad. Ometéotl representaba al indivisible Dios Dos.
¿Qué queda
de esa dialéctica? Es obvio que no vivimos en estado de éxtasis azteca, pero
hemos logrado que algunos usos cotidianos preserven el vínculo con esa era
perdida.
Las mesas
mexicanas son cosmogramas de la identidad. Ahí coexisten distintas culturas, la
del pan y la de las tortillas de maíz. Esta es la parte criolla del asunto.
Pero hay algo que viene de más lejos: las salsas conservan el sentido de la
dualidad. Aunque hay de muchos tipos, reconocemos dos polos canónicos. Las
enchiladas y los chilaquiles pueden ser rojos o verdes, y las mesas ofrecen dos
cuencos con líquidos que pican en esos colores.
Disponer de
esa alternativa ha llevado a algo más que un enriquecimiento del gusto. Las
salsas tienen un sentido identitario. Sin ellas, la comida es
"internacional". Sus colores son los más enfáticos de la bandera (el
blanco es neutro, una ausencia de color) y aluden a una cultura dual, que
erigía una pirámide al sol para erigir otra a la luna y hacía un agujero en el
poniente cuando ya tenía uno en el oriente.
Una mesa con
una salsa es sospechosa de dogmatismo. También el exceso despierta suspicacias.
Los restaurantes que ofrecen siete salsas obligan a recordar que las básicas
son dos, la roja y la verde.
El mundo se
divide en esas opciones tan arraigadas que definen nuestro inconsciente
colectivo: también la gasolina, salsa automotriz, es roja o verde.
¿Sería
posible clasificar a los amigos a partir de una psicología de las salsas?
Algunas posibilidades: "Ni le hables a Carlos; no lo calienta ni el sol:
está cambiando de salsa", "No confíes en Julia: es de las que mezclan
las salsas", "Jamás convencerás a Federico: no ha probado otra salsa
en su vida".
Todas estas
reacciones expresan la angustia de elegir. El ser contemporáneo no es dual;
está obligado a escoger entre una cosa y otra. En la lacustre Tenochtitlan,
tener dos salsas era tan normal como adorar dos dioses. La mente azteca fundía
opuestos: la salsa verde incluía algo de la roja; una no existía sin la otra;
elegir "ésta" implicaba a "aquélla".
En cambio,
los atribulados habitantes de la posmodernidad tenemos que escoger, o creer que
lo hacemos. A cada rato debemos singularizarnos, definirnos a través del NIP o
el password que permiten la vida en común.
En un
sentido profundo, las salsas no llegan a nuestras mesas como una disyuntiva que
significa abundancia, sino como un recordatorio de que todo es dual y los
extremos viven juntos.
¿Qué tan
distintas son esas opciones? Llegamos a un desafío del conocimiento. Las salsas
se parecen mucho, pero no son idénticas. Confieso un desconcierto que no le
deseo a nadie. Con los ojos abiertos, prefiero la roja. Esta elección es cromática.
Si pruebo ambas salsas sin abrir los ojos, escojo la verde. ¿Podemos separar el
gusto de la mirada? Los integristas gastronómicos se guían por sus papilas, los
que entienden el placer como algo ambiental, híbrido, privilegian la
presentación, y los neurasténicos se preocupan de que haya opciones.
Las salsas
esenciales representan una versión asequible y gustativa de la dualidad. ¿Hasta
dónde podemos lograr que, al optar por una, nos alejemos de la otra?
"¿Sus
chilaquiles: rojos o verdes?", pregunta el mesero. La lucha de los
contrarios parece a punto de ser resuelta por el libre albedrío. Un partido en
el que no hay empate: "¿rojos o verdes?".
Pero
Huiztilopochtli y Tláloc han encontrado el modo de preservar su señorío dual.
Si pides "rojos" es muy posible que te los traigan
"verdes". ¿Estamos ante una de las muchas pruebas de ineficiencia en
un país de baja competitividad?
De nuevo se
trata de algo más complejo. El 90% de las veces, el comensal dice: "Los
pedí rojos, pero ya déjelos". Por orgullo, le demuestra al otro que se
equivocó, pero acepta el error porque a fin de cuentas una salsa da lo mismo
que la otra.
Calificar
esta reacción de "confor-mista" sería ignorar nuestras complejas
raíces. Si algo define la identidad del mexicano es saber que si pides
enchiladas verdes, te pueden traer rojas sin que eso sea distinto.
En la rueda
del cosmos, los colores se borran y lo único que importa es que todo pique.
Copyright ©
Grupo Reforma Servicio Informativo
Fecha de
publicación: 21 Sep. 12
Bye
bye AMLOVE
Por
Juan
Villoro
(14-Sep-2012).-
El pasado
domingo, Andrés Manuel López Obrador pronunció uno de sus más significativos
discursos. Su alcance aún está por definirse; no es fácil calibrarlo porque
reúne los atributos de la sorpresa y el desconcierto. Una vez más marca la
agenda de la izquierda, hacia un rumbo imprevisto.
Hans Magnus
Enzensberger se refirió a los "héroes de la retirada" para definir a
quienes desmontan los dogmas entre los que han crecido y así cambian a su
sociedad. Gorbachov es el ejemplo perfecto de quien renueva una estructura
anquilosada desde dentro. En su espléndida Anatomía de un instante, Javier
Cercas encuentra a otras figuras de este tipo, decisivas para la transición
española. Entre ellas se cuentan Adolfo Suárez, que llegó al poder como
representante de la Falange y sentó las inesperadas bases de la democracia, y
Santiago Carrillo, que condujo a los comunistas a la ruta electoral.
López
Obrador está lejos de ser una figura así. No ha pasado por una reconversión ni
ha renunciado a su carácter de caudillo. No estamos ante un "héroe de la
retirada" sino ante alguien que da un paso al lado.
La
insinuación de que se retiraría a su rancho no pasa de ser una broma (el hecho
de que se llame "La chingada" confirma que tiene pocas ganas de ir
ahí). Dado su granítico e inmodificable temperamento, el domingo mostró una
flexibilidad y una visión de futuro que merecen ser señaladas.
Su
separación del PRD no tuvo el tono revanchista que muchos preveían. Agradeció a
sus compañeros de camino en los mejores términos. Su mensaje estuvo marcado por
un sentido de la responsabilidad que no siempre lo ha guiado. En forma
encomiable, expresó que un líder puede poner en riesgo su vida pero no la de
los seguidores y llamó a una desobediencia civil que no perjudique a terceros.
Al mismo tiempo,
su separación del PRD abre el abanico de la participación. El 1o. de julio de
2012 muchos juzgaron que López Obrador era el candidato menos malo, pero no
necesariamente el mejor que podría haber presentado un movimiento moderno y
progresista.
La izquierda
sólo puede tener un buen resultado electoral si se mantiene unida. Pero un
partido que sólo piensa en los votos deja de merecerlos. La encrucijada es
perfecta para diversificar opciones. La izquierda tiene tres años para diseñar
una estrategia en las elecciones legislativas y seis para las presidenciales.
En ese lapso, el PRD deberá demostrar que es algo más que una maquinaria
oportunista que prefiere ganar con dinosaurios del PRI (Manuel Bartlett, Arturo
Núñez) que con gente de sus propias filas o de la sociedad civil. Al seguir su
propio rumbo, López Obrador libera el juego del PRD, pero también eleva la
exigencia de encontrar a otro líder de peso.
La
separación no anula la posibilidad de alianzas ni la construcción de un frente
unido para elecciones futuras. Además, los gobernadores y legisladores del PRD
podrán negociar con el gobierno sin sentir que traicionan la causa de López
Obrador, que se niega a reconocer al presidente electo.
¿Es
necesario otro partido? AMLO ha sido un brillante activista. La movilización
que encabezó a propósito de Fobaproa (que por desgracia no tuvo resultados) y
su exitosa intervención para frenar la privatización de Pemex (que hubiera
festinado en caso de ser amigo de la victoria), muestran a un político que
influye sin gobernar. Pero no es un estadista. Las instituciones, el mundo
exterior y los trámites minuciosos no son lo suyo. Se siente más cómodo en la
tumultuosa plaza pública que en la aburrida oficina donde debe recibir al
embajador del Vaticano. Es más propio de su estrategia que encabece un
movimiento, pero sólo los partidos reciben recursos para operar; si opta por
esta vía será por pragmatismo, pero tendrá más impacto como movilizador que
como recaudador de votos.
Los
futurólogos ya mencionan candidatos del PRD a la Presidencia en 2018: Marcelo
Ebrard, Juan Ramón de la Fuente, Miguel Ángel Mancera. Estos nombres están muy
por encima de la plataforma que debe sustentarlos. El partido de la izquierda
es un embrollo de burócratas que administran "fuerzas sociales" que
van del ambulantaje a sindicatos mafiosos y responden más a la estructura
corporativa del populismo que a un proyecto de renovación.
En uno de
sus más extraños virajes, el combativo López Obrador se quiso transformar en
AMLOVE. De modo inverosímil, pretendió estrenarse como un jipi conciliador. Con
esta renuncia a su naturaleza parecía renunciar a la lucha verdadera. Si los
Everly Brothers cantaron Bye bye Love, los analistas comenzaron a tararear Bye
bye AMLOVE. Al oponerse a la estrategia de guerra de Calderón y al regreso del
PRI, el movimiento #YoSoy132 dio nuevo brío al candidato de las izquierdas.
El pasado
domingo López Obrador evitó la fuga hacia delante que muchos esperaban.
Estratega lateral, dio un paso al lado para seguir de frente. No fue un
impetuoso alfil, sino un caballo de ajedrez.
El juego se
ha abierto para las izquierdas. Por ahora, el tablero es más interesante que
las piezas.
Los
héroes son normales
Por
Juan
Villoro
(07-Sep-2012).-
El futbol se
juega en los estadios, pero afecta a la bolsa de valores y al estado de ánimo
de los panaderos. El pasado domingo, Cristiano Ronaldo se abstuvo de celebrar
los dos goles que anotó ante el Granada. Desde que los Rolling Stones cantaron
(I can't get no) Satisfaction, la cultura de masas no atestiguaba una ausencia
de gratificación tan ostensible. Vitoreado por el Santiago Bernabéu, el número
7 del Real Madrid puso la cara de un burócrata que acaba de estampar un sello.
Luego dijo que estaba triste "por motivos profesionales".
¿Qué le
falta al delantero para sonreír? En tiempos de crisis, tiene un sueldo anual de
10 millones de euros netos, juega con el equipo que ganó la Liga, recibe el
afecto de una modelo rusa y, algo más difícil de conseguir, del máximo
intrigante del futbol mundial, José Mourinho. Pero algo le falta al gladiador.
No ganó el Balón de Oro (que fue a dar a Iniesta) ni pudo tirar el último penal
de la serie con que España doblegó a Portugal en la Eurocopa. Es admirado pero
su ego reclama idolatría. Ha dicho que el mundo lo envidia por exitoso y
apuesto (en la iconografía metrosexual compite con las estatuas griegas del
joven Kouros).
El oficio de
futbolista es el más comentado del planeta Tierra. Desde el Jardín del Edén, la
especie depende de mitos que se forjan en la hierba.
Cristiano ha
provocado la terapia de grupo más numerosa de la historia. Todo mundo tiene
algo que decir de su melancolía. La pregunta decisiva es: ¿qué tan egoísta
puede ser alguien que practica un deporte de conjunto? Enamorado de su reflejo
en la pantalla de plasma, el Narciso de nuestros días olvida que depende de los
otros.
¿Es posible
que sea sencilla una persona cuya efigie vende millones de zapatos,
desodorantes o yogures? Más aún: ¿es posible que sea normal? Desde que Héctor
desafió a Aquiles, sabiendo que iba a morir, conocemos la respuesta: los héroes
son normales.
El Premio
Príncipe de Asturias acaba de ser concedido a dos futbolistas que, siendo
excepcionales, demuestran que la gloria es sensata. Iker Casillas, capitán del
Real Madrid, y Xavi Hernández, capitán del Barcelona, llevaron a España a
conquistar el Mundial en 2010 y la Eurocopa en 2012. Desde la adolescencia han
compartido la camiseta roja, pero militan en los archirrivales del futbol español.
En la
temporada 2010-2011 los aficionados vimos enfrentamientos que no estábamos
capacitados para metabolizar. El Barça y el Madrid se enfrentaron en la Liga,
la Copa del Rey y la Champions. José Mourinho envenenó las ruedas de prensa,
culpó a los árbitros de las derrotas, insinuó que el Barcelona se dopaba y le
picó un ojo al técnico Tito Vilanova. El defensa portugués Pepe repartió
patadas en el césped y pisó la mano de Messi.
Dispuesto a
ganar a cualquier precio, Mourinho piensa que la ética es una señora que sólo
da disgustos y que el odio es la vitamina del atleta.
Las
tensiones entre el Barça y Madrid estuvieron a punto de fracturar la selección
española hasta que Xavi y Casillas hablaron para acabar con la cizaña. Si la
ávida sociedad del espectáculo quería sangre, los capitanes provocaron una
anti-noticia: decidieron respetarse.
El Príncipe
de Asturias honra la solidaridad de los enemigos. Nadie ha engrandecido más los
goles del Barcelona que el incomparable Casillas, y Xavi es el mejor pasador de
la historia del futbol español; nunca el equipo merengue ha disfrutado tanto
como cuando le quita la pelota.
En 2008,
Santiago Segurola escribió sobre Casillas: "El Madrid juega con uno más no
porque Casillas sea un gran portero, que lo es, sino porque su presencia afecta
visiblemente a los rivales". En 2009, escribió sobre el mediocampista
blaugrana: "Xavi ha educado a los aficionados españoles, nos ha cambiado
la mirada, nos ha trasladado de lo obvio a lo sutil, nos ha demostrado el incalculable
valor de la paciencia, la astucia, el engaño y la adecuada elección de los
momentos, nos ha demostrado cómo su pequeño cuerpo no le impide defender la
pelota de sus atribulados rivales, nos ha dicho cómo se gobierna un
partido".
A esos
atributos deportivos se une su temple de capitanes: Casillas y Xavi hacen
mejores a los otros.
Cristiano
Ronaldo -conocido por las siglas CR7, como si fuera un célebre aparato- rara
vez felicita a sus compañeros cuando no participa en el gol y sale de la cancha
mientras Casillas reúne a los demás para aplaudir al público.
El futbol es
más que un deporte. El desaforado interés que despierta lo convierte en modelo
de conducta y espejo acrecentado de la sociedad. Sus pasiones fueron
anticipadas por el primer comentarista de los héroes. El mundo no ha cambiado
tanto desde que Homero enfrentó a Aquiles, el de los pies ligeros, y a Héctor,
el domador de caballos.
Cristiano
Ronaldo juega a ser un dios. Iker Casillas y Xavi Hernández juegan a ser
hombres.
El caos que nos ordena
Por
Juan Villoro
(31-Ago-2012)
"Son
sensibles al tacto las estrellas/ No sé escribir a máquina sin ellas",
escribió el poeta español Gerardo Diego. La inspiración proviene de los astros
y de algo más humilde, la fricción de las yemas sobre el teclado.
Hace unos
años, Pablo Ortiz Monasterio preparó una espléndida edición de fotos de vida
cotidiana del Archivo Casasola. Mientras los revolucionarios disparaban y las
soldaderas subían a los trenes, la costumbre no dejaba de ser doméstica.
Una de las
mejores imágenes de aquella selección es la de un examen de mecanografía en el
que participan mujeres con los ojos vendados. La escena tiene algo de rito: las
máquinas de escribir semejan altares donde se oficia a ciegas y las secretarias
parecen recibir dictado divino, como si se fueran a graduar de médiums.
Esa foto me
trae un lejano recuerdo. Irma era zurda y parecía hecha en otro mundo. Sufría
para dominar las tijeras y otros utensilios creados por un Dios diestro.
Desubicada, miraba la realidad como quien sabe que en unos minutos se va a ir
la luz.
Yo tenía
cierto acceso a su universo porque era amigo del Manitas, su hermano menor,
experto en nudos náuticos. Es curioso el futuro que atribuimos a los compañeros
de la infancia. El Manitas parecía destinado a grandes travesías. Un explorador
cuyos ojos entrecerrados anticipaban vendavales. En realidad, necesitaba lentes
pero tardó en descubrirlo.
La
extravagancia tiene formas peculiares de volverse lógica. Una tarde llegué a
casa del Manitas y oí un crepitar extraño. "Es Irma, está loca", explicó
mi amigo y me llevó al comedor. La mesa era presidida por una máquina Remington
en la que Irma percutía con furioso empeño. Tenía los ojos vendados; se mordía
los labios; agitaba la cabeza como una pianista convulsa. Una voz salía de una
grabadora: "como renuevos cuyos aliños un viento helado marchita en
flor". La frase se me grabó como todo lo que sucedió en ese instante,
aunque tardé en saber que se debía a la exaltada inspiración de Amado Nervo.
Las manos de
Irma vaciaban al poeta en el teclado, logrando una transmigración de las almas.
De pronto un hilillo de sangre bajó de su labios. Se había mordido con
demasiada fuerza. Percibió la humedad sobre las teclas, se quitó la venda,
descubrió mi presencia y dijo con un desdén maravilloso: "¿Qué me miras?".
A los 14
años participó en un concurso de dictado y rompió récord de velocidad. Asocié
su triunfo con las rarezas de su carácter: el alfabeto de la máquina estaba tan
loco como ella.
Muchos años
después supe que a fines del siglo XIX, Christopher Latham Sholes separó las
letras que suelen escribirse juntas (por ejemplo, la A y la M) para evitar que
los tipos de la máquina de escribir chocaran entre sí. Reordenó el ABC en forma
disparatada pero útil. Por accidente, las combinaciones más usuales en inglés,
español y otros idiomas quedaron del lado izquierdo. Sin saberlo, Sholes diseñó
un aparato más apto para zurdos. Por eso Irma lo dominó con tal soberanía.
El teclado
QWERTY (llamado así por sus seis primeras letras) permite que un mecanógrafo
escriba tres mil palabras inglesas usando sólo la mano izquierda y en cambio
disponga de unas trescientas descritas con la derecha.
En 1936
August Dvorak propuso un teclado más racional. Hubo competencias en las que los
usuarios de su método arrollaron a los estrafalarios que comenzaban por la Q.
De nada sirvió demostrar que ese diseño era superior para evitar que los tipos
de la máquina de escribir chocaran entre sí. La especie se había acostumbrado
al desorden.
La
computadora personal parecía perfecta para introducir un cambio. Steve Wozniak,
fundador de Apple, aprendió el método Dvorak en un viaje de avión y lo juzgó
superior al de Sholes. Creó una aplicación sin el menor éxito. Hoy en día 500
millones de computadoras usan el arbitrario alfabeto QWERTY, hecho para otra
máquina, que ya casi desapareció.
La cultura
de la letra depende de un teclado de aspecto incoherente. ¿Por qué perdura la
caprichosa invención de Sholes?
La foto del
Archivo Casasola y el recuerdo de Irma muestran la importancia de escribir a ciegas,
no como una destreza de la mente o la memoria, sino del tacto.
Después de
casi cuarenta años de usar el teclado no tengo la menor idea de dónde están las
letras, pero escribo sin verlas. Mis manos, no mis ojos, conocen el teclado, y
expresan algo por su cuenta.
Al anunciar
el iPhone, Steve Jobs dijo que había creado un aparato para la herramienta
perfecta, el dedo. La informática depende menos de los microcircuitos que de su
condición digital. La civilización es táctil. Frotas ramas y surge el fuego,
frotas teclas y arde una idea: "Son sensibles al tacto las
estrellas...".
El teclado
en desorden obliga a entender con los dedos.
Los libros
en Braille no tienen derechos de autor. Lo que se comunica por el tacto es de
todos.
El poeta avanza
Por Juan Villoro
El 12 de agosto, Javier Sicilia inició en San Diego su larga marcha a Washington. Lo acompañan activistas y organizaciones civiles que luchan por la paz. Por tercera ocasión, refrenda el valor moral de la peregrinación. En marchas anteriores recogió testimonios del dolor. Esas voces, hasta entonces dispersas, ahora van a Washington.
Desde el asesinato de su hijo, en marzo de 2011, Sicilia no se ha dado tregua en su lucha contra la violencia. Más allá de los desacuerdos que se puedan tener con algunas de sus posturas y estrategias, no hay duda de que ha sabido articular el sufrimiento colectivo y ha contribuido a encauzar la protesta hacia la senda más difícil, la de la esperanza.
En la cultura purépecha, los custodios de la tradición reciben el nombre de "abuelos del camino". En ese mundo, la costumbre se extiende paso a paso, con duradera paciencia.
Los mexicanos que van a Washington prolongan una larga historia de encuentros y desencuentros entre el país más poderoso de la Tierra y su accidentado vecino.
Al iniciar su gira, Sicilia leyó palabras de Bob Dylan: "¿Qué viste, hijo mío de ojos azules?/ ¿Oh, qué viste, mi querido muchacho?/ Vi a un recién nacido rodeado de lobos salvajes/... Vi una rama negra de la que no dejaba de gotear sangre/... Vi armas afiladas en manos de niños pequeños/... Una fuerte lluvia va a caer".
La conciencia crítica Dylan sirve de cómplice a Sicilia, que también recitó: "He alcanzado el fondo/ de un mundo lleno de mentiras/ No estoy buscando nada en los ojos de nadie/ A veces mi carga es más pesada de lo que puedo soportar/ Aún no ha oscurecido, pero no tardará".
La caravana busca aprovechar la última luz antes de las tinieblas. Dos son sus metas esenciales: frenar la venta de armas y el consumo de drogas en Estados Unidos.
Eduardo Galeano resumió en una frase la dolorosa interdependencia del tráfico de drogas: "Ellos ponen las narices y nosotros ponemos a los muertos". Por su parte, el novelista Don Winslow, autor de El poder del perro y uno de los mayores conocedores del tema, escribe en su blog que desde 1970 la DEA ha fomentado la creación de cárteles. La institución necesitaba a un enemigo poderoso que le permitiera ampliar su presupuesto y fuera visto como depositario de la maldad.
Una inmensa burocracia se ha beneficiado en Estados Unidos del conflicto. Solucionarlo sería su fin. Los capos mexicanos son presentados con nombre y apodo pero no se sabe de ningún capo norteamericano: "Las instituciones antidrogas y los narcotraficantes tienen una relación simbiótica [...] Estados Unidos tiene el 5% de la población mundial, pero consumimos el 25% de las drogas ilegales. Pese a esto, con una hipocresía de una temeridad pasmosa, condenamos a los países 'productores' y exigimos que se implementen acciones contra su problema de drogas". La actual estrategia sólo ha servido para aumentar el precio de las drogas, beneficiando a los intermediarios, sin disminuir el consumo.
"En 1970, el primer presupuesto para la 'guerra contra las drogas' de Richard Nixon fue de cien millones de dólares. Este año [2012] la 'guerra contra las drogas' recibirá un presupuesto 31 veces mayor", comenta Winslow. Hay una clara interdependencia entre el tráfico y el siempre infructuoso combate. Estamos ante "la peor de las malas soluciones". La única salida al círculo vicioso sería la legalización progresiva y regulada de las drogas.
La marcha a Washington no puede ser más oportuna. La opinión pública norteamericana aún no ha entendido la gravedad del problema ni la responsabilidad directa que tiene en él.
En una época dominada por la celeridad o la parálisis, donde todo es instantáneo o se encuentra detenido, quienes caminan perciben el mundo de otro modo.
Javier Sicilia es un analista político y un hombre de fe. Su caminata es una manifestación y una peregrinación. Pero sobre todo es una travesía por el mundo llano que se conoce a pie. Su gesto va más allá de las ideologías y las convicciones religiosas; es la forma más próxima y humilde de entrar en contacto con los desconocidos, de hablar con ellos y escucharlos: un pausado aprendizaje. Platón lo supo antes que nosotros: la caminata es una conversación en movimiento.
En su novela Mis dos mundos, Sergio Chejfec se ocupa de un protagonista carente de otra ilusión que la de caminar: "He seguido andando por inseguridad y por vacío de la voluntad, como si la caminata fuera la última experiencia que puedo ofrendar al paisaje de ruinas por donde me muevo, sin fuerzas para remontarlo a destruirlo". El solo hecho de recorrer el espacio es un signo de respeto, una forma de conservarlo.
Sicilia se ha servido de ese acto elemental y lo ha dotado de poderoso sentido. Durante un mes recorrerá casi diez mil kilómetros, deteniéndose en veinte ciudades para compartir su mensaje de paz.
"Y si camino voy como los ciegos/ aprendiéndole todo por sus pasos", escribió Jaime Sabines.
Mientras se lee esta línea, otro poeta avanza, aprende por medio de sus pasos, ofrece resistencia, construye una esperanza.
Copyright © Grupo Reforma Servicio Informativo
Fecha de publicación: 17 Ago. 12
Por Juan Villoro
El 12 de agosto, Javier Sicilia inició en San Diego su larga marcha a Washington. Lo acompañan activistas y organizaciones civiles que luchan por la paz. Por tercera ocasión, refrenda el valor moral de la peregrinación. En marchas anteriores recogió testimonios del dolor. Esas voces, hasta entonces dispersas, ahora van a Washington.
Desde el asesinato de su hijo, en marzo de 2011, Sicilia no se ha dado tregua en su lucha contra la violencia. Más allá de los desacuerdos que se puedan tener con algunas de sus posturas y estrategias, no hay duda de que ha sabido articular el sufrimiento colectivo y ha contribuido a encauzar la protesta hacia la senda más difícil, la de la esperanza.
En la cultura purépecha, los custodios de la tradición reciben el nombre de "abuelos del camino". En ese mundo, la costumbre se extiende paso a paso, con duradera paciencia.
Los mexicanos que van a Washington prolongan una larga historia de encuentros y desencuentros entre el país más poderoso de la Tierra y su accidentado vecino.
Al iniciar su gira, Sicilia leyó palabras de Bob Dylan: "¿Qué viste, hijo mío de ojos azules?/ ¿Oh, qué viste, mi querido muchacho?/ Vi a un recién nacido rodeado de lobos salvajes/... Vi una rama negra de la que no dejaba de gotear sangre/... Vi armas afiladas en manos de niños pequeños/... Una fuerte lluvia va a caer".
La conciencia crítica Dylan sirve de cómplice a Sicilia, que también recitó: "He alcanzado el fondo/ de un mundo lleno de mentiras/ No estoy buscando nada en los ojos de nadie/ A veces mi carga es más pesada de lo que puedo soportar/ Aún no ha oscurecido, pero no tardará".
La caravana busca aprovechar la última luz antes de las tinieblas. Dos son sus metas esenciales: frenar la venta de armas y el consumo de drogas en Estados Unidos.
Eduardo Galeano resumió en una frase la dolorosa interdependencia del tráfico de drogas: "Ellos ponen las narices y nosotros ponemos a los muertos". Por su parte, el novelista Don Winslow, autor de El poder del perro y uno de los mayores conocedores del tema, escribe en su blog que desde 1970 la DEA ha fomentado la creación de cárteles. La institución necesitaba a un enemigo poderoso que le permitiera ampliar su presupuesto y fuera visto como depositario de la maldad.
Una inmensa burocracia se ha beneficiado en Estados Unidos del conflicto. Solucionarlo sería su fin. Los capos mexicanos son presentados con nombre y apodo pero no se sabe de ningún capo norteamericano: "Las instituciones antidrogas y los narcotraficantes tienen una relación simbiótica [...] Estados Unidos tiene el 5% de la población mundial, pero consumimos el 25% de las drogas ilegales. Pese a esto, con una hipocresía de una temeridad pasmosa, condenamos a los países 'productores' y exigimos que se implementen acciones contra su problema de drogas". La actual estrategia sólo ha servido para aumentar el precio de las drogas, beneficiando a los intermediarios, sin disminuir el consumo.
"En 1970, el primer presupuesto para la 'guerra contra las drogas' de Richard Nixon fue de cien millones de dólares. Este año [2012] la 'guerra contra las drogas' recibirá un presupuesto 31 veces mayor", comenta Winslow. Hay una clara interdependencia entre el tráfico y el siempre infructuoso combate. Estamos ante "la peor de las malas soluciones". La única salida al círculo vicioso sería la legalización progresiva y regulada de las drogas.
La marcha a Washington no puede ser más oportuna. La opinión pública norteamericana aún no ha entendido la gravedad del problema ni la responsabilidad directa que tiene en él.
En una época dominada por la celeridad o la parálisis, donde todo es instantáneo o se encuentra detenido, quienes caminan perciben el mundo de otro modo.
Javier Sicilia es un analista político y un hombre de fe. Su caminata es una manifestación y una peregrinación. Pero sobre todo es una travesía por el mundo llano que se conoce a pie. Su gesto va más allá de las ideologías y las convicciones religiosas; es la forma más próxima y humilde de entrar en contacto con los desconocidos, de hablar con ellos y escucharlos: un pausado aprendizaje. Platón lo supo antes que nosotros: la caminata es una conversación en movimiento.
En su novela Mis dos mundos, Sergio Chejfec se ocupa de un protagonista carente de otra ilusión que la de caminar: "He seguido andando por inseguridad y por vacío de la voluntad, como si la caminata fuera la última experiencia que puedo ofrendar al paisaje de ruinas por donde me muevo, sin fuerzas para remontarlo a destruirlo". El solo hecho de recorrer el espacio es un signo de respeto, una forma de conservarlo.
Sicilia se ha servido de ese acto elemental y lo ha dotado de poderoso sentido. Durante un mes recorrerá casi diez mil kilómetros, deteniéndose en veinte ciudades para compartir su mensaje de paz.
"Y si camino voy como los ciegos/ aprendiéndole todo por sus pasos", escribió Jaime Sabines.
Mientras se lee esta línea, otro poeta avanza, aprende por medio de sus pasos, ofrece resistencia, construye una esperanza.
Copyright © Grupo Reforma Servicio Informativo
Fecha de publicación: 17 Ago. 12
Un libro en piedra
Por Juan Villoro
He tenido la
suerte de leer la tesis de doctorado del epigrafista maya Guillermo Bernal
dedicada a descifrar los mensajes del Templo de las Inscripciones de Palenque.
Apenas
sobreviven tres códices de la civilización que inventó el 0. En 1562 Fray Diego
de Landa quemó la mayor parte de los códices mayas en un auto de fe del que
acabaría arrepintiéndose (a tal grado que pasó el resto de sus días tratando de
recuperar la cultura que contribuyó a aniquilar).
Numerosos
arqueólogos -algunos tan eminentes como Sir Eric S. Thompson- consideraron que
los glifos mayas conformaban un lenguaje exclusivamente pictográfico. Los
epigrafistas rusos Yuri Knorosov y Tatiana Proskouriakoff, y los
norteamericanos David Friedel y Linda Schele, demostraron que la escritura maya
también tiene una condición fonética. Los dinteles de Yaxchilán y los frisos de
Toniná le "hablan" al espectador.
El edificio
que contiene mayor información narrativa es el Templo de las Inscripciones
edificado por K'inich Janaahb' Pakal, conocido como Pakal II, y concluido por
su hijo K'inich Kan B'ahlam. Del año 680 a 690 se consumó una singular obra
narrativa. Mezcla de autobiografía, historia pública y especulación sobre
tiempo y el destino, el discurso de Pakal II depende de un rico tejido de
metáforas. Cuando un gobernante asume el poder, habla de la "atadura de la
diadema", una tragedia es descrita como "el fuego que el tiempo trajo
en su espalda", la hambruna es el periodo en que "se secan los
árboles frutales de la luna".
Si, como
sugiere Ricardo Piglia, don Quijote es el último lector de una tradición, la de
la novela de caballerías, Guillermo Bernal es el primer lector de una tradición
silenciada durante más de mil años.
Uno de los
aspectos más excepcionales del Templo de las Inscripciones es que ofrece una
crítica del poder. No se trata, como suele ocurrir en la escritura pública, de
una mera celebración de logros, sino de una dolorosa revisión de la derrota. Al
respecto escribe Bernal: "Si lo entiendo correctamente, la narración
histórica de K'inich Janaahb' Pakal magnificó tanto los fracasos como los
logros de su dinastía [...] Los gobernantes mayas del periodo Clásico
generalmente pregonaron sus victorias, pero rara vez admitieron sus fracasos.
K'inich Janaahb' Pakal tuvo la genialidad de reconocer las debacles de su
dinastía, mostrando que las adversidades podían ser superadas con el favor de
los dioses, el apoyo de la colectividad y el heroísmo de sus gobernantes. En mi
opinión, este poderoso argumento propagandístico operó como una fuerza
ideológica que templó el carácter, la unidad y la voluntad de sus
súbditos".
Una lección
política se abre paso desde el año 690: la autocrítica permite reforzar el poder.
Los limitados actores públicos de nuestros días tienen mucho que aprender de
ese legado en piedra.
Entender la
escritura maya ha traído un viraje valorativo. Cuando yo era niño se nos
enseñaba que a diferencia de los aztecas, los mayas eran pacifistas que vivían
absortos en enigmas matemáticos, religiosos y astronómicos. Cuando no estaban
haciendo cálculos, rezaban. Ahora sabemos que esa visión romántica era falsa.
El sacrificio y las guerras pertenecían a la vida maya. Al conocer sus
mensajes, los mayas perdieron su aura mística y asumieron la contradictoria
condición humana.
Todo
discurso es capaz de mentir. ¿Qué grado de veracidad tiene el Templo de las
Inscripciones? De acuerdo con ese discurso, Pakal II gobernó durante 68 años y
murió a los 80, algo casi irreal en una época en que la esperanza de vida era
de 30 o 35 años. Menos longevo, su hijo asumió el poder a los 48 años y vivió
hasta los 66. Es posible que esos datos tengan un valor simbólico para darle un
rango mítico a los gobernantes.
Durante 13
años, el arqueólogo Roberto García Moll estuvo al frente de las excavaciones de
Yaxchilán. A él se debe lo que conocemos de esa ciudad a orillas del
Usumacinta. Posteriormente dirigió el INAH y conoce como pocos la cultura maya.
En su opinión, el trabajo de los epigrafistas es todavía especulativo.
Guillermo
Bernal ha establecido un delicado contacto con escribas mayas que se sirvieron
de intrincadas metáforas. Es mucho lo que puede perderse en el camino.
Ignoramos quién fue Homero o quiénes fueron los muchos hombres que así
llamamos. Troya fue considerada un sitio imaginario hasta que Heinrich
Schliemann la descubrió en el siglo XIX.
A reserva de
que se precisen datos y se distinga qué pertenece a la historia, qué al mito y
qué a la ficción, El señorío de Palenque durante la Era de K'inich Janaahb'
Pakal y K'inich Kan B'ahlam (615-702, d. C.), de Guillermo Bernal, está llamado
a ser un libro definitivo de nuestra cultura. La gran saga narrativa maya,
escrita en edificios para ser leídos, llega a nosotros como la asombrosa selva
que podemos entender.
La honestidad de la ira
Por
Juan Villoro
Cuando
Truman Capote murió, Gore Vidal alzó sus célebres cejas para decir:
"Magnífica decisión profesional".
Conocido por
los epigramas que la lengua inglesa no escuchaba desde Oscar Wilde, el autor de
Mesías fue tan versátil que costaba asociarlo con un género y tan carismático
que quienes lo oían pensaban que lo habían leído. En dos ocasiones se presentó
al Senado con una agenda demasiado liberal para triunfar pero imposible de
olvidar. Su campaña de 1982, registrada en el documental Gore Vidal: el hombre
que dijo no, fue un despliegue de elocuencia satírica.
Vidal nació
en 1925 en el cuartel de West Point, con el nombre de pila de Eugene. Su padre
fue un piloto de guerra que fundaría tres aerolíneas, y su madre, una actriz de
reparto con tendencia al alcohol y los matrimonios de alta sociedad (uno de sus
maridos fue el padrastro de Jacqueline Kennedy).
Vidal
prefirió la compañía de su abuelo Thomas Gore, que estaba ciego a causa de dos
accidentes distintos y era senador por Oklahoma. En Washington, donde vivió
desde el divorcio de sus padres, el futuro novelista le leía a su abuelo y
escuchaba su potente oratoria en el Senado.
En la novela
Washington, D. C., y en obras de teatro como El mejor hombre y Una velada con
Richard Nixon, Vidal mostraría los bastidores del sistema político que conoció
de primera mano.
A partir de
los años sesenta se trasladó a Italia. "Vivo en las ruinas de un imperio
para escribir sobre otro", comentó. Su pasión romana dio lugar a Juliano
el apóstata, novela sobre el emperador que trató que su pueblo volviera al
paganismo, y lo llevó a colaborar en la película Ben-Hur, donde urdió una
subtrama gay. Quedó más satisfecho con ese trabajo que con Calígula, exceso
fílmico producido por el editor de Penthouse, del que retiró su nombre.
Extrovertido
como sólo puede serlo un dandy de sangre fría que nunca se pone nervioso, fue
huésped asiduo de la televisión, se representó a sí mismo en Roma, de Fellini,
y actuó en el futuro de diseño de Gattaca. Como guionista, su mayor logro fue
la adaptación de De repente, en el verano, de Tennessee Williams.
Polemista
impar, hizo que Norman Mailer perdiera los estribos y le diera un cabezazo
antes de entrar al show de Dick Cavett. El columnista conservador William
Buckley Jr. lo demandó por difamación pero Vidal ganó el pleito. Cuando le
preguntaron qué opinaba de Inglaterra, respondió: "Esto no es un país: es
un portaviones estadounidense".
"Flaqueas
al ocuparte de mi obra", le dijo a Martin Amis. En el caso de Vidal, era
más fácil escribir sobre el personaje que sobre el autor. En la mayoría de sus
libros el tema supera a la ejecución. La ciudad y el pilar (1948) fue una de
las primeras novelas sobre la homosexualidad, Mesías (1954) se ocupa del
carisma en la era televisiva y Myra Breckinridge (1968) narra en clave cómica
una historia transexual.
Pocos ensayistas
han tenido una erudición tan amplia como la de Vidal. Estados Unidos, volumen
que recoge cuarenta años de reflexiones, muestra a una de las mentes más
sagaces, informadas y, sí, generosas del siglo XX. Con la misma solvencia con
que escribe de Montaigne, indaga la obra de Italo Calvino. Admirador de la
literatura europea, lamentaba que los escritores de su país se centraran en el
realismo y sólo admitieran la fantasía en subgéneros como la ciencia ficción.
En cierta forma, así explicaba su desencuentro con la crítica.
Aunque en
novelas históricas como Lincoln o Juliano el apóstata investigó con minucia,
Vidal tenía una voz demasiado fuerte para dejar vivir a sus personajes. El
crítico del imperio era imperial.
En
Palimpsesto, libro de memorias, narra su romance con un joven que murió en la
batalla de Iwo Jima. Esa pérdida lo "curó" de volver a enamorarse. A
partir de entonces, asumió una bisexualidad ajena a los sentimientos.
"Todo hombre mata lo que ama", escribió Oscar Wilde. Su heredero
norteamericano quiso matar sus afectos para pulir sus alfileres.
Los cínicas
verdades de Vidal animaron el auténtico parlamento de época: la televisión. Ahí
dijo: "Cuando un amigo triunfa, algo muere dentro de mí", "A
medida que uno envejece, el litigio sustituye al sexo", "La
televisión es una gran niveladora: acabas sonando como la gente que hace las
preguntas".
De Estados
Unidos comentó: "Esto no es una democracia: es una república
militarizada" y "La mitad de los estadounidenses no leen periódico y
la mitad no vota. Espero que pertenezcan a la misma mitad".
Una
sentencia de Marco Aurelio se aplica al inconforme que nació en un cuartel:
"La ira no puede ser deshonesta". Irónico, contradictorio,
narcisista, corrosivo, Gore Vidal fue el sistema de alarma de un imperio. El
niño que le leía al senador Thomas Gore no obtuvo un escaño en el Congreso,
pero tomó la palabra con la honestidad de la ira.
Copyright ©
Grupo Reforma Servicio Informativo
El aire clásico está en
crisis
Por
Juan Villoro
Escribo
estas líneas en la isla de Naxos, en vísperas de las Olimpíadas de Londres. En
2004, los juegos regresaron a su lugar de origen, Atenas. Lo que no ha
regresado son los mármoles del Partenón. Inglaterra celebra el espíritu de lo
que no ha devuelto.
El mundo se
une para el deporte entendido como negocio (Niké, diosa griega de la victoria,
se ha convertido en una marca de artículos deportivos). Cada cuatro años, las
Olimpíadas son un pretexto para hablar de paz, pero la política encuentra el
modo de ensuciarlas. La Olimpíada de Munich padeció un atentado terrorista, la
de Moscú fue saboteada por Estados Unidos y la de Los Ángeles por la Unión
Soviética.
Grecia, país
que dio nombre y cultura a un continente, juzgó que los Juegos Olímpicos de
2004 eran una oportunidad para recuperar los mármoles que Lord Elgin llevó a
Inglaterra en 1804. El tema parecía resuelto desde 1982, cuando la UNESCO
aprobó la petición de Melina Mercouri de que las esculturas del Partenón
volvieran a Atenas. De manera emblemática, aquella conferencia se celebró en
México, que algo sabe de expolios. Pero el mundo se organiza mejor para el
negocio que para la equidad: la FIFA tiene más agremiados que la ONU (y le
hacen caso). La resolución de la UNESCO no ha sido acatada por Gran Bretaña.
El tema
enfrenta criterios irreconciliables. El British Museum argumenta que Lord
Elgin, embajador inglés ante el imperio otomano, salvó piezas que de otro modo
se habrían perdido.
La Acrópolis
estableció un resistente canon de belleza. En forma paralela, la asombrosa
invención del arquitecto Fidias despertó ánimos de destrucción. Nada más
atractivo para un bárbaro o un fanático que mancillar aquello que lo supera. El
Partenón fue transformado en iglesia bizantina, iglesia latina y mezquita
musulmana. En 1687, bajo el dominio turco, fue depósito de pólvora y estalló
por los aires. Agraviada como arquitectura, la Acrópolis se perfeccionó como
ruina.
El British
Museum argumenta que Elgin salvó los mármoles. Según Melina Mercouri, el más
dañino expolio de la Acrópolis fue precisamente el que practicó el embajador
inglés.
Los dioses
griegos no llegaron a Londres como celebridades. De 1804 a 1816 estuvieron en
el jardín de Elgin, expuestos a humedades que provocan reumatismo hasta a los
inmortales. La demora se debió a que el museo no aceptaba el precio fijado por
el embajador. Los traficantes no son altruistas.
La
conservación tampoco ha sido impecable. En los años treinta las piezas fueron
sometidas a una limpieza salvaje. Aunque la entrada al British Museum es
gratuita, eso no convierte al saqueo en una causa noble. La estatura de Elgin
disminuye en comparación con la del arqueólogo alemán Heinrich Schliemann,
descubridor de Troya. Después de abrir la tumba de Agamenón, Schliemann
escribió al gobierno griego: "Como mi único interés es el amor a la
ciencia, entrego a ustedes estas piezas para que enriquezcan el legado de su
pueblo".
El gobierno
británico desoyó la propuesta de la UNESCO de 1982, pero Grecia no ha perdido
la esperanza de recuperar su patrimonio. Los Juegos Olímpicos de 2004 eran una
buena oportunidad para relanzar el tema, entre otras cosas, porque el Partenón
pertenece al espíritu olímpico. Cada cuatro años la procesión de atletas pasaba
por ahí.
Con la
complicidad del sistema financiero mundial, Grecia se endeudó para construir
instalaciones deportivas. Como es usual, no faltaron los escándalos locales. En
su novela Suicidio perfecto, Petros Márkaris narra el tráfico de influencias y
las estafas perpetradas a la sombra de los Juegos Olímpicos.
El fuego de
los héroes volvió a Grecia. Ocho años después el país es estrangulado por la
banca europea. Cada dos o tres meses, Angela Merkel regaña a los griegos por
incumplimiento. La ilusión de una Europa unida ha dado lugar a una Europa
desigual.
Viajé a
Grecia en compañía de unos amigos catalanes. Ayer se les descompuso el aire
acondicionado y el recepcionista del hotel les dijo: "¡Grecia en crisis,
España en crisis, aire en crisis!".
Las playas
de Naxos no dejan de llenarse de turistas. Bruñidos por el sol, ocupan por unos
días el territorio de Aquiles, el héroe que no usaba bloqueador.
Mientras
tanto, en el British Museum, los dioses prosiguen su coloquio. Zeus, Júpiter y
Poseidón se preguntan si volverán a casa. Durante los juegos de Londres, el
espíritu de Grecia arderá en el pebetero. Mientras tanto, el aire griego está
en crisis. El país que creó la sátira, la comedia y la tragedia se apresta a
vivir todos estos géneros.
A propósito
de la presión que los países ricos ejercen sobre Grecia, Günter Grass escribió
el poema "La vergüenza de Europa". Ahí dice: "País condenado a
ser pobre/ cuya riqueza adorna cuidados museos", y concluye: "Sin ese
país te marchitarás, Europa, privada del espíritu que un día te concibió".
Copyright ©
Grupo Reforma Servicio Informativo
Los sabores de la mente
Por Juan Villoro
20 de julio 2012
¿Cuál es el
condimento favorito de Ferran Adrià? El que no existe. Lo supe al visitar su
estudio en el barrio gótico de Barcelona en compañía de Iosu de la Torre y Pau
Arenós, colegas de El Periódico de Catalunya.
De 1987 a
2011, Adrià creó 1846 recetas. Su último fondue fue servido el 30 de julio de
2011. El Bulli había sido durante cuatro años consecutivos el mejor restaurante
del mundo, según el criterio de fuego de The Restaurant Magazine. Cada
temporada, dos millones de personas trataban de hacer reservaciones y 8 mil
obtenían sitio. Convertido en el chef más mediático de la historia, Adrià
participó en Documenta (foro conceptual perfecto para quien bautizó un postre
de fantasía como "agua helada"), impartió cátedra en Harvard y logró
una hazaña en la cultura de masas: aparecer en Los Simpson.
La cocina se
transformó con las esferificaciones y las deconstrucciones del maestro de Cala
Montjoi. Un queso fue presentado en forma de globo, el aceite en forma de
caviar y la tortilla de patatas en forma de sorbete. Esta revuelta ante lo
establecido sólo podía tener un límite: el éxito. Resulta contradictorio que la
vanguardia sea aceptada.
El
empresario Adrià es ante todo un buscador de novedades. En el momento en que
podía convertir su restaurante en una lucrativa franquicia decidió cerrarlo. En
2014 El Bulli regresará como Bullifoundation, zona franca de la exploración
gastronómica.
Adrià vive
en estado de especulación. Lo encontramos ante una comitiva de diseñadores de
soportes digitales de la compañía Telefónica. Como sólo se viste de gala para
honrar estufas, llevaba una camiseta gris.
Desde que
rebanó su primer ajo, Adrià ha guardado recetario. No pierde un apunte ni un
menú. Esto le permitió crear un insólito archivo. Su estudio también alberga
una biblioteca de gastronomía (con numerosos libros de cocina mexicana, entre
ellos los de Ricardo Muñoz Zurita y Mónica Patiño) y toda clase de memorabilia,
desde las cucharas que recogieron "piel de leche" en El Bulli hasta
las casacas usadas para cocinar en Tokio.
El aire
acondicionado apenas mitigaba el verano barcelonés. El único motor hiperactivo
era la mente de Adrià, quien piensa aún más rápido de lo que habla. Sus
palabras son como sus guisos, una espuma indefinida. Resumo las ráfagas con que
explicó la Bullipedia: "No es un programa para jugar ni para aficionados,
sino para cocineros. Todos los materiales han sido clasificados; tenemos su
definición científica, pero no los ordenamos así. En el caso de los vegetales
no vamos por un orden botánico sino gastronómico. Lo que importa no es
encontrar una receta sino una idea. Nos interesa el paladar mental.
Hay cosas
que todo cocinero sabe; por ejemplo, que el apio y la espinaca son tiranos,
cada uno tira por su lado. Normalmente no se mezclan, pero eso puede ser un
problema de proporción. Lo decisivo es llegar a lo que no existe, lo que no
está aquí. No hay que buscar una receta sino una idea para crear recetas",
desvió la vista y añadió: "La mejor palabra para escribir es la que no has
encontrado".
Las paredes
del estudio están cubiertas con portadas de revistas. No todas tienen que ver
con el dueño de casa. Llama la atención un ejemplar de la guía Gault-Millau de
1973, dedicado a la nouvelle cuisine. En aquel entonces Adrià era niño en un
país de inmodificables cochinillos. Esa publicación señala el inicio de un
cambio cultural que llevaría al "café irlandés de espárragos verdes".
Una de las
cosas que más le gustan a Adrià del edificio donde trabaja es la capilla que
convirtió en sala de juntas. Entramos ahí en compañía de Oriol Castro, aliado
tan leal en El Bulli que dormía en el piso superior de la cocina. Para aliviar
el síndrome de abstinencia ante los fogones, Oriol acaba de abrir el
restaurante Compartir en Cadaqués. Con inquietante memoria, reprodujo el menú
que comí ahí en diciembre de 2010: "este plato sí, este no", decía
ante miles de fotos de guisos (su favorito es la flor de almendro). En las
paredes colgaba el guión de la película que Hollywood prepara sobre la vida de
Adrià . Leímos el comienzo y el final bajo advertencia de que hay una
penalización millonaria por revelar el contenido antes del estreno.
Pau Arenós
ha descrito la aventura de Adrià como "la cocina de los valientes".
Durante la visita le preguntó si la Bullipedia llevará registro de sus
usuarios. "Es igual", dijo Adrià : "Las ideas que están ahí son
de todos. Las ideas interesantes son las que no existen".
Se atribuye
a Leonardo da Vinci la creación de la servilleta. Gracias a su genio, el hombre
dejó de chuparse los dedos en la mesa. Gracias a otro genio, volvió a
chupárselos. Los explosivos merengues de Ferran Adrià se comen con las manos.
Toda gran
idea produce otra: inventar la servilleta ha sido tan importante como inventar
maneras de ensuciarla.
El
libro aprende a leer
Por
Juan Villoro
Cuando San Agustín vio leer a San Ambrosio a fines del
siglo IV, fue testigo de una peculiar manera de expresar la devoción: el
sorprendente erudito leía en silencio.
Agustín atesoró la escena y no dejó de incluirla en sus
Confesiones: "Cuando Ambrosio leía, pasaba la vista sobre las páginas
penetrando su alma, en el sentido, sin proferir una palabra ni mover la lengua
[...] Yo entiendo que leía de ese modo para conservar la voz [...] En todo
caso, el propósito de aquel hombre era bueno".
Durante siglos, la escritura no eliminó la oralidad.
Entender la letra significaba pronunciarla. Aunque se tratara de un acto
individual, el texto se recitaba; requería de sonido para suceder. San Agustín
fue testigo el viraje cultural que se fraguaba en el siglo IV. Después de
Gutenberg, los libros impresos facilitarían leer al modo de San Ambrosio.
A partir de entonces la lectura ha representado el
vínculo secreto entre dos mentes. De manera significativa, el libro electrónico
comienza a alterar esta costumbre. En un interesante artículo publicado en el
Wall Street Journal, Alexandra Alter reflexiona sobre las consecuencias de leer
descargas en Amazon o Google. Por primera vez los editores disponen de pistas
sobre la forma concreta en que los libros son utilizados. Pueden saber en
cuántas horas se lee un texto, cuántas veces se interrumpe, qué otros libros se
leen entretanto, qué pasajes se saltan, qué frases llaman la atención y merecen
subrayado luminoso.
Los hábitos de los lectores se precisan con tal detalle
que se teme una nueva invasión de la privacidad. Al mismo tiempo, esto
despierta el interés de los autores. Todos sentimos curiosidad por descubrir el
modo en que somos leídos. Si subes al Metro y ves que alguien lleva un libro
tuyo, te acercas sigilosamente y estudias sus reacciones. ¿Se quedará dormido o
se reirá con el chiste que -según calculas- está en esa página? Como el destino
es inclemente, ese hipotético lector se baja en la siguiente estación y te
quedas con la duda.
No sabemos quién nos lee y controlamos con discreción lo
que leemos (si un periodista pregunta qué libro tienes en el buró, mencionas La
Eneida para no tener que explicar por qué estás leyendo la biografía del Pibe
Valderrama).
A veces, ocultar la lectura es cuestión de supervivencia.
Un amigo chileno me contó que después del golpe de Estado
de Pinochet, forró un libro para leerlo en público (era un estudio sobre el
cubismo, pero temía que los militares pensaran que trataba de la revolución
cubana).
Gracias a Kindle es posible detectar no sólo el título de
la obra sino qué pasajes interesan más. Leer una escena erótica ya no es un
acto íntimo sino algo que detecta una máquina, circunstancia típica de una
época en que Google Earth supervisa el nudismo de azotea.
No todos los datos que aportan las descargas son
novedosos. En los primeros meses de lectura electrónica se ha
"descubierto" que los lectores de no ficción leen a saltos y los de
novela lo hacen de principio a fin, que los de ciencia ficción son más veloces
y los literarios más exigentes y proclives a abandonar el libro.
La frase más subrayada pertenece a la novela de moda Los
juegos del hambre: "A veces las cosas importantes le suceden a la gente
que no está preparada para lidiar con ellas". Bien mirada, la expresión
define nuestra extrañeza ante la tecnología.
Una paradoja esencial de los inventos es que recuperan
atavismos. La segunda frase más subrayada plantea una situación que muchos
juzgarían superada. Se trata del comienzo de Orgullo y prejuicio, de Jane
Austen: "Es una verdad universalmente aceptada que un hombre soltero en
posesión de una buena fortuna deba estar en busca de una esposa". La
ilusión de mezclar el dinero con el matrimonio no sólo tiene vigencia en las
telenovelas.
Los libros electrónicos leen a sus lectores. Aún es
difícil detectar reacciones psicológicas o estéticas, pero no sería raro que en
el futuro se midiera el impacto emocional de un personaje o una metáfora.
¿Llegaremos a la satisfacción vicaria de sentir que un libro nos lee mejor que
otro?
Por el momento ya hay libros interactivos. En ciertas
novelas policiacas es posible descartar culpables para contribuir al desenlace
y en novelas románticas se puede escoger al novio de la protagonista.
De acuerdo con Italo Calvino, el libro es la única parte
de la casa donde podemos estar a solas. Esto comienza a cambiar.
¿Comprometeremos la sinceridad de nuestras reacciones al saber que dejan huella
o admitiremos la lectura como una práctica semipública? El hábito de leer no se
modificaba tanto desde el siglo IV.
La asombrosa introspección que San Agustín observó en San
Ambrosio perdura en los libros impresos. El e-book pertenece a una comunidad.
Dejamos un rastro luminoso que puede tener testigos. Mientras leemos, alguien
lejano nos descifra.
Copyright ©
Grupo Reforma Servicio Informativo
Fecha de
publicación: 13 Jul. 12
En silencio
Por
El próximo domingo culminará la marcha que ayer comenzó en Cuernavaca para protestar contra la sangre derramada. Felipe Calderón salió al paso de la protesta señalando el peligro de "detener la acción del gobierno".
¿Qué significa el grito de "¡Ya basta!"? Algunos consideran que un pacifismo inmoderado beneficiaría al crimen, otros juzgan que el gobierno es corresponsable del caos en la medida en que encendió un polvorín que no sabía cómo enfrentar. Los políticos de todos los partidos han sido incapaces de llegar a acuerdos parciales en nombre de un interés superior. El país se desgaja; surgen recelos y crispaciones. Mientras, la violencia afecta a todos.
Javier Sicilia se ha situado en la encrucijada por la que antes pasó el empresario Alejandro Martí. Ambos perdieron familiares y sobrellevan un dolor contra natura. En su primer comunicado luego del fallecimiento de su hijo Juan Francisco, Sicilia recordó que hay palabras para nombrar al viudo o al huérfano, pero no a quien se queda sin hijos. Esa tragedia desafía al lenguaje y al entendimiento.
En su condición de poeta, activista, cristiano y deudo, Sicilia ha señalado que lo indecible solo se puede enfrentar con el silencio. Por ello ha convocado a que la marcha carezca de otra consigna que el callado estupor de los presentes. Se trata de una iniciativa ética, un momento de comunión y reflexión colectivas. "De lo que no se puede hablar, hay que callar", escribió Wittgenstein.
Y sin embargo, el mutismo tiene significado. Durante el movimiento estudiantil de 1968 la Manifestación del Silencio tuvo mayor peso que otras marchas. El caricaturista Abel Quezada resumió el acto con una frase: "El silencio es más fuerte".
En La significación del silencio, mi padre, Luis Villoro, recuerda que al definir al hombre, los griegos hablaron del zoon lógon éjon. Para ellos, el rasgo distintivo de la condición humana no era la razón, sino la palabra.
El silencio puede ser el contrapunto de la poesía y de la música, una manera de estar de acuerdo sin decirlo, una forma de la perplejidad ("no tengo palabras para esto"), un gesto de respeto.
La marcha del domingo remite a algo más profundo, abordado en La significación del silencio: "La muerte y el sufrimiento exigen silencio, y la actitud callada de quienes los presencian no solo señala respeto o simpatía, también significa el misterio injustificable y la vanidad de toda palabra. [...] Porque el hombre es 'un animal provisto de palabra' puede guardar un silencio significativo. En la medida en que el silencio signifique es, pues, un elemento del lenguaje". Al callarse, quien puede hablar marca un límite. ¿Hasta dónde llega ese lenguaje negativo, hecho de palabras que no suenan?
Aunque el alcance de una marcha es limitado, algo queda claro en este caso: guardar silencio es una forma de no mentir. Estamos inmersos en actos de violencia contra la verdad. El Presidente contravino el espíritu de la Constitución al ir al Vaticano a la beatificación de un Papa que silenció los crímenes de Marcial Maciel. A su regreso, pidió apoyo para una lucha de la que no habló en su campaña y para la que no buscó respaldo.
Nadie puede oponerse a acabar con el crimen. El problema es la debilidad y el desorden de un combate que se prolonga sin final a la vista y que ha dejado más de 40 mil muertos. Sabemos que éste es nuestro país, no podemos decir que ésa sea nuestra guerra.
El Presidente pide comprensión. No tendría que hacerlo si mejorara su estrategia. Los flujos financieros del narco no han sido tocados en lo sustancial y la investigación de cómplices en los tres poderes no ha dado resultados decisivos; la legalización de ciertas drogas eliminaría parte del negocio ilícito, pero el gobierno no es partidario de esa idea; el combate solo se puede hacer en complicidad con Estados Unidos, principal consumidor de drogas, sin embargo, en su política bilateral Calderón pidió que removieran al embajador: ese "logro" debilitó la relación.
Todo lo anterior pertenece a la logística a corto plazo. Lo más preocupante es que se ha hecho muy poco para restaurar el tejido social. Más decisivo que capturar a un narco es impedir que alguien lo sea.
Calderón no ha podido mejorar la educación, clave de una política de seguridad duradera. Para miles de mexicanos ser sicario no es solo la alternativa equivocada: es la única. Ahí está el problema.
En el 94% de los municipios no hay librerías. Formar ciudadanos conscientes es más lento y costoso que comprar armamento, pero es más seguro y ético.
Mientras el Presidente solicitaba no confundir la paz con la rendición, Alejandro Martí preguntaba: "¿Qué le puede esperar a un país cuya clase política no es sensible al reclamo de los ciudadanos?".
El poder no oye. Juan Rulfo le tiene un mensaje:
"-¿Qué es? -me dijo.
-¿Qué es qué? -le pregunté.
-Eso. El ruido ese.
-Es el silencio".
En twitter: @juanvilloro56
Copyright © Grupo Reforma Servicio Informativo
JABAZ en MILENIO
Por Juan Villoro
Participé en un congreso literario en una pequeña ciudad de España. Llegué en la víspera, de noche, y encontré a los participantes en el bar. Hablaban de un solo tema: una de las participantes era una escritora de Albania que había sufrido horrores en su país. Autora de una sola novela, triunfaba en numerosas lenguas. Lo más comentado, sin embargo, era su belleza. Quienes la habían visto llegar trataron de describirla. Aunque habían quedado igualmente deslumbrados, la compararon con distintas divas de Hollywood: "imagínate a una Michelle Pfeiffer morena", "es como Ava Gardner pero más sutil", "se parece a Natalie Portman, pero alta".
También un escritor de Trieste y una novelista de Badajoz se unieron tardíamente al grupo. Nos sorprendió el entusiasmo de los otros y su incapacidad de definir el aspecto preciso de esa autora con méritos de musa.
Otro asunto de interés era la causa por la que ella no estaba con nosotros. Había decidido cenar en su cuarto porque acababa de sufrir un drama personal. A su atractivo, ya mítico, se agregaba la inquietante posibilidad de que pudiera ser consolada.
Obviamente alguien que se encerraba a cenar una botella de agua mineral y una tortilla de patatas (el menú fue investigado por un poeta de Córdoba) no estaba interesada en encontrar entre nosotros remedios para su melancolía. Pero la imaginación es generosa y se contagia: todo mundo anhelaba a la escritora ausente.
Al día siguiente, las sesiones comenzaron con los solemnes discursos de siempre y miradas ávidas en pos de la albanesa. La localicé en primera fila. Era de una belleza deslumbrante. Sus ojos transmitían una tristeza color miel, los sufrimientos padecidos de niña bajo un régimen autoritario, la ardua lejanía del exilio. Tenía una especial forma de enredarse el pelo en giros rápidos, demostrando que en otro tiempo había usado trenzas severas, siguiendo alguna costumbre de la aldea donde nació. Sus ropas revelaban una adecuada mezcla de culturas; tenían el elegante descuido de una actriz que representa un papel de corresponsal de guerra, complementado por una profusión de collares con cuentas de colores (artesanías de su país, seguramente).
"Ahí está", dijo a mi lado el escritor de Trieste. "Sí", asentí en un tono casi devocional, hasta que advertí la dirección que indicaba su índice: una morena lo había cautivado. "¡Mírala! ¡Qué bellezón!", exclamó al otro lado la novelista de Badajoz, señalando a una chica castaña, de mediana estatura, pecosa, con simpática sonrisa de criadora de cachorros. ¿Cómo podían equivocarse de ese modo? La albanesa era la "mía". Este pensamiento absurdo fue derrotado en el acto: la mujer en la primera fila se agachó para recoger una cámara, se puso de pie y procedió a retratar a los participantes.
Al poco rato me la presentaron como Lola, fotógrafa del encuentro. Despojada de mis fabulaciones, me pareció agradable y nada más.
La prefiguración de la albanesa había servido para confundirla con otras mujeres. El congreso se transformó en una reflexión sobre el papel de la fantasía en el deseo.
Cuando finalmente llegó al estrado, la albanesa fue menos impactante que su leyenda. No se quitó los lentes oscuros al hablar de su novela, que trataba de la persecución de la belleza en Albania. Su madre había padecido un oprobio que ignorábamos en Occidente: era muy hermosa en una sociedad que odiaba la singularidad. Había sido discriminada por sus facciones en la misma forma en que el mediático Occidente discrimina la fealdad.
La autora se había exiliado en Italia, cuya tradición se funda en la belleza, en busca de alivio a las persecuciones sufridas por su madre. Ahí encontró otra esclavitud: la tiranía de la apariencia, la opresión de la moda, la subordinación a los códigos estéticos masculinos.
Descastada, condenada al ostracismo en Albania, su madre no podía verse en el espejo. Ella temía hacer lo mismo en Roma por temor a ser anulada, estandarizada, consumida por la ávida sociedad del espectáculo.
Mientras más hablaba, más limitados nos sentíamos. Sin embargo, poco a poco nos reconciliamos con nuestros malentendidos. La belleza es siempre disruptiva. Nadie había podido precisar el aspecto de la novelista y quienes oímos esas descripciones se las atribuimos más tarde a distintas personas; algunas desmerecieron al no poseer su aura, otras revelaron un misterio propio.
En cierta forma, los rumores previos a la exposición contribuyeron a la causa de la albanesa, interesada en discutir la fragilidad cultural de la belleza femenina y las amenazas que provoca. Enemiga de la manipulación y el dominio, propuso recuperar la fabulación liberadora, esencia misma del hecho estético: "Las cosas no son bellas en sí mismas; son bellas por el modo en que las vemos", citó a Poe.
"Tiene razón", dijo la novelista de Badajoz, viendo a la chica de pelo castaño. Gracias a que pensó que ella era la albanesa comenzó a amarla.
Acabo de recibir una postal. La novelista de Badajoz y su chica viven juntas, son felices y acaban de adoptar una perrita. Se llama Albania.
Copyright © Grupo Reforma Servicio Informativo
Enemigo íntimo
Por Juan Villoro
En ocasiones es más difícil darle la vuelta a una frase que dar la vuelta triunfal en un estadio. En 2010 el Inter de Milán comandado por José Mourinho enfrentó al Barcelona de Pep Guardiola en la semifinal de la Champions. Experto en tensar el ambiente, el entrenador portugués dijo: "Para ellos ganar es una obsesión; para nosotros es un sueño".
El Barcelona venía de obtener seis títulos en otras tantas competencias. Su ilusión de llegar a la meta no podía ser tan grande porque ya estaba ahí. ¿Cómo se renuevan las expectativas cuando se conquista todo? Mourinho entendió bien la dimensión psicológica del juego: los que no habían conquistado nada tenían más argumentos para desear el triunfo.
El futbol es una extraña manera de aspirar a lo imposible. En 2002 el Mundial comenzó con un partido entre el campeón en turno, Francia, y un desafiante incierto, Senegal. ¿Cuál era el estímulo de los africanos? Que su triunfo parecía inalcanzable. Por eso lo obtuvieron.
Mourinho basó su estrategia con el Inter en la capacidad de soñar. Sus jugadores dejaron la piel en el campo, superaron al Barcelona y conquistaron la Champions ante el Bayern. Sin la motivación del furibundo Mou, el equipo italiano no volvió a ser el mismo.
Desde su llegada a la Casa Blanca del futbol, el portugués logró dos resultados sorprendentes: mejorar al Real Madrid y al Barcelona.
Es más difícil digerir trofeos que digerir turrones. El club blaugrana corría el riesgo de empacharse de éxitos. Mou le sirvió de espléndido bicarbonato. Sus bravatas han sido tan variadas como medicinales: se quejó de la calidad del césped, acusó al Sporting de alinear reservas ante el Barça, descubrió que el corazón de algunos árbitros latía con pulso catalán y encontró que el calendario de partidos perjudicaba a los merengues. En su novela Vértigo, Sebald habla del "delirio de relación", malestar que consiste hallar extrañas conexiones entre todas las cosas. Ignoramos la vida privada del ciudadano Mourinho. En público, su estado mental manifiesta un convincente "delirio de relación". Tal vez se trate de una estrategia para que los periodistas debutemos como psiquiatras y dejemos en paz a los jugadores. Lo cierto es que esa conducta ha tenido paradójicos efectos secundarios. El Sporting se sintió tan agraviado que se convirtió en el primer equipo en nueve años en derrotar como local a una escuadra de Mourinho. Por su parte, el Barcelona dio su mejor partido en décadas y derrotó al Madrid con un 5-0 de corte legendario, un partido de la quinta dimensión donde los visitantes demostraron por qué usan uniforme de fantasmas.
La disparidad económica ha convertido a la liga española en un hipódromo sin sorpresas donde sólo corren dos purasangres. Mourinho acrecentó el interés de un campeonato bipolar, contrastando dos concepciones de atarse los zapatos, es decir, dos maneras de ver el mundo: la demoledora eficacia del Real Madrid contra la complicada belleza del Barcelona.
Las infecciones crean anticuerpos. Ante la amenaza de Mourinho, el Barça reaccionó con una sobredosis de sí mismo, a tal grado, que no sólo se hace cargo de ganar, sino de poner en riesgo sus victorias. En el partido de ida contra el Arsenal, el equipo blaugrana falló infinidad de goles sencillos en busca del más barroco de la historia. Perdió por esteticismo. En el partido de vuelta, el Arsenal no disparó una sola vez a puerta, pero el Barcelona hizo interesante el partido porque tuvo la cortesía de meterse un autogol. Esos encuentros presentaron un nuevo derby: F. C. Barcelona versus Barça. Enamorado del riesgo, el club catalán se perjudica si el guión lo exige.
Los aficionados nos quejamos de que lo único interesante de la liga española es el Barça-Madrid. Para poner a prueba nuestra insatisfacción, la diosa Fortuna se volvió obsesivo compulsiva y preparó sobredosis de lo único: cinco clásicos.
Muerto el pulpo Paul, la numerología ha recuperado prestigio profético. El primer derby terminó 5-0, señal de que se disputarían cinco partidos. ¿El abultado marcador señala que la suerte está de parte del Barça o que ya agotó su fortuna?
El futuro será exagerado o no será. Podemos ver la confrontación como un solo partido en cinco episodios donde se disputan tres títulos. El resultado puede alterar famas y reputaciones. ¿El antiguo victimismo barcelonista será relevado por un nuevo tremendismo madridista? Acaso el invencible Mourinho sea fiel a su equipo de la manera más amarga: yéndose en blanco. Después de la derrota en el Camp Nou, declaró que se trataba de una caída "fácil de digerir" por ser incuestionable. Para el siguiente juego hizo un planteamiento precavido: "lo único importante era ganar". No podía darse el lujo de iniciar una mala racha. El triunfo era una nerviosa obligación.
Un año después de la semifinal ante el Inter, el Barça ha recuperado el derecho a ilusionarse.
Enemigo íntimo, Mourinho motivó al rival y ahora paladea el sabor de sus palabras: la obsesión y el sueño han cambiado de destino.
Copyright © Grupo Reforma Servicio Informativo
Juan Villoro
Por Juan Villoro
En ocasiones es más difícil darle la vuelta a una frase que dar la vuelta triunfal en un estadio. En 2010 el Inter de Milán comandado por José Mourinho enfrentó al Barcelona de Pep Guardiola en la semifinal de la Champions. Experto en tensar el ambiente, el entrenador portugués dijo: "Para ellos ganar es una obsesión; para nosotros es un sueño".
El Barcelona venía de obtener seis títulos en otras tantas competencias. Su ilusión de llegar a la meta no podía ser tan grande porque ya estaba ahí. ¿Cómo se renuevan las expectativas cuando se conquista todo? Mourinho entendió bien la dimensión psicológica del juego: los que no habían conquistado nada tenían más argumentos para desear el triunfo.
El futbol es una extraña manera de aspirar a lo imposible. En 2002 el Mundial comenzó con un partido entre el campeón en turno, Francia, y un desafiante incierto, Senegal. ¿Cuál era el estímulo de los africanos? Que su triunfo parecía inalcanzable. Por eso lo obtuvieron.
Mourinho basó su estrategia con el Inter en la capacidad de soñar. Sus jugadores dejaron la piel en el campo, superaron al Barcelona y conquistaron la Champions ante el Bayern. Sin la motivación del furibundo Mou, el equipo italiano no volvió a ser el mismo.
Desde su llegada a la Casa Blanca del futbol, el portugués logró dos resultados sorprendentes: mejorar al Real Madrid y al Barcelona.
Es más difícil digerir trofeos que digerir turrones. El club blaugrana corría el riesgo de empacharse de éxitos. Mou le sirvió de espléndido bicarbonato. Sus bravatas han sido tan variadas como medicinales: se quejó de la calidad del césped, acusó al Sporting de alinear reservas ante el Barça, descubrió que el corazón de algunos árbitros latía con pulso catalán y encontró que el calendario de partidos perjudicaba a los merengues. En su novela Vértigo, Sebald habla del "delirio de relación", malestar que consiste hallar extrañas conexiones entre todas las cosas. Ignoramos la vida privada del ciudadano Mourinho. En público, su estado mental manifiesta un convincente "delirio de relación". Tal vez se trate de una estrategia para que los periodistas debutemos como psiquiatras y dejemos en paz a los jugadores. Lo cierto es que esa conducta ha tenido paradójicos efectos secundarios. El Sporting se sintió tan agraviado que se convirtió en el primer equipo en nueve años en derrotar como local a una escuadra de Mourinho. Por su parte, el Barcelona dio su mejor partido en décadas y derrotó al Madrid con un 5-0 de corte legendario, un partido de la quinta dimensión donde los visitantes demostraron por qué usan uniforme de fantasmas.
La disparidad económica ha convertido a la liga española en un hipódromo sin sorpresas donde sólo corren dos purasangres. Mourinho acrecentó el interés de un campeonato bipolar, contrastando dos concepciones de atarse los zapatos, es decir, dos maneras de ver el mundo: la demoledora eficacia del Real Madrid contra la complicada belleza del Barcelona.
Las infecciones crean anticuerpos. Ante la amenaza de Mourinho, el Barça reaccionó con una sobredosis de sí mismo, a tal grado, que no sólo se hace cargo de ganar, sino de poner en riesgo sus victorias. En el partido de ida contra el Arsenal, el equipo blaugrana falló infinidad de goles sencillos en busca del más barroco de la historia. Perdió por esteticismo. En el partido de vuelta, el Arsenal no disparó una sola vez a puerta, pero el Barcelona hizo interesante el partido porque tuvo la cortesía de meterse un autogol. Esos encuentros presentaron un nuevo derby: F. C. Barcelona versus Barça. Enamorado del riesgo, el club catalán se perjudica si el guión lo exige.
Los aficionados nos quejamos de que lo único interesante de la liga española es el Barça-Madrid. Para poner a prueba nuestra insatisfacción, la diosa Fortuna se volvió obsesivo compulsiva y preparó sobredosis de lo único: cinco clásicos.
Muerto el pulpo Paul, la numerología ha recuperado prestigio profético. El primer derby terminó 5-0, señal de que se disputarían cinco partidos. ¿El abultado marcador señala que la suerte está de parte del Barça o que ya agotó su fortuna?
El futuro será exagerado o no será. Podemos ver la confrontación como un solo partido en cinco episodios donde se disputan tres títulos. El resultado puede alterar famas y reputaciones. ¿El antiguo victimismo barcelonista será relevado por un nuevo tremendismo madridista? Acaso el invencible Mourinho sea fiel a su equipo de la manera más amarga: yéndose en blanco. Después de la derrota en el Camp Nou, declaró que se trataba de una caída "fácil de digerir" por ser incuestionable. Para el siguiente juego hizo un planteamiento precavido: "lo único importante era ganar". No podía darse el lujo de iniciar una mala racha. El triunfo era una nerviosa obligación.
Un año después de la semifinal ante el Inter, el Barça ha recuperado el derecho a ilusionarse.
Enemigo íntimo, Mourinho motivó al rival y ahora paladea el sabor de sus palabras: la obsesión y el sueño han cambiado de destino.
Copyright © Grupo Reforma Servicio Informativo
Don de lenguas
Por Juan Villoro
En una tienda cercana a la Universidad de Princeton encontré uno de los más extraños inventos de la sociedad de consumo: un spray para hablar con acento irlandés. La propaganda dice que basta una aplicación para que la lengua pronuncie de otro modo, pero no especifica si es necesario saber inglés para que ocurra ese milagro digno de San Patricio.
¿Habrá muchos estadounidenses deseosos de cambiar de acento? "Una terrible belleza ha nacido", escribió W. B. Yates ante la independencia de Irlanda. ¿Podrá decirse lo mismo de un spray que altera la nacionalidad?
El inocente aerosol permite reflexionar sobre el atractivo de un acento levemente exótico. Lichtenberg observó que los errores del lenguaje nos molestan en los extraños, pero resultan encantadores en una hermosa extranjera. Hay errores que benefician.
En su obra de teatro Pygmalion, George Bernard Shaw confronta a un obsesivo profesor de fonética con una chica atractivamente inculta, incapaz de pronunciar "The rain in Spain falls mainly in the plain". Escena tras escena, la pedagogía se confunde con la seducción. Henry Higgins apuesta que puede hacer pasar a la florista Eliza Doolittle por una aristócrata. Pero el lenguaje no es un instrumento neutro: enseñarlo es un acto de conquista en la misma medida en que aprenderlo es un acto de liberación. Mientras más se domina un idioma, más opciones hay de complicarse la vida con él.
Generalmente, los acentos atractivos vienen de regiones pobres pero pintorescas. Los que sufren pronuncian con más gracia. ¿Su entonación seductora se debe a la urgencia de superar la adversidad? ¿El darwinismo produce acentos? Ciertas razas de perros sólo sobreviven porque nos enternecen cuando son cachorros y soportamos su pésima conducta. De manera equivalente, los pueblos desamparados suelen hablar con la sugerente entonación de los que carecen de todo pero son dueños del sol.
Irlanda imanta la imaginación norteamericana como una tierra de poetas, músicos, magos celtas, pelirrojas de peligro. El curioso spray que vi en la tienda no promueve ese folklore, pero es obvio que si alguien se lo aplica, busca insuflarse otredad.
El oído parece tener su propia lógica. Las empresas de telemarketing suelen recurrir a acentos extranjeros para atraer clientes. A casi nadie le interesa que interrumpan su vida para venderle algo. Sin embargo, si la molestia llega con agradable acento colombiano, se hacen excepciones.
Cuando vivía en Alemania Oriental aprendí que si alguien pronunciaba el idioma de Goethe con acento yucateco, se trataba de un ruso. Me hice amigo de un militar del Ejército Rojo de conversación apocalíptica: describía en detalle la tercera guerra mundial, pero lo hacía con el ritmo que hubiera tenido mi abuela yucateca, en caso de saber alemán.
Es posible que en el futuro los fabricantes del spray diversifiquen su oferta. No es lo mismo hablar como un irlandés que lleva demasiado tiempo en un pub que como un actor del teatro Abbey, un capitán de Ryanair o un flamígero sacerdote. Rebasado el ámbito de la lluviosa Irlanda, se podría pensar en sprays especializados en reproducir las líquidas eles catalanas o la mullida doble ele argentina. ¿Llegará el momento en que podamos adquirir de un soplo un acento de hombre rico pero culto y doctorado en derecho?
Esta mixtificación tendría el efecto contrario a la Torre de Babel: diríamos lo mismo, pero en tono cautivador. Además, se podrían producir combinaciones a la carta. Por ejemplo, la voz de Miss Venezuela, pero en el tono rico en conocimientos de una bioquímica, con la amabilidad de quien dedica su tiempo libre a una ONG y el temperamento de quien puede subir de tono para apoyar a un equipo de futbol que por casualidad es el nuestro. ¿Será posible alcanzar la utopía de comunicación que no se base en el sentido sino en la prosodia?
En la última entrega de los Óscares, El discurso del Rey demostró que no hay efecto más especial que el idioma. La película trata de la importancia política de la pronunciación. El Rey Jorge VI tiene un grave problema de Estado: es tartamudo. Para mantener la presencia de ánimo de Inglaterra en los albores de la segunda guerra mundial debe hablar con fluidez por la radio (nuevo medio articulación de las conciencias). La trama de Pygmalion sobre la estratificación del habla se revierte: el Rey necesita a un plebeyo que lo eduque.
Corresponde a la singularidad de un monarca hablar en el tono neutro de quien lo hace en nombre de todos. En cambio, el hombre común puede sonar atractivamente exótico con un spray adormecedor.
Los fabricantes del acento irlandés instantáneo no parecen haber reparado en las consecuencias culturales de su invento.
Cuando alguien nos interesa, rara vez encontramos qué decirle. Si disponemos del timbre perfecto, poco importan nuestras vaguedades. Parafraseando a Roland Barthes, el "grano de la voz" se sobrepone al contenido.
En Hamlet, el Rey es asesinado con un veneno en el oído. Una metáfora de las palabras: a veces intoxican por lo que dicen, a veces por el tono en que lo dicen.
Por Juan Villoro
En una tienda cercana a la Universidad de Princeton encontré uno de los más extraños inventos de la sociedad de consumo: un spray para hablar con acento irlandés. La propaganda dice que basta una aplicación para que la lengua pronuncie de otro modo, pero no especifica si es necesario saber inglés para que ocurra ese milagro digno de San Patricio.
¿Habrá muchos estadounidenses deseosos de cambiar de acento? "Una terrible belleza ha nacido", escribió W. B. Yates ante la independencia de Irlanda. ¿Podrá decirse lo mismo de un spray que altera la nacionalidad?
El inocente aerosol permite reflexionar sobre el atractivo de un acento levemente exótico. Lichtenberg observó que los errores del lenguaje nos molestan en los extraños, pero resultan encantadores en una hermosa extranjera. Hay errores que benefician.
En su obra de teatro Pygmalion, George Bernard Shaw confronta a un obsesivo profesor de fonética con una chica atractivamente inculta, incapaz de pronunciar "The rain in Spain falls mainly in the plain". Escena tras escena, la pedagogía se confunde con la seducción. Henry Higgins apuesta que puede hacer pasar a la florista Eliza Doolittle por una aristócrata. Pero el lenguaje no es un instrumento neutro: enseñarlo es un acto de conquista en la misma medida en que aprenderlo es un acto de liberación. Mientras más se domina un idioma, más opciones hay de complicarse la vida con él.
Generalmente, los acentos atractivos vienen de regiones pobres pero pintorescas. Los que sufren pronuncian con más gracia. ¿Su entonación seductora se debe a la urgencia de superar la adversidad? ¿El darwinismo produce acentos? Ciertas razas de perros sólo sobreviven porque nos enternecen cuando son cachorros y soportamos su pésima conducta. De manera equivalente, los pueblos desamparados suelen hablar con la sugerente entonación de los que carecen de todo pero son dueños del sol.
Irlanda imanta la imaginación norteamericana como una tierra de poetas, músicos, magos celtas, pelirrojas de peligro. El curioso spray que vi en la tienda no promueve ese folklore, pero es obvio que si alguien se lo aplica, busca insuflarse otredad.
El oído parece tener su propia lógica. Las empresas de telemarketing suelen recurrir a acentos extranjeros para atraer clientes. A casi nadie le interesa que interrumpan su vida para venderle algo. Sin embargo, si la molestia llega con agradable acento colombiano, se hacen excepciones.
Cuando vivía en Alemania Oriental aprendí que si alguien pronunciaba el idioma de Goethe con acento yucateco, se trataba de un ruso. Me hice amigo de un militar del Ejército Rojo de conversación apocalíptica: describía en detalle la tercera guerra mundial, pero lo hacía con el ritmo que hubiera tenido mi abuela yucateca, en caso de saber alemán.
Es posible que en el futuro los fabricantes del spray diversifiquen su oferta. No es lo mismo hablar como un irlandés que lleva demasiado tiempo en un pub que como un actor del teatro Abbey, un capitán de Ryanair o un flamígero sacerdote. Rebasado el ámbito de la lluviosa Irlanda, se podría pensar en sprays especializados en reproducir las líquidas eles catalanas o la mullida doble ele argentina. ¿Llegará el momento en que podamos adquirir de un soplo un acento de hombre rico pero culto y doctorado en derecho?
Esta mixtificación tendría el efecto contrario a la Torre de Babel: diríamos lo mismo, pero en tono cautivador. Además, se podrían producir combinaciones a la carta. Por ejemplo, la voz de Miss Venezuela, pero en el tono rico en conocimientos de una bioquímica, con la amabilidad de quien dedica su tiempo libre a una ONG y el temperamento de quien puede subir de tono para apoyar a un equipo de futbol que por casualidad es el nuestro. ¿Será posible alcanzar la utopía de comunicación que no se base en el sentido sino en la prosodia?
En la última entrega de los Óscares, El discurso del Rey demostró que no hay efecto más especial que el idioma. La película trata de la importancia política de la pronunciación. El Rey Jorge VI tiene un grave problema de Estado: es tartamudo. Para mantener la presencia de ánimo de Inglaterra en los albores de la segunda guerra mundial debe hablar con fluidez por la radio (nuevo medio articulación de las conciencias). La trama de Pygmalion sobre la estratificación del habla se revierte: el Rey necesita a un plebeyo que lo eduque.
Corresponde a la singularidad de un monarca hablar en el tono neutro de quien lo hace en nombre de todos. En cambio, el hombre común puede sonar atractivamente exótico con un spray adormecedor.
Los fabricantes del acento irlandés instantáneo no parecen haber reparado en las consecuencias culturales de su invento.
Cuando alguien nos interesa, rara vez encontramos qué decirle. Si disponemos del timbre perfecto, poco importan nuestras vaguedades. Parafraseando a Roland Barthes, el "grano de la voz" se sobrepone al contenido.
En Hamlet, el Rey es asesinado con un veneno en el oído. Una metáfora de las palabras: a veces intoxican por lo que dicen, a veces por el tono en que lo dicen.
En el volcán
|
Juan Villoro
1 Abr. 11
Hace cerca de 20 años, una amiga paseaba por La Condesa con su hija recién nacida y un desconocido se la arrebató de los brazos. Entonces ocurrió un milagro: un ciclista se detuvo, persiguió al secuestrador, recuperó a la niña y se la devolvió a la madre. Mi amiga corrió a su departamento. Minutos después regresó a la calle en busca del benefactor. No lo encontró. Los ángeles no esperan que les den las gracias.
A raíz de ese hecho mis amigos se mudaron a Cuernavaca, ciudad que los capitalinos asociamos con jardines encendidos por las buganvilias, albercas azul cobalto, lluvias que tienen la cortesía de caer mientras dormimos, el sitio donde Humboldt encontró la temperatura media del paraíso y Lowry la atracción del infierno.
A menos de 100 kilómetros del Distrito Federal, Cuernavaca ha sido la versión más próxima de la calma.
La forma en que esto ha cambiado compite con las tramas del cine gore. La muerte de Arturo Beltrán Leyva en un fraccionamiento controlado por el crimen organizado reveló que la capital de Morelos no es un lugar de descanso.
Poco a poco, la violencia ha dejado de ocurrir en "otra parte" para acercarse a nuestra vida. Las granadas arrojadas en una plaza de Morelia durante la celebración del Grito de Independencia, las carreteras cerradas en Monterrey, los jóvenes acribillados en una fiesta en Ciudad Juárez y los narcomensajes recibidos en cuentas privadas de correo electrónico en Mazatlán, Tampico y otras ciudades son atentados contra la población civil. El narco ha pasado a una fase de terrorismo. La difusión del miedo es parte de su estrategia.
El año pasado estuve en Cuernavaca para presentar un libro de la editorial La Ratona Cartonera. Esa noche conocí a personas pacíficas que sólo podían hablar de la violencia. Días antes habían recibido narcomails que instaban a no salir de casa. Las autoridades no dieron una respuesta tranquilizadora: recomendaron que, por si acaso, no contradijeran los mensajes.
Después de hablar de literatura, cada quien compartió una atrocidad. Una mujer había ido a dejar la basura y algo le llamó la atención en una bolsa: era un cuerpo mutilado. Otra había visto un cuerpo colgado de un poste en el estacionamiento de un supermercado. Un amigo había recibido una llamada de un "ingeniero" que dijo tener una fotografía tomada por presuntos secuestradores donde los rostros de los hijos habían sido señalados con círculos rojos. A continuación, pidió una cantidad para impedir el secuestro. Por su parte, una pareja comentó que todos los días una señora se apostaba en su calle; llegaba con una silla y se sentaba a anotar placas y modelos de automóviles. Le preguntaron para quién trabajaba y contestó: "No puedo decirles". Otro amigo contó que había vivido en Morelia, donde puso un café con música de trova. Lo cerró cuando un emisario de La Familia le pidió cuota para seguir operando. En Cuernavaca abrió otro negocio y se encontró con la misma petición, pero de un grupo delictivo distinto.
Los asistentes a la presentación se sentían inermes y temían lo peor: "la próxima víctima puede estar entre nosotros", comentó una señora.
El asesinato de Juan Francisco Sicilia, hijo del poeta Javier Sicilia, cumplió esa trágica conjetura. Si un estudiante de 24 años, con buena formación y valores éticos, es víctima del horror, todos estamos señalados. Ya antes, estudiantes del Tec de Monterrey y de Ciudad Juárez han padecido la violencia.
Javier Sicilia es un extraordinario hombre de fe, pero no hay sistema de creencias, por sólido que sea, que prepare para el calvario actual.
Aunque no se reveló el contenido del mensaje que acompañaba a los siete asesinados en Cuernavaca, se rumora que los acusaba de hacer denuncias a la policía.
¿Cómo debemos actuar al ser testigos de un ilícito? En la película El infierno, Daniel Giménez Cacho encarna a un político que solicita información para atrapar villanos: "Nuestro presidente quiere un país de soplones", bromea. Cuando un sicario le pasa un dato, descubre que el político era espía del narco.
Resulta imprescindible reflexionar sobre el peso social de las denuncias. El narco no quiere interferencias; criminaliza a las víctimas; culpa al denunciante de su propia muerte.
Hace unos días, el Acuerdo para la Cobertura Informativa de la Violencia abordó un tema largamente pospuesto: la actitud de los medios ante la violencia. Se trata de algo decisivo porque la difusión del horror hace fuerte al narcotráfico. Sin embargo, el documento es endeble. Uno de sus puntos más cuestionables es el de alentar a los ciudadanos a hacer denuncias. Aunque se especifique que no deben ponerse en riesgo, se delega en ellos la doble responsabilidad de informar y protegerse. No somos nosotros quienes debemos señalar y perseguir a los delincuentes. Además, la denuncia anónima se presta para la fabricación de culpables. ¿Y qué garantiza que siga siendo anónima?
Mientras el terror se vuelve cada vez más próximo, Calderón aumenta sus gastos de propaganda en 300 por ciento. Sus autoelogios agravan el espanto.
1 Abr. 11
Hace cerca de 20 años, una amiga paseaba por La Condesa con su hija recién nacida y un desconocido se la arrebató de los brazos. Entonces ocurrió un milagro: un ciclista se detuvo, persiguió al secuestrador, recuperó a la niña y se la devolvió a la madre. Mi amiga corrió a su departamento. Minutos después regresó a la calle en busca del benefactor. No lo encontró. Los ángeles no esperan que les den las gracias.
A raíz de ese hecho mis amigos se mudaron a Cuernavaca, ciudad que los capitalinos asociamos con jardines encendidos por las buganvilias, albercas azul cobalto, lluvias que tienen la cortesía de caer mientras dormimos, el sitio donde Humboldt encontró la temperatura media del paraíso y Lowry la atracción del infierno.
A menos de 100 kilómetros del Distrito Federal, Cuernavaca ha sido la versión más próxima de la calma.
La forma en que esto ha cambiado compite con las tramas del cine gore. La muerte de Arturo Beltrán Leyva en un fraccionamiento controlado por el crimen organizado reveló que la capital de Morelos no es un lugar de descanso.
Poco a poco, la violencia ha dejado de ocurrir en "otra parte" para acercarse a nuestra vida. Las granadas arrojadas en una plaza de Morelia durante la celebración del Grito de Independencia, las carreteras cerradas en Monterrey, los jóvenes acribillados en una fiesta en Ciudad Juárez y los narcomensajes recibidos en cuentas privadas de correo electrónico en Mazatlán, Tampico y otras ciudades son atentados contra la población civil. El narco ha pasado a una fase de terrorismo. La difusión del miedo es parte de su estrategia.
El año pasado estuve en Cuernavaca para presentar un libro de la editorial La Ratona Cartonera. Esa noche conocí a personas pacíficas que sólo podían hablar de la violencia. Días antes habían recibido narcomails que instaban a no salir de casa. Las autoridades no dieron una respuesta tranquilizadora: recomendaron que, por si acaso, no contradijeran los mensajes.
Después de hablar de literatura, cada quien compartió una atrocidad. Una mujer había ido a dejar la basura y algo le llamó la atención en una bolsa: era un cuerpo mutilado. Otra había visto un cuerpo colgado de un poste en el estacionamiento de un supermercado. Un amigo había recibido una llamada de un "ingeniero" que dijo tener una fotografía tomada por presuntos secuestradores donde los rostros de los hijos habían sido señalados con círculos rojos. A continuación, pidió una cantidad para impedir el secuestro. Por su parte, una pareja comentó que todos los días una señora se apostaba en su calle; llegaba con una silla y se sentaba a anotar placas y modelos de automóviles. Le preguntaron para quién trabajaba y contestó: "No puedo decirles". Otro amigo contó que había vivido en Morelia, donde puso un café con música de trova. Lo cerró cuando un emisario de La Familia le pidió cuota para seguir operando. En Cuernavaca abrió otro negocio y se encontró con la misma petición, pero de un grupo delictivo distinto.
Los asistentes a la presentación se sentían inermes y temían lo peor: "la próxima víctima puede estar entre nosotros", comentó una señora.
El asesinato de Juan Francisco Sicilia, hijo del poeta Javier Sicilia, cumplió esa trágica conjetura. Si un estudiante de 24 años, con buena formación y valores éticos, es víctima del horror, todos estamos señalados. Ya antes, estudiantes del Tec de Monterrey y de Ciudad Juárez han padecido la violencia.
Javier Sicilia es un extraordinario hombre de fe, pero no hay sistema de creencias, por sólido que sea, que prepare para el calvario actual.
Aunque no se reveló el contenido del mensaje que acompañaba a los siete asesinados en Cuernavaca, se rumora que los acusaba de hacer denuncias a la policía.
¿Cómo debemos actuar al ser testigos de un ilícito? En la película El infierno, Daniel Giménez Cacho encarna a un político que solicita información para atrapar villanos: "Nuestro presidente quiere un país de soplones", bromea. Cuando un sicario le pasa un dato, descubre que el político era espía del narco.
Resulta imprescindible reflexionar sobre el peso social de las denuncias. El narco no quiere interferencias; criminaliza a las víctimas; culpa al denunciante de su propia muerte.
Hace unos días, el Acuerdo para la Cobertura Informativa de la Violencia abordó un tema largamente pospuesto: la actitud de los medios ante la violencia. Se trata de algo decisivo porque la difusión del horror hace fuerte al narcotráfico. Sin embargo, el documento es endeble. Uno de sus puntos más cuestionables es el de alentar a los ciudadanos a hacer denuncias. Aunque se especifique que no deben ponerse en riesgo, se delega en ellos la doble responsabilidad de informar y protegerse. No somos nosotros quienes debemos señalar y perseguir a los delincuentes. Además, la denuncia anónima se presta para la fabricación de culpables. ¿Y qué garantiza que siga siendo anónima?
Mientras el terror se vuelve cada vez más próximo, Calderón aumenta sus gastos de propaganda en 300 por ciento. Sus autoelogios agravan el espanto.
Saco de 'tuit'
|
Juan Villoro
25 Mar. 11
El primer escritor profesional que conocí fue Paco López Fischer. En sexto de primaria cobraba un mazapán por una carta de amor.
Su otra pasión consistía en lanzar perdigones de papel humedecidos con su saliva y bolitas de migajón. En las posadas, iniciaba la guerra de tejocotazos.
Su blanco favorito eran las orejas. Una tarde de granizo descubrió que pocos impactos duelen como un golpe en el lóbulo. Además, se trataba de un objetivo ideal para un virtuoso. Es fácil darle a una nuca. Las orejas reclaman puntería.
Lanzar proyectiles fue la primera seña de que quería comunicarse a distancia. Sin embargo, como autor no buscaba destinatarios propios. Escribía cartas sobre pedido. Antes de redactar, hacía dos o tres preguntas sobre la chica en cuestión. Eso le bastaba para concebir un pormenorizado romance literario.
En la época en que las peluquerías se volvían "unisex", Paco comenzó a recibir encargos de mujeres para dirigirse a sus novios. Con admirable profesionalismo (y un aumento en su tarifa: un mazapán y un Pingüino), se puso en la piel de las enamoradas y redactó elogios y reproches de emoción genuina.
En ocasiones se hacía cargo de las dos partes de la correspondencia, mostrando habilidad para enamorarse y abandonarse a sí mismo.
Al terminar la secundaria ya le decíamos Cyrano (para entonces cobraba en cigarros Baronet). El apodo le iba bien por su capacidad de escribir con corazón ajeno y su carácter de duelista. El seductor anónimo era un adversario conocido. Provocaba lanzando bolitas de papel; si la víctima lo retaba, disfrutaba de una buena golpiza en los bebederos de la escuela. Recibir un puñetazo lo relajaba tanto como propinarlo. La misma persona que suplantaba por escrito a la dulce Naty, tenía los nudillos destrozados. Su cuerpo de boxeador podía albergar a una doncella o a un rudo pretendiente.
Cuando empecé a escribir me vio con desprecio: "Eso no es profesional", dictaminó. En efecto, yo no cobraba. Para redondear su argumento me mostró una foto del escritor Philip Roth y señaló su elegante saco de tweed: "Para vestirte así tienes que vender tus palabras".
Poco después me cambié de escuela y le perdí la pista. Quise escribir un cuento sobre él, pero me faltaba el desenlace. Me intrigaba que hubiera atado y desatado los romances de una generación sin mostrar otro interés por los demás que el ocasional deseo de partirles la cara. Su escritura había sido utilitaria. No cultivaba otro género que las cartas por encargo. El enigma se perfeccionaba porque yo estaba en sus antípodas: no cobraba, confundía mis pasiones con las ajenas, carecía de entusiasmo por el pleito.
Busqué su nombre en revistas de jóvenes escritores y editoriales marginales; en premios, becas y congresos. Fue en vano.
Hace unas semanas lo encontré en Twitter, amparado en un seudónimo sólo descifrable para sus amigos de primaria. Le pedí que nos reuniéramos. Su respuesta fue típica de la realidad sin fronteras de internet: vive en Alaska. El niño que cobraba con mazapanes ahora trabaja para una compañía de alimentos bajos en calorías.
Sus aforismos en la red van de lo desafiante a lo rabioso. Estaba por borrarlo de mi lista de tuiteros cuando me avisó que vendría a México. Nos encontramos y entendí por qué no había puesto su foto en Twitter: no hace otro ejercicio que enviar mensajes. Sin embargo, está satisfecho del destino que le ha dejado un cuerpo rubicundo, abusivamente sedentario: es escritor fantasma de 200 cuentas de Twitter. Cobra por eso y calcula que en unos meses podrá abandonar su otro trabajo. Sus clientes son políticos de distintos partidos, parejas atribuladas, seductores que cortejan al mayoreo, opinionistas de la prensa, actrices más o menos famosas y "ciudadanos de a pie". La tecnología vino en su auxilio para convertirlo en Cyrano del siglo XXI: "Hay gente que no tiene qué decir, pero hoy en día si no mandas mensajes, no existes", explicó.
Le pregunté si no era conflictivo representar a tantas almas y me dio otra lección de materialismo: "Sólo si no me pagan". Su gusto por comunicar es perfectamente instrumental: lanza palabras como quien avienta huesos de aceituna. Le apasiona establecer contacto sin motivo para hacerlo, una afición primitiva, típica de nuestra modernidad.
No se ha casado y no parece necesitar de otras relaciones que las que modifica a distancia. Fiel a su estilo empresarial, me preguntó cuánto me pagaban. Le pareció una bicoca. "Toca", extendió su brazo para que acariciara la tela. "Astracán", informó. Luego criticó mi saco: "tweed de imitación". Era extraño que un autor fantasma se opusiera a una copia. Luego pensé que, a fin de cuentas, todo escritor tiene algo de espectro en la medida en que se sirve de una lengua colectiva, que le reserva algo ajeno. Se lo dije y el hombre de las 200 voces contraatacó: "No presumas: tus textos siempre parecen tuyos".
Hablar con Paco me dejó la sensación de dirigirme a 200 personas que no estaban ahí. Él se decepcionó de sólo dirigirse a mí.
Limitaciones de escritores.
25 Mar. 11
El primer escritor profesional que conocí fue Paco López Fischer. En sexto de primaria cobraba un mazapán por una carta de amor.
Su otra pasión consistía en lanzar perdigones de papel humedecidos con su saliva y bolitas de migajón. En las posadas, iniciaba la guerra de tejocotazos.
Su blanco favorito eran las orejas. Una tarde de granizo descubrió que pocos impactos duelen como un golpe en el lóbulo. Además, se trataba de un objetivo ideal para un virtuoso. Es fácil darle a una nuca. Las orejas reclaman puntería.
Lanzar proyectiles fue la primera seña de que quería comunicarse a distancia. Sin embargo, como autor no buscaba destinatarios propios. Escribía cartas sobre pedido. Antes de redactar, hacía dos o tres preguntas sobre la chica en cuestión. Eso le bastaba para concebir un pormenorizado romance literario.
En la época en que las peluquerías se volvían "unisex", Paco comenzó a recibir encargos de mujeres para dirigirse a sus novios. Con admirable profesionalismo (y un aumento en su tarifa: un mazapán y un Pingüino), se puso en la piel de las enamoradas y redactó elogios y reproches de emoción genuina.
En ocasiones se hacía cargo de las dos partes de la correspondencia, mostrando habilidad para enamorarse y abandonarse a sí mismo.
Al terminar la secundaria ya le decíamos Cyrano (para entonces cobraba en cigarros Baronet). El apodo le iba bien por su capacidad de escribir con corazón ajeno y su carácter de duelista. El seductor anónimo era un adversario conocido. Provocaba lanzando bolitas de papel; si la víctima lo retaba, disfrutaba de una buena golpiza en los bebederos de la escuela. Recibir un puñetazo lo relajaba tanto como propinarlo. La misma persona que suplantaba por escrito a la dulce Naty, tenía los nudillos destrozados. Su cuerpo de boxeador podía albergar a una doncella o a un rudo pretendiente.
Cuando empecé a escribir me vio con desprecio: "Eso no es profesional", dictaminó. En efecto, yo no cobraba. Para redondear su argumento me mostró una foto del escritor Philip Roth y señaló su elegante saco de tweed: "Para vestirte así tienes que vender tus palabras".
Poco después me cambié de escuela y le perdí la pista. Quise escribir un cuento sobre él, pero me faltaba el desenlace. Me intrigaba que hubiera atado y desatado los romances de una generación sin mostrar otro interés por los demás que el ocasional deseo de partirles la cara. Su escritura había sido utilitaria. No cultivaba otro género que las cartas por encargo. El enigma se perfeccionaba porque yo estaba en sus antípodas: no cobraba, confundía mis pasiones con las ajenas, carecía de entusiasmo por el pleito.
Busqué su nombre en revistas de jóvenes escritores y editoriales marginales; en premios, becas y congresos. Fue en vano.
Hace unas semanas lo encontré en Twitter, amparado en un seudónimo sólo descifrable para sus amigos de primaria. Le pedí que nos reuniéramos. Su respuesta fue típica de la realidad sin fronteras de internet: vive en Alaska. El niño que cobraba con mazapanes ahora trabaja para una compañía de alimentos bajos en calorías.
Sus aforismos en la red van de lo desafiante a lo rabioso. Estaba por borrarlo de mi lista de tuiteros cuando me avisó que vendría a México. Nos encontramos y entendí por qué no había puesto su foto en Twitter: no hace otro ejercicio que enviar mensajes. Sin embargo, está satisfecho del destino que le ha dejado un cuerpo rubicundo, abusivamente sedentario: es escritor fantasma de 200 cuentas de Twitter. Cobra por eso y calcula que en unos meses podrá abandonar su otro trabajo. Sus clientes son políticos de distintos partidos, parejas atribuladas, seductores que cortejan al mayoreo, opinionistas de la prensa, actrices más o menos famosas y "ciudadanos de a pie". La tecnología vino en su auxilio para convertirlo en Cyrano del siglo XXI: "Hay gente que no tiene qué decir, pero hoy en día si no mandas mensajes, no existes", explicó.
Le pregunté si no era conflictivo representar a tantas almas y me dio otra lección de materialismo: "Sólo si no me pagan". Su gusto por comunicar es perfectamente instrumental: lanza palabras como quien avienta huesos de aceituna. Le apasiona establecer contacto sin motivo para hacerlo, una afición primitiva, típica de nuestra modernidad.
No se ha casado y no parece necesitar de otras relaciones que las que modifica a distancia. Fiel a su estilo empresarial, me preguntó cuánto me pagaban. Le pareció una bicoca. "Toca", extendió su brazo para que acariciara la tela. "Astracán", informó. Luego criticó mi saco: "tweed de imitación". Era extraño que un autor fantasma se opusiera a una copia. Luego pensé que, a fin de cuentas, todo escritor tiene algo de espectro en la medida en que se sirve de una lengua colectiva, que le reserva algo ajeno. Se lo dije y el hombre de las 200 voces contraatacó: "No presumas: tus textos siempre parecen tuyos".
Hablar con Paco me dejó la sensación de dirigirme a 200 personas que no estaban ahí. Él se decepcionó de sólo dirigirse a mí.
Limitaciones de escritores.
Sigue a Juan Villoro en Twitter: @juanvilloro56
Zapatos nuevos
18 Mar. 11
Tengo unos amigos a los que les decimos los Glutamato porque son un complemento sabroso, pero no siempre auténtico. Nos reunimos por las extrañas fidelidades que surgen con el tiempo, el tequila y las coincidencias que la marea de las contradicciones arroja en la playa. Me sirvo de esta evocación paisajística para no enojarme de inmediato con Vic Glutamato, que habla en sábado a las ocho de la mañana para preguntar si estamos dormidos.
Uno acaba queriendo a los amigos por sus defectos. No escribo estas líneas con vengativo afán, sino para describir a una familia que considero típica de la época y, por lo tanto, de interés social.
Los Glutamato están encantados de conocerse. Vic es un patriarca que siempre tiene razón. Ha quebrado dos mueblerías y una sastrería donde oficiaba un crack del zurcido invisible. Esto se debe a que los dueños anteriores lo engañaron. Confiado en su genio comercial, compró una casa de seis recámaras y siete baños en Potrero del Edén, fraccionamiento donde los visitantes deben enseñar su cédula profesional para entrar. Desde hace tres años la casa está en venta, pero nadie ha llegado al imaginativo precio concebido por Vic.
Conocí a Nena Glutamato porque su gran camioneta bloqueaba mi coche en un estacionamiento y ella no había dejado las llaves. Me predispuse a odiarla. Cuando llegó, gritó con alegría: "¡Eres el amigo de Vic! ¡En las fotos te ves más chaparro!". Se refería a las fotos de la primaria, en las que en efecto, soy chaparro.
Si el destino no hubiera decidido que Vic y yo compartiéramos pupitres, difícilmente sería el padrino de su primer hijo. A los 19 años, Ronnie Glutamato padece un torpor existencial que le permite dormir hasta las dos de la tarde y estar en cualquier reunión sin enterarse de nada. Quiere ser cineasta, tal vez porque mira la realidad como luces en una pared. En una ocasión entré en su habitación y me senté en la cama revuelta. Él puso hip-hop pesimista mientras yo leía un graffiti en la pared: "No hay salida: la extinción es un password". Le pregunté cómo pensaba extinguirse y dijo: "Viviendo". Guardamos silencio hasta que comprendí la expresión "cuarto del pánico".
En contraste, Liz Glutamato es una entusiasta que adora las cosas que desconoce. Si le propones ir a una fábrica de clavos, le parece genial. A los 13 años tiene una lista de 28 carreras que quiere estudiar y 14 mascotas que piensa adoptar.
Vic considera que su primogénito tiene un talento magnífico que algún día será descubierto por alguien. En cambio, su hija le parece "chistosa".
Desde que me citó a comer en Vips y pagó con cupones de su mueblería, sé que mi ex condiscípulo cuida el dinero. Me sorprendió que rentara una casa de campo y nos invitara a pasar el fin de semana. En cuanto llegué se burló de mis zapatos: "Rata de ciudad". A continuación propuso que hiciéramos una excursión a la noria. Caminamos durante dos horas para llegar a un aljibe donde flotaba una rana muerta. Nena, que "engorda sólo de ver la comida", fue sabia y no se sometió al paseo. Ronnie nos acompañó con semblante nihilista y Liz saltó por todas partes, descubrió un pequeño esqueleto que describió como "egagrópila", habló de las costumbres de las codornices y recitó una fábula de Esopo. El único comentario de Vic sobre sus hijos fue: "¿Viste lo intenso que es Ronnie?".
Después del extenuante regreso a casa, mi amigo dijo: "Tus zapatos dan pena". Era cierto. Había hecho mi travesía del desierto con calzado de calle. El empeine estaba roto; su destino sólo podía ser la basura.
"No te preocupes, tengo un par nuevecito que compré en Argentina", Vic me mostró unos zapatos rutilantes, de cuero perfecto. Somos de la misma talla: el par me quedó bien, aunque bastante apretado.
Antes de despedirnos, Vic explicó (mientras Nena asentía con vibración de papada) que Ronnie era un genio para las matemáticas ("lo del cine es un hobby") y añadió que estaba preocupado por Liz ("¿no te parece gordita?").
En los siguientes días descubrí la capacidad de mis congéneres para bajar la mirada. Todo mundo decía: "¿Estrenando?", o bien: "¡Qué zapatos!". Me sentí tan elegante como un futbolista italiano. Mis pies estaban lastimados por los aguerridos empeines, pero recordé que sin dolor no hay belleza.
Agradecí la generosidad de Vic hasta que me habló por teléfono: "¿Así nos llevamos?", fue su extraño saludo. Luego mencionó los zapatos: me los había prestado en una emergencia, ¿acaso me quería quedar con ellos?
Me sentí ruin y ofendido al mismo tiempo, el clásico "efecto Glutamato". Aunque nunca hablamos de un regalo, Vic había puesto la cara magnánima con que pide al mesero que agregue el 7 por ciento de propina.
Lo peor de todo es que los zapatos ya se habían vuelto cómodos. Entendí la estrategia de Vic: me llevó al campo para destruir mis zapatos y me dio los suyos para que se los ablandara.
Le dije a mi esposa que no volvería a verlo. "No te conoces", contestó ella. Tiene razón. Vic consiguió en Tepito el video pirata de Bruce Springsteen que yo llevaba 20 años buscando.
Hoy ceno con los Glutamato.
Dos Mariselas
Por Juan Villoro
"¿Qué hay en un nombre?", se preguntó Shakespeare. Marisela decidió combatir el crimen sin más armas que la razón. Otra Marisela decidió hacerlo desde el sistema judicial. Sus biografías pertenecen a dos países distintos. Curiosamente, ambos se llaman México.
El 8 de marzo, Día Internacional de la Mujer, Marisela Morales Ibáñez, subprocuradora de Investigación Especializada en Delincuencia Organizada, recibió en Washington el Premio Mujeres de Valor 2011. Hillary Clinton destacó la determinación de la abogada mexicana para luchar contra la violencia.
Cuando un funcionario recibe un reconocimiento la distinción se extiende a su gobierno. Al premiar a Marisela Morales, Estados Unidos mandó una señal de cordialidad hacia México poco después de que el presidente Calderón pusiera en entredicho al embajador norteamericano en nuestro país.
La distinción a la subprocuradora forma parte del trato esquizoide entre México y el máximo consumidor de drogas del planeta. Nuestra relación con Estados Unidos no es bilateral: es bipolar.
La buena intención de Hillary Clinton contrasta con los oscuros oficios de la Agencia de Control de Alcohol, Tabaco y Armas de Fuego. Para seguir la pista del flujo clandestino de armas, la Agencia entró al tráfico con el operativo "Rápido y furioso". Sólo falta que diseñe balas con microchips para rastrear mexicanos abatidos gracias al espionaje norteamericano.
Estados Unidos golpea y premia con bipolar afán.
La distinción a la subprocuradora obliga a recordar a otra Marisela, la mujer que se opuso a la violencia sin sueldo ni escolta y fue asesinada el 16 de diciembre de 2010, frente al Palacio de Gobierno de Chihuahua.
Ante la inoperancia de las autoridades, Marisela Escobedo investigó por su cuenta la muerte de su hija Rubí Marisol Frayre, de 16 años, ocurrida en Ciudad Juárez. Descubrió que fue asesinada por su compañero sentimental, Sergio Barraza. Lo localizó en Fresnillo y logró que fuera detenido. Barraza describió cómo descuartizó a su víctima y dónde arrojó los restos. En el juicio, pidió perdón a Marisela. Aunque el delito no podía ser más atroz, el culpable fue absuelto por un tecnicismo. Barraza es el contraejemplo de Antonio Zúñiga, protagonista de Presunto culpable. La justicia mexicana es tan lamentable al liberar como al encarcelar.
Marisela protestó por esta aberración en el Palacio de Gobierno de Chihuahua y decidió no moverse de ahí. Ante las cámaras de "seguridad" recibió un tiro en la cabeza. Poco después, la maderería de Jorge Monge Amparán, su compañero sentimental, ardió en llamas, y Manuel, hermano de Jorge, fue asesinado. Con extraña rapidez, el Ministerio Público descubrió que Jorge ya no era pareja de Marisela en el momento del incendio y concluyó que sus desgracias no estaban conectadas.
Marisela Escobedo fue sacrificada a las puertas de la Ley. Su asesino está libre, protegido por el crimen organizado. Sería un acto de especial justicia que la premiada Marisela Morales contribuyera a detenerlo.
No se le puede regatear entereza a alguien que ha dedicado toda su trayectoria a luchar contra el crimen. Sin embargo, el desempeño profesional de Marisela Morales también ha reflejado las contradicciones del sistema judicial mexicano. Nadie que pase por esa maraña está libre de acusaciones, ciertas o falsas. En 2005 se le abrió una averiguación por presunta falsificación de pruebas y delito contra la administración pública. Benjamín Cuauhtémoc Sánchez Magallán, ex coordinador de la Unidad Especializada en Delincuencia Organizada, la acusó de adulterar 27 pruebas en la investigación del asesinato del cardenal Posadas. De acuerdo con la periodista Anabel Hernández, en ese mismo caso desapareció la declaración del nuncio apostólico Girolamo Prigione.
Uno de los trabajos más polémicos de Marisela Morales fue integrar el expediente para el desafuero a López Obrador por la construcción de un acceso a un hospital sin el permiso correspondiente. El caso, de claro interés político, fue orquestado por el presidente Fox para eliminar a un candidato a la Presidencia. Según sabemos, el recurso se descartó cuando el linchamiento aumentaba la popularidad del adversario.
Igualmente polémica fue la detención de los supuestos responsables por las granadas arrojadas contra una multitud en Morelia, el 16 de septiembre de 2008. Los familiares de los detenidos declararon que los inculpados estaban en Ciudad Lázaro Cárdenas en el momento de estallido. La subprocuradora explicó que el arresto se logró "gracias a una llamada anónima", línea de investigación que sólo convence con pruebas incontrovertibles.
Al premiar a Marisela Morales, Estados Unidos lanzó un mensaje de apoyo a un país bañado en sangre. No se pueden tomar a la ligera los desafíos de la subprocuradora. Uno de los más importantes es detener al asesino de una mujer que llevaba su nombre y luchó contra la violencia lejos de las camionetas blindadas, en la desolada tierra baldía, ese sitio olvidado y común, la patria de la otra Marisela, que también se llama México.
Copyright © Grupo Reforma Servicio Informativo
OTRAS ENTRADAS:
Por Juan Villoro
"¿Qué hay en un nombre?", se preguntó Shakespeare. Marisela decidió combatir el crimen sin más armas que la razón. Otra Marisela decidió hacerlo desde el sistema judicial. Sus biografías pertenecen a dos países distintos. Curiosamente, ambos se llaman México.
El 8 de marzo, Día Internacional de la Mujer, Marisela Morales Ibáñez, subprocuradora de Investigación Especializada en Delincuencia Organizada, recibió en Washington el Premio Mujeres de Valor 2011. Hillary Clinton destacó la determinación de la abogada mexicana para luchar contra la violencia.
Cuando un funcionario recibe un reconocimiento la distinción se extiende a su gobierno. Al premiar a Marisela Morales, Estados Unidos mandó una señal de cordialidad hacia México poco después de que el presidente Calderón pusiera en entredicho al embajador norteamericano en nuestro país.
La distinción a la subprocuradora forma parte del trato esquizoide entre México y el máximo consumidor de drogas del planeta. Nuestra relación con Estados Unidos no es bilateral: es bipolar.
La buena intención de Hillary Clinton contrasta con los oscuros oficios de la Agencia de Control de Alcohol, Tabaco y Armas de Fuego. Para seguir la pista del flujo clandestino de armas, la Agencia entró al tráfico con el operativo "Rápido y furioso". Sólo falta que diseñe balas con microchips para rastrear mexicanos abatidos gracias al espionaje norteamericano.
Estados Unidos golpea y premia con bipolar afán.
La distinción a la subprocuradora obliga a recordar a otra Marisela, la mujer que se opuso a la violencia sin sueldo ni escolta y fue asesinada el 16 de diciembre de 2010, frente al Palacio de Gobierno de Chihuahua.
Ante la inoperancia de las autoridades, Marisela Escobedo investigó por su cuenta la muerte de su hija Rubí Marisol Frayre, de 16 años, ocurrida en Ciudad Juárez. Descubrió que fue asesinada por su compañero sentimental, Sergio Barraza. Lo localizó en Fresnillo y logró que fuera detenido. Barraza describió cómo descuartizó a su víctima y dónde arrojó los restos. En el juicio, pidió perdón a Marisela. Aunque el delito no podía ser más atroz, el culpable fue absuelto por un tecnicismo. Barraza es el contraejemplo de Antonio Zúñiga, protagonista de Presunto culpable. La justicia mexicana es tan lamentable al liberar como al encarcelar.
Marisela protestó por esta aberración en el Palacio de Gobierno de Chihuahua y decidió no moverse de ahí. Ante las cámaras de "seguridad" recibió un tiro en la cabeza. Poco después, la maderería de Jorge Monge Amparán, su compañero sentimental, ardió en llamas, y Manuel, hermano de Jorge, fue asesinado. Con extraña rapidez, el Ministerio Público descubrió que Jorge ya no era pareja de Marisela en el momento del incendio y concluyó que sus desgracias no estaban conectadas.
Marisela Escobedo fue sacrificada a las puertas de la Ley. Su asesino está libre, protegido por el crimen organizado. Sería un acto de especial justicia que la premiada Marisela Morales contribuyera a detenerlo.
No se le puede regatear entereza a alguien que ha dedicado toda su trayectoria a luchar contra el crimen. Sin embargo, el desempeño profesional de Marisela Morales también ha reflejado las contradicciones del sistema judicial mexicano. Nadie que pase por esa maraña está libre de acusaciones, ciertas o falsas. En 2005 se le abrió una averiguación por presunta falsificación de pruebas y delito contra la administración pública. Benjamín Cuauhtémoc Sánchez Magallán, ex coordinador de la Unidad Especializada en Delincuencia Organizada, la acusó de adulterar 27 pruebas en la investigación del asesinato del cardenal Posadas. De acuerdo con la periodista Anabel Hernández, en ese mismo caso desapareció la declaración del nuncio apostólico Girolamo Prigione.
Uno de los trabajos más polémicos de Marisela Morales fue integrar el expediente para el desafuero a López Obrador por la construcción de un acceso a un hospital sin el permiso correspondiente. El caso, de claro interés político, fue orquestado por el presidente Fox para eliminar a un candidato a la Presidencia. Según sabemos, el recurso se descartó cuando el linchamiento aumentaba la popularidad del adversario.
Igualmente polémica fue la detención de los supuestos responsables por las granadas arrojadas contra una multitud en Morelia, el 16 de septiembre de 2008. Los familiares de los detenidos declararon que los inculpados estaban en Ciudad Lázaro Cárdenas en el momento de estallido. La subprocuradora explicó que el arresto se logró "gracias a una llamada anónima", línea de investigación que sólo convence con pruebas incontrovertibles.
Al premiar a Marisela Morales, Estados Unidos lanzó un mensaje de apoyo a un país bañado en sangre. No se pueden tomar a la ligera los desafíos de la subprocuradora. Uno de los más importantes es detener al asesino de una mujer que llevaba su nombre y luchó contra la violencia lejos de las camionetas blindadas, en la desolada tierra baldía, ese sitio olvidado y común, la patria de la otra Marisela, que también se llama México.
Copyright © Grupo Reforma Servicio Informativo
OTRAS ENTRADAS:
De mentiras
Por Juan Villoro
Un amigo tiene un sueño recurrente: es llevado a juicio. No se trata de una pesadilla sino de algo muy emocionante. El sueño ocurre en Estados Unidos y el abogado defensor es Jack Nicholson. Mi amigo acepta ser sospechoso, siempre y cuando lo juzguen al estilo Hollywood. Su conducta es típica del momento en que vivimos, determinado por la desconfianza ante la justicia mexicana.
Ser procesado de manera apasionante se ha convertido en una aspiración onírica. Ante el temor de comparecer en un tribunal mexicano, el inconsciente se vuelve extraditable. ¡Qué maravilla ser defendido por una abogada de traje sastre, como en un episodio de The Good Wife, y oír el martillo justiciero que cierra la sesión después de un fallo de inocencia!
Sabemos que en Estados Unidos la ley actúa menos bien en la calle que en la pantalla y que sus errores han conducido a la aplicación injusta de la inyección letal. Sin embargo, el cine y la televisión han creado una convincente simbología de la bondad jurídica. El héroe no siempre se salva, pero tiene posibilidad de hacerlo. En otros países esa trama pertenece al sueño.
¿Qué clase de poder judicial ha construido México en 200 años? Presunto culpable, la cinta más comentada del momento, presenta el caso de José Antonio Zúñiga, capitalino injustamente acusado de homicidio, y permite atestiguar las mazmorras de la ley y el sinsentido burocrático con el que se tramita el destino de alguien fabricado como culpable. Su factura es la de un documento de emergencia hecho por abogados: un expediente imprescindible.
Kafka concibió un mundo autoritario donde la condena antecede al delito. Ser procesado en ese entorno paranoico significa ir en busca de una culpa. No es otra la realidad de México, según muestra Presunto culpable.
Curiosamente, esta búsqueda de la verdad ha sido puesta en entredicho por un practicante de la mentira, Víctor Manuel Reyes, testigo que mintió para permitir el encarcelamiento de Zúñiga.
Aunque cometió perjurio, Reyes considera que la película lo ha perjudicado. Según su abogado, su imagen fue usada sin su consentimiento. Por tal motivo, presentó una demanda de amparo que llevó a la juez Blanca Lobo Domínguez a pedir la suspensión temporal de la película.
Cuando una persona concede una entrevista para un documental, firma un permiso de exhibición. El principal testigo de cargo que aparece en Presunto culpable representa un caso distinto. Compareció en una audiencia pública, es decir, un acto que puede y debe ser registrado por terceros. Además, su declaración no era facultativa sino obligatoria. No estaba ahí por voluntad, sino en cumplimiento de una disposición legal. Resulta difícil concebir que el registro de su testimonio haya sido ilícito.
¿Por qué procede entonces la demanda? Según han comentado especialistas, la juez aceptó darle curso, no por lo ocurrido en la audiencia pública, sino por el eventual uso que puede darse al testimonio. El tema es delicado. Sería una negra paradoja que una denuncia decisiva sobre los abusos judiciales, hecha sin fines de lucro (aunque mostrada en salas comerciales), se viera entorpecida por un tecnicismo o una tendenciosa interpretación de la ley. En tal caso estaríamos ante un acto de censura disfrazado de procedimiento jurídico.
La pregunta decisiva es quién está detrás de Reyes. Parece poco probable que, luego de su cuestionable desempeño en el juicio, acudiera a tribunales por su cuenta. Si algo queda claro en Presunto culpable es que el destino de Zúñiga dependía de un testigo incapaz de informar con certeza de sí mismo.
Lo más probable es que la conducta de Reyes y sus posibles instigadores no perjudique a Presunto culpable. Como en el caso de El crimen del padre Amaro, el conato de prohibición puede servir de publicidad a la película. Además, el momento en que esto ocurre dificulta una respuesta inquisitorial. La cinta ya ha sido vista por más de 400 mil espectadores y tiene garantizada su andadura. Sin el menor problema, podría propagarse en la red y en la incesante metástasis de la piratería. Tratar de frenar una película no sólo exitosa sino histórica es un despropósito.
Hay otra hipótesis más plausible. El documental produce una justificada irritación y, al mismo tiempo, provoca un alivio relativo. Nuestro sistema judicial es un desastre pero resulta posible denunciarlo. Una contribución decisiva del testimonio en los momentos de crisis consiste en dar bien malas noticias. Entender el horror es ya una manera de combatirlo. Presunto culpable se inscribe en esa tarea de sanación social.
Si la supresión tiene efecto, el sistema judicial provocará más desconfianza de la que provoca en la película. La injusticia aumenta cuando no puede ser dicha. Es ahí a donde se dirige el ataque. La demanda parecer tener un mensaje subliminal antijurídico: la incierta jurisprudencia mexicana es invitada a condenar la prueba más visible de su incertidumbre.
Contar la historia de Zúñiga sirvió para liberarlo. Ahora, la película regresa al sitio del que rescató a su protagonista: los tribunales.
Copyright © Grupo Reforma Servicio Informativo
Por Juan Villoro
Un amigo tiene un sueño recurrente: es llevado a juicio. No se trata de una pesadilla sino de algo muy emocionante. El sueño ocurre en Estados Unidos y el abogado defensor es Jack Nicholson. Mi amigo acepta ser sospechoso, siempre y cuando lo juzguen al estilo Hollywood. Su conducta es típica del momento en que vivimos, determinado por la desconfianza ante la justicia mexicana.
Ser procesado de manera apasionante se ha convertido en una aspiración onírica. Ante el temor de comparecer en un tribunal mexicano, el inconsciente se vuelve extraditable. ¡Qué maravilla ser defendido por una abogada de traje sastre, como en un episodio de The Good Wife, y oír el martillo justiciero que cierra la sesión después de un fallo de inocencia!
Sabemos que en Estados Unidos la ley actúa menos bien en la calle que en la pantalla y que sus errores han conducido a la aplicación injusta de la inyección letal. Sin embargo, el cine y la televisión han creado una convincente simbología de la bondad jurídica. El héroe no siempre se salva, pero tiene posibilidad de hacerlo. En otros países esa trama pertenece al sueño.
¿Qué clase de poder judicial ha construido México en 200 años? Presunto culpable, la cinta más comentada del momento, presenta el caso de José Antonio Zúñiga, capitalino injustamente acusado de homicidio, y permite atestiguar las mazmorras de la ley y el sinsentido burocrático con el que se tramita el destino de alguien fabricado como culpable. Su factura es la de un documento de emergencia hecho por abogados: un expediente imprescindible.
Kafka concibió un mundo autoritario donde la condena antecede al delito. Ser procesado en ese entorno paranoico significa ir en busca de una culpa. No es otra la realidad de México, según muestra Presunto culpable.
Curiosamente, esta búsqueda de la verdad ha sido puesta en entredicho por un practicante de la mentira, Víctor Manuel Reyes, testigo que mintió para permitir el encarcelamiento de Zúñiga.
Aunque cometió perjurio, Reyes considera que la película lo ha perjudicado. Según su abogado, su imagen fue usada sin su consentimiento. Por tal motivo, presentó una demanda de amparo que llevó a la juez Blanca Lobo Domínguez a pedir la suspensión temporal de la película.
Cuando una persona concede una entrevista para un documental, firma un permiso de exhibición. El principal testigo de cargo que aparece en Presunto culpable representa un caso distinto. Compareció en una audiencia pública, es decir, un acto que puede y debe ser registrado por terceros. Además, su declaración no era facultativa sino obligatoria. No estaba ahí por voluntad, sino en cumplimiento de una disposición legal. Resulta difícil concebir que el registro de su testimonio haya sido ilícito.
¿Por qué procede entonces la demanda? Según han comentado especialistas, la juez aceptó darle curso, no por lo ocurrido en la audiencia pública, sino por el eventual uso que puede darse al testimonio. El tema es delicado. Sería una negra paradoja que una denuncia decisiva sobre los abusos judiciales, hecha sin fines de lucro (aunque mostrada en salas comerciales), se viera entorpecida por un tecnicismo o una tendenciosa interpretación de la ley. En tal caso estaríamos ante un acto de censura disfrazado de procedimiento jurídico.
La pregunta decisiva es quién está detrás de Reyes. Parece poco probable que, luego de su cuestionable desempeño en el juicio, acudiera a tribunales por su cuenta. Si algo queda claro en Presunto culpable es que el destino de Zúñiga dependía de un testigo incapaz de informar con certeza de sí mismo.
Lo más probable es que la conducta de Reyes y sus posibles instigadores no perjudique a Presunto culpable. Como en el caso de El crimen del padre Amaro, el conato de prohibición puede servir de publicidad a la película. Además, el momento en que esto ocurre dificulta una respuesta inquisitorial. La cinta ya ha sido vista por más de 400 mil espectadores y tiene garantizada su andadura. Sin el menor problema, podría propagarse en la red y en la incesante metástasis de la piratería. Tratar de frenar una película no sólo exitosa sino histórica es un despropósito.
Hay otra hipótesis más plausible. El documental produce una justificada irritación y, al mismo tiempo, provoca un alivio relativo. Nuestro sistema judicial es un desastre pero resulta posible denunciarlo. Una contribución decisiva del testimonio en los momentos de crisis consiste en dar bien malas noticias. Entender el horror es ya una manera de combatirlo. Presunto culpable se inscribe en esa tarea de sanación social.
Si la supresión tiene efecto, el sistema judicial provocará más desconfianza de la que provoca en la película. La injusticia aumenta cuando no puede ser dicha. Es ahí a donde se dirige el ataque. La demanda parecer tener un mensaje subliminal antijurídico: la incierta jurisprudencia mexicana es invitada a condenar la prueba más visible de su incertidumbre.
Contar la historia de Zúñiga sirvió para liberarlo. Ahora, la película regresa al sitio del que rescató a su protagonista: los tribunales.
Copyright © Grupo Reforma Servicio Informativo
Tierra bravía
PorJuan Villoro
Los accidentes pulverizan las certezas. En 1978, Alejandro Rossi escribió un texto ejemplar sobre la confianza. El hombre común duerme esperanzado que las cosas conserven su forma: "No nos sorprende que el cuarto, a la mañana siguiente, mantenga las mismas dimensiones, que las paredes no se hayan caído, que el reloj retrase y el café sea amargo. La contemplación del mundo como un milagro permanente es un estado pasajero o una vocación religiosa. Todos somos un poco nerviosos, pero el terror de que se desplome el techo o se hunda el piso no es continuo". El pasaje pertenece a Manual del distraído, libro escrito en México antes del terremoto de 1985 y después del de 1957, que derribó el Ángel de la Independencia.
Vivir en tierra bravía es un acto de fe: confiamos en que el techo no se caiga, sabiendo que puede hacerlo. El 27 de febrero de 2010, quienes estábamos en Chile comprobamos el inaudito valor de la confianza. La sacudida de 8.8 grados en las escala de Richter fue la quinta más severa desde que existen mediciones. Durante segundos indelebles nos sometimos a una sucesión de asombros. Por principio de cuentas, nos enteramos de un peligro que habíamos descartado con plácida inocencia. Cuando las paredes se abrieron, nos supimos inermes, ingenuos. Luego sobrevino un examen de conciencia: ¿cómo salvarnos?, ¿merecíamos hacerlo?, ¿qué error habíamos cometido para estar ahí?, ¿qué virtud repentina podía rescatarnos?
Al margen de nosotros, ajeno a nuestras dudas, el edificio resistía. Los extranjeros ignorábamos que la arquitectura chilena es un milagro que perdura. Las paredes se cuartearon, pero el hotel siguió en pie. Oí voces, gritos, señas de sobrevida. Había que salir, de prisa. Entonces sucedió algo con lo que ya no contábamos: de pronto teníamos un propósito. El cataclismo nos había rebasado en tal forma que la única estrategia para superarlo era cerrar los ojos. Salvados por las piedras, podíamos actuar. Ya en la calle recuperamos un extraño privilegio de la vida interior: volvimos a confiar.
Los mexicanos curtidos en temblores aprendimos en Chile lo que significa graduarse en miedos.
Las lecciones del sur del mundo fueron resumidas por Neruda en un título absoluto: Residencia en la Tierra.
De manera emblemática, Alberto Fuguet decidió que el protagonista de Las películas de mi vida, su novela más personal, fuera sismólogo. El libro se ocupa del cine, la erudita pasión de Fuguet. De modo profundo, explora otra región del inconsciente: los movimientos tectónicos, la tierra que se abre para ponernos a temblar.
No había pensado escribir de terremotos. La devastación de mi ciudad en 1985 fue tan dolorosa que no podía narrarla sin sentirme impúdico. Prefería, como Beltrán Soler, el personaje de Fuguet, ver películas para distraerme de la trama que se fragua bajo tierra.
El terremoto de 2010 representó una segunda oportunidad para encarar el miedo de 1985. La cifra gemela de 8.8 sugería un valor esotérico, el del horror que se confronta a sí mismo. Sólo reconociendo el pánico podemos superarlo: no hay sobrevida sin recuerdo. En Chile encontré lo que perdí en México un cuarto de siglo antes. El resultado de esa confrontación fue 8.8: el miedo en el espejo.
Para los testigos extranjeros, Chile dio un excepcional ejemplo de solidaridad y control. Con rutinaria bobería se elogia a los latinoamericanos que "parecen suizos". Por suerte, los chilenos se parecieron a sí mismos.
Todo sismo cuestiona los cimientos que se le resisten y Chile también mostró heridas. Como siempre, los más afectados fueron los que habían padecido antes el invisible terremoto de la pobreza; hubo escenas de pillaje; la televisión transformó la desgracia en morbo de alto rating; algunos edificios modernos revelaron estar peor construidos que los de hace algunas décadas; los seguros no siempre respondieron; LAN fue insensible a las demandas de pasajeros varados en tierra, y la alarma ante el tsunami no funcionó.
De cualquier forma, la actuación del gobierno de Bachelet ante la contingencia (como la de Piñera ante los 33 atrapados unos meses después) fue muy superior a la de De la Madrid ante el sismo mexicano de 1985 y la de Fox ante los mineros que murieron en Pasta de Conchos.
Algo de nosotros quedó para siempre en Chile. Por si esto no fuera evidente, mi teléfono me lo recuerda a cada rato. La opción redial quedó fija en el número que mi esposa marcó con angustia durante días, el de mi hotel en Santiago. No pienso cambiar de aparato. El "fantasma en la máquina" conoce su oficio. En caso de duda, que me busquen en Chile.
"Mira la tierra toda/ abierta ante tu planta", escribió Luis Cernuda a propósito de un prisionero: "Respira la libertad ahora/ A solas con tu vida".
El terremoto en Chile fue una bronca epifanía: perdimos la confianza y la recuperamos. Estremecidos, conocimos la sorpresa elemental de estar a salvo.
Todo sobreviviente es una víctima liberada. Después del miedo, nada es tan asombroso como la normalidad.
Aquí seguimos. A solas con la vida.
Por
Los accidentes pulverizan las certezas. En 1978, Alejandro Rossi escribió un texto ejemplar sobre la confianza. El hombre común duerme esperanzado que las cosas conserven su forma: "No nos sorprende que el cuarto, a la mañana siguiente, mantenga las mismas dimensiones, que las paredes no se hayan caído, que el reloj retrase y el café sea amargo. La contemplación del mundo como un milagro permanente es un estado pasajero o una vocación religiosa. Todos somos un poco nerviosos, pero el terror de que se desplome el techo o se hunda el piso no es continuo". El pasaje pertenece a Manual del distraído, libro escrito en México antes del terremoto de 1985 y después del de 1957, que derribó el Ángel de la Independencia.
Vivir en tierra bravía es un acto de fe: confiamos en que el techo no se caiga, sabiendo que puede hacerlo. El 27 de febrero de 2010, quienes estábamos en Chile comprobamos el inaudito valor de la confianza. La sacudida de 8.8 grados en las escala de Richter fue la quinta más severa desde que existen mediciones. Durante segundos indelebles nos sometimos a una sucesión de asombros. Por principio de cuentas, nos enteramos de un peligro que habíamos descartado con plácida inocencia. Cuando las paredes se abrieron, nos supimos inermes, ingenuos. Luego sobrevino un examen de conciencia: ¿cómo salvarnos?, ¿merecíamos hacerlo?, ¿qué error habíamos cometido para estar ahí?, ¿qué virtud repentina podía rescatarnos?
Al margen de nosotros, ajeno a nuestras dudas, el edificio resistía. Los extranjeros ignorábamos que la arquitectura chilena es un milagro que perdura. Las paredes se cuartearon, pero el hotel siguió en pie. Oí voces, gritos, señas de sobrevida. Había que salir, de prisa. Entonces sucedió algo con lo que ya no contábamos: de pronto teníamos un propósito. El cataclismo nos había rebasado en tal forma que la única estrategia para superarlo era cerrar los ojos. Salvados por las piedras, podíamos actuar. Ya en la calle recuperamos un extraño privilegio de la vida interior: volvimos a confiar.
Los mexicanos curtidos en temblores aprendimos en Chile lo que significa graduarse en miedos.
Las lecciones del sur del mundo fueron resumidas por Neruda en un título absoluto: Residencia en la Tierra.
De manera emblemática, Alberto Fuguet decidió que el protagonista de Las películas de mi vida, su novela más personal, fuera sismólogo. El libro se ocupa del cine, la erudita pasión de Fuguet. De modo profundo, explora otra región del inconsciente: los movimientos tectónicos, la tierra que se abre para ponernos a temblar.
No había pensado escribir de terremotos. La devastación de mi ciudad en 1985 fue tan dolorosa que no podía narrarla sin sentirme impúdico. Prefería, como Beltrán Soler, el personaje de Fuguet, ver películas para distraerme de la trama que se fragua bajo tierra.
El terremoto de 2010 representó una segunda oportunidad para encarar el miedo de 1985. La cifra gemela de 8.8 sugería un valor esotérico, el del horror que se confronta a sí mismo. Sólo reconociendo el pánico podemos superarlo: no hay sobrevida sin recuerdo. En Chile encontré lo que perdí en México un cuarto de siglo antes. El resultado de esa confrontación fue 8.8: el miedo en el espejo.
Para los testigos extranjeros, Chile dio un excepcional ejemplo de solidaridad y control. Con rutinaria bobería se elogia a los latinoamericanos que "parecen suizos". Por suerte, los chilenos se parecieron a sí mismos.
Todo sismo cuestiona los cimientos que se le resisten y Chile también mostró heridas. Como siempre, los más afectados fueron los que habían padecido antes el invisible terremoto de la pobreza; hubo escenas de pillaje; la televisión transformó la desgracia en morbo de alto rating; algunos edificios modernos revelaron estar peor construidos que los de hace algunas décadas; los seguros no siempre respondieron; LAN fue insensible a las demandas de pasajeros varados en tierra, y la alarma ante el tsunami no funcionó.
De cualquier forma, la actuación del gobierno de Bachelet ante la contingencia (como la de Piñera ante los 33 atrapados unos meses después) fue muy superior a la de De la Madrid ante el sismo mexicano de 1985 y la de Fox ante los mineros que murieron en Pasta de Conchos.
Algo de nosotros quedó para siempre en Chile. Por si esto no fuera evidente, mi teléfono me lo recuerda a cada rato. La opción redial quedó fija en el número que mi esposa marcó con angustia durante días, el de mi hotel en Santiago. No pienso cambiar de aparato. El "fantasma en la máquina" conoce su oficio. En caso de duda, que me busquen en Chile.
"Mira la tierra toda/ abierta ante tu planta", escribió Luis Cernuda a propósito de un prisionero: "Respira la libertad ahora/ A solas con tu vida".
El terremoto en Chile fue una bronca epifanía: perdimos la confianza y la recuperamos. Estremecidos, conocimos la sorpresa elemental de estar a salvo.
Todo sobreviviente es una víctima liberada. Después del miedo, nada es tan asombroso como la normalidad.
Aquí seguimos. A solas con la vida.
OTRAS FECHAS
Cosa juzgada
PorJuan Villoro
"Siempre nos quedará París". La frase de Casablanca no se aplica a los artistas invitados al Año de México en Francia. Por razones políticas, dos países con enormes afinidades culturales han tenido un desencuentro.
Nicolas Sarkozy aprovechó el veredicto contra Florence Cassez para posar como defensor a ultranza de sus paisanos. "El patriotismo es el refugio de los canallas", escribió Samuel Johnson. De nada se ha abusado tanto como de "los intereses de la nación". En palabras de Lichtenberg: "Me gustaría saber en nombre de quién se hacen las cosas que se hacen 'por la patria'".
Sarkozy propuso dedicar el Año de México a Cassez. En respuesta a esta provocación, Relaciones Exteriores señaló con pertinencia que el intercambio cultural no puede depender de un proceso penal. Esta argumentación parte de un supuesto: el buen funcionamiento del sistema judicial mexicano. Obviamente, no corresponde a la Cancillería ponerlo en entredicho, pero sí a quienes lo padecemos.
El error de Sarkozy, que confunde los programas culturales con la propaganda nacionalista, no debe impedir que analicemos el modo mexicano de condenar al prójimo.
Presunto culpable, la película más discutida del momento, revela las irregularidades que durante tres años padeció Antonio Zúñiga, inocente acusado de un crimen. El documental fue dirigido por Roberto Hernández, quien tuvo acceso al Reclusorio Oriente y a los jueces en calidad de abogado. De manera inaudita pudo registrar la maraña de sinrazones que aquí recibe el nombre de "justicia".
La mayoría de los crímenes que se cometen en México quedan impunes. A esta herida se agrega otra: la fabricación de culpables. Seamos sinceros: si un pariente nuestro fuera procesado, ¿esperaríamos una sentencia justa?
Sarkozy no decidió enfrentarse al Tribunal Internacional de La Haya. Su afrentoso desafío tomó en cuenta el desprestigio de la justicia mexicana. Criticar su despropósito no nos exime de analizar el país donde Graham Greene escribió Caminos sin ley.
¿En qué grado es culpable Florence Cassez? He leído los reportajes sobre el tema de Anne Vigna, Juan Manuel Villalobos y Guillermo Osorno. Todos narran la turbiedad del proceso, comenzando por el montaje televisivo que presentó como una captura en vivo lo que era una recreación. Aunque el video no se usó como evidencia, influyó en la opinión pública y en los testigos que modificaron sus declaraciones después de verlo.
La versión más significativa de un testigo suele ser la primera, la que se ofrece antes de entrar en contacto con otras interpretaciones. La declaración inmediata no ha sido sometida a presión ni chantaje. En los testimonios iniciales, Cassez no es mencionada; luego pasa a ser cómplice decisiva. Esta peculiar modificación llevó a que personas con los ojos vendados la "reconocieran" por el color del pelo o a que se mencionara una televisión encendida en un cuarto sin luz eléctrica.
En un clima tan enconado como el nuestro destaca la sobria actitud de Eduardo Gallo, presidente de México Unido Contra la Delincuencia. A pesar de que su hija fue víctima de la violencia, Gallo defiende un principio moral irrenunciable: la venganza no es justicia. Permitir que los crímenes sigan impunes resulta tan negativo como condenar a inocentes. En sus comentarios sobre Cassez ha seguido este ético lineamiento.
¿La implicación de Cassez en los secuestros de la banda de Los Zodiaco merece 60 años de cárcel? El Convenio de Estrasburgo suscrito por México y Francia podría permitirle que cumpliera la condena en su país. El gobierno mexicano se ha negado a facilitar esta alternativa. El motivo jurídico es que la sentencia podría reducirse en Francia. El motivo político parece ser otro. Genaro García Luna, presunto responsable del montaje televisivo, conduce hoy la seguridad nacional y es el máximo aliado del Presidente.
Una vez que los tribunales emiten su fallo, el cumplimiento de la condena recae en el Ejecutivo. Cassez es "cosa juzgada". Sólo la Presidencia podría decidir su traslado a otro penal. La negativa a que esto suceda parece fundarse en el apoyo a García Luna y en la lógica con que el Presidente realza su poder.
Calderón ha buscado restaurar su fuerza a través de la simbología militar. Lo hemos visto de uniforme ante las tropas, a caballo con cadetes del Colegio Militar, como piloto de un avión del Ejército. Cuando dijo que no había usado la palabra "guerra", no repudió la lucha contra el narcotráfico; quiso evitar la respuesta sobre si podría ganarla.
Un Presidente sin alianzas, cuyo eje de gobierno es la seguridad, obtiene cierto margen de maniobra politizando la justicia. ¿Quién dice que no hay control? Ahí están los presos y las Fuerzas Armadas. No es el mejor saldo para una democracia. El Presidente que no repite la palabra "guerra" se retrata en uniforme.
Sarkozy cree defender a Juana de Arco y Calderón ofrece la captura de Cruella de Ville. En este duelo de representaciones extremas se diluye la verdadera personalidad de Florence Cassez.
Por
"Siempre nos quedará París". La frase de Casablanca no se aplica a los artistas invitados al Año de México en Francia. Por razones políticas, dos países con enormes afinidades culturales han tenido un desencuentro.
Nicolas Sarkozy aprovechó el veredicto contra Florence Cassez para posar como defensor a ultranza de sus paisanos. "El patriotismo es el refugio de los canallas", escribió Samuel Johnson. De nada se ha abusado tanto como de "los intereses de la nación". En palabras de Lichtenberg: "Me gustaría saber en nombre de quién se hacen las cosas que se hacen 'por la patria'".
Sarkozy propuso dedicar el Año de México a Cassez. En respuesta a esta provocación, Relaciones Exteriores señaló con pertinencia que el intercambio cultural no puede depender de un proceso penal. Esta argumentación parte de un supuesto: el buen funcionamiento del sistema judicial mexicano. Obviamente, no corresponde a la Cancillería ponerlo en entredicho, pero sí a quienes lo padecemos.
El error de Sarkozy, que confunde los programas culturales con la propaganda nacionalista, no debe impedir que analicemos el modo mexicano de condenar al prójimo.
Presunto culpable, la película más discutida del momento, revela las irregularidades que durante tres años padeció Antonio Zúñiga, inocente acusado de un crimen. El documental fue dirigido por Roberto Hernández, quien tuvo acceso al Reclusorio Oriente y a los jueces en calidad de abogado. De manera inaudita pudo registrar la maraña de sinrazones que aquí recibe el nombre de "justicia".
La mayoría de los crímenes que se cometen en México quedan impunes. A esta herida se agrega otra: la fabricación de culpables. Seamos sinceros: si un pariente nuestro fuera procesado, ¿esperaríamos una sentencia justa?
Sarkozy no decidió enfrentarse al Tribunal Internacional de La Haya. Su afrentoso desafío tomó en cuenta el desprestigio de la justicia mexicana. Criticar su despropósito no nos exime de analizar el país donde Graham Greene escribió Caminos sin ley.
¿En qué grado es culpable Florence Cassez? He leído los reportajes sobre el tema de Anne Vigna, Juan Manuel Villalobos y Guillermo Osorno. Todos narran la turbiedad del proceso, comenzando por el montaje televisivo que presentó como una captura en vivo lo que era una recreación. Aunque el video no se usó como evidencia, influyó en la opinión pública y en los testigos que modificaron sus declaraciones después de verlo.
La versión más significativa de un testigo suele ser la primera, la que se ofrece antes de entrar en contacto con otras interpretaciones. La declaración inmediata no ha sido sometida a presión ni chantaje. En los testimonios iniciales, Cassez no es mencionada; luego pasa a ser cómplice decisiva. Esta peculiar modificación llevó a que personas con los ojos vendados la "reconocieran" por el color del pelo o a que se mencionara una televisión encendida en un cuarto sin luz eléctrica.
En un clima tan enconado como el nuestro destaca la sobria actitud de Eduardo Gallo, presidente de México Unido Contra la Delincuencia. A pesar de que su hija fue víctima de la violencia, Gallo defiende un principio moral irrenunciable: la venganza no es justicia. Permitir que los crímenes sigan impunes resulta tan negativo como condenar a inocentes. En sus comentarios sobre Cassez ha seguido este ético lineamiento.
¿La implicación de Cassez en los secuestros de la banda de Los Zodiaco merece 60 años de cárcel? El Convenio de Estrasburgo suscrito por México y Francia podría permitirle que cumpliera la condena en su país. El gobierno mexicano se ha negado a facilitar esta alternativa. El motivo jurídico es que la sentencia podría reducirse en Francia. El motivo político parece ser otro. Genaro García Luna, presunto responsable del montaje televisivo, conduce hoy la seguridad nacional y es el máximo aliado del Presidente.
Una vez que los tribunales emiten su fallo, el cumplimiento de la condena recae en el Ejecutivo. Cassez es "cosa juzgada". Sólo la Presidencia podría decidir su traslado a otro penal. La negativa a que esto suceda parece fundarse en el apoyo a García Luna y en la lógica con que el Presidente realza su poder.
Calderón ha buscado restaurar su fuerza a través de la simbología militar. Lo hemos visto de uniforme ante las tropas, a caballo con cadetes del Colegio Militar, como piloto de un avión del Ejército. Cuando dijo que no había usado la palabra "guerra", no repudió la lucha contra el narcotráfico; quiso evitar la respuesta sobre si podría ganarla.
Un Presidente sin alianzas, cuyo eje de gobierno es la seguridad, obtiene cierto margen de maniobra politizando la justicia. ¿Quién dice que no hay control? Ahí están los presos y las Fuerzas Armadas. No es el mejor saldo para una democracia. El Presidente que no repite la palabra "guerra" se retrata en uniforme.
Sarkozy cree defender a Juana de Arco y Calderón ofrece la captura de Cruella de Ville. En este duelo de representaciones extremas se diluye la verdadera personalidad de Florence Cassez.
OTRAS ENTRADAS:
La percepción
Por Juan Villoro
"Ya que no podemos cambiar de país, cambiemos de tema", esta frase del Ulises, de James Joyce, define la política del presidente Felipe Calderón.
Su toma de posesión en el Congreso fue una metáfora de debilidad: entró por una puerta trasera, recorrió un pasadizo y juró la Constitución a toda prisa, como quien recoge un trozo de carne a punto de descongelarse. Catorce días después lanzó una ofensiva contra el crimen organizado. Para restaurar la fuerza del Ejecutivo posó en uniforme militar y pasó revista a las tropas. El candidato que prometía empleo optó por un dramático cambio de tema. En este sentido tuvo éxito. Desde entonces no hablamos de otra cosa.
Acorralado por la oposición, incapaz de crear equipos amplios de trabajo (no sólo con miembros de otros partidos o de la sociedad civil, sino del propio PAN), Calderón gobierna con un puñado de incondicionales. Su intensa paranoia ha sido nuestra triste realidad: más de 34 mil muertos.
Hace poco, el Presidente señaló que no había usado la palabra "guerra". Reforma documentó que eso es falso. No es novedad que un Presidente que sacrificó la reforma del Estado con fines electorales niegue sus declaraciones. Lo relevante es que, al desentenderse de la palabra "guerra", evita la responsabilidad de ganarla.
No hay que criticar a Calderón por enfrentar al narcotráfico, sino por la forma en que lo hace. ¿Bastaban dos semanas en el poder para concebir una estrategia? El costo social de esa impericia ha sido enorme, y los resultados saltan a la vista: el PAN pierde en los estados y perderá la Presidencia.
Calderón fracasó en lograr que la lucha contra el crimen se percibiera como objetivo de Estado; es vista como una guerra de gobierno, a tal grado que despertó la nostalgia por la abusiva estabilidad del PRI: "Que se vayan los ineptos y que vuelvan los corruptos", dice un reiterado graffiti.
¿Conocía el Presidente al enemigo que le ayudó a cambiar de tema? Para averiguar si estaba sentado en dinamita, encendió un cerillo.
Los despachos de WikiLeaks muestran que los gobiernos pueden actuar en forma autodestructiva. En 1990, April Glaspie, embajadora de Estados Unidos en Irak, reiteró que Sadam Hussein era un socio confiable. Podo después, Hussein invadió Kuwait. Algunos pensaron que la diplomática había dado "luz verde" a esa guerra. Los documentos desclasificados revelan que Glaspie descartaba la invasión porque le parecía una operación suicida para el propio Irak. Esto recuerda la forma que en Stalin desestimó los informes de que Hitler invadiría la Unión Soviética: no lo creía capaz de precipitarse a la derrota de ese modo.
Sobran ejemplos de despropósitos militares. En el caso de Calderón, el principal aporte de WikiLeaks consiste en revelar su progresiva dependencia de Washington. El diagnóstico estadounidense es demoledor. El archivo 003195, del 10 de noviembre de 2009, afirma: "México carece de un aparato de inteligencia eficaz para producir información de alta calidad y operativos definidos [...] A pesar de su pléyade de incapacidades y deficiencias, los servicios de seguridad mexicana reconocen ampliamente su necesidad de mejoría". Entre los muchos impedimentos se destaca "la falta de confianza entre las distintas instituciones del gobierno". A continuación se ofrece un análisis de la forma en que la Sedena, Cisen, la SSP y la Semar desarrollan estrategias sin auténtica coordinación.
WikiLeaks no es la Tabla de la Ley. Sus informes están sujetos a intereses específicos. De acuerdo con esa óptica, la debilidad del gobierno calderonista llevó a una rectificación "positiva", es decir, a pedir el progresivo apoyo de Estados Unidos. El documento 0083, del 29 de enero de 2010, resume la situación: "Calderón ha atacado en forma agresiva al narcotráfico, pero ha luchado con instituciones descoordinadas y dispersas; la creciente espiral de violencia lo ha hecho vulnerable a las críticas".
Los informes de WikiLeaks diagnostican que Calderón ha aprendido sobre la marcha, acercándose cada vez más a Estados Unidos. El costo de esta educación pública ha sido enorme.
¿Qué tan mal está el país? Un amigo senegalés, que vive en México desde los tiempos en que el presidente Echeverría ofreció becas para ese país, pasó la Navidad de 2010 en Dakar. Por primera vez su padre le preguntó cómo era posible que viviera en México. La preocupación por el país no sólo se nota en la prensa europea o norteamericana. ¿En qué punto estamos?
Algunos colegas señalan que México se encuentra mejor de lo que sugieren las noticias. Es posible que así sea. La gran paradoja del asunto es que si dejáramos de hablar de la guerra contra el narcotráfico, el principal perjudicado sería Felipe Calderón. Durante cuatro años ha construido un monólogo para no hablar de otra cosa. Los datos están contra él, pero son tan contundentes que impiden otro análisis. Si recuperáramos la paz, comprobaríamos su ineptitud en las demás áreas.
Le quedan dos años para seguir minando la soberanía y perfeccionar la bancarrota del partido que lo llevó al poder.
Por Juan Villoro
"Ya que no podemos cambiar de país, cambiemos de tema", esta frase del Ulises, de James Joyce, define la política del presidente Felipe Calderón.
Su toma de posesión en el Congreso fue una metáfora de debilidad: entró por una puerta trasera, recorrió un pasadizo y juró la Constitución a toda prisa, como quien recoge un trozo de carne a punto de descongelarse. Catorce días después lanzó una ofensiva contra el crimen organizado. Para restaurar la fuerza del Ejecutivo posó en uniforme militar y pasó revista a las tropas. El candidato que prometía empleo optó por un dramático cambio de tema. En este sentido tuvo éxito. Desde entonces no hablamos de otra cosa.
Acorralado por la oposición, incapaz de crear equipos amplios de trabajo (no sólo con miembros de otros partidos o de la sociedad civil, sino del propio PAN), Calderón gobierna con un puñado de incondicionales. Su intensa paranoia ha sido nuestra triste realidad: más de 34 mil muertos.
Hace poco, el Presidente señaló que no había usado la palabra "guerra". Reforma documentó que eso es falso. No es novedad que un Presidente que sacrificó la reforma del Estado con fines electorales niegue sus declaraciones. Lo relevante es que, al desentenderse de la palabra "guerra", evita la responsabilidad de ganarla.
No hay que criticar a Calderón por enfrentar al narcotráfico, sino por la forma en que lo hace. ¿Bastaban dos semanas en el poder para concebir una estrategia? El costo social de esa impericia ha sido enorme, y los resultados saltan a la vista: el PAN pierde en los estados y perderá la Presidencia.
Calderón fracasó en lograr que la lucha contra el crimen se percibiera como objetivo de Estado; es vista como una guerra de gobierno, a tal grado que despertó la nostalgia por la abusiva estabilidad del PRI: "Que se vayan los ineptos y que vuelvan los corruptos", dice un reiterado graffiti.
¿Conocía el Presidente al enemigo que le ayudó a cambiar de tema? Para averiguar si estaba sentado en dinamita, encendió un cerillo.
Los despachos de WikiLeaks muestran que los gobiernos pueden actuar en forma autodestructiva. En 1990, April Glaspie, embajadora de Estados Unidos en Irak, reiteró que Sadam Hussein era un socio confiable. Podo después, Hussein invadió Kuwait. Algunos pensaron que la diplomática había dado "luz verde" a esa guerra. Los documentos desclasificados revelan que Glaspie descartaba la invasión porque le parecía una operación suicida para el propio Irak. Esto recuerda la forma que en Stalin desestimó los informes de que Hitler invadiría la Unión Soviética: no lo creía capaz de precipitarse a la derrota de ese modo.
Sobran ejemplos de despropósitos militares. En el caso de Calderón, el principal aporte de WikiLeaks consiste en revelar su progresiva dependencia de Washington. El diagnóstico estadounidense es demoledor. El archivo 003195, del 10 de noviembre de 2009, afirma: "México carece de un aparato de inteligencia eficaz para producir información de alta calidad y operativos definidos [...] A pesar de su pléyade de incapacidades y deficiencias, los servicios de seguridad mexicana reconocen ampliamente su necesidad de mejoría". Entre los muchos impedimentos se destaca "la falta de confianza entre las distintas instituciones del gobierno". A continuación se ofrece un análisis de la forma en que la Sedena, Cisen, la SSP y la Semar desarrollan estrategias sin auténtica coordinación.
WikiLeaks no es la Tabla de la Ley. Sus informes están sujetos a intereses específicos. De acuerdo con esa óptica, la debilidad del gobierno calderonista llevó a una rectificación "positiva", es decir, a pedir el progresivo apoyo de Estados Unidos. El documento 0083, del 29 de enero de 2010, resume la situación: "Calderón ha atacado en forma agresiva al narcotráfico, pero ha luchado con instituciones descoordinadas y dispersas; la creciente espiral de violencia lo ha hecho vulnerable a las críticas".
Los informes de WikiLeaks diagnostican que Calderón ha aprendido sobre la marcha, acercándose cada vez más a Estados Unidos. El costo de esta educación pública ha sido enorme.
¿Qué tan mal está el país? Un amigo senegalés, que vive en México desde los tiempos en que el presidente Echeverría ofreció becas para ese país, pasó la Navidad de 2010 en Dakar. Por primera vez su padre le preguntó cómo era posible que viviera en México. La preocupación por el país no sólo se nota en la prensa europea o norteamericana. ¿En qué punto estamos?
Algunos colegas señalan que México se encuentra mejor de lo que sugieren las noticias. Es posible que así sea. La gran paradoja del asunto es que si dejáramos de hablar de la guerra contra el narcotráfico, el principal perjudicado sería Felipe Calderón. Durante cuatro años ha construido un monólogo para no hablar de otra cosa. Los datos están contra él, pero son tan contundentes que impiden otro análisis. Si recuperáramos la paz, comprobaríamos su ineptitud en las demás áreas.
Le quedan dos años para seguir minando la soberanía y perfeccionar la bancarrota del partido que lo llevó al poder.
OTRAS ENTRADAS
No es extraño que en un ambiente de deterioro la crispación se generalice. Si alguien critica la política de seguridad que produce tantas víctimas, otro comenta: "¿Y qué querías: que no se hiciera nada?".
La discusión entre Todo o Nada lleva al silencio. Criticar los accidentes en una carretera no invita a suspender los viajes, sino a mejorar la forma en que se hacen. El problema no es que se combata al narcotráfico, sino que no se obtengan mejores resultados.
No conocemos la solución porque no existe un remedio. A largo plazo, la salida del conflicto vendrá de los efectos combinados de la legalización regulada y paulatina de ciertas drogas, la investigación de redes de financiamiento y lavado de dinero, la detención de cómplices del narcotráfico en los tres poderes y en el mundo empresarial, y una más eficaz relación con Estados Unidos, donde el tráfico de drogas y armas opera con el suave fluir de lo institucional, sin cárteles ni capos conocidos.
En un contexto en el que tanto se discute sorprende que no se hayan atendido las variables educativas y culturales del tema. Los focos rojos están a la vista. El presidente Calderón señaló que el país tiene siete millones de "ninis", jóvenes que no estudian ni trabajan. Tampoco tienen opciones deportivas, religiosas o culturales.
En 2010 México ocupó el último lugar en América Latina en recuperación de empleos. Al menos una generación carecerá de un horizonte laboral deseable. Su destino lógico es la inopia, acentuada por el alcohol, las drogas y la televisión.
Suiza tiene tantos habitantes como nosotros tenemos "ninis". Si contamos a los que tienen empleos o estudios temporales y carecen de futuro garantizado, podríamos llenar varios países escandinavos con mexicanos sin alternativas.
El problema es gravísimo por una razón adicional: hay otras opciones, todas ilegales. El narcotráfico no puede ser visto como un simple "Llamado del Mal"; para millones de jóvenes, representa la única opción concreta de obtener una mejoría económica instantánea, compartir códigos de pertenencia, asumir una identidad definida y elevar la autoestima. El hecho de que un sicario pueda morir pronto no siempre es un argumento disuasorio. El peligro -las intensidades de una vida breve- incluso pueden ser un aliciente. Además, queda la compensación de dejar una casa para la familia y haber disfrutado algo en un destino que se extendía al modo de un desierto.
Como señaló Antanas Mockus en su campaña a la presidencia de Colombia, combatir el crimen a través de la educación y de la ética es más tardado y costoso que combatirlo con las balas, pero se trata de la única solución definitiva.
Para reconstruir su tejido social, Colombia ha construido bibliotecas en sitios que se consideraban bastiones del hampa. Es el caso de la Biblioteca España, situada en uno de los barrios más bravos de Medellín, algo equivalente a edificar un inmenso centro cultural en Badiraguato, Sinaloa, meca del narcotráfico.
Disponemos de información sobre los municipios más conflictivos del país. Urge una cruzada cultural que los atienda y permita una recuperación social definitiva. A largo plazo, la política de seguridad depende más de la Secretaría de Educación que de la Secretaría de la Defensa. Además, el Ejército no sólo necesita un armamento superior, sino capacitación en áreas que no se han tomado en cuenta (ética, antropología, historia, literatura). Sabemos que la mejor guerra es la que no se libra. Cuando se vuelve inevitable, el pacifismo consiste en ganarla sin quebrantar principios.
La educación sirve para prevenir el delito, pero también para combatirlo sin deponer la ética. En este sentido, la recuperación cultural del país no puede ser ajena al Ejército, que no sólo requiere de atención logística y económica.
En su discurso sobre las armas y las letras, Cervantes, escritor soldado, encomia la entrega del "mílite guerrero" por encima de la vida especulativa de quien renuncia a la acción. El fundador de la novela moderna conocía los límites de la imaginación y las urgencias de la práctica.
Un amigo expresaba hace poco: "Un joven que lee a Salgari no puede ser sicario". Se trata de una frase hermosa, que admite un matiz para no ser ingenua. Es cierto que no conocemos sicarios que hayan leído a Salgari, pero conocemos comandantes nazis que sí lo hicieron. No se trata de combatir en exclusiva con las armas ni en exclusiva con las letras. Digamos que leer dificulta ser sicario, pero sólo lo impide si la sociedad en su conjunto demuestra que ha leído.
No hay soluciones simples. Por eso es grave que las discrepancias lleven a la estéril dicotomía de Todo o Nada. Tenemos que ponernos de parte de una solución compleja.
La cultura no debe ser el privilegio de quienes "superaron" su circunstancia, sino la normalidad de quienes viven en ella.
Magia impura
Juan Villoro
REFORMA17 Dic. 10
De acuerdo con Walter Benjamin, lo que distingue a los adultos de los niños es su incapacidad para la magia. Madurar significa prescindir de hechizos, explicaciones fabulosas, el hada que concede los deseos.
Pensé en esto cuando mi amigo Mario me habló del día en que terminó su infancia. No todos son capaces de definir esa fecha esencial.
Mario detestaba las fiestas en las que sobraban niños desconocidos y comía sándwiches de triangulito untados de paté. Pero a veces el festejo incluía a un ilusionista fabuloso que sacaba monedas de atrás de las orejas y convertía una flor de papel en una paloma que volaba rumbo al candelabro más cercano.
En la juguetería Ara, que la memoria de Mario preserva como un almacén infinito, descubrió una caja con equipo para un pequeño mago. La suerte estaba de su parte: esa semana se le habían caído dos dientes de leche y aún no se los había ofrecido al Ratón Pérez. Al volver a casa escribió una larga petición y la colocó junto a un trozo de queso Nochebuena, muy preciado por los ratones.
La magia no siempre ocurre de inmediato: pasaron tres días antes de que Mario recibiera su regalo. El retraso no lo llevó a pensar en la inexistencia del Ratón. Dudar de él sólo hubiera servido para acabar con el hechizo. ¿Y quién desea razones cuando puede tener fe?
Tampoco el instrumental mágico minó sus creencias. Le pareció lógico aprender trucos porque él no era un mago de verdad. Así como un disfraz de Supermán no servía para volar (un vecino se había fracturado al intentarlo), una varita de juguete tampoco servía para voltear de cabeza a un cocker spaniel.
En cambio, los hombres de gran chistera que llegaban a las fiestas pertenecían a otro mundo, el de los poderes paranormales. ¿Y qué decir de los magos de los circos, capaces de rebanar y reconstruir a su hermosa asistente?
J. M. Barrie, autor de Peter Pan, considera que todo lo importante ocurre antes de los 12 años. Mario se aproximaba a esa edad limítrofe cuando fue testigo de tres revelaciones. La primera de ellas se llamaba Mariana. Mi amigo cayó en un estado de rubor y nerviosismo y desorbitada ilusión que no sabía cómo nombrar. Ese año los Beatles cantaban "All you need is Love". Él no podía asociar su torbellino con una palabra tan corta y vaga como "amor", pero eso era lo que experimentaba. Si Mariana se pasaba la mano por la frente, él descubría que hay una forma perfecta de pasarse la mano por la frente. En su pequeño universo, todavía infantil, se sintió predestinado hacia esa chica porque sus dulces preferidos, las lunetas m & m, unían sus iniciales.
La segunda revelación fue de corte negativo. Mario asistió a una fiesta en casa de sus primos, a la que también fue Mariana (él llevaba una bolsa de m & m para contagiarle su dulce superstición). Su esperanza era tan grande que sufrió un desmayo. Lo llevaron al cuarto de su primo, donde despertó al cabo de un rato. Se quedó en cama hasta que oyó ruidos en un cuarto contiguo. Los movimientos eran difíciles de describir pero parecían preparar algo. Mario se asomó a ver de qué se trataba. El mago contratado para la fiesta abría un baúl vertical. En un pequeño compartimiento colocó un yo-yo. Luego guardó otro idéntico en el bolsillo de su saco.
Esa tarde mi amigo salió del mareo para descubrir que también los magos de verdad hacían trampas, más complicadas que la que él podía lograr con su equipo de plástico, pero trampas al fin y al cabo.
A la mitad de su rutina, el mago sacó el yo-yo. Lo adormeció, haciéndolo girar sobre su eje; después ejecutó el "perrito", el "columpio" y las "cataratas del Niágara". Esta última suerte implicaba lanzar lejos el yo-yo y tirar de la cuerda para volverlo a lanzar sin tocarlo con la mano. En uno de esos giros desapareció. El mago alzó las manos, creando un suspenso teatral. Luego se las llevó a la frente para adivinar dónde había ido a parar.
"Está en el baúl", Mario le dijo a Mariana. Como si estuviese en trance, el mago dijo: "El yo-yo ha regresado al lugar donde duerme". Abrió el baúl y ahí lo encontró.
Mario había hablado por rabia, decepcionado de que un ilusionista hiciera trampa. No quiso lucirse ante Mariana; sin embargo, ella lo vio con ojos muy brillantes. "¿Cómo supiste?", le preguntó. Mario sintió en su bolsillo el suave rumor de las lunetas. "Soy mago", dijo.
Ese día terminó su infancia: descubrió el hechizo del amor, la imposibilidad de la magia y la seductora fuerza de la mentira, la contradictoria sustancia de la vida adulta.
El recuerdo de Mario era un cuento filosófico. Le mencioné la idea de Benjamin y contestó: "Lo que no existe en la vida adulta es la magia pura". Esto quiere decir que Mariana le hizo caso y luego lo dejó.
Mario pasó de la ilusión infantil al escepticismo adulto. Sin embargo, en los momentos críticos, compra un talismán de otros tiempos: las lunetas de la buena suerte.
"La madurez consiste en saber que la magia tiene trucos", me dijo, "la sabiduría consiste en saber que los trucos tienen magia".
'Hey, great offer'
Juan Villoro
10 Dic. 10
Perdona por distraer tu atención desde un periódico. Ésta no es una estafa como las de internet. No deseo invadir tu espacio privado, sino hacerte socio de una magnífica oferta.
Soy secretario del Dr. Li, investigador de una eximiosa universidad de San Francisco. Mi identidad te será desvelada cuando lleguemos al grano que nos beneficiará a ambos. Soy mexicano y por eso me dirijo a ti en el idioma de Alfonso Reyes. Aunque jamás dominaré las cumbres alfonsinas, no puedo negar que he fustigado bibliotecas en mis ratos libres. También soy fidedigno lector de este periódico. Intuyo tu rostro frente a este texto y no me parece diverso del mío.
El Dr. Li proviene de una caudalosa familia china, que hizo fortuna en Hong Kong. Antes de que el gobierno comunista se hiciera cargo de esa legendaria, bella y heroica ciudad, la familia Li aseguró sus caudales en distintos bancos del Pacífico.
No han faltado sino sobrado los rumores, las intrigas y las disputas por tan grande herencia. El ser humano, como dijo Propercio, es malévolo.
Desde hace 20 años el Dr. Li me ha dado su aprecio y un modesto salario. Considera que un mexicano puede ser más leal que alguno de sus connacionales. ¿A qué se debe esta causalidad? Cuando llegó a San Francisco, el Dr. Li padeció la venenosa inquinina de sus paisanos. Yo soy su jardinero y cuido los bambús que el doctor plantó en la universidad. No me hago pasar por científico, eso debe ser nítido. Tampoco me finjo hombre culto, aunque en mis ratos de esparcimiento frecuente con ubérrimo provecho la robusta obra de don Alfonso.
Los chinos aprecian el arte de la jardinería. Casi todos los jardineros de San Francisco somos mexicanos. En México no valoramos lo que tenemos, pero el doctor sí me valora y ha decidido heredarme parte de su fortuna (50 millones de dólares, para ser justiciosos).
No puedo recibir el dinero porque soy indocumentado y no tengo cuenta bancaria. El Dr. Li me ha explicado que los chinos son discretos. Él está rodeado de la cizaña tan trópica del mundo científico y no quiere hacer transferencias noticiosas. ¿Qué pensarían los de Western Union si alguien girara tal cantidad? En estos tiempos tan herméticos y esotéricos, con tanto lavado de dinero, hay que guardar las apariencias.
Para llegar a ti he corrido riesgos. Hace apenas unas horas fue arrestado Julian Assange. Sus filtraciones en internet ha sido más estropiciadoras que las mías. Éste es, apenas, el primer brote de un jardinero en la red. Logré alterar la página editorial de Reforma. Declaro que no tengo cómplices al interior del periódico ni persigo fines oscuros y mucho menos religiosos o políticos. Sólo quiero asociarme con un lector. ¿No es eso, a fin de cuentas, lo que desea todo periodista?
Esta columna aparece firmada por una persona que no conozco. Lamento haber cancelado su artículo. Me consuela pensar que era menos urgente que el mío.
Lo que en resumidas cuentas te propongo es compartir el 50% del dinero que recibiré del Dr. Li, o sea, 25 millones de dólares. Para ello, tendrías que recibir la cantidad completa en tu cuenta bancaria y, prometerme, previamente y ante notario de tu libre elección, la cesión de mis correspondientes 25 millones de dólares.
Estoy dispuesto a sacrificar la mitad de mi fortuna con tal de poder cobrarla. Mas sin en cambio, me alegra que sea un paisano quien se beneficie de la generosidad del Dr. Li, que tanto quiere a los mexicanos.
He renunciado a hacer contactos por internet para no molestar y porque es una fuente de maledicencia. De seguro buscarás información en Google acerca del Dr. Li. Varias eminencias llevan ese apellido, desde un cirujano plástico hasta un experto en desastres del sueño. Te pido que no hagas caso de la mención al jardinero mexicano que quiso extorsionar a un Dr. Li que no tiene nada que ver con el que en verdad me contrató. Lo que menos me gusta de la red son los chismes y las calumnias. Por eso me dirijo a ti desde esta sección, tan sólida y aislada.
Como es de la imaginación, no podré repetir el truco de sustituir una columna por mi misiva. De nuevo pido disculpas: no quise molestar a nadie, en especial al autor que, de todos modos, no sé si iban a leer.
Puedes estar seguro de que lo que te digo es cierto. Un buen amigo me ayudó a descifrar el password del Dr. Li. No es que yo desconfiara de él, pero nunca se sabe cómo es la gente. Su cuenta bancaria está en forma y orden. Lo mismo que el testamento. Su salud ha empeorado mucho. Podría morir de cualquier susto, o sea que debemos darnos prisa.
Me queda poco espacio: no puedo volver a usurpar este sitio sin ser descubierto, pero puedo hacer pequeñas alteraciones. Aquí recibirás datos sobre mí. Serán suficientes para que me contactes y compartamos la fortuna. No puedo colocar mi número de teléfono ni mi nombre. La oferta no es para cualquiera. ¡Menos para los codiciosos! Colocaré claves para ser descifradas por alguien inteligente como tú. El Dr. Li me capacitó en códigos. El próximo viernes sabrás más, pero en secreto.
No dejes escapar esta oportunidad.
Dignamente desleal
Por
Juan Villoro
(03-Dic-2010).-
En 1971 Daniel Ellsberg entregó al New York Times 7 mil páginas con secretos del gobierno de Lyndon B. Johnson. Ellsberg tenía acceso a material clasificado. Harto de las mentiras sobre la guerra de Vietnam, filtró la información que se conocería como los "papeles del Pentágono".
El impacto de Ellsberg fue demoledor. 1971 marcó un hito en el derecho a la información. Ese año Julian Assange nació en Australia. Gente de su época, creció para perseguir datos escondidos y se convirtió en hacker con conciencia social. En 2006 fundó WikiLeaks, empresa dedicada a filtrar información en la red. Durante años, usó el seudónimo de Mendax en alusión a una expresión de Horacio: "splendide mendax" (dignamente desleal). No se trata de un indiscreto descifrador de passwords privados, sino de un vengador anónimo en busca de secretos de interés público.
La noticia del momento es que el extraño Míster Mendax tiene a su disposición 250 mil documentos secretos del Departamento de Estado norteamericano, de los que ya dio a conocer 500. ¿Cómo calibrar el efecto que tendrán en la sociedad de la información?
El periodista y escritor venezolano Ibsen Martínez me puso en la pista de la "teoría del cisne negro" desarrollada por el ensayista libanés Nassim Nicholas Taleb. ¿Qué es lo que singulariza a un acontecimiento? De acuerdo con Taleb, en términos históricos un cisne negro es un fenómeno que tiene impacto masivo, desafía las probabilidades y suscita explicaciones retrospectivas que tratan de verlo como predecible. La Primera Guerra Mundial, internet y el 11 de septiembre son ejemplos de cisnes negros.
El caso de WikiLeaks tiene este plumaje. Amazon expulsó a la compañía de sus servidores y la Casa Blanca nombró a un zar antifiltraciones. Russell Travers, experto en el combate al terrorismo, se transformará en plomero digital para contener el goteo de información.
Mientras tanto, Míster Mendax permanece oculto, no sólo por las posibles consecuencias del escándalo noticioso, sino porque tiene demandas de acoso sexual y violación en Suecia. Antes de esfumarse, Assange dijo que las acusaciones tenían motivación política. A WikiLeaks no le faltan enemigos. Lo cierto es que el especialista en transgresión ha traspasado límites decisivos.
Aún es pronto para evaluar el impacto de su caja de Pandora. Hasta ahora, las filtraciones sorprenden más por el tono que por el contenido. Los informantes del gobierno de Estados Unidos aparecen como una pandilla paranoica, intrigante y despreciativa. Nada de esto es nuevo. Lo peculiar es el tono: en la intimidad, los espías son descarados.
De acuerdo con Ellsberg, WikiLeaks pondrá en circulación un cantidad récord de información confidencial, pero el efecto no será devastador. En una entrevista con La Vanguardia comentó: "No son papeles de decisión de alto nivel. Quienes toman las decisiones políticas a alto nivel no tienen tiempo de leer cables que sólo son secretos". Un rasgo típico del gobernante contemporáneo es que ignora toda voz que no garantice éxito mediático instantáneo. En contraste, los mandos medios requieren de información para abrirse su propio espacio al interior de la administración. "Tener datos" sirve menos para usarlos que para amenazar con usarlos. En esa franja de poder se fraguaron los expedientes que ahora circulan.
De acuerdo con Taleb, no tiene sentido tratar de adivinar lo impredecible. El desafío consiste en estar mejor preparados para acontecimientos que se perciben como insólitos y sólo se toman en cuenta cuando ya ocurrieron. La política actual se basa en un obsesivo dominio de lo común (las estadísticas, los índices de popularidad, la tendencia estándar). Más importante sería estudiar las combinaciones que pueden anticipar la llegada de un cisne negro. Pero los hombres que ganan votos besando bebés no se interesan en lo que no ha ocurrido; actúan en la esfera de la representación; el rating es para ellos más político que los hechos.
El verdadero golpe de WikiLeaks tiene que ver con la forma de gobernar en una telecracia. Hace unos años, diplomáticos de Estados Unidos describieron a México como "Estado fallido". Se referían a nuestra triste realidad. Ellos enfrentan ahora algo más grave para su estilo de gobernar: una triste realidad virtual. El descrédito de no controlar la red será mayor que el efecto de documentos donde se informa que Gaddafi usa bótox. En la era de la información las filtraciones son un problema de carácter.
Assange considera noble ser desleal al poderoso que oculta algo. Ellsberg matiza el gesto: "En las democracias, hay un amplio abanico de secretos que deben ser protegidos". En el caso de WikiLeaks, el problema no es la calidad del secreto, sino que el gobierno no pueda guardarlo. La importancia de un documento clasificado deriva de que no circule. Esconder la basura bajo la alfombra o el dinero bajo el colchón es más seguro que esconder algo en una computadora. Estamos ante un cisne negro de la representación del poder. En tiempos digitales el único expediente inexpugnable es el que no se ha escrito.
Malinche.com
Por
Juan Villoro
(26-Nov-2010).-
Si viviera en estos tiempos de cercanía virtual, la Malinche sería la mexicana con más "amigos" en Facebook. La red social no se inventó para crear hermandades, sino para tener contactos intermitentes. No es necesario ser simpático para multiplicar corresponsales; basta ser interesante de modo comunicativo.
La Malinche dominaba los idiomas clave de la Conquista: náhuatl, maya y español. Enigmática, atractiva, capaz de integrarse mejor al mundo de la representación lingüística que las patrias que buscaban aniquilarse, tendría imparable éxito en Facebook y Twitter.
El bicentenario de la Independencia debería servir al menos para reparar símbolos maltrechos. La traductora de Cortés ha sido vista como la gran villana del siglo XVI, la traidora que permitió que fuéramos derrotados. Su historia real es otra. Ya está en Wikipedia, pero no en nuestras convicciones.
Malintzin, como posiblemente se llamaba, nació en la zona chontal, cerca de Coatzacoalcos. Su padre murió cuando ella era niña. Cuando su madre su unió a otro hombre, ella fue entregada a traficantes de esclavos mayas. Así aprendió su segunda lengua. Cortés la recibió como regalo en 1519, con otras 19 esclavas. La Malinche había crecido bajo la despiadada ley azteca. Sus enemigos directos estaban en Tenochtitlan, que sometían a los chontales a punta de pedernal. Repudiada por su padrastro, fue condenada a la esclavitud y luego entregada a los invasores. ¿Puede alguien víctima de tantos agravios traicionar a un país que ni siquiera existía entonces?
Cortés admiró su don de lenguas. Malintzin traducía del náhualt al maya; el sacerdote Gerónimo de Aguilar, que había estado cautivo en Yucatán, cerraba el círculo, traduciendo del maya al español. Esta intermediación se volvió innecesaria cuando la intérprete aprendió español.
La frase "traduttore traditore" alude a la posibilidad de tergiversar las lenguas. En cierta forma, todo idioma ajeno es "enemigo" (con osadía, Cervantes transgrede las convenciones al presentar el Quijote como una traducción del árabe, lengua de los odiados adversarios). La Malinche enfrentó el inquietante asombro de los traductores: comprender que lo ajeno, e incluso lo enemigo, puede tener sentido.
Emblema del entendimiento, fue vista como la traidora que la historia requería para alimentar un nacionalismo reductor.
Después de 10 años de investigación, Luis Barjau publicó La conquista de la Malinche. Su libro disipa los prejuicios que han lastrado al tema. Barjau se niega a aceptar "la traición como elemento primordial narrativo de nuestro pasado". ¿A quién debía ser fiel la Malinche? ¿Estaba en posibilidad de actuar de otra manera? Sojuzgada, inerme pero alerta, optó por la traducción de lenguas. Contribuyó más a definir lo que somos que a decidir la suerte del ejército azteca.
Para honrar a esta figura la Universidad Juárez Autónoma de Tabasco ha creado el Premio Malintzin (en forma congruente, Luis Barjau lo recibió en su primera edición).
En su vindicación de la inteligencia al margen, Margo Glantz se refiere a las escritoras mexicanas como "Las hijas de la Malinche". El feminismo ha sido decisivo para ver con otros ojos a Marina, varias veces esclava. Pero también los hombres reclaman su herencia: Emilio Lezama y Héctor Tajonar conducen el programa "Los hijos de la Malinche".
Orozco dominaba la convulsa intensidad del fuego, pero escogió la serenidad para retratar a Cortés con la Malinche. La fuerza de esa imagen proviene de la inesperada calma que transmite. El conquistador y la esclava lucen tranquilos, reconciliados, tal vez felices.
Numerosos textos literarios agregan complejidad a la Malinche, heroína a contrapelo. Pero la lengua aún aguarda un viraje esencial. Los insultos cambian de signo cuando se asumen con orgullo. Es la transfiguración que requiere la palabra "malinchismo". El que permite que los demás se entiendan no es un vendepatrias; es un vínculo.
En 1519, Marina dio a luz a Martín Cortés, acaso el primer mexicano. ¿No nos ahorraríamos mucho psicoanálisis si aceptáramos que la Madre Primigenia no es una traidora?
El cantante y guitarrista Neil Young rindió un curioso homenaje a la Malinche. En su disco Zuma, de 1975, incluyó la canción "Cortez the Killer", que narra la llegada de Cortés a un mundo donde lo reciben como rockstar; es rodeado por feligreses multicolores y chicas guapísimas. En la última estrofa Cortés recuerda a una groupie de fábula. La mención al carácter "asesino" del conquistador resulta irónica; el Cortés de Young se parece a Mick Jagger: un ídolo de masas enamorado de una desconocida.
Curiosamente, esta versión primitiva del encuentro de dos mundos se acerca más a la realidad que la historia oficial en la que Marina aparece como la traidora por antonomasia.
"La Coatlicue ya no habla porque está pasadísima", escribió Monsiváis en los años setenta. Hoy podríamos decir: "La Malinche no habla porque no tiene cuenta en Facebook". Si la tuviera, sería la principal comunicadora en red del país que contribuyó a crear.
Alto vacío
Reforma
Juan Villoro
12 Nov. 10
Sebastián Piñera, presidente de Chile celebrado por el rescate de los 33 mineros, acaba de cometer una pifia que confirma un rasgo de la época: la ignorancia del político.
En su viaje por Alemania, recibió el libro de visitantes distinguidos y preguntó a su embajador: "¿Cómo se escribe Deutschland über alles?". Seguramente pensó que se trataba de un grito de júbilo equivalente a "¡Viva México!" o "Forza Italia!". Ignoraba que es un lema del nacionalsocialismo. El embajador chileno tuvo una oportunidad de prevenir a su Presidente, pero comenzó a deletrear la consigna nazi. Fueron los anfitriones quienes prefirieron que la firma se hiciera después, para evitar un desaguisado mayor. De cualquier forma, la noticia se filtró y la revista chilena The Clinic se sirvió del photoshop para poner en su portada a un Piñera disfrazado de Führer.
"Mi presidente sólo sabe hacer una cosa: dinero", me dijo hace unos días Antonio Skármeta. En los mezquinos tiempos que corren la frase se puede entender de la siguiente manera: "lo único que sabe es tener éxito".
Un multimillonario (ex dueño de la compañía de aviación LAN) gobierna Chile con buena aceptación y nula cultura. La combinación, extraña en tiempos de Churchill, resulta cada vez más común. La ignorancia no parece ser un impedimento, sino un prerrequisito para gobernar en la era mediática.
A principios de los años ochenta fui testigo de otro dislate relacionado con Alemania. Trabajaba como agregado cultural en la RDA. Me encargaron recibir al ex presidente Echeverría en el aeropuerto de Berlín Oriental para llevarlo a Berlín Occidental, donde debía tomar otro avión.
Como Piñera, Echeverría era un caso de carisma e incultura. Tenía una memoria prodigiosa para los nombres, pensaba en tres cosas a la vez, miraba con inquietud a todas partes y se dirigía a su interlocutor con agradable confianza. Me atenazó el brazo y dijo:
-Estás muy flaco. ¿Hace cuánto que no juegas tenis?
-No sé jugar, licenciado.
-El tenis fortalece el carácter y crea tono muscular. ¡Juega tenis!
-Sí, licenciado.
-¿Dónde están mis maletas? Vengo de la Conferencia de la UNESCO. Querían premiar al Rey de España. ¡No dejé que el último de los Borbones se saliera con la suya! ¿Y las maletas? ¡Compartirá el premio con Yasser Arafat, hermano del alma! Tienes una juventud pujante: ¡juega tenis! ¿Alguien vio mi maleta?
Durante un par de horas lo oí monologar en desorden. Los destinos del país habían dependido de esa mente que parecía incapaz de la concentración o el reposo.
Hicimos la travesía a Berlín Occidental. Cruzamos el Muro mientras él hablaba del tercer mundo. En el aeropuerto de Tegel comió un sándwich enorme. Aun así, dominó la conversación. En su caso, una pausa resultaba sonora. Volvió a tomarme del brazo:
-¿Me puedes decir dónde está Berlín Occidental?
Con gran sentido de la geopolítica contesté:
-Aquí, licenciado.
-En el mapa, quiero decir -me tendió una servilleta.
Dibujé las dos alemanias y un círculo dentro en la RDA, divido en dos.
-¿Estás implicando que Berlín Occi- dental es una isla dentro de Alemania Oriental?
-No lo implico yo, lo implica la geografía -dije, para descargarme de la responsabilidad social de desplazar una ciudad.
-¿Berlín no está en la frontera entre los dos países? -Echeverría se limpió la boca con la servilleta. El mapa alemán se embarró de mostaza.
En ese momento me escandalizó la ignorancia de un ex jefe de Estado. Hoy pienso que eso le conviene.
Estuve en Colombia durante las pasadas elecciones a la Presidencia. Uno de los problemas del candidato Antanas Mockus es que estudió filosofía y matemáticas. Cuando le preguntan algo no concede una respuesta, sino que ofrece una reflexión. Eso lo perjudicó seriamente.
La dramaturga Yasmina Reza, autora de Arte, acompañó a Nicolas Sarkozy en su campaña a la Presidencia. El resultado fue el libro El alba, la tarde o la noche. ¿Qué aprendió de los políticos? "No son hombres fuertes, como los empresarios, los médicos o los generales", comenta: "Buscan serlo, pero no lo son. Se parecen más a los actores que buscan la gloria... Además, necesitan estar todo el tiempo en movimiento. No viven una vida de verdad, no perciben el tiempo: huyen de él".
En la sociedad del espectáculo los vendedores de verdades son simuladores. La política es un simulacro donde la mentira cambia de signo al repetirse. Cuatro palabras falaces justificaron una guerra que aún no termina: "armas de destrucción masiva".
Ningún país está a salvo del síndrome. En Italia, Berlusconi piensa que la restauración no tiene que ver con los edificios renacentistas, sino con sus visitas al cirujano plástico.
Los actores deben preparase para entrar en personaje. En cambio, a los presidentes les conviene actuar sin saber. Así ignoran que se contradicen.
Si eres fotogénico, tienes suficientes "amigos" en Facebook y un buen escritor fantasma en Twitter, sabes enfrentar un problema con la emoción apropiada y evitas caer en pecado de congruencia, estás listo para gobernar.
EDICIONES ANTERIORES:
Hijos del ABC
Juan Villoro
5 Nov. 10
El Consejo de Ministros de España aprobó en julio pasado una ley que ahora entra en vigor: si los padres no indican otra cosa, los bebés recibirán sus apellidos por orden alfabético.
En el caótico comienzo de los tiempos hubiera sido más confiable organizar los linajes por apellidos femeninos (el padre real podía ser un usurpador que una noche de suerte entró por la ventana), pero las genealogías no se crearon para mostrar exactitud biológica.
La dominación masculina se apropió de la reproducción del apellido. La mujer daba a luz y el varón ponía su marca registrada. La sed de inmortalidad llevó a una reiteración adicional. Para mostrar que el hijo es una copia -el reflejo del cuerpo que lo hizo posible-, también se volvió costumbre repetir el nombre de pila: Rodrigo Rodríguez Jr. es el "más allá" del perdurable Rodrigo Rodríguez.
A veces esto no depende de un particular deseo de permanencia, sino de una arraigada tradición. ¿Si tu bisabuelo, tu abuelo y tu padre se llamaban Valentín, serás capaz de ponerle a tu hijo Édgar? En ese caso un nombre inédito sugiere un rechazo de todos los parientes anteriores. Las tías mirarán a Édgar como un descastado.
Los nombres son cuestión de gustos. Yo prefiero las combinaciones simples. Nada mejor que llamarse Juan Olmo o Antonio Puerta. Sé que estoy en minoría. La alcurnia, la notoriedad e incluso la eufonía de un apellido suelen depender de su rareza. "Me gustaría ser argentina para tener un apellido fantástico", me dijo una amiga. En Buenos Aires ella se podría llamar Silvina Marinetti-Jung, lo cual prácticamente garantiza una postura estética y un marco teórico.
La idea del linaje se funda en un doble gesto: repetir en el tiempo y singularizar en el espacio. Se prefiere un origen rastreable, que venga de muy lejos. Pero en el discriminatorio presente se exige exclusividad: "no todos somos iguales".
"Distinguirse" con un nombre no deja de ser una superstición (llamarte Yadira Vanessa no te libra de sufrir mucho en una telenovela y en este mundo de virus democráticos la nobleza sanguínea ya sólo existe en las cruzas de purasangres).
¿Tiene caso asociar el devenir con la nomenclatura? El nombre más común de México es José Hernández. Nadie puede pensar que sea un problema llamarse así.
Lo importante es que España optó por la supremacía del alfabeto. A partir de ahora, si los padres dejan que el azar y la burocracia hagan su trabajo, las últimas letras se volverán exóticas. ¿La abundancia de apellidos comenzados en A hará que la Zeta se vuelva chic? ¿En vez de buscar a alguien de "buena familia" se buscará a alguien de "última letra"?
El orden alfabético forja psicologías. Mi amigo Pedro Aguirre es una persona de reacciones rápidas. Su pupitre era el primero del salón; ahí iniciaba la ronda de preguntas. Desde entonces, Pedro reacciona sin vacilar. Improvisa con tal celeridad que parece que sabe lo que hace.
En cambio, los de las letras postreras esperábamos que la campana sonara antes de que nuestra sabiduría fuera puesta a prueba. Desde entonces tenemos un rezago existencial. De nosotros se podía decir cualquier cosa, pero no que fuéramos urgentes. Mi vecino de pupitre Felipe Yáñez trabaja en una funeraria.
El alfabeto impone rating. Al consultar una lista de médicos, te detienes con esmero en el doctor Bulnes o la doctora Cano. Cuando llegas al doctor Zubeldía ya estás harto. Los editores organizan el cosmos de acuerdo con el abecedario. No es casual que Jorge Herralde, director de Anagrama, haya escrito sus memorias al modo de un catálogo, bajo el título de Por orden alfabético. Este sistema de referencia rige la cultura de la letra. Cuando abres la guía de una feria del libro para buscar editoriales, las primeras que saltan a la vista son las que comienzan con A. Con razón hay tantas: Acantilado, Aguilar, Anagrama, Alfaguara, Almadía, Alianza, Ariel, Anaya, Asteroide...
¿Llegará el momento en que alguien se ufane de salir con una impetuosa chica A, capaz de encabezar todas las listas? ¿La remota Te se revestirá de exotismo? ¿Habrá reproches de este tipo: "te dimos un apellido B y te comportas como un Eme"?
El renovado prestigio del alfabeto hará que ciertos nombres parezcan una forma del destino. Nada resultará tan congruente como que el director del Instituto Cervantes tenga un apellido comenzado en Eñe.
Seguramente el Registro Civil basado en el abecedario mitigará la misoginia, pero no acabará con el humano afán de hacer distinciones. "¿Qué hay en un nombre?". La pregunta de Shakespeare adquiere renovado interés.
De manera un tanto abstracta sabemos que somos escritura del ADN. Podemos entender que los cromosomas y las mitocondrias existen, pero no es fácil tenerles afecto. En cambio, el ABC remite a un aprendizaje elemental. Sin eliminar el gusto por escoger prioridades, la nueva ley quita hierro a las presunciones y a los prejuicios de nomenclatura, diluye el determinismo del origen y realza lo que somos en un sentido cultural: hijos del alfabeto.
Armas y letras
Por Juan Villoro
"Suiza tiene tantos habitantes como nosotros tenemos "ninis"."
La loable iniciativa de transparentar los datos sobre la violencia ha permitido conocer de manera confiable una escabrosa realidad. Más de 34 mil muertos en cuatro años, saldo superior al de la guerra en Afganistán.No es extraño que en un ambiente de deterioro la crispación se generalice. Si alguien critica la política de seguridad que produce tantas víctimas, otro comenta: "¿Y qué querías: que no se hiciera nada?".
La discusión entre Todo o Nada lleva al silencio. Criticar los accidentes en una carretera no invita a suspender los viajes, sino a mejorar la forma en que se hacen. El problema no es que se combata al narcotráfico, sino que no se obtengan mejores resultados.
No conocemos la solución porque no existe un remedio. A largo plazo, la salida del conflicto vendrá de los efectos combinados de la legalización regulada y paulatina de ciertas drogas, la investigación de redes de financiamiento y lavado de dinero, la detención de cómplices del narcotráfico en los tres poderes y en el mundo empresarial, y una más eficaz relación con Estados Unidos, donde el tráfico de drogas y armas opera con el suave fluir de lo institucional, sin cárteles ni capos conocidos.
En un contexto en el que tanto se discute sorprende que no se hayan atendido las variables educativas y culturales del tema. Los focos rojos están a la vista. El presidente Calderón señaló que el país tiene siete millones de "ninis", jóvenes que no estudian ni trabajan. Tampoco tienen opciones deportivas, religiosas o culturales.
En 2010 México ocupó el último lugar en América Latina en recuperación de empleos. Al menos una generación carecerá de un horizonte laboral deseable. Su destino lógico es la inopia, acentuada por el alcohol, las drogas y la televisión.
Suiza tiene tantos habitantes como nosotros tenemos "ninis". Si contamos a los que tienen empleos o estudios temporales y carecen de futuro garantizado, podríamos llenar varios países escandinavos con mexicanos sin alternativas.
El problema es gravísimo por una razón adicional: hay otras opciones, todas ilegales. El narcotráfico no puede ser visto como un simple "Llamado del Mal"; para millones de jóvenes, representa la única opción concreta de obtener una mejoría económica instantánea, compartir códigos de pertenencia, asumir una identidad definida y elevar la autoestima. El hecho de que un sicario pueda morir pronto no siempre es un argumento disuasorio. El peligro -las intensidades de una vida breve- incluso pueden ser un aliciente. Además, queda la compensación de dejar una casa para la familia y haber disfrutado algo en un destino que se extendía al modo de un desierto.
Como señaló Antanas Mockus en su campaña a la presidencia de Colombia, combatir el crimen a través de la educación y de la ética es más tardado y costoso que combatirlo con las balas, pero se trata de la única solución definitiva.
Para reconstruir su tejido social, Colombia ha construido bibliotecas en sitios que se consideraban bastiones del hampa. Es el caso de la Biblioteca España, situada en uno de los barrios más bravos de Medellín, algo equivalente a edificar un inmenso centro cultural en Badiraguato, Sinaloa, meca del narcotráfico.
Disponemos de información sobre los municipios más conflictivos del país. Urge una cruzada cultural que los atienda y permita una recuperación social definitiva. A largo plazo, la política de seguridad depende más de la Secretaría de Educación que de la Secretaría de la Defensa. Además, el Ejército no sólo necesita un armamento superior, sino capacitación en áreas que no se han tomado en cuenta (ética, antropología, historia, literatura). Sabemos que la mejor guerra es la que no se libra. Cuando se vuelve inevitable, el pacifismo consiste en ganarla sin quebrantar principios.
La educación sirve para prevenir el delito, pero también para combatirlo sin deponer la ética. En este sentido, la recuperación cultural del país no puede ser ajena al Ejército, que no sólo requiere de atención logística y económica.
En su discurso sobre las armas y las letras, Cervantes, escritor soldado, encomia la entrega del "mílite guerrero" por encima de la vida especulativa de quien renuncia a la acción. El fundador de la novela moderna conocía los límites de la imaginación y las urgencias de la práctica.
Un amigo expresaba hace poco: "Un joven que lee a Salgari no puede ser sicario". Se trata de una frase hermosa, que admite un matiz para no ser ingenua. Es cierto que no conocemos sicarios que hayan leído a Salgari, pero conocemos comandantes nazis que sí lo hicieron. No se trata de combatir en exclusiva con las armas ni en exclusiva con las letras. Digamos que leer dificulta ser sicario, pero sólo lo impide si la sociedad en su conjunto demuestra que ha leído.
No hay soluciones simples. Por eso es grave que las discrepancias lleven a la estéril dicotomía de Todo o Nada. Tenemos que ponernos de parte de una solución compleja.
La cultura no debe ser el privilegio de quienes "superaron" su circunstancia, sino la normalidad de quienes viven en ella.
'Ibid' Rendón
Por Juan Villoro
Ciertos amigos requieren de un contexto extremo para volverse lógicos. Es el caso de Ibid Rendón, condiscípulo de la carrera de sociología que conquistó su apodo el día en que comentó en un "Seminario de El Capital": "Marx está grueso, ¡pero Ibid está gruesísimo!". Nuestro compañero creyó que la palabra con que se aludía a una obra ya citada era un nombre propio: Ibid, genio torrencial, posiblemente chino.
Desde los años en que leíamos El Capital con el desorden de la Nueva Metodología (comenzando por el capítulo sobre la acumulación originaria, atractivamente situado en el tomo III), Ibid mostró adicción a las citas. Su esnobismo formaba parte de la atmósfera. A fin de cuentas pertenecíamos a una generación que recibía la cultura como producto masivo y entraba a los supermercados a comprar libros de Mao o manteles con imágenes de Vasarely. Conocimos la pintura en tarjetas postales, el cine clásico en video, la música en casetes pirata, y leímos Rayuela como obra de autoayuda artística, es decir, como un catálogo del consumo culto.
En ese ámbito no era extraño que Ibid juzgara algo "fellinesco" o "godardiano", pero su apodo lo condenó al rango de los que saben para presumir.
Poco a poco el tiempo se puso de su parte. Más que la crónica de una persona escribo la de una época. El giro esencial en la personalidad de Ibid fue el siguiente: empezó a desconfiar del conocimiento común. Afecto a la cultura rápida, leyó dos libros en contra de cada tema. Si mencionabas las Cruzadas, la Revolución francesa o el sitio de Cuautla, él contaba la historia de la secta perversa que había hecho que eso fuera posible. Cada episodio venía de una conspiración.
Recuerdo la noche en que preguntó como quien repasa una excursión escolar: "¿Se acuerdan del desembarco en Normandía?". Naturalmente, nadie tenía memoria presencial del asunto. Ibid resumió los dos volúmenes tenebrosos que acababa de leer al respecto, sin que pudiéramos refutarlo.
Su sabiduría paranoica le otorgó prestigio en una época donde nada es tan útil como desconfiar. En rara ocasión analiza lacras tan evidentes como la venta de armas, la trata de blancas, la pederastia o el narcotráfico. Su extraño mérito consiste en desestabilizar lo aceptado: Bolívar tenía propósitos ocultos y nuestro amigo Marcos nunca fue secuestrado en un Seven-Eleven, como le dijo a su esposa.
Mientras él perfeccionaba su talento para desmitificar lo obvio, la época se graduaba en simulacros y versiones contradictorias. Las mentiras de los políticos, las estruendosas farsas de la publicidad y la televisión, las noticias no siempre verificadas de la prensa y el horror difuso del crimen organizado crearon el contexto ideal para que las negras conjeturas del sociólogo Rendón parecieran una interpretación autorizada de la realidad. Sus discordantes versiones eran siempre más duras, más incómodas, más improbables, es decir: ¡más verosímiles! El apodo que había servido para ridiculizarlo se transformó en timbre de honor: antes veneraba la cultura tradicional, pero había tenido el valor de liberarse. Un converso que abría los ojos.
Incluso sus relaciones familiares se han beneficiado de su control de datos adversos. Su mujer y sus hijos no hacen nada sin consultarlo, sabedores de que siempre puede decirles algo peor.
Mi dilatada amistad con Ibid Rendón me ha convencido de un sello de los tiempos: nada ha aumentado tanto de valor como el descrédito. El recelo se ha transformado en lucidez preventiva.
En los optimistas años setenta mi amigo se limitaba a ser un epígono, una cita de la cita: Ibid (cuyo título profesional se hubiera podido abreviar como Loc. Cit.). Su viraje hacia la sospecha lo convirtió en un auténtico gurú del deteriorado entorno por el que circulamos.
Me acabo de reunir con él y fue como tener una sesión privada de WikiLeaks. Ibid confirmó sospechas desagradables, reveló espurios intereses, mencionó con autoridad asuntos sórdidos sobre Facebook, el país, Europa, los bancos y nuestros conocidos. Sin ser muchos, sus conocimientos tenían la escalofriante puntería de lo exacto. Me costó trabajo refutarlo, no sólo porque carecía de contraargumentos, sino porque de manera morbosa comencé a disfrutar su eficaz articulación de noticias y datos agraviantes. La aceitosa pátina de la corrupción adquiría en su voz el fascinante efecto de lo que resulta, al fin, comprensible.
Ignoro si Ibid Rendón aprovechó nuestro encuentro para ejecutar una venganza. Oí su oscura y razonada trama de confabulaciones hasta que desvié la vista al periódico que había dejado sobre la mesa. Reparé en la fecha: 28 de diciembre, los Santos Inocentes. ¿El ingenuo que confundió a Ibid con un clásico se aprovechaba ahora de mi credulidad?
Sobre la mesa, el periódico mostraba el mundo según WikiLeaks. El iluso de otros tiempos parecía tener razón. Sus hipótesis persecutorias eran sumamente sensatas. ¿Podía creerle?
Ibid se despidió con una sonrisa ambigua y un proverbio que resume nuestra era: "Confiar es bueno, no confiar es mejor".
Por Juan Villoro
Ciertos amigos requieren de un contexto extremo para volverse lógicos. Es el caso de Ibid Rendón, condiscípulo de la carrera de sociología que conquistó su apodo el día en que comentó en un "Seminario de El Capital": "Marx está grueso, ¡pero Ibid está gruesísimo!". Nuestro compañero creyó que la palabra con que se aludía a una obra ya citada era un nombre propio: Ibid, genio torrencial, posiblemente chino.
Desde los años en que leíamos El Capital con el desorden de la Nueva Metodología (comenzando por el capítulo sobre la acumulación originaria, atractivamente situado en el tomo III), Ibid mostró adicción a las citas. Su esnobismo formaba parte de la atmósfera. A fin de cuentas pertenecíamos a una generación que recibía la cultura como producto masivo y entraba a los supermercados a comprar libros de Mao o manteles con imágenes de Vasarely. Conocimos la pintura en tarjetas postales, el cine clásico en video, la música en casetes pirata, y leímos Rayuela como obra de autoayuda artística, es decir, como un catálogo del consumo culto.
En ese ámbito no era extraño que Ibid juzgara algo "fellinesco" o "godardiano", pero su apodo lo condenó al rango de los que saben para presumir.
Poco a poco el tiempo se puso de su parte. Más que la crónica de una persona escribo la de una época. El giro esencial en la personalidad de Ibid fue el siguiente: empezó a desconfiar del conocimiento común. Afecto a la cultura rápida, leyó dos libros en contra de cada tema. Si mencionabas las Cruzadas, la Revolución francesa o el sitio de Cuautla, él contaba la historia de la secta perversa que había hecho que eso fuera posible. Cada episodio venía de una conspiración.
Recuerdo la noche en que preguntó como quien repasa una excursión escolar: "¿Se acuerdan del desembarco en Normandía?". Naturalmente, nadie tenía memoria presencial del asunto. Ibid resumió los dos volúmenes tenebrosos que acababa de leer al respecto, sin que pudiéramos refutarlo.
Su sabiduría paranoica le otorgó prestigio en una época donde nada es tan útil como desconfiar. En rara ocasión analiza lacras tan evidentes como la venta de armas, la trata de blancas, la pederastia o el narcotráfico. Su extraño mérito consiste en desestabilizar lo aceptado: Bolívar tenía propósitos ocultos y nuestro amigo Marcos nunca fue secuestrado en un Seven-Eleven, como le dijo a su esposa.
Mientras él perfeccionaba su talento para desmitificar lo obvio, la época se graduaba en simulacros y versiones contradictorias. Las mentiras de los políticos, las estruendosas farsas de la publicidad y la televisión, las noticias no siempre verificadas de la prensa y el horror difuso del crimen organizado crearon el contexto ideal para que las negras conjeturas del sociólogo Rendón parecieran una interpretación autorizada de la realidad. Sus discordantes versiones eran siempre más duras, más incómodas, más improbables, es decir: ¡más verosímiles! El apodo que había servido para ridiculizarlo se transformó en timbre de honor: antes veneraba la cultura tradicional, pero había tenido el valor de liberarse. Un converso que abría los ojos.
Incluso sus relaciones familiares se han beneficiado de su control de datos adversos. Su mujer y sus hijos no hacen nada sin consultarlo, sabedores de que siempre puede decirles algo peor.
Mi dilatada amistad con Ibid Rendón me ha convencido de un sello de los tiempos: nada ha aumentado tanto de valor como el descrédito. El recelo se ha transformado en lucidez preventiva.
En los optimistas años setenta mi amigo se limitaba a ser un epígono, una cita de la cita: Ibid (cuyo título profesional se hubiera podido abreviar como Loc. Cit.). Su viraje hacia la sospecha lo convirtió en un auténtico gurú del deteriorado entorno por el que circulamos.
Me acabo de reunir con él y fue como tener una sesión privada de WikiLeaks. Ibid confirmó sospechas desagradables, reveló espurios intereses, mencionó con autoridad asuntos sórdidos sobre Facebook, el país, Europa, los bancos y nuestros conocidos. Sin ser muchos, sus conocimientos tenían la escalofriante puntería de lo exacto. Me costó trabajo refutarlo, no sólo porque carecía de contraargumentos, sino porque de manera morbosa comencé a disfrutar su eficaz articulación de noticias y datos agraviantes. La aceitosa pátina de la corrupción adquiría en su voz el fascinante efecto de lo que resulta, al fin, comprensible.
Ignoro si Ibid Rendón aprovechó nuestro encuentro para ejecutar una venganza. Oí su oscura y razonada trama de confabulaciones hasta que desvié la vista al periódico que había dejado sobre la mesa. Reparé en la fecha: 28 de diciembre, los Santos Inocentes. ¿El ingenuo que confundió a Ibid con un clásico se aprovechaba ahora de mi credulidad?
Sobre la mesa, el periódico mostraba el mundo según WikiLeaks. El iluso de otros tiempos parecía tener razón. Sus hipótesis persecutorias eran sumamente sensatas. ¿Podía creerle?
Ibid se despidió con una sonrisa ambigua y un proverbio que resume nuestra era: "Confiar es bueno, no confiar es mejor".
Otras entradas:
Los que hacen puré
|
Juan Villoro
24 Dic. 10
La Navidad es la temporada providente en que se sufre para ser feliz. En el inconmensurable Distrito Federal, el primer signo del delirio llega cuando avistas un coche adornado con cuernos de reno. Esta variante automotriz del trineo anuncia que la época nos autoriza a ser raros.
A miles de kilómetros de la nieve, anhelamos bosques blancos. Los niños mandan cartas a Finlandia, el Polo Norte y otros fríos domicilios de Santa Claus. Aunque algunas mansiones tienen techo de dos aguas, en estos lares la nieve sólo aparece en los copos de poliuretano que decoran los escaparates.
Con gozosa irrealidad, celebramos en el trópico una fiesta católica al estilo nórdico. Aunque algunos regionalistas colocan esferas en el cactus de su preferencia, la mayoría prefiere los pinos, así sean de plástico o de papel cromado.
Las mezclas de símbolos se naturalizan a través de un barroco principio de acumulación. Ya es costumbre que el menú de temporada incluya bacalao a la vizcaína, romeritos, huauzontles con mole, pavo, peladillas, gorditas de camarón, turrones, tejocotes y demás citas multiculturales.
La Navidad combina los opuestos. En la noche de paz, los niños reciben ametralladoras de plástico y el pavo de los colonos ingleses es mejorado con chile jalapeño.
Aunque no todos recuerdan que la fecha conmemora el nacimiento de Jesús, una religiosidad indefinida pero certera se adueña de estos días. El principal componente religioso de la fiesta es el sacrificio, no de un buey ni de un cordero, sino de nosotros mismos. La Navidad sólo tiene sentido si viene precedida de molestias. Las horas de desquiciamiento en el tráfico, las colas para que te envuelvan un regalo, las tarjetas de crédito a punto de estallar son pruebas materiales de que mereces algo grandioso. Las pruebas espirituales son más complejas. La penitencia que antecede al gozo comienza con la discusión de la santa sede. De muy poco sirve decir: "¡Pero si el año pasado ya fuimos con tus papás!". No es fácil que los suegros que viven en Nepantla renuncien a su argumento de que una Navidad de cara a los volcanes es tan fenomenal que no se necesitan cobijas ni camas suficientes para estar ahí.
Una vez resuelto el sitio del festejo, sobreviene la controversia del menú. Hay guisos que se inventaron para separar a los seres humanos. Estoy convencido de que el puré es la forma insulsa (es decir, perfecta) de la cizaña. Esto exime al de papa, que siempre es útil. Por desgracia, resulta demasiado común para un banquete. En Navidad surge la fantasía de hacer gran puré de castañas. Mi modesta experiencia al respecto me ha dejado la sensación de que nunca se usan castañas suficientes. Y es que todo puré diluye el sabor (el de papa es bueno porque no se espera mucho de ella, pero ¿qué decir del de camote, el nabo o el boniato, que pertenecen al género de lo que se aplasta sin mejoría?).
La Navidad sería menos tensa, es decir, menos sufrida y religiosa, si no hubiera gente como la tía Herminia que de golpe ofrece: "Puedo hacer un puré de camote genial".
Hacer puré parece un acto solidario; se prepara como acompañamiento. Por desgracia, esto ha dado lugar a una peculiar psicología. Como el puré resulta sociable en sí mismo, la gente que lo prepara se olvida de que debe combinar con algo y no toma en cuenta lo que hacen los demás. Así, el menos impositivo de los guisos se convierte en un aerolito. ¿Pero quién se atreve a decirle a la tía Herminia que el camote no es genial y menos preparado por ella? Los pleitos y la falta de comunicación previos a la noche grande han provocado circunstancias como aquel menú en que no hubo pavo y sobraron tres purés. Mi plato parecía la cena de un astronauta.
Hay accidentes como el bacalao al que tu prima olvidó quitarle las espinas o las peladillas que le rompieron el puente dental a la abuela. El puré es asunto distinto: se trata de un malestar que debemos agradecer como apoyo. Obviamente, esto realza el papel de quien sí hizo algo sabroso.
Pero no podemos desperdiciar a quienes crean problemas en una noche que vive de problemas. La reunión de Navidad es un ejercicio moral: los mecanismos sacrificiales, entre ellos el puré, dan sentido al festejo.
Terminada la cena sobreviene el intercambio de regalos. Otro momento para que la dicha provenga del calvario. Todo comenzó con una rifa unos días antes, y la suerte decidió que hicieras feliz a tu primo Boby. En ese momento descubres que la verdadera cercanía consiste en conocer las cosas baratas que le gustan a alguien. Sabes muy poco de Boby. Pasas cuatro horas en Liverpool, dudando entre un complicado sacacorchos y un libro con fotos de glaciares. La dificultad para decidir y la pérdida de tiempo te hacen odiar al primo que no manifiesta bien sus pasiones.
A fin de cuentas, esa molestia contribuye al disfrute final. Hemos perdido religiosidad, pero no el sentido de la penitencia. Aunque no siempre tenemos motivos para ser felicites, hemos perfeccionado las molestias que nos permiten saber que, cuando todo eso se termine, seremos felices.
24 Dic. 10
La Navidad es la temporada providente en que se sufre para ser feliz. En el inconmensurable Distrito Federal, el primer signo del delirio llega cuando avistas un coche adornado con cuernos de reno. Esta variante automotriz del trineo anuncia que la época nos autoriza a ser raros.
A miles de kilómetros de la nieve, anhelamos bosques blancos. Los niños mandan cartas a Finlandia, el Polo Norte y otros fríos domicilios de Santa Claus. Aunque algunas mansiones tienen techo de dos aguas, en estos lares la nieve sólo aparece en los copos de poliuretano que decoran los escaparates.
Con gozosa irrealidad, celebramos en el trópico una fiesta católica al estilo nórdico. Aunque algunos regionalistas colocan esferas en el cactus de su preferencia, la mayoría prefiere los pinos, así sean de plástico o de papel cromado.
Las mezclas de símbolos se naturalizan a través de un barroco principio de acumulación. Ya es costumbre que el menú de temporada incluya bacalao a la vizcaína, romeritos, huauzontles con mole, pavo, peladillas, gorditas de camarón, turrones, tejocotes y demás citas multiculturales.
La Navidad combina los opuestos. En la noche de paz, los niños reciben ametralladoras de plástico y el pavo de los colonos ingleses es mejorado con chile jalapeño.
Aunque no todos recuerdan que la fecha conmemora el nacimiento de Jesús, una religiosidad indefinida pero certera se adueña de estos días. El principal componente religioso de la fiesta es el sacrificio, no de un buey ni de un cordero, sino de nosotros mismos. La Navidad sólo tiene sentido si viene precedida de molestias. Las horas de desquiciamiento en el tráfico, las colas para que te envuelvan un regalo, las tarjetas de crédito a punto de estallar son pruebas materiales de que mereces algo grandioso. Las pruebas espirituales son más complejas. La penitencia que antecede al gozo comienza con la discusión de la santa sede. De muy poco sirve decir: "¡Pero si el año pasado ya fuimos con tus papás!". No es fácil que los suegros que viven en Nepantla renuncien a su argumento de que una Navidad de cara a los volcanes es tan fenomenal que no se necesitan cobijas ni camas suficientes para estar ahí.
Una vez resuelto el sitio del festejo, sobreviene la controversia del menú. Hay guisos que se inventaron para separar a los seres humanos. Estoy convencido de que el puré es la forma insulsa (es decir, perfecta) de la cizaña. Esto exime al de papa, que siempre es útil. Por desgracia, resulta demasiado común para un banquete. En Navidad surge la fantasía de hacer gran puré de castañas. Mi modesta experiencia al respecto me ha dejado la sensación de que nunca se usan castañas suficientes. Y es que todo puré diluye el sabor (el de papa es bueno porque no se espera mucho de ella, pero ¿qué decir del de camote, el nabo o el boniato, que pertenecen al género de lo que se aplasta sin mejoría?).
La Navidad sería menos tensa, es decir, menos sufrida y religiosa, si no hubiera gente como la tía Herminia que de golpe ofrece: "Puedo hacer un puré de camote genial".
Hacer puré parece un acto solidario; se prepara como acompañamiento. Por desgracia, esto ha dado lugar a una peculiar psicología. Como el puré resulta sociable en sí mismo, la gente que lo prepara se olvida de que debe combinar con algo y no toma en cuenta lo que hacen los demás. Así, el menos impositivo de los guisos se convierte en un aerolito. ¿Pero quién se atreve a decirle a la tía Herminia que el camote no es genial y menos preparado por ella? Los pleitos y la falta de comunicación previos a la noche grande han provocado circunstancias como aquel menú en que no hubo pavo y sobraron tres purés. Mi plato parecía la cena de un astronauta.
Hay accidentes como el bacalao al que tu prima olvidó quitarle las espinas o las peladillas que le rompieron el puente dental a la abuela. El puré es asunto distinto: se trata de un malestar que debemos agradecer como apoyo. Obviamente, esto realza el papel de quien sí hizo algo sabroso.
Pero no podemos desperdiciar a quienes crean problemas en una noche que vive de problemas. La reunión de Navidad es un ejercicio moral: los mecanismos sacrificiales, entre ellos el puré, dan sentido al festejo.
Terminada la cena sobreviene el intercambio de regalos. Otro momento para que la dicha provenga del calvario. Todo comenzó con una rifa unos días antes, y la suerte decidió que hicieras feliz a tu primo Boby. En ese momento descubres que la verdadera cercanía consiste en conocer las cosas baratas que le gustan a alguien. Sabes muy poco de Boby. Pasas cuatro horas en Liverpool, dudando entre un complicado sacacorchos y un libro con fotos de glaciares. La dificultad para decidir y la pérdida de tiempo te hacen odiar al primo que no manifiesta bien sus pasiones.
A fin de cuentas, esa molestia contribuye al disfrute final. Hemos perdido religiosidad, pero no el sentido de la penitencia. Aunque no siempre tenemos motivos para ser felicites, hemos perfeccionado las molestias que nos permiten saber que, cuando todo eso se termine, seremos felices.
Magia impura
Juan Villoro
REFORMA17 Dic. 10
De acuerdo con Walter Benjamin, lo que distingue a los adultos de los niños es su incapacidad para la magia. Madurar significa prescindir de hechizos, explicaciones fabulosas, el hada que concede los deseos.
Pensé en esto cuando mi amigo Mario me habló del día en que terminó su infancia. No todos son capaces de definir esa fecha esencial.
Mario detestaba las fiestas en las que sobraban niños desconocidos y comía sándwiches de triangulito untados de paté. Pero a veces el festejo incluía a un ilusionista fabuloso que sacaba monedas de atrás de las orejas y convertía una flor de papel en una paloma que volaba rumbo al candelabro más cercano.
En la juguetería Ara, que la memoria de Mario preserva como un almacén infinito, descubrió una caja con equipo para un pequeño mago. La suerte estaba de su parte: esa semana se le habían caído dos dientes de leche y aún no se los había ofrecido al Ratón Pérez. Al volver a casa escribió una larga petición y la colocó junto a un trozo de queso Nochebuena, muy preciado por los ratones.
La magia no siempre ocurre de inmediato: pasaron tres días antes de que Mario recibiera su regalo. El retraso no lo llevó a pensar en la inexistencia del Ratón. Dudar de él sólo hubiera servido para acabar con el hechizo. ¿Y quién desea razones cuando puede tener fe?
Tampoco el instrumental mágico minó sus creencias. Le pareció lógico aprender trucos porque él no era un mago de verdad. Así como un disfraz de Supermán no servía para volar (un vecino se había fracturado al intentarlo), una varita de juguete tampoco servía para voltear de cabeza a un cocker spaniel.
En cambio, los hombres de gran chistera que llegaban a las fiestas pertenecían a otro mundo, el de los poderes paranormales. ¿Y qué decir de los magos de los circos, capaces de rebanar y reconstruir a su hermosa asistente?
J. M. Barrie, autor de Peter Pan, considera que todo lo importante ocurre antes de los 12 años. Mario se aproximaba a esa edad limítrofe cuando fue testigo de tres revelaciones. La primera de ellas se llamaba Mariana. Mi amigo cayó en un estado de rubor y nerviosismo y desorbitada ilusión que no sabía cómo nombrar. Ese año los Beatles cantaban "All you need is Love". Él no podía asociar su torbellino con una palabra tan corta y vaga como "amor", pero eso era lo que experimentaba. Si Mariana se pasaba la mano por la frente, él descubría que hay una forma perfecta de pasarse la mano por la frente. En su pequeño universo, todavía infantil, se sintió predestinado hacia esa chica porque sus dulces preferidos, las lunetas m & m, unían sus iniciales.
La segunda revelación fue de corte negativo. Mario asistió a una fiesta en casa de sus primos, a la que también fue Mariana (él llevaba una bolsa de m & m para contagiarle su dulce superstición). Su esperanza era tan grande que sufrió un desmayo. Lo llevaron al cuarto de su primo, donde despertó al cabo de un rato. Se quedó en cama hasta que oyó ruidos en un cuarto contiguo. Los movimientos eran difíciles de describir pero parecían preparar algo. Mario se asomó a ver de qué se trataba. El mago contratado para la fiesta abría un baúl vertical. En un pequeño compartimiento colocó un yo-yo. Luego guardó otro idéntico en el bolsillo de su saco.
Esa tarde mi amigo salió del mareo para descubrir que también los magos de verdad hacían trampas, más complicadas que la que él podía lograr con su equipo de plástico, pero trampas al fin y al cabo.
A la mitad de su rutina, el mago sacó el yo-yo. Lo adormeció, haciéndolo girar sobre su eje; después ejecutó el "perrito", el "columpio" y las "cataratas del Niágara". Esta última suerte implicaba lanzar lejos el yo-yo y tirar de la cuerda para volverlo a lanzar sin tocarlo con la mano. En uno de esos giros desapareció. El mago alzó las manos, creando un suspenso teatral. Luego se las llevó a la frente para adivinar dónde había ido a parar.
"Está en el baúl", Mario le dijo a Mariana. Como si estuviese en trance, el mago dijo: "El yo-yo ha regresado al lugar donde duerme". Abrió el baúl y ahí lo encontró.
Mario había hablado por rabia, decepcionado de que un ilusionista hiciera trampa. No quiso lucirse ante Mariana; sin embargo, ella lo vio con ojos muy brillantes. "¿Cómo supiste?", le preguntó. Mario sintió en su bolsillo el suave rumor de las lunetas. "Soy mago", dijo.
Ese día terminó su infancia: descubrió el hechizo del amor, la imposibilidad de la magia y la seductora fuerza de la mentira, la contradictoria sustancia de la vida adulta.
El recuerdo de Mario era un cuento filosófico. Le mencioné la idea de Benjamin y contestó: "Lo que no existe en la vida adulta es la magia pura". Esto quiere decir que Mariana le hizo caso y luego lo dejó.
Mario pasó de la ilusión infantil al escepticismo adulto. Sin embargo, en los momentos críticos, compra un talismán de otros tiempos: las lunetas de la buena suerte.
"La madurez consiste en saber que la magia tiene trucos", me dijo, "la sabiduría consiste en saber que los trucos tienen magia".
'Hey, great offer'
Juan Villoro
10 Dic. 10
Perdona por distraer tu atención desde un periódico. Ésta no es una estafa como las de internet. No deseo invadir tu espacio privado, sino hacerte socio de una magnífica oferta.
Soy secretario del Dr. Li, investigador de una eximiosa universidad de San Francisco. Mi identidad te será desvelada cuando lleguemos al grano que nos beneficiará a ambos. Soy mexicano y por eso me dirijo a ti en el idioma de Alfonso Reyes. Aunque jamás dominaré las cumbres alfonsinas, no puedo negar que he fustigado bibliotecas en mis ratos libres. También soy fidedigno lector de este periódico. Intuyo tu rostro frente a este texto y no me parece diverso del mío.
El Dr. Li proviene de una caudalosa familia china, que hizo fortuna en Hong Kong. Antes de que el gobierno comunista se hiciera cargo de esa legendaria, bella y heroica ciudad, la familia Li aseguró sus caudales en distintos bancos del Pacífico.
No han faltado sino sobrado los rumores, las intrigas y las disputas por tan grande herencia. El ser humano, como dijo Propercio, es malévolo.
Desde hace 20 años el Dr. Li me ha dado su aprecio y un modesto salario. Considera que un mexicano puede ser más leal que alguno de sus connacionales. ¿A qué se debe esta causalidad? Cuando llegó a San Francisco, el Dr. Li padeció la venenosa inquinina de sus paisanos. Yo soy su jardinero y cuido los bambús que el doctor plantó en la universidad. No me hago pasar por científico, eso debe ser nítido. Tampoco me finjo hombre culto, aunque en mis ratos de esparcimiento frecuente con ubérrimo provecho la robusta obra de don Alfonso.
Los chinos aprecian el arte de la jardinería. Casi todos los jardineros de San Francisco somos mexicanos. En México no valoramos lo que tenemos, pero el doctor sí me valora y ha decidido heredarme parte de su fortuna (50 millones de dólares, para ser justiciosos).
No puedo recibir el dinero porque soy indocumentado y no tengo cuenta bancaria. El Dr. Li me ha explicado que los chinos son discretos. Él está rodeado de la cizaña tan trópica del mundo científico y no quiere hacer transferencias noticiosas. ¿Qué pensarían los de Western Union si alguien girara tal cantidad? En estos tiempos tan herméticos y esotéricos, con tanto lavado de dinero, hay que guardar las apariencias.
Para llegar a ti he corrido riesgos. Hace apenas unas horas fue arrestado Julian Assange. Sus filtraciones en internet ha sido más estropiciadoras que las mías. Éste es, apenas, el primer brote de un jardinero en la red. Logré alterar la página editorial de Reforma. Declaro que no tengo cómplices al interior del periódico ni persigo fines oscuros y mucho menos religiosos o políticos. Sólo quiero asociarme con un lector. ¿No es eso, a fin de cuentas, lo que desea todo periodista?
Esta columna aparece firmada por una persona que no conozco. Lamento haber cancelado su artículo. Me consuela pensar que era menos urgente que el mío.
Lo que en resumidas cuentas te propongo es compartir el 50% del dinero que recibiré del Dr. Li, o sea, 25 millones de dólares. Para ello, tendrías que recibir la cantidad completa en tu cuenta bancaria y, prometerme, previamente y ante notario de tu libre elección, la cesión de mis correspondientes 25 millones de dólares.
Estoy dispuesto a sacrificar la mitad de mi fortuna con tal de poder cobrarla. Mas sin en cambio, me alegra que sea un paisano quien se beneficie de la generosidad del Dr. Li, que tanto quiere a los mexicanos.
He renunciado a hacer contactos por internet para no molestar y porque es una fuente de maledicencia. De seguro buscarás información en Google acerca del Dr. Li. Varias eminencias llevan ese apellido, desde un cirujano plástico hasta un experto en desastres del sueño. Te pido que no hagas caso de la mención al jardinero mexicano que quiso extorsionar a un Dr. Li que no tiene nada que ver con el que en verdad me contrató. Lo que menos me gusta de la red son los chismes y las calumnias. Por eso me dirijo a ti desde esta sección, tan sólida y aislada.
Como es de la imaginación, no podré repetir el truco de sustituir una columna por mi misiva. De nuevo pido disculpas: no quise molestar a nadie, en especial al autor que, de todos modos, no sé si iban a leer.
Puedes estar seguro de que lo que te digo es cierto. Un buen amigo me ayudó a descifrar el password del Dr. Li. No es que yo desconfiara de él, pero nunca se sabe cómo es la gente. Su cuenta bancaria está en forma y orden. Lo mismo que el testamento. Su salud ha empeorado mucho. Podría morir de cualquier susto, o sea que debemos darnos prisa.
Me queda poco espacio: no puedo volver a usurpar este sitio sin ser descubierto, pero puedo hacer pequeñas alteraciones. Aquí recibirás datos sobre mí. Serán suficientes para que me contactes y compartamos la fortuna. No puedo colocar mi número de teléfono ni mi nombre. La oferta no es para cualquiera. ¡Menos para los codiciosos! Colocaré claves para ser descifradas por alguien inteligente como tú. El Dr. Li me capacitó en códigos. El próximo viernes sabrás más, pero en secreto.
No dejes escapar esta oportunidad.
Dignamente desleal
Por
Juan Villoro
(03-Dic-2010).-
En 1971 Daniel Ellsberg entregó al New York Times 7 mil páginas con secretos del gobierno de Lyndon B. Johnson. Ellsberg tenía acceso a material clasificado. Harto de las mentiras sobre la guerra de Vietnam, filtró la información que se conocería como los "papeles del Pentágono".
El impacto de Ellsberg fue demoledor. 1971 marcó un hito en el derecho a la información. Ese año Julian Assange nació en Australia. Gente de su época, creció para perseguir datos escondidos y se convirtió en hacker con conciencia social. En 2006 fundó WikiLeaks, empresa dedicada a filtrar información en la red. Durante años, usó el seudónimo de Mendax en alusión a una expresión de Horacio: "splendide mendax" (dignamente desleal). No se trata de un indiscreto descifrador de passwords privados, sino de un vengador anónimo en busca de secretos de interés público.
La noticia del momento es que el extraño Míster Mendax tiene a su disposición 250 mil documentos secretos del Departamento de Estado norteamericano, de los que ya dio a conocer 500. ¿Cómo calibrar el efecto que tendrán en la sociedad de la información?
El periodista y escritor venezolano Ibsen Martínez me puso en la pista de la "teoría del cisne negro" desarrollada por el ensayista libanés Nassim Nicholas Taleb. ¿Qué es lo que singulariza a un acontecimiento? De acuerdo con Taleb, en términos históricos un cisne negro es un fenómeno que tiene impacto masivo, desafía las probabilidades y suscita explicaciones retrospectivas que tratan de verlo como predecible. La Primera Guerra Mundial, internet y el 11 de septiembre son ejemplos de cisnes negros.
El caso de WikiLeaks tiene este plumaje. Amazon expulsó a la compañía de sus servidores y la Casa Blanca nombró a un zar antifiltraciones. Russell Travers, experto en el combate al terrorismo, se transformará en plomero digital para contener el goteo de información.
Mientras tanto, Míster Mendax permanece oculto, no sólo por las posibles consecuencias del escándalo noticioso, sino porque tiene demandas de acoso sexual y violación en Suecia. Antes de esfumarse, Assange dijo que las acusaciones tenían motivación política. A WikiLeaks no le faltan enemigos. Lo cierto es que el especialista en transgresión ha traspasado límites decisivos.
Aún es pronto para evaluar el impacto de su caja de Pandora. Hasta ahora, las filtraciones sorprenden más por el tono que por el contenido. Los informantes del gobierno de Estados Unidos aparecen como una pandilla paranoica, intrigante y despreciativa. Nada de esto es nuevo. Lo peculiar es el tono: en la intimidad, los espías son descarados.
De acuerdo con Ellsberg, WikiLeaks pondrá en circulación un cantidad récord de información confidencial, pero el efecto no será devastador. En una entrevista con La Vanguardia comentó: "No son papeles de decisión de alto nivel. Quienes toman las decisiones políticas a alto nivel no tienen tiempo de leer cables que sólo son secretos". Un rasgo típico del gobernante contemporáneo es que ignora toda voz que no garantice éxito mediático instantáneo. En contraste, los mandos medios requieren de información para abrirse su propio espacio al interior de la administración. "Tener datos" sirve menos para usarlos que para amenazar con usarlos. En esa franja de poder se fraguaron los expedientes que ahora circulan.
De acuerdo con Taleb, no tiene sentido tratar de adivinar lo impredecible. El desafío consiste en estar mejor preparados para acontecimientos que se perciben como insólitos y sólo se toman en cuenta cuando ya ocurrieron. La política actual se basa en un obsesivo dominio de lo común (las estadísticas, los índices de popularidad, la tendencia estándar). Más importante sería estudiar las combinaciones que pueden anticipar la llegada de un cisne negro. Pero los hombres que ganan votos besando bebés no se interesan en lo que no ha ocurrido; actúan en la esfera de la representación; el rating es para ellos más político que los hechos.
El verdadero golpe de WikiLeaks tiene que ver con la forma de gobernar en una telecracia. Hace unos años, diplomáticos de Estados Unidos describieron a México como "Estado fallido". Se referían a nuestra triste realidad. Ellos enfrentan ahora algo más grave para su estilo de gobernar: una triste realidad virtual. El descrédito de no controlar la red será mayor que el efecto de documentos donde se informa que Gaddafi usa bótox. En la era de la información las filtraciones son un problema de carácter.
Assange considera noble ser desleal al poderoso que oculta algo. Ellsberg matiza el gesto: "En las democracias, hay un amplio abanico de secretos que deben ser protegidos". En el caso de WikiLeaks, el problema no es la calidad del secreto, sino que el gobierno no pueda guardarlo. La importancia de un documento clasificado deriva de que no circule. Esconder la basura bajo la alfombra o el dinero bajo el colchón es más seguro que esconder algo en una computadora. Estamos ante un cisne negro de la representación del poder. En tiempos digitales el único expediente inexpugnable es el que no se ha escrito.
Malinche.com
Por
Juan Villoro
(26-Nov-2010).-
Si viviera en estos tiempos de cercanía virtual, la Malinche sería la mexicana con más "amigos" en Facebook. La red social no se inventó para crear hermandades, sino para tener contactos intermitentes. No es necesario ser simpático para multiplicar corresponsales; basta ser interesante de modo comunicativo.
La Malinche dominaba los idiomas clave de la Conquista: náhuatl, maya y español. Enigmática, atractiva, capaz de integrarse mejor al mundo de la representación lingüística que las patrias que buscaban aniquilarse, tendría imparable éxito en Facebook y Twitter.
El bicentenario de la Independencia debería servir al menos para reparar símbolos maltrechos. La traductora de Cortés ha sido vista como la gran villana del siglo XVI, la traidora que permitió que fuéramos derrotados. Su historia real es otra. Ya está en Wikipedia, pero no en nuestras convicciones.
Malintzin, como posiblemente se llamaba, nació en la zona chontal, cerca de Coatzacoalcos. Su padre murió cuando ella era niña. Cuando su madre su unió a otro hombre, ella fue entregada a traficantes de esclavos mayas. Así aprendió su segunda lengua. Cortés la recibió como regalo en 1519, con otras 19 esclavas. La Malinche había crecido bajo la despiadada ley azteca. Sus enemigos directos estaban en Tenochtitlan, que sometían a los chontales a punta de pedernal. Repudiada por su padrastro, fue condenada a la esclavitud y luego entregada a los invasores. ¿Puede alguien víctima de tantos agravios traicionar a un país que ni siquiera existía entonces?
Cortés admiró su don de lenguas. Malintzin traducía del náhualt al maya; el sacerdote Gerónimo de Aguilar, que había estado cautivo en Yucatán, cerraba el círculo, traduciendo del maya al español. Esta intermediación se volvió innecesaria cuando la intérprete aprendió español.
La frase "traduttore traditore" alude a la posibilidad de tergiversar las lenguas. En cierta forma, todo idioma ajeno es "enemigo" (con osadía, Cervantes transgrede las convenciones al presentar el Quijote como una traducción del árabe, lengua de los odiados adversarios). La Malinche enfrentó el inquietante asombro de los traductores: comprender que lo ajeno, e incluso lo enemigo, puede tener sentido.
Emblema del entendimiento, fue vista como la traidora que la historia requería para alimentar un nacionalismo reductor.
Después de 10 años de investigación, Luis Barjau publicó La conquista de la Malinche. Su libro disipa los prejuicios que han lastrado al tema. Barjau se niega a aceptar "la traición como elemento primordial narrativo de nuestro pasado". ¿A quién debía ser fiel la Malinche? ¿Estaba en posibilidad de actuar de otra manera? Sojuzgada, inerme pero alerta, optó por la traducción de lenguas. Contribuyó más a definir lo que somos que a decidir la suerte del ejército azteca.
Para honrar a esta figura la Universidad Juárez Autónoma de Tabasco ha creado el Premio Malintzin (en forma congruente, Luis Barjau lo recibió en su primera edición).
En su vindicación de la inteligencia al margen, Margo Glantz se refiere a las escritoras mexicanas como "Las hijas de la Malinche". El feminismo ha sido decisivo para ver con otros ojos a Marina, varias veces esclava. Pero también los hombres reclaman su herencia: Emilio Lezama y Héctor Tajonar conducen el programa "Los hijos de la Malinche".
Orozco dominaba la convulsa intensidad del fuego, pero escogió la serenidad para retratar a Cortés con la Malinche. La fuerza de esa imagen proviene de la inesperada calma que transmite. El conquistador y la esclava lucen tranquilos, reconciliados, tal vez felices.
Numerosos textos literarios agregan complejidad a la Malinche, heroína a contrapelo. Pero la lengua aún aguarda un viraje esencial. Los insultos cambian de signo cuando se asumen con orgullo. Es la transfiguración que requiere la palabra "malinchismo". El que permite que los demás se entiendan no es un vendepatrias; es un vínculo.
En 1519, Marina dio a luz a Martín Cortés, acaso el primer mexicano. ¿No nos ahorraríamos mucho psicoanálisis si aceptáramos que la Madre Primigenia no es una traidora?
El cantante y guitarrista Neil Young rindió un curioso homenaje a la Malinche. En su disco Zuma, de 1975, incluyó la canción "Cortez the Killer", que narra la llegada de Cortés a un mundo donde lo reciben como rockstar; es rodeado por feligreses multicolores y chicas guapísimas. En la última estrofa Cortés recuerda a una groupie de fábula. La mención al carácter "asesino" del conquistador resulta irónica; el Cortés de Young se parece a Mick Jagger: un ídolo de masas enamorado de una desconocida.
Curiosamente, esta versión primitiva del encuentro de dos mundos se acerca más a la realidad que la historia oficial en la que Marina aparece como la traidora por antonomasia.
"La Coatlicue ya no habla porque está pasadísima", escribió Monsiváis en los años setenta. Hoy podríamos decir: "La Malinche no habla porque no tiene cuenta en Facebook". Si la tuviera, sería la principal comunicadora en red del país que contribuyó a crear.
Alto vacío
Reforma
Juan Villoro
12 Nov. 10
Sebastián Piñera, presidente de Chile celebrado por el rescate de los 33 mineros, acaba de cometer una pifia que confirma un rasgo de la época: la ignorancia del político.
En su viaje por Alemania, recibió el libro de visitantes distinguidos y preguntó a su embajador: "¿Cómo se escribe Deutschland über alles?". Seguramente pensó que se trataba de un grito de júbilo equivalente a "¡Viva México!" o "Forza Italia!". Ignoraba que es un lema del nacionalsocialismo. El embajador chileno tuvo una oportunidad de prevenir a su Presidente, pero comenzó a deletrear la consigna nazi. Fueron los anfitriones quienes prefirieron que la firma se hiciera después, para evitar un desaguisado mayor. De cualquier forma, la noticia se filtró y la revista chilena The Clinic se sirvió del photoshop para poner en su portada a un Piñera disfrazado de Führer.
"Mi presidente sólo sabe hacer una cosa: dinero", me dijo hace unos días Antonio Skármeta. En los mezquinos tiempos que corren la frase se puede entender de la siguiente manera: "lo único que sabe es tener éxito".
Un multimillonario (ex dueño de la compañía de aviación LAN) gobierna Chile con buena aceptación y nula cultura. La combinación, extraña en tiempos de Churchill, resulta cada vez más común. La ignorancia no parece ser un impedimento, sino un prerrequisito para gobernar en la era mediática.
A principios de los años ochenta fui testigo de otro dislate relacionado con Alemania. Trabajaba como agregado cultural en la RDA. Me encargaron recibir al ex presidente Echeverría en el aeropuerto de Berlín Oriental para llevarlo a Berlín Occidental, donde debía tomar otro avión.
Como Piñera, Echeverría era un caso de carisma e incultura. Tenía una memoria prodigiosa para los nombres, pensaba en tres cosas a la vez, miraba con inquietud a todas partes y se dirigía a su interlocutor con agradable confianza. Me atenazó el brazo y dijo:
-Estás muy flaco. ¿Hace cuánto que no juegas tenis?
-No sé jugar, licenciado.
-El tenis fortalece el carácter y crea tono muscular. ¡Juega tenis!
-Sí, licenciado.
-¿Dónde están mis maletas? Vengo de la Conferencia de la UNESCO. Querían premiar al Rey de España. ¡No dejé que el último de los Borbones se saliera con la suya! ¿Y las maletas? ¡Compartirá el premio con Yasser Arafat, hermano del alma! Tienes una juventud pujante: ¡juega tenis! ¿Alguien vio mi maleta?
Durante un par de horas lo oí monologar en desorden. Los destinos del país habían dependido de esa mente que parecía incapaz de la concentración o el reposo.
Hicimos la travesía a Berlín Occidental. Cruzamos el Muro mientras él hablaba del tercer mundo. En el aeropuerto de Tegel comió un sándwich enorme. Aun así, dominó la conversación. En su caso, una pausa resultaba sonora. Volvió a tomarme del brazo:
-¿Me puedes decir dónde está Berlín Occidental?
Con gran sentido de la geopolítica contesté:
-Aquí, licenciado.
-En el mapa, quiero decir -me tendió una servilleta.
Dibujé las dos alemanias y un círculo dentro en la RDA, divido en dos.
-¿Estás implicando que Berlín Occi- dental es una isla dentro de Alemania Oriental?
-No lo implico yo, lo implica la geografía -dije, para descargarme de la responsabilidad social de desplazar una ciudad.
-¿Berlín no está en la frontera entre los dos países? -Echeverría se limpió la boca con la servilleta. El mapa alemán se embarró de mostaza.
En ese momento me escandalizó la ignorancia de un ex jefe de Estado. Hoy pienso que eso le conviene.
Estuve en Colombia durante las pasadas elecciones a la Presidencia. Uno de los problemas del candidato Antanas Mockus es que estudió filosofía y matemáticas. Cuando le preguntan algo no concede una respuesta, sino que ofrece una reflexión. Eso lo perjudicó seriamente.
La dramaturga Yasmina Reza, autora de Arte, acompañó a Nicolas Sarkozy en su campaña a la Presidencia. El resultado fue el libro El alba, la tarde o la noche. ¿Qué aprendió de los políticos? "No son hombres fuertes, como los empresarios, los médicos o los generales", comenta: "Buscan serlo, pero no lo son. Se parecen más a los actores que buscan la gloria... Además, necesitan estar todo el tiempo en movimiento. No viven una vida de verdad, no perciben el tiempo: huyen de él".
En la sociedad del espectáculo los vendedores de verdades son simuladores. La política es un simulacro donde la mentira cambia de signo al repetirse. Cuatro palabras falaces justificaron una guerra que aún no termina: "armas de destrucción masiva".
Ningún país está a salvo del síndrome. En Italia, Berlusconi piensa que la restauración no tiene que ver con los edificios renacentistas, sino con sus visitas al cirujano plástico.
Los actores deben preparase para entrar en personaje. En cambio, a los presidentes les conviene actuar sin saber. Así ignoran que se contradicen.
Si eres fotogénico, tienes suficientes "amigos" en Facebook y un buen escritor fantasma en Twitter, sabes enfrentar un problema con la emoción apropiada y evitas caer en pecado de congruencia, estás listo para gobernar.
EDICIONES ANTERIORES:
Hijos del ABC
Juan Villoro
5 Nov. 10
El Consejo de Ministros de España aprobó en julio pasado una ley que ahora entra en vigor: si los padres no indican otra cosa, los bebés recibirán sus apellidos por orden alfabético.
En el caótico comienzo de los tiempos hubiera sido más confiable organizar los linajes por apellidos femeninos (el padre real podía ser un usurpador que una noche de suerte entró por la ventana), pero las genealogías no se crearon para mostrar exactitud biológica.
La dominación masculina se apropió de la reproducción del apellido. La mujer daba a luz y el varón ponía su marca registrada. La sed de inmortalidad llevó a una reiteración adicional. Para mostrar que el hijo es una copia -el reflejo del cuerpo que lo hizo posible-, también se volvió costumbre repetir el nombre de pila: Rodrigo Rodríguez Jr. es el "más allá" del perdurable Rodrigo Rodríguez.
A veces esto no depende de un particular deseo de permanencia, sino de una arraigada tradición. ¿Si tu bisabuelo, tu abuelo y tu padre se llamaban Valentín, serás capaz de ponerle a tu hijo Édgar? En ese caso un nombre inédito sugiere un rechazo de todos los parientes anteriores. Las tías mirarán a Édgar como un descastado.
Los nombres son cuestión de gustos. Yo prefiero las combinaciones simples. Nada mejor que llamarse Juan Olmo o Antonio Puerta. Sé que estoy en minoría. La alcurnia, la notoriedad e incluso la eufonía de un apellido suelen depender de su rareza. "Me gustaría ser argentina para tener un apellido fantástico", me dijo una amiga. En Buenos Aires ella se podría llamar Silvina Marinetti-Jung, lo cual prácticamente garantiza una postura estética y un marco teórico.
La idea del linaje se funda en un doble gesto: repetir en el tiempo y singularizar en el espacio. Se prefiere un origen rastreable, que venga de muy lejos. Pero en el discriminatorio presente se exige exclusividad: "no todos somos iguales".
"Distinguirse" con un nombre no deja de ser una superstición (llamarte Yadira Vanessa no te libra de sufrir mucho en una telenovela y en este mundo de virus democráticos la nobleza sanguínea ya sólo existe en las cruzas de purasangres).
¿Tiene caso asociar el devenir con la nomenclatura? El nombre más común de México es José Hernández. Nadie puede pensar que sea un problema llamarse así.
Lo importante es que España optó por la supremacía del alfabeto. A partir de ahora, si los padres dejan que el azar y la burocracia hagan su trabajo, las últimas letras se volverán exóticas. ¿La abundancia de apellidos comenzados en A hará que la Zeta se vuelva chic? ¿En vez de buscar a alguien de "buena familia" se buscará a alguien de "última letra"?
El orden alfabético forja psicologías. Mi amigo Pedro Aguirre es una persona de reacciones rápidas. Su pupitre era el primero del salón; ahí iniciaba la ronda de preguntas. Desde entonces, Pedro reacciona sin vacilar. Improvisa con tal celeridad que parece que sabe lo que hace.
En cambio, los de las letras postreras esperábamos que la campana sonara antes de que nuestra sabiduría fuera puesta a prueba. Desde entonces tenemos un rezago existencial. De nosotros se podía decir cualquier cosa, pero no que fuéramos urgentes. Mi vecino de pupitre Felipe Yáñez trabaja en una funeraria.
El alfabeto impone rating. Al consultar una lista de médicos, te detienes con esmero en el doctor Bulnes o la doctora Cano. Cuando llegas al doctor Zubeldía ya estás harto. Los editores organizan el cosmos de acuerdo con el abecedario. No es casual que Jorge Herralde, director de Anagrama, haya escrito sus memorias al modo de un catálogo, bajo el título de Por orden alfabético. Este sistema de referencia rige la cultura de la letra. Cuando abres la guía de una feria del libro para buscar editoriales, las primeras que saltan a la vista son las que comienzan con A. Con razón hay tantas: Acantilado, Aguilar, Anagrama, Alfaguara, Almadía, Alianza, Ariel, Anaya, Asteroide...
¿Llegará el momento en que alguien se ufane de salir con una impetuosa chica A, capaz de encabezar todas las listas? ¿La remota Te se revestirá de exotismo? ¿Habrá reproches de este tipo: "te dimos un apellido B y te comportas como un Eme"?
El renovado prestigio del alfabeto hará que ciertos nombres parezcan una forma del destino. Nada resultará tan congruente como que el director del Instituto Cervantes tenga un apellido comenzado en Eñe.
Seguramente el Registro Civil basado en el abecedario mitigará la misoginia, pero no acabará con el humano afán de hacer distinciones. "¿Qué hay en un nombre?". La pregunta de Shakespeare adquiere renovado interés.
De manera un tanto abstracta sabemos que somos escritura del ADN. Podemos entender que los cromosomas y las mitocondrias existen, pero no es fácil tenerles afecto. En cambio, el ABC remite a un aprendizaje elemental. Sin eliminar el gusto por escoger prioridades, la nueva ley quita hierro a las presunciones y a los prejuicios de nomenclatura, diluye el determinismo del origen y realza lo que somos en un sentido cultural: hijos del alfabeto.
No hay comentarios:
Publicar un comentario