EL CUADERNO VERDE
Creatividad
En un episodio memorable del programa de televisión The Big Bang Theory, uno de los personajes centrales, Sheldon Cooper, está tratando de resolver un problema de física que lo tiene obsesionado. No ha dormido varias noches en búsqueda de la solución. En la mañana, sus compañeros lo encuentran parado de espaldas a un pizarrón en donde están escritas las fórmulas en las que ha estado trabajando. De vez en vez, hace giros repentinos de la cabeza para ver si se le abre un nuevo entendimiento gracias a la distracción. Cuando le preguntan por el extraño comportamiento, explica que está tratando de ver su trabajo como una imagen fugaz periférica que despierta las capas superiores de su cerebro.
Lo que Sheldon intenta es encontrar ese momento en el que la relajación nos permite ver un problema de manera fresca. En esa iluminación súbita debe aparecer la solución. Sin embargo sigue trabado. Entonces decide tomar otra estrategia. En vez de pensar con obsesión en el problema, realizará trabajos de menor envergadura ya que Einstein concibió la Teoría de la Relatividad cuando hacía un trabajo en una oscura oficina de patentes de Suiza que no correspondía a su calibre. Sheldon decide trabajar de mesero en el restorán en donde labora su vecina Penny. Explica Sheldon: "Voy a hacer un trabajo similar al de Einstein, donde mi glándula basal se ocupe con una herramienta rutinaria, dejando libre mi corteza prefrontal para que trabaje en mi problema". Curiosamente la estrategia funciona. Tiene una pequeña epifanía en relación con la degradación de un polímero mientras raspa unos nachos que se quedaron pegados en un plato.
Esta ingeniosa escena fue escrita por guionistas al tanto de los procesos de creatividad que ocurren cuando la mente se relaja y deja de estar obsesionada por un problema. En esa libertad llega una inesperada respuesta en donde se acomodan los elementos del rompecabezas.
En el libro De dónde provienen las buenas ideas: la historia natural de la innovación, Steven Johnson plantea que hay empresas como Google, que en la búsqueda de nuevos conceptos ha desarrollado una estrategia que bien pudo haber sido imaginada por Sheldon Cooper. Todos sus ingenieros participan en un programa llamado "Tiempo fuera para la innovación": por cada cuatro horas que trabajan en los proyectos oficiales de la compañía, se les exige que tomen una hora para desarrollar un proyecto propio que esté solamente guiado por sus pasiones e instintos. Algunos de los más importantes productos de Google han nacido como fruto de esa distracción y desorden creativo.
En 2007, Robert Thatcher, un científico de la Universidad de Florida del Sur, estudió los períodos de sincronía de la comunicación neuronal en docenas de niños. Encontró que en ese marco existían muy breves períodos de "ruido" o caos que duraban en promedio 55 milisegundos y detectó algunas variaciones estadísticamente significativas. Algunos tenían una mayor tendencia a permanecer enfasados y otros tenían intervalos de "ruido" que se aproximaban a los 60 milisegundos. Cuando comparó los resultados de las ondas cerebrales con las calificaciones del coeficiente intelectual (CI) encontró una correlación directa. Cada milisegundo extra que tenían en la modalidad caótica les añadía hasta 20 puntos de CI.
El estudio sugiere que esos instantes de "desorganización" del cerebro se asocian con respuestas más creativas e inteligentes. Thatcher plantea que el "ruido" le permite al cerebro nuevos vínculos entre neuronas que no se podrían dar en entornos más ordenados. La sincronía ejecuta un plan ya establecido, algo que ya es un hábito. En la modalidad del caos es donde el cerebro asimila nueva información y explora estrategias para responder a la situación cambiante. Steven Johnson dice que esa especie de distracción es "un baño de ruido que hace posible nuevas conexiones". Algo que conocen los artistas, las compañías más creativas y el entrañable Sheldon Cooper.
pepegordon@gmail.com
Fecha de publicación: 19-Ago-2011
José Agustín
Los mejores aniversarios nos dan vacaciones de nosotros mismos. No me refiero a las fechas cívicas que permiten subir a un coche en compañía de la familia, con juguetes inflables para ir a la playa, sino a los días que nos definen con tal fuerza que obligan a hacer un alto en el camino.
Hace exactamente 40 años tomé un tranvía con Pablo Friedmann, mi mejor amigo. A los 15 años hablábamos de un caudal de temas que se resumían en uno solo: el futuro. A la altura de Mixcoac, el barrio de mi infancia, le dije a Pablo que quería ser escritor. La palabra sonaba tan pretenciosa que la pronuncié en voz casi inaudible. Él me miró en espera de una aclaración. Dije que había leído un libro excepcional.
-¿Quieres ser escritor porque leíste un libro? -preguntó Pablo con desafiante sentido común.
Transcurrían las vacaciones entre la secundaria y la preparatoria, y agosto se extendía como una meseta sin rumbo. Mis días eran un tratado sobre la falta de sustancia. En esas condiciones, Jorge Mondragón, otro amigo que no solía leer, me recomendó De perfil, de José Agustín. Su entusiasmo me sorprendió de un modo tan preocupante que quise compartirlo. Hicimos una lectura bárbara del texto. Ignorábamos que se puede escribir ficción en primera persona: leímos esas páginas como un "manuscrito hallado", las auténticas confesiones de un adolescente. Lo singular es que el desconocido que protagonizaba el libro era idéntico a nosotros. La acción transcurría en las vacaciones entre la secundaria y la preparatoria, el momento en que yo me encontraba. Acaso esta casualidad decidió el destino. Hay voluntades inquebrantables que se sobreponen a los elementos con una transfiguración -el cazador de focas que abandona los hielos para ser un genio del expresionismo abstracto-; otras surgen de modo más modesto, al verte en el espejo. Eso ocurrió con De perfil. Agustín calculó con tal pericia el efecto de identificación que no le puso nombre a su personaje: era único y era cualquier lector.
El descubrimiento de la lectura ocurre al margen del contexto. En ese lance primigenio confundimos el libro con nuestra biografía. De perfil me cautivó como si descubriera que respirar tiene sentido: el acontecer era narrable.
Esa lectura en espejo me llevó a la desmesura que confesé a Pablo en el tranvía. En la siguiente parada me bajé a comprar otro libro de Agustín.
El autor de La tumba narraba con la psicología y el lenguaje de los jóvenes, que en los años sesenta pasaron de categoría biológica a categoría cultural. Cada cierto tiempo, la singularidad que Hemingway encontró en Tom Sawyer -una voz que actualiza el horizonte- se vuelve necesaria en todas las literaturas. José Agustín reelaboró la espontaneidad. Su tejido oral no dependía del uso de la grabadora, sino de una cuidada construcción. Además actualizó un recurso que se remonta a El lazarillo de Tormes: la mirada del pícaro. En De perfil, el desubicado que produce irreverencias no proviene de otra clase sino de otra edad; como el célebre guía de ciegos, es un outsider sin más recurso que su ingenio.
La generación que creció al compás de Satisfaction y descubrió las tramas fantásticas en Perdidos en el espacio vio a Agustín como una opción literaria del pop. El montaje cinematográfico, los albures, las onomatopeyas de los cómics y el mundo de la psicodelia (que él prefiere llamar "psiquedelia") le permitieron una renovación equivalente a la que Manuel Puig logró en Argentina a partir del folletín, la prosa "hablada", la mitología de Hollywood y la alteridad sexual. Sin embargo, esta vanguardia también provocó un malentendido. El impacto contracultural de Agustín fue tan marcado que no siempre se subrayaron sus méritos estilísticos. Uno de sus pasajes más intensos es la persecución en coche que abarca unas 50 páginas de Se está haciendo tarde (final en laguna). Escrita en la cárcel de Lecumberri, la escena revela que el encierro puede ser una forma de la libertad. El tour de force se repite en la obra de teatro Círculo vicioso, historia de una noche en prisión.
Aclamado como vocero de una generación, José Agustín supo luchar con su fantasma. En Cerca del fuego renovó su voz a partir de un personaje que pierde la memoria. Siguiendo los 64 hexagramas del I Ching, la novela explora el futuro del protagonista y del propio autor.
Con Gabriel García Márquez escribió una adaptación al cine de Bajo el volcán. La novela de Lowry es el modelo de Se está haciendo tarde, que transcurre a lo largo de un día y en forma alucinada mezcla las nociones de infierno y paraíso. Acapulco adquiere ahí indeleble presencia. Años después, Agustín regresaría al escenario en Dos horas de sol. Este imparable camino de investigación narrativa llevó a otras escalas decisivas: la percepción alterna de la realidad (Vida con mi viuda) y la psicodelia convertida en gastrosofía (Armablanca).
Los mejores aniversarios nos dan vacaciones de nosotros mismos. Cuarenta años después, no deja de asombrarme la fuerza de un libro para cambiar la vida. Gracias, José.
Fecha de publicación: 19-Ago-2011
Los mandamientos de la inversión… en tiempos de cólera
El mejor aliado de un inversionista es el tiempo: con los años, el dinero crece de manera exponencial. Pequeños sacrificios en la vida diaria se convierten a largo plazo en grandes beneficios en tu patrimonio.
Adina Chelminsky
(Primera de III partes)
Tiempos difíciles son problemáticos para los economistas. No por la variedad de análisis que tienen que hacer, sino porque vayan a donde vayan, a la hora que sea, la gente nos pregunta, cual consulta de doctor, dos cosas: la primera es: ¿debo invertir en la Bolsa?
La respuesta es SÍ. La Bolsa, los instrumentos de renta variable, han demostrado ser la opción de inversión más rentable, independientemente del periodo que se analice.
Peeeeero (y siempre hay un pero), toda inversión en instrumentos de renta variable tiene que ser sólo con dinero que se requiera en el largo plazo. El dinero para pagar el viaje del próximo mes no se debe de invertir en este tipo de instrumentos.
La segunda pregunta es: si conocemos alguna clave o secreto de inversión para asegurar o maximizar los rendimientos en Bolsa en estos tiempos de incertidumbre. Muchos asesores dicen que sí lo hay.
Yo estoy convencida de que no existe ningún secreto. Lo que sí hay son ciertos mandamientos para ser un buen inversionista.
Mandamientos que aplican sea cual sea la situación de los mercados. Obviamente, la coyuntura debe tomarse en cuenta cuando eliges ciertos instrumentos. Pero las reglas aquí planteadas trascienden cualquier movimiento del mercado o situación económica.
Hace unos meses hablamos de ellos en esta columna, pero los repito por la insistencia, muy justificada, de los lectores de saber qué hacer con el dinero en estos tiempos de cólera.
1. Invertirás según tu perfil. No todas las inversiones son para todas las personas; el mismo instrumento que puede ser ideal para un joven soltero y agresivo, puede convertirse en un peligro dentro del portafolio de un adulto mayor, retirado y conservador.
Toda estrategia de inversión debe estar hecha de acuerdo con tus características y necesidades particulares, o sea, a tu “perfil de inversionista”, el cual depende de:
Tu edad y condiciones. Mientras más joven seas, y más tiempo falte para tu retiro, mayores riesgos puedes asumir en las inversiones. Por el contrario, mientras más responsabilidades tengas, más conservadoras deben ser las decisiones.
Lo que piensas hacer con el dinero. No es lo mismo diseñar una estrategia para pagar la universidad de tus hijos (un gasto fundamental) que la que necesitas usar para un viaje.
Tu carácter. Hay personas que naturalmente toleran (es más, buscan) mayor volatilidad en sus inversiones a cambio de mejores posibilidades de rendimientos, mientras que otras prefieren tomar decisiones más mesuradas.
2. Empezarás lo antes posible. Una persona de 45 años que invierte en una cuenta de banco diez mil pesos, obtiene al momento de su retiro (20 años después) 46 mil 609 pesos… Un joven previsor que a los 25 años invierte esa misma cantidad de dinero, bajo las mismas condiciones, obtiene al retirarse (40 años después) ¡234 mil 624 pesos!
La lección de este ejemplo es simple: El mejor aliado de un inversionista es el tiempo; el paso de los años permite al dinero invertido crecer de manera exponencial; no dejes para mañana lo que puedes empezar a invertir hoy.
3.- Serás constante. Ahora, si el mismo joven del ejemplo anterior (el que empezó a ahorrar a los 25 años) además de previsor es constante y logra cada año invertir diez mil pesos, al momento de retirarse va a tener en su cuenta ¡tres millones 42 mil 435 pesos!
Otra lección evidente: cuanta mayor prioridad le des al ahorro y a la inversión a lo largo de tu vida, mejor —e incluso impresionantes— van a ser los resultados que obtengas. Pequeños ajustes o sacrificios en la vida diaria se acumulan, con el peso del tiempo, en grandes beneficios para tu patrimonio.
Los nueve mandamientos restantes continuarán en las próximas dos semanas.
*Especialistas en finanzas personales. Doktor Dinero
adina@doktordinero.com
www.doktordinero.com
@caymill
Elegir “un poco de todo” te permite, en el largo plazo, conseguir mayores ganancias y menores riesgos. La mejor manera de maximizar la ganancia de tus inversiones es reinvirtiendo las utilidades.
Adina Chelminsky
(Segunda de III partes)
Continuemos con los mandamientos del inversionista (los primeros tres los pueden consultar en www.excelsior.com.mx).
4. No pondrás todos los huevos en la misma canasta. El secreto más conocido, y muchas veces omitido, de los inversionistas exitosos es una palabra: diversificar. Esto significa repartir el dinero entre instrumentos financieros de diferentes características: un poco en acciones, un poco en bonos, un poco en largo plazo, un poco en corto, un poco en acciones de “valor”, otro poco en acciones de “crecimiento”, un poco en instrumentos en dólares…
Elegir “un poco de todo” te permite, en el largo plazo, conseguir mayores ganancias y menores riesgos, ya que en caso de que alguno de los instrumentos que elegiste tenga resultados desfavorables, podrás compensarlo con la buena evolución de otros.
La diversificación la debes hacer según tu perfil de inversionista y las condiciones económicas y financieras del momento, eligiendo entre instrumentos de diferentes mercados (acciones, renta fija, derivados, dólares, etcétera), de varios plazos (corto, mediano y largo) y de distintas características (un poco de acciones de empresas de telecomunicaciones, otro poco de empresas comerciales, por ejemplo). Mucho ojo, diversificar no implica pulverizar tu portafolio. No es cuestión de elegir decenas de productos diferentes nada más por tener diversidad, sino encontrar una combinación de instrumentos que se complementen entre sí. Es mejor elegir entre cinco o siete instrumentos que se optimicen mutuamente, que un portafolio de 25 inversiones diferentes que no tenga ni ton ni son.
5. Reinvertirás tus utilidades. La mejor manera de maximizar la ganancia de tus inversiones es reinvirtiendo las utilidades. Si tienes un bono u otro instrumento que te da ganancias periódicas (cupones, intereses, dividendos), no lo gastes; en vez, opta por reinvertir —ya sea en su totalidad o por lo menos en una parte— junto con el resto de tu dinero para, literalmente, poder obtener intereses de tus intereses.
Toma en cuenta este sorprendente ejemplo: Imagina que tienes un bono de diez mil pesos invertido a 20 años a una tasa de seis por ciento, por lo que anualmente recibes 600 pesos de interés.
Si gastas este dinero cada vez que te lo entregan al final del plazo, habrás gastado un total de 12 mil pesos (600 pesos por 20 años), pero si reinviertes estos intereses año con año, a la misma tasa de interés que el instrumento original, al fin del plazo contarás con 22 mil 87 pesos adicionales.
6. No olvidarás los centavos. Cuando decidas comprar o vender algún instrumento, fíjate muy bien en los pequeños gastos; en estos centavos se puede marcar la diferencia de lo que ganas: los costos de la transacción (que pueden variar según diferentes escenarios), las comisiones y/o los impuestos que te pueden generar.
7. Cambiarás según tu edad. No es lo mismo un inversionista exitoso que 20 años después. Más que cualquier otro factor, tu portafolio de inversión debe reflejar las necesidades propias de tu edad. El riesgo, y por ende el tipo de inversiones, que puede asumir un joven soltero de 30 años, que tiene 30 o 35 años de ingresos por delante, no es el mismo que el de un adulto de 60 que esté a pocos años de retirarse. Existen diversas fórmulas para definir, según tu edad y tu perfil de inversionista, cuál es el porcentaje de tu dinero que debe estar invertido en instrumentos de renta fija (como bonos o fondos de inversión de deuda), y el porcentaje que debe invertirse en renta variable (acciones, fondos de inversión de renta variable e instrumentos especulativos).
Independientemente de si quieres seguir al pie de la letra esos parámetros, es un hecho que tus inversiones deben de volverse más conservadoras con el paso
de los años.
Los cinco mandamientos restantes continuarán la próxima semana.
*Especialistas en finanzas personales. Doktor Dinero
adina@doktordinero.com
www.doktordinero.com
@CAyMILL
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