Leonora Carrington o la rebeldía
El jueves, al día siguiente de morir en México la gran pintora y escritora Leonora Carrington, su amiga la novelista y periodista Elena Poniatowska plasmó, en este texto para EL PAÍS, la vida y la obra de una intelectual inclasificable
ELENA PONIATOWSKA 28/05/2011
Mala mañana la de ese 26 de mayo en la que murió de neumonía Leonora Carrington en el Hospital Inglés, como lo llamamos en México porque lo fundó Lord Cowdray. Para México, para todos nosotros los mexicanos, la pérdida de Leonora es grande y dolorosa porque se lleva nuestras posibilidades de ir más allá de nosotros mismos y de entrar a Westmeath, Irlanda el país en el que los Sidhes te enseñan a tomar la vida como una aventura risueña y mágica. Los Sidhes son seres invisibles que acompañaron a Leonora mucho mejor que su Ángel de la Guarda y ahora mismo lloran sobre su tumba, también en el cementerio inglés.
En 1942, Leonora llegó a México y 10 años después comencé a entrevistarla aunque odiaba contestar preguntas y detestaba a los reporteros. A cada visita en su casa en la calle de Chihuahua, mientras tomábamos té, me daba alguna información y así, de año en año, fui recogiendo el material de la novela Leonora. Siempre la quise. En una ocasión, el año pasado, al bajar la gran escalera del Palacio de Minería en el que le habían hecho un homenaje, me regaló una sonrisa tan bella que iluminó varios días, o será que ahora soy más sensible a las sonrisas.
Leonora llegó a México casi en los mismos años que el gran exilio español que tanto ha honrado a México y tanto ha significado en nuestra vida cultural y social. Si el exilio español nos enriqueció como lo hizo, si Luis Buñuel y Remedios Varo fueron sus amigos, también el destierro de la fabulosa pintora inglesa ha sido para nosotros una aportación invaluable. Saberla viviendo en la misma ciudad en la que nos recogemos todas las noches era una bendición, una prueba de confianza, un honor, un privilegio.
Habría que recordar el amor de los españoles al Museo del Prado y cómo salvaron su tesoro a pesar de los bombardeos, lo envolvieron como a un niño y lo llevaron a Ginebra. Leonora era nuestro tesoro y todas las noches le deseábamos que durmiera con los angelitos. Al compartir Leonora su creatividad con los mexicanos, la pintora inglesa nos hizo más creativos y su desafío -el desafío de toda su vida- fue también nuestro. Si ella vivía entre nosotros, teníamos que estar a la altura, si ella nos había adoptado teníamos que rendirle el mismo homenaje que ellas nos rendía al habernos escogido.
Mucho de lo que cuento en la novela Leonora ya estaba escrito. Ella se describió en varios momentos de su vida. Sólo cambiaba su nombre y el de Max Ernst o el de Joe Bousquet. En México sus cuentos publicados son El séptimo caballo, La dama Oval, La trompetilla acústica, La casa del miedo, Memorias de abajo y críticos y especialistas en el surrealismo han analizado su obra extraordinaria y su vida fuera de serie. De Leonora quisiera destacar dos temas que poco se han tocado. Se conoce poco su actitud ante el nazismo y cómo desde los primeros días de la Segunda Guerra Mundial, a partir del momento en que los nazis entraron en Francia el 24 de junio de 1940, denunció en las calles de Madrid a Hitler, a Franco y a Mussolini. Si la tacharon de loca era porque fue una clarividente y se dio cuenta del peligro antes que nadie.
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