jueves, 16 de diciembre de 2010

FERNANDO ZAMORA en Laberinto 392: Entre Bertolucci y Tornatore


Tornatore

Entre Bertolucci y Tornatore

Hombre de celuloide

Fernando Zamora

@fernandovzamora


Novecento, de Bernardo Bertolucci, es una de las películas más asombrosas que se hayan filmado jamás. Treinta y cuatro años más tarde, Giuseppe Tornatore pareciese retomar el tono épico del clásico del 76 para seguir narrando la historia de Italia justo donde se quedaron los personajes de Novecento. Alfredo y Olmo mueren poco después de la caída del fascismo. Tornatore escribe a un niño que ha nacido por estos años. Se llama Pepe, vive en el sur de Italia y acepta un día el reto de ir a la tienda a comprar unos cigarros y volver tan rápido que el sol mediterráneo no tendrá tiempo de secar un escupitajo.

Pepe se parece en más de un sentido al Olmo de Bertolucci: es pobre y orgulloso de serlo. Es avezado, pícaro y, como Olmo, abraza con entusiasmo los ideales del comunismo. Las anécdotas de su vida nos llevarán del fin de la Guerra Mundial hasta el inicio de la Italia moderna, cuando la pugna por el poder entre la Democracia Cristiana y el Partido Comunista italiano reacomodarán las diversas fuerzas políticas hasta crear un estado moderno en el que todos (incluso la Mafia), tienen su lugar.

Han pasado los años, claro. Tornatore no puede ya reproducir las explicaciones con las que Bertolucci contaba la historia del mundo usando como ejemplo su idea de lo que es Italia. Si en Novecento, el director asumía que el caos había irrumpido en el campo italiano al desequilibrarse la relación campesino-patronal con la introducción del tractor (y en suma, con toda la revolución industrial) Giuseppe Tornatore se toma las cosas con mayor frialdad, menos materialismo y un poco más de distancia. Baarìa resulta pues, menos maniqueo. Aquí los comunistas no terminan nunca por ser los buenazos ni los demócratas cristianos esos malos que han pactado con la Mafia para impedir el ascenso al poder del PCI. Y esto lejos de ser bueno, desde el punto de vista fílmico, podría resultar en falta de tensión, falta de conflicto.

Comparar la obra de Bertolucci (tan profunda y de tal sensualidad) con la obra de Tornatore podría parecer injusto, corre uno el riesgo de pasar por uno de esos críticos que siempre dicen: que aquél no es Welles ni aquél otro Fellini. Tornatore es tierno. Hasta cursi. Sabe uno que está hecho de nostalgias agridulces (de sabor a Cinema Paradiso). ¿Qué tienen que hacer estos fascistas bonachones frente al depravado Attila Melanchini que interpretó Sutherland en Novecento? Tornatore lo sabe. Sabía que retomar la historia de Italia ahí donde Olmo y Alfredo habían muerto era un reto mayúsculo. Confiado en su propio genio, se atrevió a echar mano de otro repertorio estético. Así, aunque no encontramos aquí los conflictos sexuales, históricos y políticos que ya puso en escena Bertolucci, encontramos cinco minutos, cinco, hacia el final de esta película que lo ponen a la altura de los grandes del cine. Ya decía Tarkovsky que hacer cine es esculpir el tiempo. En los últimos cinco minutos de Baarìa, uno asiste a la belleza de una obra que, frente a nuestros ojos se ha ido esculpiendo.

FICHA

Baarìa, amor y pasión (Baarìa). Dirección: Giuseppe Tornatore. Guión: Tornatore. Fotografía: Enrico Lucidi. Música: Ennio Morricone. Con: Monica Belluci, Angela Molina y Francesco Scianna. Italia, 2009

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