sábado, 11 de diciembre de 2010

"Perra o pendeja" EL COLOQUIO DE LAS PERRAS de DR. ANTONIO MARQUET. U.A.M.



Se presentó en la Feria Internacional del Libro El coloquio de las perras de Antonio Marquet. Profusamente ilustrada, la obra es producto de cinco años de documentación sobre la trayectoria de la compañía de drag queens, las Hermanas Vampiro. El libro es una reflexión sobre la violencia verbal como uno de los disparadores del humor gay.

Pronto descubre el avisado lector la parodia al título de una de las obras maestras de Miguel de Cervantes Saavedra, “El coloquio de los perros”, novela ejemplar en que los personajes viven en un horizonte devastado donde la inseguridad y el hambre son la norma. A diferencia de Cipión y Berganza, las Vampiro no son ejemplo de cordura y discreción. Ceden abiertamente a cuanta bellaquería les viene a la mente mientras el público es invitado a dirigir sus saetas a todas partes.

Desde el Foro de la Comedia (en 2005) hasta el teatro-bar El Vicio (en 2010), las Hermanas Vampiro han abrevado bajo muchos cielos. Teatralmente el recorrido va desde Vestidas para mutar hasta El Cartel de Bernarda. Si las mutantes se disputaban a muerte por una corona; las hijas de Bernarda rivalizan en 2010 por un capo. La primera pieza era un divertimento joteril; la segunda es una metáfora de la violencia en México. En medio del camino, escenificaron Lo que el virus se llevó (2007) y Yo no soy una chica Almodóvar (2008), además de cumplir puntualmente con las presentaciones dominicales al filo de las 23:00 hrs. sucesivamente en los bares “El Taller”, “Liverpool 100” y “Papi Fun Bar”, y de realizar giras por los principales bares gays de la República Mexicana.

Oswaldo Calderón, director de la compañía, cierra sus dragmas con la frase ¡Que dios los bendiga! para inmediatamente corregirse con un “No es cierto, ¡Dios no existe!”

En los escenarios de las Hermanas Vampiro, el lugar de Dios ha sido ocupado por la risa, la parodia sistemática, la violencia verbal, la jotería: tal es el dispositivo del perreo, estrategia para sobrevivir al supremachismo de Heterolandia. Cada domingo, los parroquianos llegan a ejercitarse en el perreo, nueva ética acorde con los tiempos que vive México. Los dragmas de Oswaldo Calderón son un andamiaje que promueve y enmarca el diálogo ríspido y lúdico con el público. No se trata de una guerra civil en que el frente pase por el escenario: es una lucha de todos contra todos en la que nadie queda a salvo, donde el silencio es igual a muerte. En medio de sonoras carcajadas y amparados por la ilusión teatral, se cometen atrocidades racistas y sexistas con alevosía y ventaja (que poco difieren de la vida cotidiana mexicana). Dado que un golpe no viene solo, el ensañamiento es la norma. Este tongue-boxing, marca la metamorfosis del sujeto gay en perra, actitud que confronta lúdicamente el gaycidio estatal y religioso que se practica en México. En efecto, el lema “Amiga, perra, únete a la guerra” (de Ernesto Reséndiz Oikión) se coreaba en la XXXII Marcha del Orgullo LGBT de la Ciudad de México.

Tras ¡Que se quede el infinito sin estrellas! La cultura gay a fin de milenio (UAM, 2001) y El crepúsculo de Heterolandia. Mester de jotería (UAM, 2006), El coloquio de las perras es el tercer libro sobre cultura LGBT de Antonio Marquet, profesor en el Departamento de Humanidades, de la UAM, Azcapotzalco.


Al final de su presentación en la Librería Voces en tinta en noviembre pasado, Antoine Rodriguez me preguntó si era perra o pendeja, dado que uno de los capítulos del Coloquio de las perras se llama de esta forma. No puedo ocultar la sorpresa que me causó la pregunta; tampoco puedo desconocer su pertinencia. Dejaré de lado el hecho de que “Novísimo coloquio de las perras” fue el título de una entrevista incluida en el libro en que conversamos Oswaldo y yo.

En vista de que no perreo y por eliminación de posibilidades, respondí que por supuesto era pendeja. Lo soy, además, porque mantengo que el uso de la violencia genera violencia. De hecho, no perreo, no sólo por convicción sino por el agridulce recuerdo que dejaron mis amigas perras Jaime Lara, primer amigo de ambiente que tuve; Severino Salazar y Jorge López Medel, colegas en la UAM, de quienes en diversos momentos me alejé con el dejo amargo de sus saetas. Tarde o temprano llega un momento en que uno pinta su raya al amor apache, al baldado con incapacidad para no expresar sino desprecio y críticas.

Con el retrato de Oswaldo Calderón, he iniciado una reflexión sobre esta práctica común en el interior de la comunidad. No se trata de enjuiciarla o descalificar mecánicamente a la manera de quienes han afirmado a propósito de El coloquio de las perras que ya no se perrea como antes, que la cultura gay es grotesca, que la vulgaridad que se destila en el escenario es intolerable… En lugar de desprecio, habría que observar; en vez de condena, intentar comprender. La crónica da cuenta de lo que pasa en los escenarios; el espacio de libertad del ensayo permite reflexionar sobre los porqués y los comos del perreo: atención no quiero decir que el perreo haya nacido con las Vampiro o que sean ellas sus máximos representantes, como indirectamente plantean ciertos comentarios… El coloquio de las perras es una crónica del perreo en algunos bares de la Zona Rosa de ciudad de México en el tercer milenio.

Aunque de ninguna manera existe una línea divisoria tajante, habría que distinguir, por lo menos dos ámbitos de la perra: una esfera familiar en el que se practica un perreo cuyo objetivo es establecer la disimetría entre dos comadres, espolvoreado con competencia, rivalidad amistosa, ambigüedad afectiva, me-hiciste/te-hago, mechingaste/ahoratejodes, que me parece a la postre monótono e inútil, aunque cumple con la función de afianzar los lazos de amistad. No sucede lo mismo con el perreo que habiéndose templado en duelos verbales “amistosos”, trasciende a la escena, sirve para la creación de una compañía y desemboca en fines políticos. Si aquél es imposible sin éste; no es imperativo que el primero se aventure en los terrenos del segundo.

Aunque esté acompañado de té y galletas, clamar que una es guapa, rica y sabia en la misma medida que la interlocutrix es naca, pobre y tonta lleva a callejones sin salida. A “construirse” devorando al otro.

No obstante, la respuesta contundente a los PANdilleros (fórmula de Oswaldo Calderón) que gobiernan y a la senilidad imbécil de una secta abyecta diciéndoles que ni siquiera los perros visten sotana ni las víboras se hincan en un altar; ni los alacranes comulgan con su veneno o los cerdos rezan, es devolverles la pelota con humor; hacerles tragar la lógica de su infecta sopa.
La opción perra o pendeja, que da título y cierra un capítulo del Coloquio tiene una intención que va más allá. ¿Es el interrogador quien detenta las únicas opciones de respuesta? Quien se sienta atrapado exclusivamente en esas dos posibilidades está perdido; acaso exhiba su capacidad de sumisión a quien atiza la violencia. Ante la matriz heteronormativa que coloca a la homosexualidad y la feminidad como lo abyecto por antonomasia, una de las posibles tomas de la palabra es el perreo, pero lo que cuenta en este gesto es la actitud: la determinación de no inclinar la cerviz respaldado con inteligencia, agilidad mental, agudeza, rapidez en la respuesta a la agresión. Lo que importa es reaccionar inmediatamente a la injuria que se lanza desde el púlpito y los Pinos.

Para responder a la pregunta de Antoine Rodríguez también sería conveniente pensar en una situación de la novela El largo viaje de Jorge Semprún, cuando en el andén un niño alemán arroja una piedra a los infortunados enviados a los campos de exterminio en los trenes de la muerte. Semprún comenta:
Nos arrojó la piedra porque era preciso que esta sociedad alienada y mixtificada en la que está creciendo nos arrojase la piedra. Porque nosotros somos la posible negación de esta sociedad, de este conjunto histórico de explotación que hoy es la nación alemana. Todos nosotros, en bloque, que vamos a sobrevivir en un porcentaje relativamente irrisorio, somos la negación posible de esta sociedad. Caiga sobre nosotros la desgracia, la vergüenza, la piedra. Es algo a lo que no hay que conceder demasiada importancia. (p. 47)
Semprún dice a su amigo (que no llegará a Buchenwald) que la única posición ética que cabe en ese momento es la de ser acusado, poco importa que ellos tengan que perecer en el tren. Por ningún motivo, Semprún cambiaría su puesto dentro del vagón por colocarse en el andén para estigmatizar a los prisioneros.

En el vértigo generado por la violencia verbal, más vale afianzarse a una postura ética. A la comunidad LGBT le ha tocado estar en el periodo de 2009-2010 en medio de un tsunami de violencia que ha alentado criminalmente la iglesia católica secundada por un gobierno que estimula la impunidad y la división. Es inútil responder a la mala fe, a provocaciones de una iglesia a la que ya no le resulta rentable la doctrina del ágape y ahora es pregonera del rencor y la inquina.

A la pregunta de una persona que amablemente asistió a la presentación del Coloquio sobre el problema identitario en el libro, evoqué una entrevista en el marco del programa Apostrophes, a Francoise Dolto que transmitieron la semana pasada en el canal 22. La psicoanalista francesa refiere cómo descubrió en el análisis que estuvo a punto de morir a muy corta edad cuando en su casa tuvieron que correr a su nodriza irlandesa. Fue su madre quien la salvó brindándole cuidados intensivos (no se separó de ella durante días, manteniéndola en sus brazos hasta que el peligro pasó). Dolto afirma que quienes han afrontado la muerte están dotados de una fuerza especial.

De ese temple está hecha la Superperra quien llegó al umbral de la muerte y regresó de los infiernos. De esa fuerza está dotada una comunidad gay que vivió como posibilidad la desaparición como colectividad cuando la epidemia del VIH-Sida fue más letal en los años ochenta.

Desde mi punto de vista, la confrontación con la muerte no tiene que ser física exclusivamente: el golpe asestado por la dirección del Taller a las Hermanas Vampiro pretendía ser mortal. Fue un estacazo a una compañía y a su público. También se trata de la muerte esa ola de ácido que deyecta la iglesia católica por el hocico de los cavernales ante el silencio cómplice del gobierno confesional de Calderón: Muerte cotidiana que son los puñales que asestan anónimos fanáticos que con gusto toman las piedras que pone a su disposición la Iglesia a cambio de asegurarles un paraíso más que ficcional.
Tras regresar a la vida, la Superperra decidió dedicarse al escenario, cosa que hace hebdomadariamente, incluso varias veces a la semana. Los domingos de octubre tres veces al día con El Cartel del Bernarda en el Living, con el programa de TV en el camerino con las Vampiro y con joteando por un sueño en el Papi).

Después del mazazo del Taller, revelador de las mezquindades de empresarios gays que presumen de derechos humanos en sus columnas de Milenio, Oswaldo comenzó su blog, Vampirujeando y se aventuró en la escritura y en protagonizar la puesta del Virus. Ahora ha puesto el Cartel de Bernarda.
El mismo Coloquio de las perras debe mucho al malhadado incidente de El Taller: el diseño del proyecto tomó nuevos derroteros pues opté por hacer una serie de entrevistas a los miembros de las Hermanas Vampiro, espacio desde donde despliegan otros puntos de vista sobre su quehacer perruno. Estas entrevistas fueron una forma de mantener el contacto con el público. A su vez, el blog y el twitter se convirtieron en puentes para mantener un contacto con la comunidad. El tema obligado de las entrevistas fue reflexionar sobre la violencia verbal en el escenario y luego llevaron a trazar la trayectoria de una compañía con casi tres lustros en el escenario.

Cada uno de los severos golpes que ha recibido Oswaldo Calderón, golpes de muerte, ha tenido como contraparte una respuesta creativa. Esta es justamente la lección que la Superperra da a la comunidad: afirmarse ante la adversidad, explorar nuevos horizontes.
La comunidad LGBT confronta con humor la muerte cotidianamente, desestimando sus poderes. Oswaldo Calderón se subió al escenario, tomó la pluma, hizo televisión. Ante cada acto de amordazamiento los ladridos de Superperra se transformaron en escritura.

La cuestión identitaria que plantea el perreo no puede entenderse como una homogenización: que todos perreen con la misma lógica y la misma gramática. Lo identitario reside en la toma de la palabra que no se niega a utilizar la violencia si es preciso para responder a la condena PANdilleril y de la secta católica: el efecto estilístico de este acto nadie puede predecirlo o normarlo.

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Dr. Antonio Marquet
Departamento de humanidades
Universidad Autónoma Metropolitana, Azcapotzalco
CP. 02200, México, D. F
Tel. (525) 5318-9125
http://amarquet.blogspot.com

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