Misterios de El Grito
Héctor de Mauleón demauleon@hotmail.com
Porfirio Díaz hizo traer a la Ciudad de México la campana de Dolores, y el 15 de septiembre de 1896 se convirtió en el primer presidente que la repicó. Ese año, un cronista que detestaba las fiestas cívicas, advirtió la pobreza uniformadora de la gente que poblaba el Zócalo. Escribió: “¡Faltan muchos pantalones, muchos zapatos y muchos sombreros en esa chusma que se arremolina, que se empuja, que marejea y produce el tumulto! Más de una vez me ha enfriado la idea de lo que serán esos miles de arrabaleros entregados al pillaje, impulsados por un revolucionario orillado al saqueo”. El cronista que escribió esas palabras se llamaba Ángel de Campo y desconfiaba de las muchedumbres que gritaban “¡viva!” no se sabía bien a qué.
Según De Campo, esas multitudes eran las mismas que gritaron “¡viva!” cuando desembarcaron los virreyes, cuando se proclamó la Independencia, cuando se ungió a Iturbide como emperador, cuando se le fusiló en Padilla, cuando surgió Santa Anna, y cuando la pierna de éste fue arrastada por las calles. Eran las mismas multitudes que gritaron “¡viva!” cuando se exclaustró a las monjas y cuando Juárez fue acompañado a su última morada. Exactamente las mismas que gritaron “¡viva!” a los ejércitos de Tuxtepec. Si la hipótesis del cronista era exacta, entonces esas mismas multitudes vitorearon treinta años después la caída de Díaz, la llegada de Madero, la entrada de Villa, los desfiles de Zapata, el ascenso de Huerta y los fusilamientos emprendidos por Carranza, Calles y Obregón.
Pienso en una nota periodística aparecida hace algunos años. Recordaba el estilo personal con que algunos presidentes habían dado El Grito. Lázaro Cárdenas: “¡Viva la revolución social!” El pueblo gritó: “¡viva!”. Luis Echeverría: “¡Vivan los pueblos del Tercer Mundo!” El pueblo vociferó lo mismo. José López Portillo (en el Año Internacional de la Mujer): “¡Viva Josefa Ortiz de Domínguez!” El Zócalo se volvió un delirio. Ernesto Zedillo: “Viva la unidad de todos los mexicanos!” No se diga. Y Vicente Fox: “¡Vivan los acuerdos para un México mejor!”
Hay un misterio oscuro en todo esto.
Un importante intelectual nos revela que el país se encuentra sumergido en una depresión crónica, que la violencia provocada por la guerra contra el narco, la crisis económica, la pobreza y una generación de políticos que sólo buscan el poder, o yacen presos en los mitos del siglo XX, nos han postrado en un quebranto emocional de proporciones casi clínicas. Lo que se nos ocurre es mandar a un contingente de dos millones de personas a gritar “¡vivas!” al Zócalo.
No ignoro que los paladines del nacionalismo alegaran el cumplimiento de la Gran Fecha Emblemática. Por supuesto que vivimos mejor que hace dos siglos. ¿Pero no llevamos dos siglos gritando exactamente lo mismo?
En 1864, un príncipe extranjero, Maximiliano, repitió el grito de Hidalgo por primera vez. Fue el primer gobernante al que se le ocurrió asomarse a una ventana para gritar loas a la Patria. La celebración de la Independencia había sido oficializada por Iturbide, pero antes de Maximiliano se trataba sólo de una verbena (la única vez que esa verbena no se realizó, fue durante el periodo 1847-1848, en que los gringos clavaron en el Zócalo la bandera poblada de barras y estrellas). Desde entonces, no existe mandatario que se haya apartado del importante ritual cívico, y no existe muchedumbre que no haya gritado “¡viva!” en el gran día de la Patria. Estoy a punto de escribir que esos “¡vivas!” son lo único que hace que no nos caigamos muertos, pero sigo sospechando que entre tanto grito perdimos la oportunidad de mirar con seriedad los doscientos años de historia que por estos días convergieron en el presente.
No me gustan las muchedumbres y quiero mucho a Ángel de Campo. Si viviera, lo seguiría por twiter.
Decidí mirar el Grito en la televisión.
Héctor de Mauleón, escritor, es autor del libro "Ángel de Campo".
No hay comentarios:
Publicar un comentario