miércoles, 19 de febrero de 2014

¿DOCTOR? O ¿ABOGADO?, LO QUE QUIERAS SER EN SANTO DOMINGO


La Plaza de Santo Domingo, ubicada a tres calles del Zócalo en el Centro de la Ciudad de México, es el lugar donde sucede todo lo relacionado con la falsificación de documentos oficiales. 



En el siglo 19 se establecieron en esta plaza los escribanos, encargados de redactar cartas o documentos legales a quienes conformaban el índice de analfabetismo de la época. Ahora los escribanos se convirtieron en impresores y dueños de imprentas; y con ello, Santo Domingo se volvió zona de los “coyotes” de los documentos falsos.

En las calles aledañas, los billetes cambian de manos en algún edificio como muestra del éxito de un negocio clandestino, los turistas toman fotos del Antiguo Palacio de la Inquisición sin darse cuenta de lo que sucede frente a ellos, y yo busco un título universitario ilegal.

Camino sobre Santo Domingo y miro la estatua de Doña Josefa Ortiz de Domínguez, sentada en una silla al centro de la plaza, como fiel espectadora de mi búsqueda de un título de licenciatura falso. Me muevo rápidamente por la calle República de Brasil en busca de un coyote que además de hacerme un documento apócrifo, esté dispuesto a platicar conmigo, contarme su historia y dejarme conocer su taller.

Los coyotes de aquí son aquellos que están en busca de cualquier bisne relacionado con la falsificación de documentos. Inmóviles entre el movimiento de las personas que circulan a diario estas calles, esperan encontrar una que busque lo que ellos ofrecen. “Aquí hacemos de todo, ahora sí que lo que el cliente quiera. Original o chueco, no importa, todo es bisne; hacemos y deshacemos lo que nos pidan”, me dijo el primer coyote con el que me encontré, pero que no me dio mucha confianza.

Quienes coyotean corren un menor riesgo de ser aprehendidos por la policía que los impresores, porque no traen con ellos evidencias físicas de algo ilegal, nomás están parados buscando clientes. En el caso de los impresores, por el contrario, sí hay material, equipo, archivos y todo tipo de evidencias que los delaten, porque trabajan en un lugar fijo.


Luis es un viejo amigo. Alto, moreno y conocedor del Centro, él tiene un negocio de venta y reparación de celulares a unas calles de Santo Domingo. Hace una hora que abrió su negocio y entre el caos de comerciantes, espera comenzar un día más. 

Siente un movimiento en las tripas a causa de la digestión y sube al baño que está sobre su local. Sentado en el escusado, recibe mi llamada y contesta:

—¿Cómo estás, cabrón? ¡Qué milagro!— me dice.

—Estoy en tu negocio, ¿dónde estás?

—Estoy echándote de cabeza —suelta una carcajada y continúa— ahí voy para abajo.

Sale del viejo edificio donde se encuentra su negocio y lo saludo sin tocar su mano, después le presento a Paquito (director de arte de VICE México) quien en esta ocasión me acompaña como fotógrafo. Sellan el saludo con un apretón de manos.

Luis sabe que estoy ahí por una razón más que sólo para saludarlo, así que sin darle más vueltas al asunto, le pregunto si conoce a algún coyote y le digo para qué lo necesitamos. Se queda callado y pensativo, saca su teléfono celular sin decirme una palabra y hace una llamada. Después de una corta conversación, cuelga y me pide que esperemos una hora a que llegue su conocido para platicar con nosotros y ver si accede. Afirma que todo se puede si llegamos al precio: “Todos aquí andan en busca del varo, cabrón”.

Dos horas después y sin señales del contacto de Luis, nos invade un sentimiento de estar perdiendo el tiempo y el día continúa avanzando mientras Luis come tranquilamente un plato de comida china callejera. Mientras mastica bocados de arroz frito mezclados con carne hasta dejar limpio el plato de unicel, nosotros insistimos en que llame una vez más a su amigo. Esta ocasión el coyote aseguró que la espera sería de tan sólo diez minutos. “¿Ya ven? Ahí viene. Así es este tipo de negocios, nada es formal y tienes que esperar”, confesó Luis.

Después de vender una funda de iPhone en cien pesos y atender a dos clientes que buscaban reparación de su teléfono, llegaron tres tipos sobre una motoneta. Uno de ellos bajó y echó una mirada al negocio; me acerqué a él, le expliqué lo que queríamos y sin dudarlo contestó:

—Uh, eso no se puede, está cabrón. Nadie de aquí te va a dejar que entres a su taller, eso es como poner el dedazo y decir: “Aquí es donde está todo el pedo”.

Conseguir entrar al taller de algún coyote no es fácil porque desconfían de todos. Nadie deja que cualquier persona que no esté relacionada con el negocio conozca su oficina, ya que si la policía llega a dar con ellos podrían pasar de cuatro a diez años en la cárcel, de acuerdo al artículo 239 del código penal del Distrito Federal, que tiene que ver con falsificación de documentos oficiales.

Negociamos y les aseguramos que todo sería anónimo. Se miraron los tres y nos dijeron que le echarían una pensada. Subieron de nuevo a la motoneta y se alejaron. Paquito y yo nos sentamos en la banqueta, a sólo unas horas de que el día terminara; él me miró y dijo: “Vas a ver que sí aceptan”. También asentí lleno de falsa seguridad, con los dedos cruzados sin que él los viera.

Unos minutos después, la moto estaba de vuelta y comenzamos a negociar el precio. Querían diez mil pesos por el título universitario, una entrevista y la oportunidad de ver su taller. Confiado por el ambiente del Centro, aseguré que era imposible pagar esa cantidad y ofrecí cinco mil. Intercambiamos cifras y acordamos pagar 5,500 pesos.

“Entonces vamos”, dijo uno de ellos y caminamos con él, mientras los otros dos se adelantaron en la motoneta, dejándonos atrás y a su vez, nosotros dejando el negocio de Luis. Llegamos a la entrada de una vecindad y caminamos hasta llegar al patio. Ahí se encontraban los otros dos hombres y nos abrieron la puerta de un cuarto pequeño, oscuro y frío, que tenía un escritorio al centro sobre el cual estaban una computadora vieja y una impresora. “Esto es todo, aquí con que tengas una computadora —no importa cuál sea— una impresora y Corel, puedes empezar a falsificar lo que quieras”, dijeron.


A petición de mi coyote, no usaré su nombre real y lo llamaré Juan. Él es el dueño de la oficina. Hace unos años tuvo una riña con un microbusero en Tepito que terminó con un año en la cárcel para él. En ese entonces era un chico de 21 años y su novia, de 20, estaba embarazada. “Salí después de un año y ya no trabajé en Tepito, quería encontrar un trabajo formal, como quien dice, pero todos los que encontraba estaban mal pagados. Después de salir estuve como dos o tres meses sin trabajar. De ahí me vine a Santo Domingo para poder mantener a mi familia”.

—¿Qué es un trabajo mal pagado para ti?

—Me ofrecían 600 u 800 pesos a la semana por un horario de seis de la mañana a diez u once de la noche. Además tampoco encontraba trabajo porque iba saliendo del reclusorio.

Al no encontrar un buen empleo, comenzó a trabajar en el negocio familiar, ya que la mayoría de los hombres de su familia se dedican a esto. “Papá, hermanos, sobrinos, primos, casi todos andan en este pedo pero cada quién su jale, o sea, cada quién sus broncas, por eso yo me independicé”, platica mientras prende un cigarro, aunque aclara: “Yo no pude estudiar contaduría pero quisiera que mi hijo terminara una carrera”.

Los coyotes de Santo Domingo buscan clientes entre todas las personas que diario caminan por República de Brasil; cuando los consiguen, van a un taller como en el que estamos parados y ahí se realiza el trabajo. Pero por supuesto, las ganancias son menores. Los clientes nunca conocen estos lugares. 

Aquellos que son dueños de un taller reciben ganancias mayores a la de los coyotes, ya que no necesitan que alguien haga el trabajo por ellos, además de recibir el trabajo que los coyotes les llevan a diario.


“Aprendí a usar Corel y empecé a sacar mejores trabajos que todo Santo Domingo completo. Con ese programa clonas lo que quieras”, recuerda. “Los primeros seis meses estaba coyoteando, como todos los demás y así no sacaba el dinero para solventar a mi familia. No me alcanzaba porque yo de coyote nunca la pude armar, por eso decidí poner mi taller. Un señor de Santo Domingo me ayudó, me dio todos los archivos y comencé a trabajar. Le daba una renta de 500 o 600 pesos a la semana, pero después me independicé y me vine a esta oficina”.

Los archivos se hacen desde cero. “Todo se arma aquí. Haz de cuenta que tú me traes un certificado, y me dices: ‘¿Sabes qué? Lo quiero igualito’, yo lo hago justo como el original y ese archivo lo guardo para cuando alguien más quiera ése mismo. 

Como quien dice, nosotros los clonamos”. Juan comenzó a recibir el trabajo de varios coyotes de la zona, además de contar con un cliente fuerte que le pedía más de veinte actas de nacimiento a la semana, elevando sus ganancias a un promedio de 18 mil pesos al mes.

“Esto también es de suerte, las ganancias son irregulares; puedes tener una semana muy buena pero dos no tanto. Lo más que me llegué a ganar en una semana fueron 35 mil pesos”, platica. “Nunca supe a qué se dedicaba ese cabrón. Sólo me pedía cosas y yo chambeaba, ahora sí que para lo que lo quieran usar ya es su pedo”.

Nueve meses después de haber abierto su propio taller, entraron tres judiciales sin presentar una orden de cateo a la oficina en la que estamos platicando. “Pues nos agarraron con todo: actas de nacimiento, credenciales de elector, facturas, los archivos y las computadoras llenas de todo lo falso. El día que nos agarraron alguien nos ha de haber puesto, porque no es normal que los tiras nos cayeran aquí, ve dónde estamos. 

Les dije que hiciéramos bisne y a ver de a cómo nos tocaba el baile, pero esos cabrones querían cien mil varos, no mames, eso es un chingo de dinero y yo no lo tenía. Nunca he sido de esas personas que guardan dinero. Después de un rato hicimos las negociaciones, y aunque se querían seguir aferrando con los cien mil, yo sólo conseguí veinte, más dos computadoras y las aceptaron. En total, se han de haber llevado con todo, como cuarenta mil pesos”.

Después de fumar un par de cigarros y escuchar a unos niños jugando en el patio, salimos de la vecindad y cruzamos la calle en busca de un estudio fotográfico. Entramos a una puerta angosta, subimos unas escaleras viejas y en el segundo piso, un anciano nos indicó el lugar donde nos tomaríamos las fotos. “Ustedes díganle al ruco que necesitan fotos para un título, ellos ya saben qué pedo”, aseguró Juan, y eso pedimos


Esperando sobre una banca improvisada por las fotos ovaladas, en papel mate y a blanco y negro, un chico de no más de 25 años llegó acompañado de otro coyote. Pasó a tomarse unas fotos para certificado de preparatoria y se sentó junto a nosotros a esperarlas.

Le pregunté si había venido a Santo Domingo a lo mismo que yo, me miró un poco inseguro y contestó que sí. Pagó cuatro mil pesos por un certificado de preparatoria. “Quiero meterlo a mi trabajo para que me aumenten el sueldo”, confesó. Después nos llamaron para entregarnos las fotos y me despedí de él.

De regreso al taller, Juan dijo que hace esto por necesidad, ya que en el país no hay trabajos con sueldos buenos y mucho menos oportunidades. En 2014 el salario mínimo es de alrededor de 67 pesos diarios. Una persona que gana el salario mínimo, alcanza apenas los 2,018.70 pesos al mes. Si usa el metro (el cual subió a cinco pesos en diciembre) dos veces al día, de lunes a viernes, gastaría 200 pesos al mes; y si paga 50 pesos diarios de comida, serían 1,500 al mes, lo que da un total de 1700 pesos. Esto le deja un margen de poco más de 300 pesos para gastos extra, incluyendo la renta. Y es sólo un ejemplo muy optimista.

“Somos un mal necesario para el país. Mira, ahorita hay muchos que ya están titulados y andan de taxistas o buscándole en otras cosas porque no hay chamba. Tienes que tener palancas o andar pichando uno que otro chesquito para que te puedan acomodar en algún lado. Esto ya es un pedo social que viene desde los políticos, los más ricos y hasta nosotros. Nadie de aquí viene a trabajar porque es lo que pensaba hacer con su vida, si no que las circunstancias nos han traído aquí”, afirma Juan.“Todos piensan que la falsificación es mala, pero ayudamos a algunas personas. Lo que más nos piden son los certificados de prepa porque con ese documento las personas encontrarán un mejor trabajo con un mejor sueldo, pero eso no lo entiende mucha gente que sí tuvo oportunidades de estudiar. Nosotros somos generadores de empleo y esto te habla de qué tan mal está la situación de educación y desempleo en el país”.

Aunque confiesa tener miedo de que algún día lo atoren y no haya oportunidad de pagar una mordida, dice que el riesgo vale la pena con tal de tener bien a su familia. “Imagina que consigo un trabajo bueno, pero en cualquier momento te dan una patada en el culo, te despiden y luego, ¿qué vas a hacer desempleado? Es difícil y el pedo no mejora".


Mientras esperamos que el título universitario esté listo, las calles del centro están oscuras y los negocios han cerrado. Juan prende un cigarro más y me da una pequeña lección: “En este país el que no transa no avanza. Te puedo apostar que muchos de los que están en el poder son más transas que nosotros, pero nosotros servimos a todos, no sólo a nuestros propios intereses, como ellos. Puede venir Peña y nosotros le sacamos su título, no hay pedo. En todas las transas el dinero es el que manda y todos van a transar con tal de tener más lana”.

Saca una bocanada de humo y me entrega un título que ahora me acredita como licenciado en periodismo.



FUENTE

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