miércoles, 26 de febrero de 2014

"UNA LIGERA RESACA" DE CHARLES BUKOWSKI



La mujer de Kevin le pasó el teléfono. Era sábado por la mañana. Aún estaban en la cama.

—Es Bonnie —dijo.

—¿Qué hay, Bonnie?

—¿Estás despierto, Kevin?

—Sí, sí.

—Escucha, Kevin, Jeanjean me lo contó.

—¿El qué?

—Que las llevaste a ella y a Cathy al retrete y les bajaste las bragas y les olfateaste el pipí.

—¿Que les olfateé el pipí?

—Eso he dicho.

—Por Dios, Bonnie, ¿me estás tomando el pelo?

—Jeanjean no miente en esas cosas. Dijo que las llevaste a ella y a Cathy al retrete, les bajaste las
bragas y les olfateaste el pipí.

—¡Espera un momento, Bonnie!

—¡Qué espera ni quécoño Tom está furioso, dice que va a matarte. ¡Y a mí me parece espantoso, increíble!
Mamá cree que debo llamar a mi abogado.
Bonnie colgó. Kevin también.

—¿Qué pasa? —preguntó su mujer.

—Nada, no pasa nada, Gwen.

—¿Quieres desayunar?

—No creo que pueda comer nada.

—¿Qué pasa, Kevin?

—Bonnie dice que llevé a Jeanjean y a Cathy al retrete, les bajé las bragas y les olfateé el pipí.

—¡Oh, vamos!

—Eso fue lo que dijo.

—¿Lo hiciste?

—Por Dios, Gwen, yo llevaba unas copas en el cuerpo. Lo último que recuerdo de la fiesta es que estaba allí fuera, en el jardín, mirando la luna. Era una luna grande, nunca había visto una luna tan grande.

—¿No recuerdas lo otro?

—No.

—Cuando estás curda, Kevin, te olvidas de todo. Ya sabes que cuando bebes, luego no te acuerdas de nada.

—No creo que haya hecho una cosa así. No soy un pervertido.

—Las niñas de ocho y diez años son muy monas.
Gwen entró en el cuarto de baño. Cuando salió, dijo: —Ojalá sea verdad. ¡Ojalá haya sucedido realmente! —¿Qué? ¿Qué coño estás diciendo?

—En serio. Quizás eso te haga meditar. Quizás así te lo pienses dos veces antes de empezar a beber. A lo mejor así dejas de beber definitivamente. Siempre que vas a una fiesta bebes más que nadie. Luego, siempre haces tonterías y cosas desagradables, aunque normalmente, en el pasado, las hacías con mujeres hechas y derechas.

—Gwen, todo este asunto debe de ser una especie de broma.

—No es ninguna broma. ¡Ya verás cuando tengas que enfrentarte a Cathy y a Jeanjean y a Tom y a
Bonnie!

—¡Gwen, pero si yo quiero muchísimo a esas dos niñitas!

—¿Qué?

—Bueno, está bien, no he dicho nada.

Gwen entró en la cocina y Kevin en el cuarto de baño. Se echó agua fría por la cara y se miró en el espejo. ¿Qué aspecto tenía un pervertido sexual? Respuesta: como todo el mundo, hasta que le decían que lo era.

Kevin se sentó a cagar. Cagar parecía un acto tan seguro, tan cálido. Aquello no había podido suceder. Estaba en su cuarto de baño. Allí estaba su toalla, allí estaba su esponja, el papel higiénico, su bañera, y bajo sus pies, suave y cálida, la alfombra del baño, roja,, limpia, cómoda. Kevin terminó, se limpió, descargó la cisterna, se lavó las manos como un hombre civilizado y se fue a la cocina. Gwen estaba preparando el bacon. Le sirvió una taza de café.

—Gracias.

—¿Revueltos?

—Revueltos.

—Diez años casados y tú siempre dices «Revueltos».

—Más sorprendente es que siempre me lo preguntes.

—Kevin, si esto se hace público, te echarán del trabajo. El banco no querrá un director de sucursal
tocaniños.

—Supongo que no.

—Kevin, tenemos que reunimos con las familias afectadas. Tenemos que sentarnos y aclarar este
asunto.

—Lo que me dices parece una escena de El padrino.

—Kevin, estás metido en un buen lío. No hay manera de eludirlo. Estás en un lío. Mete la tostada. Ponla con cuidado porque si no, saltará. No sé qué le pasa al muelle. Kevin metió la tostada en la tostadora. Gwen sirvió en el plato el bacon y los huevos.

—Jeanjean es un poco coqueta. Es como su madre. Lo raro es que no le haya pasado antes. No es que quiera decir que eso sea una excusa.

Gwen se sentó. La tostadora escupió la tostada y Kevin le pasó un trozo a Gwen.

—Gwen, lo de no acordarte de algo es una sensación rarísima. Es como si jamás hubiera sucedido.

—También hay asesinos que se olvidan de que han asesinado.

—¿Vas a compararlo con un asesinato?

—Puede afectar gravemente al futuro de dos niñas.

—Hay tantas cosas que pueden afectar al futuro de los niños.

—Tenía que haberme dado cuenta de que tu conducta era destructiva.

—Puede que fuese constructiva. Quizá les gustase.

—Hace una eternidad que no me olfateas el pipí —dijo Gwen.

—Así me gusta, que te hagas cargo del asunto.

—Me lo hago: vivimos en una comunidad de veinte mil personas, y una cosa así no quedará en secreto.

—¿Y cómo van a demostrarlo? Es la palabra de dos niñas pequeñas frente a la mía.

—¿Más café?

—Sí.

—Tengo que comprarte salsa de tabasco. Sé que te gusta con los huevos.

—Siempre se te olvida.

—Sí, ya lo sé. Mira, Kevin, termina de desayunar. Tómate el tiempo que quieras. Perdóname. Tengo qué hacer.

—De acuerdo.

No estaba seguro de amar a Gwen, pero resultaba agradable vivir con ella. Se ocupaba de todos los detalles y los detalles eran lo que volvían loco a un hombre. Se echó abundante mantequilla en la tostada. La mantequilla era uno de los últimos lujos del hombre. Llegaría el día en que los automóviles resultarían demasiado caros y la gente no podría hacer más que sentarse a tomar mantequilla y a esperar. Los «niños de Jesús», que hablaban del fin del mundo, cada día tenían mejor aspecto. Kevin terminó la tostada con mantequilla y Gwen entró otra vez en la cocina.

—Bueno, ya está todo arreglado. He llamado a todo el mundo.

—¿Qué quieres decir?

—Va a haber una reunión dentro de una hora en casa de Tom.

—¿En casa de Tom?

—Sí, Tom y Bonnie, y los padres de Bonnie y el hermano y la hermana de Tom... estarán todos.

—¿Estarán allí las niñas?
—No.

—¿Y el abogado de Bonnie?

—¿Tienes miedo?

—¿No lo tendrías tú?

—No sé. Nunca he olisqueado el pipí de una niñita.

—¿Y por qué diablos no?

—Porque no es decente ni civilizado.

—¿Y adonde nos ha llevado nuestra decente civilización?
—Supongo que a hombres como tú, que se encierran con niñitas en los retretes.

—Parece que disfrutas con esto.

—No sé si esas niñitas te lo perdonarán alguna vez.

—¿Quieres que les pida perdón? ¿Tengo que hacerlo? ¿Por algo de lo que ni siquiera me acuerdo?

—¿Por qué no?

—Lo mejor es dejar que lo olviden. ¿Por qué complicas las cosas?

Cuando Kevin y Gwen llegaron en coche a casa de Tom, Tom se levantó y dijo:

—Aquí están. Ahora, tenemos que conservar todos la calma. Hay una forma justa y decente de solucionar esto. Todos somos seres maduros. Podemos arreglarlo todo entre nosotros. No hay ninguna necesidad de llamar a la policía. Anoche, yo quería matar a Kevin. Ahora, sólo quiero ayudarle.

Los seis parientes de Jeanjean y Cathy se quedaron sentados esperando. Sonó el timbre. Tom abrió la
puerta.—Hola, qué hay.

—Hola —dijo Gwen. Kevin no dijo nada.
—Sentaos.

Se Sentaron en el sofá.

—¿Queréis beber algo?

—No —dijo Gwen.

—Whisky con soda —dijo Kevin.

Tom preparó la bebida, se la pasó a Kevin. Kevin se bebió el whisky, buscó en el bolso un cigarrillo.

—Kevin —dijo Tom—, hemos decidido que tienes que ver a un psicólogo.

—¿No a un psiquiatra?

—No, a un psicólogo.
—Está bien.

—Y creemos que tienes que pagar la terapia que puedan necesitar Jeanjean y Cathy.

—Está bien.

—Vamos a mantener esto en secreto, por ti y por las niñas.
—Gracias.

—Kevin, hay sólo una cosa que me gustaría saber. Somos tus amigos. Hace años que lo somos. Sólo una cosa: ¿por qué bebes tanto?

—La verdad, no sé por qué diablos lo hago. Supongo, más que nada, porque me aburro mucho.

Charles Bukowski del libro Música de cañerías.

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