viernes, 10 de septiembre de 2010

EL PURO CUENTO, edición que celebra a EUSEBIO RUVALCABA




UNOS CUANTOS TRAGOS AMARGOS

Las encías me sangran.
Tengo dos meses con una basura en el ojo.
El brazo derecho me duele constantemente
a partir de una caída en la calle.
La diabetes me nubla la vista.
Pero todo se me olvida mientras
bebo mi ron.
Y me pregunto cuántos de los que estamos aquí,
hoy, esta noche,
concentrados en nuestro trago,
platicando con los amigos
o sencillamente leyendo el periódico cuántos
no estarán colapsados por dentro.
Cuántos no sufrirán cálculos en la vesícula
o los riñones.
Tendrán artritis,
las muelas hechas pedazos,
el hígado inflamado al doble
o un dolor punzante en la boca
del estómago.
Me pregunto eso.
Y levanto el vaso.
Yo solo, aquí, en mi mesa.
Y brindo por la salud de todos los que están aquí.
Pues por más enfermos que estén,
los que están enfermos,
los que de verdad sus vísceras se encuentren
a punto de estallar,
finalmente
pueden llevarse el vaso a la boca y beber.
Hoy, ahora. Mañana no importa.
Que Dios los guarde.

Eusebio Ruvalcaba, El frágil latido del corazón de un hombre


Para Carlos López
El hombre empinó el último sorbo de la anforita. Ahí no había más trago. Se sentó en la banqueta a descansar un rato antes de remprender la caminata. ¿Hacia dónde? Qué importaba. Era lo de menos. Nadie lo esperaba en ninguna parte. Hacía mucho había tenido un hogar, una esposa y una hija que habrían dado la vida por él. Pero eso había volado como las volutas de cigarro que le gustaba admirar hasta la saciedad. Su vida misma se había disipado exactamente de la misma manera. Intentó refrescar en su memoria aquellos años mozos. Era bien parecido, o cuando menos todos se lo habían hecho ver así. Tenía éxito entre los hombres y entre las mujeres. No aspiraba a nada en el mundo más que a ver fortalecida su vanidad, y eso se le daba a raudales en la adulación que recibía constantemente. Pero algo se empezó a quebrar. Se había casado enamorado de Elena, una de sus conquistas, y pronto había sobrevenido una hija que lo hizo armar castillos en el aire. Pero algo funcionaba mal. ¿Su trabajo? No, o tal vez no. Era un empleado equis del sector salud. Sentía sobre sí el peso de la maquinaria estatal que lo aplastaba paulatinamente y que apenas le daba tiempo de incorporarse y respirar. No era médico, pero su trabajo administrativo le permitía sentir en carne propia la acre marcha del tanque de guerra oficial.
Quiso ir más allá en ese esfuerzo mnemotécnico, pero el sueño empezó a vencerlo. La noche era inclemente. Si sólo tuviera un trago más, cobraría ánimos, se pondría de pie y seguiría su destino. «¡Quítate, animal!», le gritaron de pronto. Hasta ese momento se dio cuenta de que estaba sentado en la entrada de coches de una casa más grande de lo que nadie se hubiera podido imaginar. Se miró sus ropas —andrajos podridos y tumefactos— y consideró que en la vida podría entrar a una casa así como invitado de honor. Ni siquiera como criado, concluyó.
«¡Quítate, animal, pendejo!», volvió a escuchar. Pero ahora el auto se había trepado a la banqueta y le había echado las luces encima. Se encontraba a escaso medio metro. Supo que la voz provenía de quien se hallaba sentado en el lugar del copiloto. Se percató una vez más de que en efecto estaba estorbando la entrada de un automóvil, y a él lo último que le gustaba era estorbar. Ésa había sido su filosofía a lo largo de sus cincuenta y ocho años. Cualquier cosa antes que estorbar. Cuando en la noche llegaba su hija adolescente a casa, él se hacía a un lado y corría a encerrarse a la recámara. Cuando su esposa trazaba el gasto del mes, él prefería salir a la calle y caminar antes que meter las manos en algo que ni le importaba. Porque estaba seguro de que su sola intervención habría sido consideraba una intrusión, un estorbo.
Recibió la patada en la espalda. Uno de aquellos dos individuos —¿serían únicamente dos, no vendrían más en la parte de atrás?— se había bajado y le había dado una patada con todas sus fuerzas. Y a la patada sobrevino una carcajada. «¡Muévete, pendejo, antes que te mate!», lo sacudió la amenaza.
Pero una patada no era gran cosa. Tenía años en estado de ebriedad y lo habían atropellado tantas veces que ya ni se acordaba. Claro que los atropellamientos no pasaban de ser golpes reblandecidos. Apenas lo rozaban los autos. Tan levemente, que enseguida se incorporaba y proseguía su camino, no sin antes brindar por su buena suerte. Así que, bien visto, esa patada no era otra cosa que un automóvil rozándole la espalda. Bien podría aguantar otras embestidas. Oyó abrirse la otra puerta y la voz del conductor que exigía darle la siguiente patada. «No me quites ese gusto, cabrón», alcanzó a escuchar. Y le llegó el tufo a alcohol. No había diferencia entre el aliento de un teporocho y el de un hombrecito refinado y cursi. La pestilencia era la misma. Aunque con un poco de esfuerzo podría distinguir si predominaba el ron, el whisky o el brandy en el aliento que salía de aquellas bocas. Tantos años le habían prodigado cierta sabiduría olfativa. Agradeció a Dios que lo había dotado de un sentido tan fino.
Sintió la otra patada en el costado derecho. Este hombre tenía más fuerza que el otro. Entonces empezó la llovizna de golpes. Él se cubrió la cara con las manos y se dejó caer. Hecho un ovillo las patadas lo dañarían menos. Pensó en su esposa y en su hija. Estas patadas eran dulces caricias comparadas con aquéllas, se dijo. «Eres un inútil y pobre diablo», «Contigo estamos sometidas a un infierno en vida», «No sirves para nada, ni como hombre, ni como empleado ni como nada», «Tú no me quieres, papá». Se relamió los labios. Quizás lograría captar el simple aroma del whisky. Y con eso darse un levantón. Con eso se conformaba. Había dejado de sentir las patadas. El dolor se había dormido. Si le ofrecieran un trago se iría de ahí cuanto antes. Porque él odiaba estorbar. Nadie tenía derecho a estorbar. Le dio la razón a sus golpeadores.

4 comentarios:

  1. Estimado Sr. Buzali: Me encanta su página, soy su fiel seguidora. También soy frecuente lectora de El Puro Cuento. No discuto que los editores quieran rendir homenaje al Sr. Ruvalcaba, aunque no queda claro el motivo. Hace unos meses leí Las cuarentonas y no deja de ser un documento machista, extremadamente desproporcionado: ¿por qué el señor Ruvalcaba no habla de su físico?, ¿por qué hay ese dejo de "seductor" irresistible que califica a la mujer como si se tratara de un objeto? Hay un estudio excelente de Diana Palaversich en el cual analiza la tendencia de los escritores mexicanos a mostrar siempre a la mujer en todos sus ángulos físicos, pero eso sí, ocultando a toda costa sus propias inhibiciones y limitaciones, desde luego, sexuales. Descalificando a las mujeres "no jovenes", cuando la voz ya "sesentona" tendría que haber madurado y ver más allá de la pose mundana que oculta otras realidades.

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  2. Anónim@
    ¿Acaso se refiere a "Las trampas del sexo. Dos caras del realismo sucio" de la autora que cita?
    Bien podría yo reenviar este punto de vista a D. Carlos López, editor de El Puro cuento para ver si nos aclara el motivo de haber destinado la portada a Eusebio Ruvalcaba.

    Aclaro que no es propiamente homenaje en el sentido estricto de la palabra sino por haberle destinado la portada de esa edición.

    ¿Le gustaría que envíe ésta a D. Carlos López?
    ¿Hay algún correo para hacerle llegar algún otro comentario?

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  3. Gracias Sr. Buzali. Mi intención es sólo compartir una opinión con sus lectores y no involucrarme en discusiones inútiles. El Sr. López tendrá sus motivos para darle la portada y la mayoría del espacio en la revista a los cuentos del Sr. Ruvalcaba. Pienso que son cuentos poco logrados, carentes de técnica, obvios y previsibles. En efecto, el ensayo que usted menciona da en el clavo a los vicios de muchos escritores mexicanos que pretenden ser eróticos a costa de descripciones burdas, nada sutiles y, sobre todo, caen en el lugar común de utilizar a la mujer como blanco, cuidando de no mostrar el lado masculino, simpre indefenso, misógino y machista como diría Rosa Montero. En Las cuarentonas, el Sr. Ruvalcaba realza la vejación al cuerpo femenino, sólo que lo disfraza con ese aire "conocedor", arrogante, irresistible a cualquier mujer que se le ponga enfrente o, más bien, a las que puede apantallar. Caben la preguntas: ¿cómo era el de él a los cuarenta o cincuenta?, ¿por qué no escribe sobre los sesentones y los describe desnudos?
    Muchas gracias por crear este espacio de libre expresión y por dar a conocer artistas tan talentosos, dignos de su oficio.

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  4. Así será, de igual manera su comentario ya está puesto en este espacio que pretendemos libre y democrático, siempre respetuoso.
    Quedo a sus órdenes.

    Beto Buzali
    debo confesar que sus preguntas son "interesantes" :)

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