domingo, 12 de septiembre de 2010

UN CUENTO por ALBERTO BUZALI en MI ESPACIO


El ciego

Por Alberto Buzali



Al borde del abismo un ciego a golpe de bastón camina. Por la orilla del acantilado escucha el mar abajo, lejos, mientras, su pie tantea y escupe pedazos de orilla.

Desmorona en guijarros la vereda. Una gaviota chilla como alertando la proximidad de una caída. Lo asusta el grito tan cercano, lanza el bastón en defensa y el equilibrio lo abandona. En súbito arrepentimiento el terror acude con fuerza latente. Se tambalea, se inclina. El cuerpo cede. Lo derrota su intento por recuperar la vertical.

Pierde y se precipita.

Cree que vuela.

Va a morir.

Recuerda sus pesadillas y terrores nocturnos cuando después de correr a tientas a la cama, ocultaba la cara bajo la almohada para disimular su ceguera. Después, soñaba que caía.

El ciego va a morir.

De pronto la escena se da vuelta. El cuerpo en vez de precipitar más su caída, sube.

Siente la brisa acariciando el rostro, ahora apunta rumbo a las nubes de algodón.

¡Ya(h)ve!

El ciego ha pronunciado el nombre de Dios.




A day in the life



Por Alberto Buzali


04:30 a.m. Él comienza su día porque el insomnio ya lo había asistido: ahora se esfuerza en pensar qué hará en cuanto salga el sol:
a) masturbarse con el calcetín.
b) masturbarse en la taza del baño con cold cream .
c) masturbarse con su mujer.
Decide ir al refrigerador.

05:30 a.m. ¡SOY YO, no ves que NO puedo dormir!, grita a la mujer que profiere alaridos desde el tálamo.

05:32 a.m. (Escucha Ronquidos) Deduce que la mujer se ha quedado dormida.

05:40 a.m. Frente a la estufa comienza a freír unos huevos. En el sartén, cuatro blanquillos pelean espacio entre rebanadas de tocino, queso de puerco, chile serrano, cebolla, ajo, tajín, salsa búfalo, sal y pimienta al gusto.

06:00 a.m. La mujer de la recámara comienza a toser: se asfixia por el humo que ha llenado toda la casa: piensa en huir: cree que es un incendio: corre a la cocina y... ve el desorden: llora.

06:30 a.m. La mujer intenta rescatar “su” territorio de la invasión de un depredador: ella termina trapeando el piso. Lamenta haber interrumpido un sueño erótico. Ella decide tomar una ducha.

07:04 a.m. amanece: Los colores ensucian el cielo: es una acuarela maravillosa. La mañana invita al ejercicio al aire libre. Él se entusiasma, se pone unos shorts, una playera, calcetas, zapatos tenis y se mete a la cama.

07:06 a.m. Él está profundamente dormido.

08:00 a.m. Ella sale de la regadera: lo ve dormido: siente náuseas: se viste y se maquilla, llora, se vuelve a maquillar, vuelve a llorar. Azota los cosméticos. Ve la hora. Coge las llaves del auto y se marcha.

12:36 p.m. Él cambia de posición en la cama.

01:23 p.m. Suena el teléfono. ¡Contesten!, él grita. El teléfono sigue sonando.

01:30 p.m. Él duerme. Suena el teléfono. ¡Eh! ¡qué pasa...qué pasa! Se incorpora, se sienta en la cama: observa el teléfono mientras timbra incesante, despiadadamente. Contesta: sí, mi vida; sí, mi vida; sí, mi vida.

01:33 p.m. Él busca dentro de una de las copas de un porta-busto lila con florecitas de colores en el segundo cajón del lado izquierdo, tres billetes de quinientos pesos. Observa el reloj: tiene que salir, es impostergable: la casa de cambio cerrará a las 3:00 p.m., apenas tiene tiempo de obedecerla.

01:40 p.m. Se huele las axilas. Abre la regadera. Siente frío: cierra la regadera. Se huele las axilas. Se viste. Tiene hambre. Piensa en el médico. Abre el refri, le da una mordida a un salami y se bebe una coca.

01:45 Eructa. Busca las llaves del auto: no hay llaves del auto. Mienta madres.

02:00 p.m. Cruza a pie avenida Chapultepec. Quisiera ir a echar unos tacos en lugar de comprar las monedas de plata que le pidió su mujer.

02:20 p.m. descubre a 100 metros la casa de cambio. Se encoge de hombros. Pasa frente a un table-dance. Tres gordas lo siguen con la mirada.

03:08 p.m. sale de la casa de cambio con una bolsita de plástico en la mano. Tres gordas lo siguen con la mirada: cuchichean. Lo miran de arriba abajo, de lado a lado.

03:10 p.m. El dolor de un pellizco en la nalga lo espanta: voltea en automático pero antes de ver nada escucha una voz flemosa: ¡lo hice! ¡lo hice! ¡se me antojó el nalgón! Él queda petrificado: su mirada va y viene a los ojos de una morena cacariza de gruesos labios distorsionados, dientes distanciados, carnes flojas y tetas descomunales. Miradas van, miradas, vienen. Ellas ríen. Él se soba la nalga mientras observa al trío de arpías: la morena con dientes distanciados le guiña un ojo.

03:12 p.m. Quién sabe si regresará a buscar su pellizco todos los días a la misma hora.

3 comentarios:

  1. Es genial esta bitácora. Humor negro pero no tan renegrido, gracios y veraz por que nos vemos, vemos a otros, a nuestros parientes de Puebla...y qué bueno que al final hubo pellizco, si no ¿cómo afrontar el diario pulsar de la existencia? Reginita

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  2. Apuesto a que regresa...
    Beto, me encantó.
    Beso, Selma

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