El
cuaderno verde
Sueños
inmortales
Pepe Gordon
En la
película Trascendencia (2014), Johnny Deep interpreta a un científico experto
en inteligencia artificial. En una conferencia que se lleva a cabo en el
auditorio del Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT) desgrana los avances
en su campo de estudio: el crecimiento de la inteligencia es exponencial (se
duplica cada año). Plantea que están trabajando en máquinas que sobrepasarán
los límites de la biología. En breve tiempo su poder analítico será mayor al de
la inteligencia colectiva de todas las personas que han nacido en la historia
del mundo.
A ese
momento de explosión de conocimiento inimaginable -explica el científico de
película- se le denomina la Singularidad. Él le llama Trascendencia y propone
que las construcciones de la inteligencia artificial, que van más allá del
cerebro humano, podrían llegar a ser sensitivas. De esta manera, revelarían
secretos del universo en torno a la naturaleza de la conciencia y la existencia
del alma. Un espectador cuestiona el anhelo de la neurociencia de crear un
dios. Forma parte de un grupo anti-tecnológico que trata de frenar este tipo de
investigaciones. Al finalizar la conferencia el científico sufre un atentado.
Ante la
inminencia de la muerte, la pareja del investigador -también científica- decide
poner a prueba unas máquinas experimentales que tal vez ya están adelantadas a
la Singularidad. Vemos a Johnny Deep con electrodos que registran su actividad
cerebral, la duplican digitalmente y la descargan a una computadora. Así como
se pueden transferir canciones y películas en una laptop, tratan de
"subir" a un aparato su memoria, su conocimiento, su experiencia, en
suma: su conciencia. Las incógnitas son múltiples: ¿Al morir el científico, en
verdad está en la máquina o sólo es un simulacro de conciencia? ¿Qué pasa si no
se transfiere una memoria clave? ¿Puede esa conciencia extenderse por Internet
como la peor pesadilla de Snowden? ¿Qué ocurre con el amor a la pareja que se
queda atrapada en una máquina? (Tema tratado espléndidamente por Ricardo Piglia
en la novela La ciudad ausente, 1992)
Al margen de
que científicos de la talla de Roger Penrose piensan que la mente es
irreductible a ser computarizada, el personaje de la película está basado en
alguien que cree que esto es posible. Se trata de Ray Kurzweil -experto en
inteligencia artificial- quien acuñó el término Singularidad y propone que el
crecimiento exponencial en tecnología nos llevará a ella en el año 2045.
Kurzweil es un gran inventor, pionero en el reconocimiento óptico de letras y
en el reconocimiento de voz por computadora.
Tal vez el
sueño de inmortalidad que investiga Kurzweil está vinculado con la experiencia
de la muerte de su padre a los 58 años. En el documental El hombre trascendente
(2009), Kurzweil se resiste con dolor a aceptar la inevitabilidad de la muerte.
Piensa, quizás de manera infantil, que una combinación de avances tecnológicos
y médicos podrían llevarnos a una especie de tecno-inmortalidad. De hecho,
señala que algún día, su padre -un compositor cuyo genio fue truncado- podría
de alguna manera renacer. Kurzweil ha guardado meticulosamente toda la música,
cartas y documentos escritos por su progenitor para "subirlos" a una
máquina, junto con el rastreo de las huellas del ADN y las memorias que aún
conservan los cerebros de quienes lo conocieron.
Preservar
nuestra mente más allá de la muerte parece una desproporción. Sin embargo, en
otro tipo de "máquinas", las del arte y la novela, he visto el
prodigio de trozos de conciencia que se resisten a desaparecer como si
estuvieran vivas.
pepegordon@gmail.com
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