27 de Mayo 2014
Lidia, desesperada por encontrar lombrices –ya que en la mañana era peligroso buscar en la ciudad– voló lejos del parque. Los pichones, recostados uno con el otro, cantaban llorando por comida. Regresó y ellos intentaban arrebatarle la lombriz. En lo que Lidia masticaba para sus pichones, un extraño ruido llamó su atención. No sabía si eran risas humanas o algún tipo de gemido provocado por el viento. ¿Serán los niños? Alarmada disparó sus alas para dar una vuelta y supervisó que no hubiera riesgo. Los pichones lloraron cantando más y más por hambre. El de en medio sintió la falta de luz debido a la sombra que oscurecía parte del panorama. Lidia, al regresar segura de que todo estaba fuera de peligro, se percató de que alguien había tomado las lombrices.
Toboc, herido, pidió ayuda para que lo subieran a su hogar. Entre cuatro lo subieron con tanto cuidado como si fuera de vidrio. Para colmo, al llegar encontraron a alguien más durmiendo ahí. Toboc se metió un susto y por la sorpresa cayó lastimándose su ala buena.
En la junta oficial que se hacía cada ocho días no sólo Lidia y Toboc se quejaron. Hubo tres más. Las quejas fueron las mismas; comida robada y siestas en nidos ajenos. En el árbol más alto empezó tal griterío que hasta los humanos se enteraron. El líder, Simón, pidió calma y dio un plan para solucionar el problema: hablar con él, con el que todos llamaban: ‘Amarillo’.
Buscaron por todos lados pero no lo encontraban, ni en los árboles ni en la fuente ni en otros nidos. Pensaron que se había marchado. Pero no fue así. Lo encontraron husmeando entre los girasoles de la florería. El dueño de la florería lo observaba con una sonrisa que casi alcanzaba sus orejas. Llamó a su esposa pidiéndole la cámara. La junta cesó. Decidieron dejar al líder hablar con Amarillo la mañana siguiente.
—Buenos días joven, mi nombre es Simón. Mire, lamento mucho estarlo molestando, pero hay quejas de los demás.
—Lo sé, por eso ya duermo en los cables.
—¿Cables? Oh, no, no haga eso. Es donde más ha habido víctimas.
—Me imagino, pero sus alegres colegas no me dejan de otra.
—Usted no es de aquí, ¿verdad? Nadie ha tenido ese color. Hemos tenido algunos blancos, pero ese color jamás. Puede quedarse en mi nido en lo que usted construye el suyo.
—Se lo agradezco y tomaré su oferta. Partiré en tres días.
—¿A dónde se dirige?
—Al Sol.
—Ja, es usted muy simpático.
—Hablo en serio.
El silencio le dio a entender a Amarillo que Simón se burlaba en secreto de él, pero aceptó la propuesta y volaron juntos.
—¿Y a qué vas?—le pregunto aterrizando en su nido.
—A abrazarlo.
Volvió a burlarse en silencio.
—¿Es algún tipo de chiste?
—¿Por qué habría de serlo?
—Oh, por nada, por nada. Pero sólo te advierto, en esta comunidad tenemos reglas. Por lo menos estos tres días tienes que hacer algo útil. Puedes ayudar a construir y a reconstruir nidos, incluso puedes hacer el tuyo.
—Pero no pienso regresar.
—Aún así, ya te dije, no puedes estar aquí sin hacer nada, ¿de acuerdo?
—No.
—… Mira, descansa un poco y en la mañana te volveré a hacer la misma pregunta.
—Seguiré respondiendo que no.
—Entonces hazme el favor de irte, como sea que te llames.
Y así fue.
******
Clara cerró su libreta y le dijo a los niños que otro día continuaba. Los niños salieron disparados como liebres del salón. Al guardar sus cosas, quiso dar un paseo por el parque, quería encontrar al héroe de la historia. Si no fuera tan lindo, no escribiría de él. Es lo único diferente de este parque, y, tal vez, de esta ciudad. Sólo que la gente no lo ve, no se da cuenta, y si llegan a verlo sólo dejan su imagen en una cámara, sabiendo que nada trascenderá de allí. No lo encontró, dejaría el final para después.
******
Elías, el encargado de seguridad en el parque, estaba harto de que el problema con Amarillo no se hubiera resuelto aún. Sigue ahí, con su colorcito, llevándose con los humanos. Lo vio comiendo un insecto.
—Oye tú, ¿cuando te largarás de aquí?
—Se supone que un unos días. Sólo deja que se despeje el cielo.
—¿Y eso qué tiene que ver?
—El Sol está apagado, no puedo.
—¿De qué hablas?
Amarillo voló. Sólo quería alejarse, pero Elías lo siguió.
—Mira, hablo en serio. O te largas o te largo.
—¿Tú quién eres para largarme?
—Soy el encargado de cualquier problema aquí y tú en verdad los estás causando.
—Bueno ya, carajo, sólo dame un día más.
—¡Mierda!
Elías voló lo más veloz que pudo hacia un árbol. Se acercaba una maestra dando uno excursión a sus alumnos. Amarillo se quedó ahí. La maestra, al verlo, se quedó helada. En su vida había visto algo igual, algo tan sobresaliente. Uno de los niños intentó atraparlo pero Amarillo voló de ahí. Elías lo siguió.
—¿Qué no te han dicho? ¡Esas cosas matan!
—Claro que no, han sido los únicos amables en este lugar.
—Porque tú eres un amarillito de esos del bosque, de los bonitos, no eres de la ciudad.
—Tampoco del bosque.
—Bueno, como sea. Un día y ya, ¿oquéi?
—Oquéi.
******
—Aún no lo termino, mi niño.
—¿Y por qué no?
Clara empezó a preocuparse: llevar a los niños el día anterior a ver al personaje no les bastaba, ni siquiera a ella. Pensaba en un final y no lo obtenía.
—¿Miss?
—Miren, les prometo el final mañana.
—Aaaay, no.
—Pero, ¿qué les parece si vamos de nuevo a verlo?
******
Amarillo bebió un poco de agua, voló hacia los cables, lejos de Simón, y prefirió dormir el resto de la tarde para madrugar y conseguir su abrazo.
La maestra llevaba a sus alumnos de excursión. Al paso del tiempo, los niños empezaron a quitarse bufandas y suéteres, el clima comenzaba a volverse insoportable.
Buscaban a Amarillo, ya que la maestra les comentó que el primero en encontrarlo ganaba un dulce.
El Sol cegaba a la maestra mientras ella buscaba con la mirada por los cielos a su querido personaje. Miró hacia los cables y lo encontró durmiendo. Mientras ella se acercaba para observarlo mejor, vio una piedra del tamaño de una manzana acercarse a él.
******
De nuevo hubo una junta. Elías propuso, desconfiando de las palabras de Amarillo, que nadie lo alimentara ni le diera asilo. Que sólo así se iría.
—A ver, si nos estás diciendo que se quiere ir al Sol, ¿entonces qué demonios hace aquí? ¿No se pudo haber ido directo?
—El tipo no dice nada razonable acerca de eso. El verdadero lío es que está viviendo aquí y sólo nos trae problemas. Todos esos niñitos vienen a verlo y nos expone al peligro.
—Pero Elías, ¿no crees que estamos haciendo algo…
—¿Algo qué? ¿Inmoral? Mira criatura, algo inmoral sería dormir en los nidos de otras aves y robarle comida a los pichones, ¿no crees?
—Uhmmm, sí.
—Entonces ya quedamos, nadie le da nada al amarillito ese, ¿de acuerdo?
Amarillo dormía en los cables, soñaba con su meta. Lo envolvía el calor. Pero en realidad no era así: las nubes se habían ido. Él sentía que levitaba, que el frío disminuía mientras más se acercaba al Sol. Eso provocó que su sueño se volviera tan largo. La madrugada se había ido.
—Pero Elías, ¿no crees que estamos haciendo algo…
—¿Algo qué? ¿Inmoral? Mira criatura, algo inmoral sería dormir en los nidos de otras aves y robarle comida a los pichones, ¿no crees?
—Uhmmm, sí.
—Entonces ya quedamos, nadie le da nada al amarillito ese, ¿de acuerdo?
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Amarillo dormía en los cables, soñaba con su meta. Lo envolvía el calor. Pero en realidad no era así: las nubes se habían ido. Él sentía que levitaba, que el frío disminuía mientras más se acercaba al Sol. Eso provocó que su sueño se volviera tan largo. La madrugada se había ido.
Lo despertó un impacto en la cabeza, una desconcentración, una casi ceguedad. Todo era borroso. Voló hacia un árbol, pero sólo chocó contra el tronco. Cayó en el césped. Agitaba sus alas pero no podía elevarse. El niño lo pateó hacia el cemento. Le tiró una piedra más grande que la anterior. Amarillo respiraba aún. El niño, al percatarse, lo pisó e hizo círculos con el pie, imitando a su madre cuando pisaba una colilla de cigarrillo.
Los tacones de la maestra le impidieron llegar a tiempo. Cuando llegó no pudo hacer nada. Al ver el cadáver se derrumbó a llorar como un niño, aunque ella en el fondo deseaba haber traído su cámara para fotografiar esa última visión, enmarcarla y en su pared tener ese momento para siempre. Encontrando el final y nunca olvidándolo.
Por Arturo Jara
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Elías y los demás pájaros observaron todo. Partieron a su nido, sin saber qué hacer o pensar. El único que se quedó allí mirando fue Elías. El color de la sangre y el de sus plumas le dieron a entender que nunca fue ‘amarillito’. Se acercó más y lo observó: la sangre, los huesos y las plumas hacían una mezcla que construía una imagen familiar; se dio cuenta de que estaba observando al Sol. Esto lo llenó de vitalidad y partió al cielo con el motivo de abrazarlo.
Por Arturo Jara
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