lunes, 18 de octubre de 2010

JULIO ORTEGA escribe para -MILENIO Semanal- acerca de VARGAS LLOSA, El fuego de la tribu:


En su casa de Lima, Perú, el Premio Nobel de Literatura 2010, Mario Vargas Llosa.
Foto: Enrique Castro-Mendivil/ Reuters

Vargas Llosa y el fuego de la tribu
Por Julio Ortega
http://www.msemanal.com/node/3087
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Desde Rhode Island, donde mantiene su cátedra, el crítico y escritor peruano habla de su paisano recién designado Premio Nobel y pide leerlo más allá de sus ideas políticas.

Me parece que el Nobel hará que la obra de Mario Vargas Llosa sea, por fin, leída más allá de sus ideas políticas. Hay que reconocer que Mario ha sido un formidable antagonista, y los que nos hemos peleado con él nos sentimos reivindicados por el Nobel, que libera su obra literaria como tal. Yo fui amigo suyo en su época izquierdista, cuando vivíamos en Barcelona, y nos perdimos de vista durante su época neoliberal.

Estoy feliz de poder recuperarlo, ya que su obra estuvo siempre a la izquierda de él mismo. Después de todo, hemos coincidido en la crítica de estos tiempos de corrupción y de violencia, y compartimos el compromiso con los derechos humanos. Hace un par de años que finalmente nos reconciliamos.


En Ciudad de Guatemala, en 1959, el escritor con su entonces esposa Julia Urquidi (de pie) y la periodista María Cristina Orive (sentada). Foto: AFP/ Archivo

En literatura soy de un optimismo permanente. Ceo que el ejemplo de Mario como artista apasionado fomentará la lectura pero también el culto de la literatura, que él encarna como pocos, y sin el cual no se puede llegar muy lejos. Espero, por lo pronto, que la nueva literatura peruana sea, por fin, tomada en serio por los lectores de esta lengua, más provinciana que nunca ahora que nos hemos vuelto globales. La clase política y gerencial que desgobierna mi país (no olvidemos que, casi como en una novela de Mario, la corrupción actual es exactamente el otro lado del mito del mercado neoliberal), confío que por fin acuda a la Feria Internacional del Libro en Lima, donde han exagerado su ausencia. En todos los países civilizados las autoridades públicas asisten a las Ferias y hasta el Rey de España compra un libro. En el Perú, no han asistido nunca. La presidenta Bachelet fue a Lima a inaugurar el pabellón chileno de la Feria pasada, que el nuestro ignoró, una vez más, sin rubor.

Hace tiempo que he propuesto que la obra de MVLL se puede leer como una arqueología del mal. Su famosa primera línea de Conversación en la Catedral (“en qué momento se jodió el Perú”) se traduce bien en cualquier habla nacional (“en qué momento se chingó México”, por ejemplo) porque corresponde a la genealogía del origen del mal-estar. Aunque viene de más lejos, esa visión deriva, entre otros, de Octavio Paz y su noción agonista de que somos hijos de una “violación” histórica y existencial. De modo que la frustración nos define por un mal de origen, que nos destina al fracaso. Esta visión catastrofista de América Latina, muy fuerte en los años cincuenta, fue contestada puntualmente por el utopismo de los años sesenta, pero la frustración de los proyectos nacionales pronto nos devolvió al escepticismo. Aunque Mariátegui recomendaba el escepticismo de la inteligencia y el optimismo de la voluntad, lo cierto es que los peruanos tenemos una excesiva intimidad con el descreimiento. Hasta la palabra “yo” nos resulta un énfasis de estilo. Pero la obra de Vargas Llosa es, además, un exorcismo. No sólo la ilustración de la debacle social y política sino su purgación, sacrificio y conjuro. Funde el agudo análisis de Voltaire a la furia descarnada de Dostoyevski. Su radical escepticismo tiene fuerza política porque denuncia el poder corruptor que configura a la sociedad misma.

No es casual, por ello, que haya elaborado la tesis de que todo artista es hijo de un desgarramiento. Esa extraordinaria deuda del origen define al escritor, que busca saldarla con renovado entusiasmo por la agonía de la purga. Los escritores felices, se diría, no escriben buenas novelas; en cambio, los desdichados des-dicen el decir de que estamos mal-hechos.

De allí el extraordinario regusto en la derrota irredimible de personajes magníficos, cuyas heridas y cicatrices configuran su verdadero cuerpo heroico. Estos personajes viven el arrebato de su propia ignominia, hasta convertirse en esperpentos deshumanizados. Se diría que Mario Vargas Llosa ha explorado el asombro del dolor, que nos abre la mirada al horror despupilado de una verdad intolerable. Se trata de las estaciones de la pasión, sin consuelo ni promesas, del peregrinaje del hombre (el “hombre pobre” vallejiano, desamparado de los discursos reparadores), una y otra vez caído en su vía crucis social.

Aunque muchos de sus lectores hemos lamentado sus ideas políticas, hay que decir que Mario no sólo ha sido un formidable antagonista, cuya obra está a la izquierda de su política, sino que ha mejorado el debate apasionado por las ideas y las certezas del corazón. Al final, más allá de las posturas de la hora, la pasión recorre su vida pública tanto como su escritura. Quizá, en una figura barroca de la agudeza, se pasó al otro lado de su obra para tolerar los demonios que la dictan.

En una época corrompida por el egoísmo, diezmada por los poderes corruptos, donde ya no se reconocen valores sin precio, la obra de Mario Vargas Llosa es un fuego de la tribu, que alumbra la noche negra del mundo en español.

Fuente: Milenio Semanal / México / Distrito Federal
Lunes, 11 de octubre de 2010

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