lunes, 9 de agosto de 2010

Del blog de JULIO ORTEGA: Extraordinario: "Por el lugar del otro en ti"






Del Blog de Julio Ortega


Proceloso caballero

La revista Nueva Sociedad, dedicada a los dilemas de América Latina, prepara un próximo número sobre uno de los más actuales y cruciales, el dinero. Me piden decir algo al respecto pero mi experiencia con el tema es, lamentablemente, modesta, y apunto en esta bitácora aproximaciones al mismo, por si el lector, espero que más ducho, quiera sumarse aunque sea para no restarse.

Se trata, claro, de un dilema, en primer término, histórico (el oro del Nuevo Mundo produjo la banca moderna en Italia, y sustentó la primera gran burguesía en Flandes); y en segundo término, filosófico (la ética protestante alentó el desarrollo del capitalismo); aunque fue también un dilema cultural (la abundancia americana, hecha en la fecundidad del intercambio, postuló que el modelo de lo moderno es la mezcla). Góngora se pasó la vida reclamando por “mis alimentos;” y Cervantes protestó servidumbre al horroroso Conde de Lemos en las vísperas de su muerte, en vano. Una amiga me recuerda que no sólo buena parte de los más grandes escritores españoles conoció prisión, sino que de ellos no quedan ni sus huesos: brazo, cabeza, restos, han desaparecido. La mejor crónica sobre el tema se debe a Juan Valera; explicando que un escritor español no puede comprarle con sus magros ingresos un buen vestido a su mujer, concluye que somos unos miserables.

Antonio Machado le pidió dinero prestado a Rubén Darío para llevar a su mujer, enferma en París, de vuelta a su pueblo; y Darío, a quien todos creían rico aunque era el más pobre, se lo consiguió. Vallejo escribió cartas lamentables pidiendo préstamos a los amigos, que se los giraban de buena gana. Gerardo Diego fue uno de los más generosos, pero cuando en una conferencia en Lima recordó el préstamo, Georgette Vallejo le arrojó unas monedas –ofendiéndonos, de paso, a todos. No en vano repetía Vallejo: “La cantidad de dinero que cuesta ser pobre.” En cambio, Ernesto Cardenal, al narrar el Apocalipsis (durante el cual, según un economista, la inflación llegó al 120%), profetiza:

Y el ángel me dio un cheque del National City Bank
Y me dijo: Cambia este cheque
Y en ningún banco lo pude cambiar porque todos los bancos
habían quebrado.

Si finalmente logro vencer el tabú de hablar sobre el tema, tendría que empezar por las grandes novelas latinoamericanas (para no demorarme ya en las de Balzac, Dickens o Flaubert) que giran en torno al dinero. Pedro Páramo, por ejemplo, tiene su eje en la avaricia; como Los ríos profundos, la formidable novela de José María Arguedas, donde el avaro vacía de sentido al mundo, desde su centro, el Cusco. En cambio, en La muerte de Artemio Cruz, de Carlos Fuentes, la economía simbólica es moderna: Artemio es un capitalista sin reglas ni escrúpulos, cuya acumulación lo termina devorando. La novela hace el trabajo de luto: 350 páginas apenas alcanzan para su obituario.

Las familias, en español, sólo hacen buenas novelas cuando empobrecen. Gracias a ello, todas las grandes novelas nuestras son sobre familias venidas a menos. El héroe de la novela europea del siglo XIX es un joven de provincias que viene a la capital a probar fortuna: basta verlo vestido puntillosamente, inclinado sobre la mesa de juego, poniendo a prueba su suerte, para saber que es totalmente legible: representa la fe en la sociabilidad. La novela del XIX es un formidable aparato de leer, al revés y al derecho, el destino social, que todo lo decide en sus términos.

No es irónico sino lógico que el fundador del Partido Comunista Peruano, José Carlos Mariátegui, haya sido el primer intelectual moderno nuestro: creyó en una vía nacional para el socialismo, cultivó las vanguardias, y fundó el patrimonio de una editorial próspera, la Minerva, editora de sus obras completas y responsable de la escolaridad peruana.

La pobre Ingrid Betancourt ha querido ser recompensada por su gobierno por sus años de cautiverio, pero el imperturbable Uribe le pasó la cuenta del precio de su liberación, y ella ha perdido el aura que tanto le costó. Podría asumir el coraje de la víctima que supera, en sus memorias de cautiverio, la miseria de sus cancerberos. Sería hoy un best-seller. Pero habiendo dilapidado su capital, tendrá que resignarse a la ronda de los famosos que la tele española infama.

La economía del discurso está hecha de paradojas probablemente irresolubles. Digamos, para acordar lo básico, que es bueno que los narradores cobren muy bien por su trabajo y puedan vivir, holgadamente, del mismo. No todos han tenido esa fortuna, cuya ecuación es reciente, y está dictada por el mercado más que por la misma calidad de los libros, como es obvio. Pero tampoco cabe sostener que el éxito se debe a la mala calidad, o que el fracaso económico bendice a lo mejor. Acabo de ver la lista de los libros más vendidos en Chile: todos, sin excepción, son basura. Urge que una excelente novela, como la de Arturo Fontaine (La vida doble, Tusquets), esté en la próxima lista.

El problema, en fin, no está en las altas y bajas de la bolsa literaria, de por si inflacionaria. A pesar de los sociólogos de la literatura (que torturan a sus estudiantes con encuestas a los vecinos, cuyas lecturas delatan su clase social), no hay reglas en estos temas. Incluso la proporción calidad-rédito no está decidida de antemano, por más que lo que más vende nos inspire horror y piedad. Resulta anacrónico que Julio Cortázar recibiera 300 dólares por sus derechos y que Borges ignorara cuanto recibía por una conferencia. Nuestra amistad fue anterior a los agentes literarios: cuando nos preguntaron por el adelanto que esperábamos por un librito al alimón, Cortázar y yo respondimos: ninguno.

Más urgentes, por ser de hoy y de mañana, son otras preguntas.

¿Se puede cobrar, sin compartirlo, por unas charlas sobre Sarita Cartonera, la pequeña editorial alternativa, nacida del reciclaje, que empezó el poeta argentino Wáshington Cucurto?

¿Puedo, sin pestañar, recibir un pago por una crónica en que protesto la muerte del cubano Orlando Zapata?

Algunos ejemplos son dignos de consideración. José Saramago creó una Fundación para ayudar a jóvenes escritores. García Márquez donó tanto dinero a tantas causas perdidas que su mujer sopesó la necesidad de proteger a sus hijos. Tomás Eloy Martínez, con quien compartí la alarma de estos temas, me confió que sostenía una escuela en su pueblo. Pero quizá la mayor lección la debo a Toni Morrison cuando la invitamos a una semana de diálogos en Brandeis, y pidió dividir sus honorarios con una fundación educativa.

Se trata, en efecto, de la pregunta por nuestro lugar de escritores en estos tiempos de más pobres y desiguales distribuciones. O sea, por el lugar del otro en ti.

2 comentarios:

  1. totalmente de acuerdo: es extraordinaria la conclusión: "por el lugar del otro en ti"

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  2. Hola, Toño, gracias por pasar por aquí:
    D. Julio Ortega es "algo más". Siempre lo he entendido así, al menos desde que lo conozco.
    Te mando un abrazo enorme.

    Beto

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