14 de Julio 2014
El escritor irlandés John Banville es uno de los autores vivos más importantes en la actualidad. Su obra es de una calidad indisputable. Mientras que en el mundo anglosajón tiene un asiento en lo más alto del canon contemporáneo, en nuestro idioma, aunque bien reconocido y ponderado, aún se mueve con cierto sigilo entre los lectores más avezados.
Recientemente ganó el Premio Príncipe de Asturias derrotando a favoritos de los lectores en español como el japonés Haruki Murakami.
Dice que para él escribir es como respirar. Comenzó a hacerlo a los doce años, luego de leer los cuentos del Dublineses, de Joyce. Su hermano le había enviado una copia del libro por correo desde África, y eso, explica Banville, fue lo que le abrió los ojos. Lo que le ayudó a darse cuenta de que la literatura podía ser algo muy elevado, y, al mismo tiempo, tratar sobre la vida mundana de un adolescente en Irlanda. Al principio, hacía pequeños pastiches imitando a su héroe irlandés en la máquina de escribir Remington de su tía Sadie. Todos terminaron en la basura. También durante su adolescencia se dedicó a la pintura. Su amor por Dylan Thomas lo llevó a representar en sus cuadros imágenes escritas por su otro héroe.
Muy joven decidió no cursar la universidad y, con la intención de conseguir tiempo y libertad para escribir y viajar, encontró un empleo (aburrido, según él mismo, pero que le permitió ir a San Francisco, California, por tan sólo dos libras) en la compañía aérea irlandesa Aer Lingus. Durante el día trabajaba y por las noches escribía de forma disciplinada. Su meta, dice, fue siempre escribir oraciones perfectas. Entre 1968 y 1969 vivió en Estados Unidos, donde conoció a la arista Janet Dunham, quien se convertiría en su esposa. Poco tiempo después, consiguió trabajo en la prensa: primero en el Irish Press y luego en el Irish Times. La dualidad se mantendría: ahora escribía por los días y pasaba las noches trabajando en el periódico.
El éxito del autor se concretó en 1989, año en que publicó una novela titulada El libro de las pruebas, editado en español por Anagrama. El narrador es Freddie Montgomery un hombre de 38 años, hijo de una buena familia cuya vida ha ido a la deriva, acusado del asesinato de una mujer joven durante un intento de robo. La novela fue incluida en la short list del prestigioso premio británico Man Booker, junto con el libro Cat’s Eye, de Margaret Atwood. Ese año, el ganador fue Kazuo Ishiguro, por Los restos del día.
La revancha llegó dieciséis años y siete novelas después, cuando en el 2005, Banville publicó El mar. En esa ocasión, enfrentó a Julian Barnes, Zadie Smith, Salman Rushdie, Ian McEwan, J.M. Coetzee y Kazuo Ishiguro, entre otros, en el camino para ganar el Premio Man Booker. Se trata de la historia de Max Morden, un historiador del arte que vuelve a la playa donde pasó algunos de los mejores días de su infancia para superar la muerte de su esposa. Max es un hombre que escapa del presente refugiándose en el pasado, un personaje nostálgico que necesita narrar su historia para poder comprenderla. El mar obtuvo el premio y supuso un gran empujón para Banville y su obra.
En una entrevista publicada por la revista The Paris Review en el 2009, el irlandés explica cuáles fueron las razones por las que se sintió atraído a escribir una novela: “El lenguaje. Las palabras. El mundo no es real para mí hasta que es empujado a través de la malla de las palabras [...] También tenía la convicción maravillosa de que, al principio, los escritores tienen posibilidades infinitas. No sabía que sería tan difícil. Pensé que tardaría cinco o seis años en convertirme en un escritor completo. Aquí estoy ahora, a los 62 años, aún practicando con diligencia”.
La obsesión por la perfección ha llevado a Banville a declarar que odia todos sus libros, y en la misma entrevista para The Paris Review, dice: “Nadie me cree, pero es cierto. Son una vergüenza, una profunda fuente de pena. Son mejores que los de todos los demás, por supuesto, pero no son lo suficientemente buenos para mí. Hay mucho más dolor que placer cuando te dedicas a escribir ficción. Sólo de vez en cuando, tal vez un día de cada tres o cuatro, me las arreglo para escribir una frase en la que oigo ese maravilloso timbre armónico que se obtiene cuando, por ejemplo, se desliza una uña por el borde de una copa de vino. Y eso es lo que me mantiene trabajando”.
Dice que para él escribir es como respirar. Comenzó a hacerlo a los doce años, luego de leer los cuentos del Dublineses, de Joyce. Su hermano le había enviado una copia del libro por correo desde África, y eso, explica Banville, fue lo que le abrió los ojos. Lo que le ayudó a darse cuenta de que la literatura podía ser algo muy elevado, y, al mismo tiempo, tratar sobre la vida mundana de un adolescente en Irlanda. Al principio, hacía pequeños pastiches imitando a su héroe irlandés en la máquina de escribir Remington de su tía Sadie. Todos terminaron en la basura. También durante su adolescencia se dedicó a la pintura. Su amor por Dylan Thomas lo llevó a representar en sus cuadros imágenes escritas por su otro héroe.
Muy joven decidió no cursar la universidad y, con la intención de conseguir tiempo y libertad para escribir y viajar, encontró un empleo (aburrido, según él mismo, pero que le permitió ir a San Francisco, California, por tan sólo dos libras) en la compañía aérea irlandesa Aer Lingus. Durante el día trabajaba y por las noches escribía de forma disciplinada. Su meta, dice, fue siempre escribir oraciones perfectas. Entre 1968 y 1969 vivió en Estados Unidos, donde conoció a la arista Janet Dunham, quien se convertiría en su esposa. Poco tiempo después, consiguió trabajo en la prensa: primero en el Irish Press y luego en el Irish Times. La dualidad se mantendría: ahora escribía por los días y pasaba las noches trabajando en el periódico.
A los 25 años, el escritor nacido en el condado de Wexford publicó su primer libro, un conjunto de cuentos titulado Long Lankin. Luego de un año, en 1971, salió a la venta su primera novela, Nightspawn. Y para 1973, luego de publicar Birchwood, su segunda novela, el irlandés sintió que se encontraba atrapado en un callejón sin salida. Pero tan sólo tres años después, William John Banville daría su primer golpe fuerte con la primera parte de su The Revolutions Trilogy. El libro titulado Doctor Copernicus, y basado en la vida y obra del astrónomo polaco, le dio dos premios: el American Ireland Fund Literary Award, en 1975, y el James Tait Black Memorial Prize for Fiction, un año después.
El éxito del autor se concretó en 1989, año en que publicó una novela titulada El libro de las pruebas, editado en español por Anagrama. El narrador es Freddie Montgomery un hombre de 38 años, hijo de una buena familia cuya vida ha ido a la deriva, acusado del asesinato de una mujer joven durante un intento de robo. La novela fue incluida en la short list del prestigioso premio británico Man Booker, junto con el libro Cat’s Eye, de Margaret Atwood. Ese año, el ganador fue Kazuo Ishiguro, por Los restos del día.
La revancha llegó dieciséis años y siete novelas después, cuando en el 2005, Banville publicó El mar. En esa ocasión, enfrentó a Julian Barnes, Zadie Smith, Salman Rushdie, Ian McEwan, J.M. Coetzee y Kazuo Ishiguro, entre otros, en el camino para ganar el Premio Man Booker. Se trata de la historia de Max Morden, un historiador del arte que vuelve a la playa donde pasó algunos de los mejores días de su infancia para superar la muerte de su esposa. Max es un hombre que escapa del presente refugiándose en el pasado, un personaje nostálgico que necesita narrar su historia para poder comprenderla. El mar obtuvo el premio y supuso un gran empujón para Banville y su obra.
En una entrevista publicada por la revista The Paris Review en el 2009, el irlandés explica cuáles fueron las razones por las que se sintió atraído a escribir una novela: “El lenguaje. Las palabras. El mundo no es real para mí hasta que es empujado a través de la malla de las palabras [...] También tenía la convicción maravillosa de que, al principio, los escritores tienen posibilidades infinitas. No sabía que sería tan difícil. Pensé que tardaría cinco o seis años en convertirme en un escritor completo. Aquí estoy ahora, a los 62 años, aún practicando con diligencia”.
La obsesión por la perfección ha llevado a Banville a declarar que odia todos sus libros, y en la misma entrevista para The Paris Review, dice: “Nadie me cree, pero es cierto. Son una vergüenza, una profunda fuente de pena. Son mejores que los de todos los demás, por supuesto, pero no son lo suficientemente buenos para mí. Hay mucho más dolor que placer cuando te dedicas a escribir ficción. Sólo de vez en cuando, tal vez un día de cada tres o cuatro, me las arreglo para escribir una frase en la que oigo ese maravilloso timbre armónico que se obtiene cuando, por ejemplo, se desliza una uña por el borde de una copa de vino. Y eso es lo que me mantiene trabajando”.
Pero el tiempo y la experiencia le han servido para cambiar su aproximación a la literatura. En una entrevista con el Los Angeles Review of Books, Banville dice que cada vez se siente más libre: “Dejo que mis instintos corran mucho más que cuando era joven. He llegado a darme cuenta de que escribir ficción se parece mucho más a soñar que a cualquier otra cosa. Nietzsche decía que cada hombre es un artista cuando está dormido, y creo que es verdad. Piensa en toda la capacidad creativa de tus sueños: te acuestas, cierras los ojos, y de repente estás interactuando con gente a la que nunca has visto antes, estás desarrollando un mundo extraordinario. Es esa clase de poder profundo del inconsciente el que los novelistas tratamos de disciplinar”.
Y aunque ya no le dedica tanto tiempo como antes, Banville sigue escribiendo no ficción. Es colaborador del The New York Review, donde publica reseñas de libros. “Creo que reseñar libros es una tarea honorable si se realiza con honestidad. No tiene caso hacerlo de otra forma. No se trata de crítica. Es decirle al lector: ‘Aquí hay un libro que no has leído; esto es lo que yo pienso de él. Tómalo o déjalo’. Y eso es muy importante para la salud de la literatura.”
Benjamin Black, el otro
A principios de marzo del 2005, a punto de publicar El mar, e inmerso en el proceso de escritura de Los infinitos, Banville descubrió que por primera vez en su vida profesional se encontraba sin ideas para dar los siguientes pasos. Según relata en un texto publicado por el periódico The Guardian, su agente, Ed Victor, ya le había sugerido que considerara la posibilidad de escribir una novela negra. El irlandés prefirió mantener un secreto: ya lo había intentado con un thriller, muchos años atrás, “con resultados embarazosos”.
La diferencia era que en aquel momento Banville contaba con un argumento, personajes y hasta algunos diálogos escritos. A inicios del 2000, un estudio contrató al escritor para que trabajara en una miniserie de televisión, ambientada en Irlanda y Estados Unidos durante la década de 1950. Pero el trabajo nunca salió a la luz, y a Banville no le gusta desperdiciar su trabajo. Así las cosas, una tarde en la que el irlandés manejaba rumbo a Dublín, al llegar a un lugar en el camino llamado Black Banks, tras una tarde lluviosa y con un cielo lleno de nubes descuartizadas por el sol, decidió convertir el proyecto televisivo en una novela; pero sería algo distinto a lo que había hecho antes, nuevo y riesgoso.
En su texto, el escritor cuenta que la fuerza de la idea lo llevó a detener el auto y a reír, una risa que más bien se trataba del llanto de nacimiento que emitía su “gemelo malvado”, Benjamin Black. De inmediato buscó a su amiga Beatrice von Rezzori, viuda del escritor Gregor von Rezzori y directora de una fundación que apoya a escritores ubicada en la Toscana. Desde una torre, y tan sólo durante la primera tarde de su estancia, escribió 1500 palabras. El resultado fue El secreto de Christine.
Black es rápido. “Pobre del viejo Banville, tarda tres, cuatro, cinco años en la escritura de un libro. Black lo hace en tres o cuatro meses. Los escritores de novela negra se molestan cuando digo esto, como si escribir sobre crímenes fuese algo inferior. Pero simplemente es diferente. Es una forma de trabajar completamente diferente”, contestó el irlandés al Los Angeles Review of Books.
El “gemelo malvado” de Banville fue inspirado por la obra del escritor belga Georges Simenon. El irlandés llegó a su obra en el 2003 gracias a la recomendación de un amigo filósofo. Dice que con Simenon descubrió un mundo oscuro, acre, pero muy parecido a la vida real. Incluso, lo considera mejor que Camus y que Sartre, “un verdadero existencialista de la ficción”.
Y tras seis novelas más firmadas como Benjamin Black, el irlandés decidió correr otro riesgo: revivir a Philip Marlowe, un célebre detective creado por Raymond Chandler. Marlowe es el protagonista de La rubia de ojos negros, publicada en español a principios de año por la editorial Alfaguara. En esta parte de la historia también aparece el hermano mayor de Banville. Gracias a él, el irlandés conoció la obra del norteamericano, con quien siente varias afinidades: “Como al propio Chandler, a mí tampoco me importa saber quién mató al mayordomo: él siempre defendió que el estilo lo era todo. En buena parte de sus libros la trama no tiene sentido: cuando estaban rodando El sueño eterno le llamaron para preguntarle quién había matado al chófer y él respondió que no lo sabía. Yo he escrito La rubia de ojos negros en ese espíritu. He inventado y he reinventado Los Ángeles, como hiciera en su momento el propio Chandler”, cuenta en una entrevista con El País.
El Premio Príncipe de Asturias
Quizá en el mejor momento de su carrera, Banville recibe un reconocimiento que lo confirma como uno de los mejores escritores europeos con vida. A principios de junio, un jurado integrado por 15 escritores, académicos y críticos españoles eligió al irlandés como el ganador del Premio Príncipe de Asturias de las Letras 2014.
El ganador se impuso a las candidaturas de James Salter, Ian McEwan y Haruki Murakami. Y, según los votantes, el reconocimiento le corresponde a Banville por su “inteligente, honda y original creación novelesca, y a su otro yo, Benjamin Black, autor de turbadoras y críticas novelas policiacas”. Y agregan: “Cada creación suya atrae y deleita por la maestría en el desarrollo de la trama y en el dominio de los registros y matices expresivos, y por su reflexión sobre los secretos del corazón humano”.
Y aunque ya no le dedica tanto tiempo como antes, Banville sigue escribiendo no ficción. Es colaborador del The New York Review, donde publica reseñas de libros. “Creo que reseñar libros es una tarea honorable si se realiza con honestidad. No tiene caso hacerlo de otra forma. No se trata de crítica. Es decirle al lector: ‘Aquí hay un libro que no has leído; esto es lo que yo pienso de él. Tómalo o déjalo’. Y eso es muy importante para la salud de la literatura.”
Benjamin Black, el otro
A principios de marzo del 2005, a punto de publicar El mar, e inmerso en el proceso de escritura de Los infinitos, Banville descubrió que por primera vez en su vida profesional se encontraba sin ideas para dar los siguientes pasos. Según relata en un texto publicado por el periódico The Guardian, su agente, Ed Victor, ya le había sugerido que considerara la posibilidad de escribir una novela negra. El irlandés prefirió mantener un secreto: ya lo había intentado con un thriller, muchos años atrás, “con resultados embarazosos”.
La diferencia era que en aquel momento Banville contaba con un argumento, personajes y hasta algunos diálogos escritos. A inicios del 2000, un estudio contrató al escritor para que trabajara en una miniserie de televisión, ambientada en Irlanda y Estados Unidos durante la década de 1950. Pero el trabajo nunca salió a la luz, y a Banville no le gusta desperdiciar su trabajo. Así las cosas, una tarde en la que el irlandés manejaba rumbo a Dublín, al llegar a un lugar en el camino llamado Black Banks, tras una tarde lluviosa y con un cielo lleno de nubes descuartizadas por el sol, decidió convertir el proyecto televisivo en una novela; pero sería algo distinto a lo que había hecho antes, nuevo y riesgoso.
En su texto, el escritor cuenta que la fuerza de la idea lo llevó a detener el auto y a reír, una risa que más bien se trataba del llanto de nacimiento que emitía su “gemelo malvado”, Benjamin Black. De inmediato buscó a su amiga Beatrice von Rezzori, viuda del escritor Gregor von Rezzori y directora de una fundación que apoya a escritores ubicada en la Toscana. Desde una torre, y tan sólo durante la primera tarde de su estancia, escribió 1500 palabras. El resultado fue El secreto de Christine.
Black es rápido. “Pobre del viejo Banville, tarda tres, cuatro, cinco años en la escritura de un libro. Black lo hace en tres o cuatro meses. Los escritores de novela negra se molestan cuando digo esto, como si escribir sobre crímenes fuese algo inferior. Pero simplemente es diferente. Es una forma de trabajar completamente diferente”, contestó el irlandés al Los Angeles Review of Books.
El “gemelo malvado” de Banville fue inspirado por la obra del escritor belga Georges Simenon. El irlandés llegó a su obra en el 2003 gracias a la recomendación de un amigo filósofo. Dice que con Simenon descubrió un mundo oscuro, acre, pero muy parecido a la vida real. Incluso, lo considera mejor que Camus y que Sartre, “un verdadero existencialista de la ficción”.
Y tras seis novelas más firmadas como Benjamin Black, el irlandés decidió correr otro riesgo: revivir a Philip Marlowe, un célebre detective creado por Raymond Chandler. Marlowe es el protagonista de La rubia de ojos negros, publicada en español a principios de año por la editorial Alfaguara. En esta parte de la historia también aparece el hermano mayor de Banville. Gracias a él, el irlandés conoció la obra del norteamericano, con quien siente varias afinidades: “Como al propio Chandler, a mí tampoco me importa saber quién mató al mayordomo: él siempre defendió que el estilo lo era todo. En buena parte de sus libros la trama no tiene sentido: cuando estaban rodando El sueño eterno le llamaron para preguntarle quién había matado al chófer y él respondió que no lo sabía. Yo he escrito La rubia de ojos negros en ese espíritu. He inventado y he reinventado Los Ángeles, como hiciera en su momento el propio Chandler”, cuenta en una entrevista con El País.
El Premio Príncipe de Asturias
Quizá en el mejor momento de su carrera, Banville recibe un reconocimiento que lo confirma como uno de los mejores escritores europeos con vida. A principios de junio, un jurado integrado por 15 escritores, académicos y críticos españoles eligió al irlandés como el ganador del Premio Príncipe de Asturias de las Letras 2014.
El ganador se impuso a las candidaturas de James Salter, Ian McEwan y Haruki Murakami. Y, según los votantes, el reconocimiento le corresponde a Banville por su “inteligente, honda y original creación novelesca, y a su otro yo, Benjamin Black, autor de turbadoras y críticas novelas policiacas”. Y agregan: “Cada creación suya atrae y deleita por la maestría en el desarrollo de la trama y en el dominio de los registros y matices expresivos, y por su reflexión sobre los secretos del corazón humano”.
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