29 de Julio 2014
Sus numerosas construcciones plásticas están preparadas por un sinnúmero de dibujos, esbozos, diagramas y proyectos, pero todas giran en torno a una cierta idea fija, gravitan alrededor de un concepto artístico que será trabajado y pulido una y otra vez por el pintor a lo largo de muchos años y de una serie de apuntes –que toma de la tierra como quien le toma el pulso– realizados por el pintor en vivo, a la intemperie y bajo el firmamento luminoso de los cielos de México. El arte, la técnica del paisaje los aprendió Velasco de sus maestros, en particular del italiano Eugenio Landesio, quien a su vez fue discípulo del paisajista húngaro Károly Markó (1791-1860),2 en quien la pintura de paisajes alcanzó una excelencia raramente vista antes. Además de pintor, Landesio fue maestro de perspectiva y, buen italiano, hombre ingenioso y práctico. A poco de llegar a México, hizo publicar en dos tomos un libro al que tituló Cimientos del artista, dibujante y pintor / Compendio de perspectiva lineal y aérea, sombras, espejos y refracción, con las nociones necesarias de geometría. El libro estaba ilustrado y en su segundo tomo aparecen veintiocho láminas explicativas puestas en litografía por sus discípulos Luis Coto, José María Velasco y Gregorio Dumaine.
Velasco, desde luego, “traía lo suyo”, como dice la voz coloquial: ya desde niño sus maestras y profesoras se quejaban de que al niño solo le interesara pintar y dibujar. En la Academia de San Carlos destacó muy pronto como ayudante y discípulo del italiano cuya obra didáctica de dibujo y perspectiva ayudó a ilustrar. Además, hizo en la Escuela de Medicina estudios sobre la flora y la fauna nativas de México.
Con reveladora perseverancia, dedicó más de trece años a la investigación del axólotl o ajolote, estudió además el fruto conocido como “pitahaya” por sus previsibles beneficios a la industria. Se puede desprender de su obra que hizo estudios de ingeniería, urbanismo y aun geología, como dejan ver los títulos de algunos de sus cuadros: “Pórfido del cerro de los Gachupines”, “Pórfidos del Tepeyac” (pórfido: palabra-contraseña entre los geólogos).
Esta formación tan solvente, así como los consejos de sus maestros y compañeros, lo fue encauzando hacia la realización de ese vasto designio artístico que cristaliza en esos lienzos, cuadros, paisajes cuyo común denominador es el Valle de México. Entre tanto y a lo largo de los años, la mirada del artista se enriquece con el oficio del ojo científico, pues Velasco colaboraría con numerosos dibujos e ilustraciones para la revista mexicana Naturaleza, fundada por uno de sus maestros, Manuel Villada.
No es raro que Octavio Paz aluda al artista como a una suerte de anfibio (axólotl) entre la ciencia y el arte.
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