jueves, 31 de julio de 2014

PERDER LA VIRGINIDAD Y OTROS RITOS

31 de Julio 2014

Centauros del desierto, Ben-Hur, Star Wars, Supersalidos… el cine siempre nos cuenta la misma historia con pequeñas variaciones. No tanto porque estén todas ellas protagonizadas de forma más o menos metafórica por un chaval gordito obsesionado con dibujar penes —que también podría ser— sino porque la última, que podríamos englobar en un subgénero que incluya a Porky’s o American Pie, atribuye a la pérdida de la virginidad proporciones míticas y retrata el tortuoso proceso como si de una epopeya homérica se tratara. Y por el impacto que tuvieron en el público se ve que lograron que este se identificase con lo narrado. Los protagonistas en tales películas de iniciación adolescente viven su castidad impuesta con una comezón interior digna de Hamlet; divagan, planean, temen y ansían furiosamente la llegada del Gran Momento, ese cataclismo vital que les hará ingresar en un mundo de nuevos placeres y desafíos y que incluso les transformará interiormente. ¿Realmente es para tanto?

Bien, cada uno tiene su experiencia particular y ha escuchado las de otros lo suficiente como para saber que no es algo de vida o muerte. Es más importante, al menos en algunos casos. Para que se hagan una idea, uno de nuestros lectores, de nombre Mikel, nos dejó escrito en la web tiempo atrás un comentario acerca de su imposibilidad de desflorarse, en el que decía, textualmente: «intenté suicidarme ante la tremenda frustración de no poder desahogar esa energía sexual que me devoraba por dentro». Y remataba: «No por nada siempre se ha dicho medio en serio medio en broma que hasta que uno no folla o no se va de putas no se convierte en un hombre». Vaya por delante que Mikel es un nombre vasco y eso no es casualidad, así que desde aquí le enviamos un fuerte abrazo —casto, que no se haga ilusiones— y le deseamos toda la suerte del mundo. Céntrate, hombre, y no hagas locuras. Pero además de a un desesperante impulso biológico, esta mitificación del asunto también responde como él reconoce a una necesidad de darle trascendencia y significado, a falta de otros ritos de paso para la pubertad en Occidente. En este punto nos centraremos: es la forma de representar ante uno mismo y ante los demás el paso de niño a adulto, y el sexo es la barrera más llamativa entre ambos mundos. Quizá por eso le ha dado tan fuerte a la cantante Miley Cirus por hacer guarrerías sobre el escenario, es una manera de conectar con su público, ese que le sigue desde la infancia, diciéndole «ey, mirad, ya somos mayores, ahora hacemos cosas de adultos».

Escena de Supersalidos. Imagen: Columbia Pictures - Apatow Productions.

Una de las características fundamentales de las sociedades modernas es el desdibujamiento de los ritos de paso. Los rituales que tradicionalmente jalonaban nuestras vidas van perdiendo importancia, son cada vez más livianos o directamente dejan de existir. Muchos niños ya no son bautizados, ni hacen la comunión, ya no hay una «mili» que nos haga madurar (o eso se decía), cada año se celebran menos bodas que el anterior y ya no anuncian solemnemente un enlace de cuento para siempre jamás porque el 60 % acaba desembocando en divorcio, los funerales se han aligerado bastante de su carga simbólica y desde luego ya nadie guarda un periodo de luto. En fin, la conclusión a la que nos lleva todo esto ya la conocen: ¡Se están perdiendo las costumbres! ¡Estamos ante la decadencia de Occidente! Bueno, puede ser, no hay por qué menospreciar tales advertencias, ni tampoco asumirlas acríticamente poniéndonos a correr en círculos con las manos en la cabeza antes de saltar por la ventana más próxima. Pues al fin y al cabo, como estamos diciendo, esa necesidad de sentido existe, y si no viene por un lado vendrá por otro. Veamos algunos ejemplos de ritos de pubertad.


A comienzos del siglo xx el antropólogo Arnold Van Gennep recogió en su influyente Los ritos de pasodiversas costumbres existentes a lo largo del mundo para representar diferentes etapas vitales, entre ellas el paso de la niñez a la edad adulta. Algunas son interesantes, otras desconcertantes y también las hay directamente aberrantes. En una región de China llamada Fu-Tcheu se celebraba una ceremonia de salida de la infancia —que tenía lugar generalmente a los dieciséis años— para la que se construía una puerta con maderas de bambú en el centro de la habitación, el chico o chica pasaba por esa puerta y de esa manera pasaba a estar bajo la autoridad de los dioses y dejaba atrás para siempre a su madre, por ello el rito también es conocido como de «Agradecimiento a la Madre». Tras ello la puerta debía ser destruida. En la mayoría de las sociedades sin embargo había un ritual específico para las niñas, que suele tener lugar con la primera menstruación y cuya finalidad es dirigirlas a su futuro papel de madres, mientras que el de los niños es más variable tanto en la edad como en la ceremonia y depende del rango de sus padres y del papel que le toque cumplir de mayor: guerrero, jefe, artesano, etc. Para las primeras, entre los indios thompson la ceremonia tenía lugar en una choza lejos del pueblo, donde la niña permanecía ese tiempo aislada para regresar convertida ya en mujer. Para los chicos había un intervalo entre los doce y dieciséis años en el que según soñaran por primera vez con una flecha, una canoa o una mujer seguirían un rito u otro. Un procedimiento que, sospechamos, dejaba la puerta abierta a manipulaciones…

Entre los kurnai australianos también hay un periodo de aislamiento del niño, que supone la ruptura del vínculo con su madre. Una etapa que queda definitivamente superada y que desde ese momento ya nunca volverá a ser igual. Así mismo, desde entonces ya no volverá a jugar, ha pasado a ser mayor repentinamente. A veces se pretendía que la ruptura fuera tan grande que, por ejemplo, entre las tribus del Bajo Congo debían simular durante el rito que no sabían andar ni comer, como si volvieran a ser recién nacidos. Y tampoco faltan casos más drásticos, como entre los nativos algonquinos de Norteamérica, que suministraban durante veinte días una droga alucinógena tan potente que provocaba pérdidas de memoria. De esa manera la infancia del desdichado quedaba olvidada y comenzaba una nueva etapa como hombre. Es frecuente también que al adolescente se le someta a pruebas de resistencia física o de dolor extremo, como ser picado por hormigas venenosas, ser golpeado o someterse a una circuncisión o ablación.

Pero había una, digamos… un tanto extraña, que tenía lugar entre diversas tribus montañesas de Papúa-Nueva Guinea (no sabemos si aún seguirá realizándose en alguna localidad aislada), donde consideraban el semen como una esencia de la virilidad y la fuerza que además podía transmitirse de unos a otros, de manera que a partir de los doce años los muchachos se iban a vivir con tutores algo mayores a los que tenían que realizar la mayor cantidad de felaciones posible para absorber su vigor y convertirse en guerreros. Unos años después pasaban a ser ellos quienes proporcionaban su néctar seminal a otros y ya en torno a los veinte años esa etapa concluía y entonces pasaban a casarse con una mujer y tener hijos. Es curioso tratar de imaginar cómo debió de sentirse el primero al que se le ocurrió esa ceremonia: «yo cuento esto de la esencia y la fuerza que se transmite y tal y si cuela, cuela».

Y por último, las más horrendas y pavorosas que quepa imaginar son las que conllevan diversos tipos de mutilaciones en los órganos sexuales. La criminal ablación del clítoris es sobradamente conocida en ese aspecto y por desgracia muy común, pero no es la única. La circuncisión ha sido también una práctica tan habitual en tantas culturas que tampoco entraremos en más detalles. Por su parte en Java realizaban cortes en el glande para introducir pequeños guijarros que quedaban allí una vez cicatrizada la herida. De esa manera, según el antropólogo Desmond Morris proporcionaban más placer sexual a las mujeres. Pero la más grotesca es la que realizaban algunas tribus de aborígenes australianos, llamada subincisión, realizando un corte a lo largo de toda la parte inferior del pene, dejando toda la uretra al aire, como una sardina abierta para entendernos. Esto les obligaba a mear de cuclillas y dificultaba notablemente la fecundación, pues difícilmente se puede disparar un proyectil en un cañón perforado desde la base a la punta. Si buscan «subincisión» en Google Imágenes verán varios ejemplos, pero también les digo que se puede ser feliz sin contemplar tales cosas.

Ante tales ejemplos, que en las sociedades contemporáneas andemos algo huérfanos de referencias simbólicas ya no parece tan grave, al menos no nos han rebanado la parte más querida de nuestro ser. Y, sin embargo, la adolescencia como etapa vital aunque sea vagamente delimitada continúa existiendo, demandando algo aunque no sepa muy bien el qué. En ese aspecto me parece muy sugerente la teoría del neuropsiquiatra Dan Siegel. Sostiene que a partir de los doce o trece años bajan los niveles de dopamina, alterando así el carácter: es la característica personalidad adolescente, aburrirse de todo. Lo que nos fuerza a buscar nuevas sensaciones, experimentar, explorar y, en definitiva, salir del nido materno. Sigue por tanto abierta la manera de representar ante nosotros y ante los demás dicha salida ¿Perdiendo la virginidad o bien de otra forma? ¿Y luego qué? Que cada uno encuentre su respuesta. A diferencia de las generaciones anteriores, carecemos de unas referencias tan rígidas sobre cómo debe ser cada etapa de la vida y eso nos crea desasosiego, pero también aumenta nuestro margen de elección. Nos permite hacer camino al andar.


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