22 de Julio 2014
“Las sonrisas son para los payasos”, le explicaba, tratando de justificar el por qué casi no nos reíamos juntos. Siempre le digo un montón de cosas, pequeños datos, como si de un interminable rompecabezas de piezas minúsculas se tratara, y como si el dibujo de dicho rompecabezas fuera un collage, que conforme va creciendo, a veces da la impresión de que vale la pena formarlo y a veces no.
Le explicaba que “el cielo” como concepto religioso y como realidad era una pérdida de tiempo, porque en ambos casos nos iba quedar muy lejos. “Tú eres bonita así, de religiosa serías muy fea. Y, en el otro caso, el casco te aplastaría el cabello” argumentaba yo, mientras nuestro gato saltaba sobre el televisor haciendo que se tambaleara y provocando que sonara alguna pieza suelta, y era imposible no pensar en que los aparatos eléctricos siempre resisten la caída de alguno de sus componentes, en cambio uno puede estar completamente entero y sentir que no funciona.
Cuando sales con alguien sales con su saliva, con su sudor, con sus enfermedades y con sus tristezas. En cambio la alegría es tan subjetiva que para compartirla siempre hay que ponerla en forma y sabor de pastel.
Vamos a McDonald’s a “festejar” su cumpleaños. Pienso en cuántos animales me he comido a lo largo de la vida, y por supuesto pienso en cómo terminaron materializados en mierda. “Un día estás comiendo pasto y al otro estás saliendo por el culo de alguien” le digo. “La materia no se crea ni se destruye, sólo se transforma” me dice, y le da una mordida a su Big Mac, pero sé que lo dice jugando, porque ni ella ni yo creemos que eso que mastica realmente sea carne.
Tengo más papeles en la cartera que dinero, la mayoría de ellos hace mucho que ya no sirven. El problema es que sé que si se los saco quedaría completamente vacía. Ella me explica que eso ya no importa, que la gente ya sólo usa tarjetas y que el dinero pronto va dejar de existir, que es curioso que se le diera un valor a un pedazo de papel y que le parece todavía más curioso que se desaparezca el papel pero el valor siga existiendo de manera virtual. Que uno podría ser millonario sin tener que llegar a ver un solo peso en su vida y que eso le incomoda bastante y le da mucha desconfianza. “Siempre he pensado en lo bonito que sería ver estallar a todos los bancos a la vez” me dice, y yo le agrego que bien podríamos meter en esos bancos a todos los abogados antes de hacerlo estallar, para que en verdad valiera la pena.
“¿Sabes lo bonita que te verías haciendo estallar un banco” le digo/pregunto, y ella se pone roja y me mira feliz mientras yo me imagino corriendo por las calles llenas de abogados destazándolos con un machete como si la calle fuera selva, ellos fueran maleza y yo fuera el puto Indiana Jones. “¿Quieres que vayamos por unos snickers?” propongo después de haber contado las monedas en mis bolsillos, “Sí” dice levantando su tarjeta de crédito como si fuera una espada, recordándome que le acaban de pagar, y yo asiento aceptando que me invite.
Afuera la gente camina llena de colores, llena de caras diferentes y de cuerpos iguales. Son una pintura de Jackson Pollock, a la que muchos sonríen pero que, en este caso, nadie quiere mirar.
Llegando a la casa comemos pastel hasta no poder más. Luego voy al estudio, busco el pantone de los logos de Banorte, Bancomer, Scotiabank, Afirme, Santander, HSBC y los coloco en unos recipientes cubiertos de explosivos, apuntando hacia el último lienzo que me queda. Porque todo es una miniatura que bien puede valer la pena, o bien puede que no. Entonces explota la pintura y se mancha el lugar entero, a excepción del puto lienzo, y entra ella a preguntarme si quiero ver un capítulo de la serie que hemos estado siguiendo, y ve que, aunque estoy serio, tengo un semblante ridículo por mi cara pintada con los colores de Banorte y afirme. Y al fin reímos.
A veces me quisiera morir hoy mismo, nada más para no alcanzar a darte una desilusión.
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