miércoles, 16 de julio de 2014

LE SUICIDE, de ÉDOUARD MANET

16 de Julio 2014

El suicidio, la más incomprensible de las conductas humanas, a través de la historia ha sido motivo de estudio, análisis, rechazo, persecución, interpretación y hasta legislación, reflejando en cada civilización la actitud del hombre hacia la muerte; la ajena, en este caso, pero sin dudas, también la individual. 

Entre las diferentes manifestaciones del arte, ese espejo del existir humano, la literatura fue pionera en abordar el suicidio; en la pintura, curiosamente, éste aparece muy raramente. Lè Suicidè, un óleo del francés Edouard Manet completado en las postrimerías de los 1800, a mi juicio, representa una inusual y poderosa iconografía ilustradora del dilema del suicidio; de su naturaleza desconcertante, trágica y misteriosa –porque los vivos jamás sabremos qué se siente en ese momento último–.

La escena revelada en esta obra ilustra un hombre de elegante vestimenta que yace inerte, postrado en una cama pistola en mano, con expresión facial de agonía y pecho ensangrentado; se observa además un charco de sangre en el piso de una habitación de rasgos simples, de aspecto lúgubre y desolado que a primera vista no permite al observador identificar las circunstancias ni la identidad de la víctima. 

Parecería que a Manet le interesaba únicamente plasmar el asombro de ese momento final, atrapar el hálito de vida agonizante con intención de provocarnos, de despertar en el interlocutor una dosis de espanto, tristeza, angustia y desolación ante la muerte auto-infligida. Porque el protagonista del acto suicida es el sujeto mismo, mas el entorno social, nosotros, los sobrevivientes, lo protagonizamos también a través de las reacciones que adoptamos ante él. 

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