Si
uno va a leer un solo libro de Roth en toda su vida
(o si no leyó ninguno y no
sabe por dónde empezar)
propongo a El teatro de Sabbath como puerta de entrada.
El bien de Roth
Rodrigo Fresán para Letras Libres
Lista de
premios recibidos aquí y allá y en todas partes por Philip Roth –a la que ahora
se suma el Príncipe de Asturias– quita el aliento y devuelve la fe en la
sabiduría de los jurados. A esta altura del asunto –su nombre sonaba en los
pasillos de la academia sueca año tras año– en sus estantes y vitrinas solo le
falta el Nobel. Pero, de no ser así, Roth ya ha sido más que digno merecedor de
lo que también ganaron Lev Tolstói, Antón Chéjov, Marcel Proust, Francis Scott
Fitzgerald, James Joyce, Vladimir Nabokov, Jorge Luis Borges, Italo Calvino,
Iris Murdoch, Robertson Davies, Juan Carlos Onetti, Anthony Burgess, John
Cheever, Kurt Vonnegut, John Updike y tantos otros: la gran medalla a aquellos
que no recibieron el Nobel porque ni falta que les hacía, aunque...
A la hora de
la verdad, lo que importa y lo que queda y permanece es la obra. Roth –junto a
Saul Bellow y Eudora Welty en su momento y ahora el poeta John Ashbery– ha sido
uno de los cuatro autores a los que la canonizadora Library of America decidió
comenzar a publicar y ordenar en vida. Ya se han publicado siete volúmenes de
lo que se estima será un total de nueve. Pero con Roth (Newark, Nueva Jersey,
1933) nunca se sabe: de un tiempo a esta parte, no hace otra cosa que escribir
y escribir y escribir. Y así, en lo que va del milenio, ha publicado ocho novelas
y una recopilación de ensayos y entrevistas. Para dentro de poco –aunque muchos
lo tildan de leyenda urbana-editorial– se anuncia algo titulado Notes for my
biographer. Exista o no, título intrigante e inequívocamente rothiano, porque
–¿serán memorias, será ficción?– en su mundo nunca se sabe qué es cierto, qué
fue lo que no sucedió, qué es inequívocamente real luego de que él lo haya
puesto por escrito.
Mientras
tanto y hasta entonces (o hasta nunca), a continuación se proponen diez escalas
inevitables en la trayectoria de un narrador acusado de misógino, solipsista,
antisemita y traidor a los suyos, así como celebrado por sus vertiginosos
vuelos metaficcionales y por ser el más implacable cronista del ser nacional y
judío.
Goodbye, Columbus
(1959)
El joven
Roth debutó por todo lo alto –ganando nada menos que el National Book Award–
con esta nouvelle acompañada de cinco relatos donde ya se apreciaban varias de
las constantes en su obra: la topografía familiar de Newark, Nueva Jersey (en
ese sentido, Roth es a esta región en lo literario lo que Bruce Springsteen es
en lo musical), la figura deseable de una chica fatal, el deseo de infiltración
entre los wasp, y las relaciones peligrosas entre tradicionales padres judíos y
la voluntad de los hijos díscolos por saltarse toda festividad religiosa. En su
momento, alguien le preguntó: “Señor Roth, ¿escribiría usted estas cosas de
vivir en la Alemania nazi?” Roth dijo: “Pregunta siguiente, por favor.”
El mal de Portnoy
(1969)
Uno de esos
títulos que –como Don Quijotey Lolita– trascienden lo literario y entran, como
prototipo y arquetipo y paradigma, en el habla de todos los días. Best
sellerarrasador que convierte a Roth en una celebridad (él mismo
ficcionalizaría ese momento de su carrera en Zuckerman desencadenado, de 1981)
y funcionó como puesta al día de los “antihéroes” de Bellow à la Herzog.
Alexander Portnoy –y su híper-madre mega-judía y sus amantes judías o no– corre
y cae por las páginas de un libro sin pausa. Y él se lamenta de su mal, sí. Pero
nos reímos. Mucho y muy bien.
Mi vida como hombre
(1974)
Uno de los
mejores y más feroces libros de Roth donde, además, aparece por primera vez su
álter ego, Nathan Zuckerman, todavía velado y en la imaginación febril de un
tal Peter Tarnopol. Divido en dos secciones –“Ficciones útiles” y “Mi verdadera
historia”– lo que se cuenta y re/cuenta es, apenas encriptado, el catastrófico
matrimonio de Roth con la destructora y autodestructiva Margaret Martinson,
aquí Maureen. Leerlo es temblar. Philip Roth volvería a esos días –ya sin
máscara– en Los hechos: autobiografía de un novelista (1988) donde, en las
últimas páginas, se bate en duelo dialéctico con Nathan Zuckerman con modales
muy parecidos a aquellos con los que el doctor Víctor Frankenstein se enfrentó
a su criatura.
El escritor fantasma
(1979)
Obra
maestra, novela de iniciación y visita al maestro. Aquí, el joven aprendiz de
escritor Nathan Zuckerman visita a su venerado E. I. Lonoff (cruza de Henry
Roth con Saul Bellow y Bernard Malamud). Allí, en la casa de su ídolo,
Zuckerman relee a Henry James, es testigo del apocalipsis matrimonial en cámara
lenta de los Lonoff y, de paso, fantasea con la posibilidad de que Amy
Bellette, bella joven y supuesta amante de Lonoff, no sea otra que una Ana
Frank que sobrevivió para contarlo pero sin poder decírselo a nadie para no
sacrificar la potencia y utilidad de su propio mito. Roth y Zuckerman volverían
a esto en esa (por ahora) despedida que es Sale el espectro (2007).
La contravida (1986)
Zuckerman
otra vez, maravilla metaficcional y entrada de Roth en lo que se considera su
edad madura y dorada. Cinco variaciones y experimentos –que se contradicen
entre ellos a la vez que se complementan– en los que Zuckerman juguetea con las
posibilidades narrativas de su propia vida y la de su hermano Henry, odontólogo
que se opera para no perder la potencia sexual y que muere en la mesa del
quirófano. O no. O tal vez... O mejor... Al fondo, los reproches de la familia
de Zuckerman a quien los puso por escrito sin pedir permiso antes. O sí.
Porque, se sabe, Zuckerman siempre pide permiso a sus padres; pero no le
importa nada que se lo den. Ganadora del National Book Critics Circle Award en
1987.
Patrimonio (1991)
Roth
autobiográfico, sin adornos ni anestesia (a diferencia de lo que hace consigo
mismo en las magníficas y alternativas Operación Shylock y La conjura contra
América) para iluminar el crepúsculo de su padre, Herman, víctima de un tumor
cerebral. Nada más y nada menos. Y –perdiéndose y encontrándose en el laberinto
kafkiano de los ritos de la medicina moderna– la manera en que Philip va
comprendiendo que el final de la vida de Herman es, también, el principio de su
propia muerte. Patrimonio recibió el premio al mejor libro autobiográfico del
Nacional Book Circle Award de 1991.
El teatro de Sabbath (1995)
Si uno va a
leer un solo libro de Roth en toda su vida (o si no leyó ninguno y no sabe por
dónde empezar) propongo a El teatro de Sabbath como puerta de entrada. Novela
bestial en todo sentido –ganadora del National Book Award de Ficción de 1995,
celebrada por Harold Bloom y James Wood– manejada por el titiritero pornógrafo
siempre en celo Mickey Sabbath (inspirado en la figura real del pintor R. B.
Kitaj y descendiente directo de los encantadores amorales Louis-Ferdinand
Céline y J. P. Donleavy). Sabbath es un experto manipulador a la hora de tirar
de los hilos de todos quienes lo rodean, lo acorralan o no quieren ni verlo. Y
una de las escenas más emotivas y técnicamente impresionantes en todo el canon
de Roth: la visita de Sabbath al centenario del primo Fish.
Pastoral americana
(1997)
Ganadora del
Pulitzer en 1998 y primera entrega de la triunfal Trilogía americanade Roth en
la que Zuckerman se convierte en oyente y cronista de la vida de otros. Así, el
foco de atención y disección en vida es Seymour Levov, hombre de negocios,
exatleta en la secundaria a la que asistió Zuckerman y víctima de los
turbulentos años sesenta que apenas soporta la resaca de Vietnam y Watergate.
La terrorífica y terrorista hija de Levov, Merry, es uno de los más grandes
personajes femeninos de Roth. Pastoral americanaes todo lo que debe ser un
espécimen de ese subgénero, tantas veces tomado en vano, conocido –pero, por lo
general, mejor no conocerlo– como “novela política”.
La mancha humana (2000)
Cierre
–luego de Me casé con un comunista, de 1998– de la Trilogía americana, ganadora
entre otros del Pen/Faulkner Award for Fiction de 2001 y del Prix Médicis
Étranger de 2002, y uno de los títulos más conocidos de Roth, llevado al cine
por Robert Benton con Anthony Hopkins y Nicole Kidman en los roles protagónicos.
Aquí –con el affaire Lewinsky-Clinton como telón de fondo– Zuckerman escucha
los bluesde otra víctima profesional: el septuagenario decano Coleman Silk
(algunos lo piensan inspirado en el intelectual Anatole Broyard), injusta y
absurdamente acusado de racista por alumnos afroamericanos. Paradoja e
injusticia poética: Silk, de piel clara, ha ocultado toda su vida sus raíces
negras. A continuación, caída en desgracia, viudez y carnal resurrección junto
a la joven y turbulenta Faunia Farley. La tragedia está lista, se sirve
caliente entre las nieves de Nueva Inglaterra, y Zuckerman, por supuesto, toma
nota de todo.
Indignación (2008)
Segunda y
mejor entrega de la tetralogía Nemeses (compuesta también por Elegía, La
humillación y Némesis). Estamos en 1951, afuera ruge la guerra de Corea, y el
indignado perpetuo Marcus Messner busca escapar primero de su padre carnicero,
de su madre castradora, de la fascinante y sensual pero inestable Olivia Hutton
y, finalmente, de su alma máter. Así, a ponerse el uniforme y a salir volando
por los aires, indignado hasta el último aliento. “El mejor libro de Roth desde
La contravida”, dictaminó el gran John Banville, otro que se merece todos los
premios.
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Y, mientras
usted lee esto, Roth ha dejado de escribir. No consideró el hacerlo una hazaña
porque “si escribía una página al día,
al año tendrá 365 páginas y, por lo tanto, un libro”. Un libro que, según él,
leerían cada vez menos porque “la lectura acabará siendo una actividad de
culto... El libro ha perdido la lucha contra las pantallas. No puede competir
con la pantalla de cine, con la pantalla de televisión, con la pantalla de
computadora”.
Pero no
desesperar: Roth ha ganado otra vez, y con él, ganamos todos.
Y el
Príncipe de Asturias ha ganado un Premio Philip Roth.~
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