viernes, 19 de octubre de 2012

DE JUAN JOSÉ MILLÁS, CINCO ANTICUENTOS. DE MI ARCHIVO.





Desde el archivo, Cinco anticuentos
de Juan José Millás                                       


1. Ánimo

Tomo notas, indistintamente, con un bolígrafo o con un lápiz colocados junto al ordenador, sobre un cuaderno escolar, de rayas. Al lápiz hay que sacarle punta de vez en cuando, lo que constituye una actividad artesanal que sirve también para la reflexión. Pero la diferencia más notable entre él y el bolígrafo es su modo de perecer. El bolígrafo no cambia de apariencia ni siquiera cuando se encuentra en las últimas. Y deja un cadáver tan curioso que nadie diría que está muerto si no fuera porque no pinta nada ya, aunque resucite a veces de improviso y trace un par de líneas, incluso un párrafo, antes de volver a expirar. La gente se resiste a desprenderse de los bolígrafos vacíos porque continúan como nuevos. Sólo se consumen por dentro, en fin, y siempre se acaban a traición, como el butano. El lápiz, en cambio, agoniza por dentro y por fuera a la vez, y deja un cadáver mínimo, un detrito del que uno se deshace sin ningún sentimiento de culpa. Punto y aparte.

La naturaleza presenta casos semejantes al del bolígrafo. Ahí está el caracol, que envejece sin una sola arruga exterior, sin un fruncido. Y no hay que sacarle punta cada poco: él mismo, mientras vive, asoma los cuernos al sol, caracol quiscol, y una vez muerto, si te encuentras la concha en un tiesto o en el agujero de un árbol, la guardas en el bolsillo y al llegar a casa la colocas junto a los bolígrafos difuntos. Tenemos una pasión curiosa por la cáscara, de ahí la afición a las cajas, sobre todo a las cajas fuertes. Hay personas que coleccionan pastilleros vacíos, que viene a ser lo mismo que guardar bolígrafos sin tinta, con los que sólo se pueden escribir poemas inexistentes, que muchas veces son los mejores.

Pese a todo, tal vez sea más digna la actitud existencial del lápiz que la del bolígrafo, la de la babosa que la del caracol, aunque no dejen cáscara para los arqueólogos. Conviene sacarse punta cada mañana, pese al espanto de ver cómo se agota uno. Lo complicado de sacarse punta es saber cuánto te tienes que afilar para escribir lo suficientemente claro sin romperte antes de que hayas acabado la novela o la vida. Pero eso constituye un ejercicio de conciencia, y quizá de consciencia, bastante saludable. Ánimo.

2. Dios y el Diablo

Mi padre tuvo durante algún tiempo en casa una incubadora artificial. Se trataba de una caja de madera, con la tapa de cristal, en cuyo interior, gracias a unas bombillas especiales, había una temperatura constante. Aunque nos dejaba contemplar el artefacto a cierta distancia, siempre quedó claro que el juguete aquel era suyo, lo mismo que el tren eléctrico. De repente, un día se presentaba en casa con un cucurucho de papel lleno de huevos que colocaba cuidadosamente en el aparato. Creo que los polluelos nacían al cabo de tres semanas, y la espera era excitante. Recuerdo haberme colocado clandestinamente en el desván, que era el lugar de la incubadora, y pasar horas en la contemplación de aquellos huevos, intentando imaginar las sustancias que se espesaban en su interior para dar lugar a ese curioso bicho de dos patas y pico que para mí, pese a su domesticidad, siempre tuvo algo de animal quimérico, como el ornitorrinco.

Muchas veces asistí al nacimiento de los polluelos, que se anunciaba con un breve temblor en el huevo. A continuación la cáscara se quebraba ligeramente en algún punto y en seguida aparecía el animal, amarillo, húmedo, perplejo. Lo más impresionante de aquel espectáculo incomprensible era precisamente el rostro de perplejidad del bicho. Miraba a un lado y otro con la expresión del que ha salido del metro en Marte por error. Una incubadora no es lugar para venir a este mundo.

-Y pensar que hay gente que no cree en Dios -decía mi madre intentando dar una clase de religión práctica.

Yo no decía nada, porque en casa estaba muy mal visto disentir de las manifestaciones teológicas, pero pensaba que los pollos de incubadora tenían todas las razones del mundo para ser unos ateos redomados. Quizá lo fueran. Ahora bien, visto cómo han evolucionado las cosas para estos pobres animales proveedores de dioxina, quizá hayan acabado creyendo en la existencia del diablo. Es lo que decía mi madre también en sus últimos días, al enterarse de los progresos de la ingeniería genética:

-Y pensar que hay gente que no cree en el diablo.

3. Lo que el ojo ve

No sé si ustedes están siguiéndole la pista al asunto este de la materia oscura, pero les aseguro que resulta apasionante. La situación es más o menos la siguiente: parece ser que el 90% de la materia de la que se compone el universo es invisible, de ahí la denominación de oscura que le dan los científicos. Pues bien, ahora mismo acaban de descubrir que unas partículas elementales llamadas neutrinos podrían ser el constitutivo primordial de esa materia. Los neutrinos no se ven, no se tocan, no se huelen, carecen de carga eléctrica y viajan a la velocidad de la luz; además de eso, atraviesan los cuerpos sin romperlos ni mancharlos. Sin embargo, los científicos empiezan a sospechar que tienen masa. Parece una contradicción insostenible que algo que se define por su ausencia de materia, al menos desde el concepto de materia que anida en el imaginario colectivo, tenga masa, pero es así, o está a punto de ser así, o está a punto de ser así, qué le vamos a hacer.

O sea, que usted y yo estamos sutilmente unidos por una materia oscura de la que formamos parte: de hecho, nos traspasa, es decir que navegamos en ella como pedazos de jamón en la masa de las croquetas; esa materia es la que proporciona densidad al cosmos, aunque, al contrario de la bechamel, no se percibe con los sentidos. Dicho de otro modo, los cuerpos, sean celestes o animales, no son más que los grumos de una totalidad inabarcable.

A mí no me sorprende nada este descubrimiento, la verdad. Siempre he sospechado que en la vida de un hombre tiene más importancia lo que no se ve: fíjense en la conciencia, que no ocupa, en apariencia, ningún lugar dentro del cuerpo y sin embargo es capaz de llevarte a la locura. Lo que me extraña es que llamen materia oscura al componente más luminoso de la creación. O sea, que para oscuros nosotros, y los montes, y los astros, y los satélites. Lo oscuro es precisamente lo que vemos: los ángeles son transparentes, eso dicen, y sin embargo están llenos de luz. El ojo sólo percibe oscuridad.

4. La Biblia

Somos hijos del cuento, así que cuando en una época remota nos expulsaron a la realidad, no sólo proveníamos de un útero, sino de un relato o de un conjunto de relatos que después hemos reproducido minuciosamente en el áspero lugar de destino, para encontrarnos como en casa. Somos, pues, hijos de Blancanieves, y de la madrastra y de la bruja y de los enanos y del ogro, pero también de Edipo y de su madre, incluso de Adán, y hermanos por lo tanto de Abel, aunque generalmente de Caín. Hemos construido la torre de Babel y el Empire State y el edificio Torres Blancas a pesar de Dios, que intentaba confundirnos para que no alcanzáramos con nuestros andamios el cielo, donde nos aguardábamos despavoridos, pues también somos dioses y demonios y ese gusano, el caernobis elegans, con el que ya hemos logrado compartir el 36% de nuestro abismo genético. Cuántas cosas.

Cambian las formas, sí, pero a estas alturas de la creación seguimos acostándonos con nuestra madre y engendrando minotauros con las bestias que nos llevamos a la cama o al laboratorio, lo mismo da. Ahí están las moscas con ojos en las patas y los ratones con orejas en la espalda y las ovejas clonadas en su laberinto. No nos falta de nada, ni siquiera las pócimas que le duermen a uno, o las que le despiertan, o las que nos convierten de gordos inmundos en afilados príncipes sin panículo adiposo. Y ahí están las píldoras de la virilidad y las de tener sixtillizos y las que quitan el hambre o la tristeza y las que nos devuelven el pelo prometido.

Dormimos en postura fetal, para volver al útero. Pero una vez despiertos no cesamos de reproducir las historias de hadas o terror (son las mismas) para volver al mito. El mundo es ya, por fin, un cuento. Qué digo un cuento: la Biblia, la Biblia en pasta, con sus pestes.

5. Discurso del método

Estos días tengo ardor de estómago y he perdido las gafas. Procuro llevarlo con resignación. Soy muy metódico para todo, incluso para el sufrimiento. Por eso es doblemente incomprensible lo de las gafas: siempre las coloco en el mismo sitio cuando me desprendo de ellas, para no andar buscándolas desesperadamente por toda la casa. Si no cabalgan sobre mis narices, sólo pueden encontrarse en el lavabo o sobre la mesilla de noche. Pues bien, ayer las busqué, aunque sin éxito, en estos lugares alternativos.

No sé qué ha podido pasar; así que después de 24 horas intentando averiguar qué ha sido de ellas, sólo se me ocurren cosas fantásticas para explicar su fuga. Es lo que tenemos la gente muy meticulosa, que cuando falla el método, no nos queda más remedio que acudir a lo sobrenatural. De hecho, he rezado siete padrenuestros seguidos, que es lo que hacía mi madre cuando perdía el dedal, y he encontrado siete dedales, en efecto, pero ni rastro de las gafas. Dios mío.

Al no ver bien, se me ha disparado el fuego gástrico, que es típico de las situaciones de cólera. Generalmente, procuro no irritarme porque la ira es muy difícil de sistematizar y luego produce efectos indeseables sobre el organismo. Aunque yo, en estas situaciones, siempre busco consuelo en la idea de que el cuerpo es un sistema y como tal se mueve a golpe de método. No siempre es así, ya lo sabemos, de ahí las enfermedades en general, y las neuralgias, que no parecen obedecer a una pauta. Excepto con mi madre, a quien le dolía la cabeza cuando iba a llover. A mí me ataca la punzada sin acompañamientos atmosféricos. Lo más que he conseguido es golpearme en la frente cuando hay tormenta, pero no es lo mismo decir va a llover porque me duele la cabeza, que me golpeo en la cabeza porque llueve.

O sea, que a mi madre, que no tenía método alguno para nada, le iban las cosas mejor que a mí. Sólo perdía los dedales, que se los encontraba san Antonio, y no sabía lo que era un dolor de estómago. En cuanto a las neuralgias, ya hemos visto que eran propiamente fenómenos atmosféricos. No nos parecemos en nada.






El autor

Juan José Millás (Valencia-España, 1946). Escritor y periodista español. Nació en Valencia, pero ha vivido en Madrid la mayor parte de su vida. En su numerosa obra, de introspección psicológica en su mayoría, cualquier hecho cotidiano se puede convertir en un suceso fantástico. En la actualidad colabora en prensa y radio; sus columnas de los viernes en El País tienen un gran número de seguidores, por la sutileza y originalidad de su punto de vista para tratar los temas de la actualidad, así como por su gran compromiso social. Ha ganado varios premios de periodismo muy prestigiosos, como el Francisco Cerecedo 2005. En el programa La Ventana de la cadena Ser dispone de un espacio (Viernes 16:00 h) en el que anima a los oyentes a enviar pequeños relatos sobre palabras del diccionario. En la actualidad, está construyendo un glosario con estos relatos logrando una numerosa participación. En el mes de mayo del 2006 ha sido nombrado doctor honoris causa por la Universidad de Turín.

Un lector enciclopédico

Juan José Millás afirma que su afición a la literatura nació cuando una tarde de la infancia leyó el artículo "Muerte" de la enciclopedia Espasa. Estudió la carrera de Filosofía y Letras en Madrid, que no terminó, alternando los estudios con diversos trabajos. Influido por Dostoyevski y Kafka en sus inicios, casado con una psicoanalista, sus novelas combinan un gélido planteamiento del paisaje urbano como territorio semifantástico con una angustiosa visión del ser humano, en tanto que sometido a fuerzas y casualidades que constantemente le desbordan.

Hace menos de diez años que comenzó su labor periodística en "El País" y en más medios de comunicación. Parece poco tiempo para la popularidad de la que goza. Comenzó como escritor de culto, gracias al Premio Sésamo de 1974, pero hoy en día no se sabe qué decir primero, si Millás es periodista o escritor. Por ambas actividades es una de las plumas más queridas y admiradas de nuestro tiempo por los lectores españoles y extranjeros.

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