martes, 9 de octubre de 2012

ACOMPAÑAREMOS A MYRIAM MOSCONA, FLAMANTE PREMIO XAVIER VILLAURRUTIA 2012, POR SU LIBRO "TELA DE SEVOYA", EL MARTES 26 DE MARZO A LAS 19 HORAS. AQUÍ TU INVITACIÓN. PEPE GORDON HABRÍA ESCRITO EN DICIEMBRE 2012:




CELEBREMOS CON MYRIAM




Beto Buzali
y
La Casa del Poeta

felicitan a su querida amiga

Myriam Moscona

por haber obtenido
el Premio Xavier Villaurrutia 2012
por su libro
 Tela de sevoya.


María del Carmen Férez Kuri
Directora de CASA DEL POETA "RAMÓN LÓPEZ VELARDE"


ANTECEDENTES


Pepe Gordon había publicado con inteligencia visionaria en la 
REVISTA DE LA UNIVERSIDAD DE MEXICO
en diciembre de 2012, el siguiente texto:




Myriam Moscona
El regreso al origen


Se dice que la literatura gira alrededor de un tema básico: salir de casa y regresar a casa. No es otra la historia de Ulises, y sobre este tema gira también Tela de sevoya, la novela que acaba de publicar mi querida amiga Myriam Moscona. Desde la portada se anuncia un mundo al que se tiene que regresar. Se trata de una fotografía de 1929 que retrata un día de campo de la familia materna junto con los amigos, allá en Bulgaria, al lado de una cascada. En una asociación de imágenes como las que aparecen en los sueños veo a un salmón de color rosa anaranjado que remonta las aguas de esa fotografía en blanco y negro. Se trata de un viaje que parece imposible. Con palabras de José Gorostiza, el Ulises salmón de los regresos retorna al origen. Los salmones han viajado al exilio, a las aguas saladas del mar y de pronto, como dice el novelista David Grossman, tienen un impulso en el cerebro que los hace regresar, saltar contra las cascadas, es como un viaje encarnado, es como el ciclo de la vida de un pueblo, o de una familia, agregaría. En el rumor de ese río se escuchan entrecortadas voces en ladino. Regresar a casa también es regresar a la lengua madre.
El libro de Myriam Moscona tiene como detonador central un viaje a Bulgaria en donde, con un cierto eco con sabor a Rulfo, nos dice: "Vine, porque me dijeron que aquí podría descubrir los cabos sueltos".
La novela se abre como el campo de todas las posibilidades para abordar la reconstrucción de ese mundo. El libro de Myriam tiene cinco registros principales que tratan de entretejer esos hilos: la memoria personal del pasado familiar, que tiene como nombre Distancia de foco; la escritura de los sueños, visiones y entrevisiones que aparecen en los segmentos titulados Molinos de viento; los fragmentos del Diario de viaje que dan cuenta del retorno a los aires de familia de Bulgaria; Pisapapeles, que borda en el ensayo en torno al ladino y los últimos judíos que todavía lo hablan; y La cuarta pared, en donde se escuchan voces en primera persona, experiencias de la vida ordinaria desde la matriz cultural que generó esta lengua.
Una advertencia en torno a este viaje: aunque se cifra en un mundo íntimamente vinculado a su autora, no hay que confundirlo con una autobiografía. Incluso si esta fuera la intención (que no lo es), Isaac Bashevis Singer decía con humor sobre su autobiografía titulada Amor y exilio: "Es imposible escribir la verdadera historia de la vida de una persona. Supera el poder de la literatura, el relato completo de cualquier vida sería absolutamente aburrido además de absolutamente increíble".
Así, Myriam Moscona se vuelve, como la protagonista de su novela dice con ironía, “novel-lista”, pues entrevera historias, anécdotas, inventa tramas, imagina escenarios.
 Al sondear el pasado surge el retrato de una artista niña que sabe recuperar el tono y la percepción infantil, las heridas y la vulnerabilidad que la acechan, las relaciones difíciles y conflictivas con una abuela amarga y cabrona.


 La niña artista descubre el peso de las palabras, las emociones que el mundo adulto trata de ocultar. Vemos a la protagonista vestida de china poblana judía. Su madre atestigua cómo cantan los estudiantes el himno nacional mexicano. Después, cuando le arregla a la niña sus trenzas largas, le dice que el himno la hace llorar y le confiesa por qué: “Es el himno del lugar donde naciste, es tu país, donde pudimos volver a empezar la vida. Fuiste la primera entre nosotros. Sé que algún día, cuando seas mayor, recordarás estas palabras”.
En un puñado de imágenes Myriam nos revela la tragedia del exilio, el dolor de una cadena histórica de expulsiones que se remonta a España en el siglo xv y aun más lejos; también nos revela la necesidad de echar raíces. De paso, al igual entendemos por qué la autora del libro siempre nos ha dicho que es judía guadalupana. Esto se refleja en un momento de intimidad en el que vemos cómo la joven muchacha que trabaja en su casa ha entrado tanto a su mundo que le dice palabras en el español arcaico del ladino para llamarla a cenar: “Ayde, ijika, ya esta presta la kumida”. Uno se vuelve parte del otro cuando compartimos las expresiones que reflejan el alma, el meoyo de una cultura.
Para entender esto no se necesita escarbar mucho. En lo que está a simple vista, en las historias simples y sencillas, ya está la clave del secreto. Por eso Myriam le ha cantado al misterio de lo evidente. En el poema Los seres flotantes, dice:

Me propongo, amado, ser para ti la
superficie
ser para tus ojos sólo cuerpo
Ser para tu lengua sólo ritmo

Las historias con minúscula marcan al libro Tela de sevoya. Así nos damos cuenta que a todos nos pasa todo: encontraremos en diferentes versiones a un tío aterrador, a un pariente con un sentido de humor extraordinario, a una prima que se aprovecha de quien puede. Estamos frente al espectáculo trágico-cómico que nos entrega la vida. Dentro de esos relatos, la niña artista va creciendo y, junto con ella, una percepción en donde el sueño que conforma un tercio de nuestra vida juega un papel esencial. La autora de este libro nos habla, siguiendo a Proust, de cómo en las largas noches en que no logramos dormir, los pensamientos se vuelven giratorios, se vuelven molinos de viento que nos llevan a la puerta de entrada del sueño, de visiones y entrevisiones gobernadas por otros ritmos. La historia pequeña de una cultura se encuentra también en los sueños de sus miembros. En este marco, los sueños de la protagonista y de su autora son a la vez maravillosos e inquietantes: las imágenes se cruzan y entrecruzan con fluidez y libertad. Aparece, por ejemplo, el padre de la protagonista que ya falleció, con un piano en sus espaldas que en realidad no pesa, levita, se escapa a la fuerza de la gravedad. En otro sueño, aparece la madre que ya ha muerto. Enciende una vela blanca. Después de un tiempo, derrama la cera en un plato hondo. Las manos de la madre parecen descansar en la cera ardiente. Esto es para pianistas, le dice a la hija y le revela que el piano no se toca con los dedos, se toca con la mente.
Lo que me queda claro es que cada quien tiene los molinos de viento que se merece. Me consta que algunos de los sueños que aparecen esta obra ya me los había contado Myriam hace varios años. Su intensidad y belleza quitan el aliento. Esto ocurre porque estamos hablando de una poeta. El impulso que guía este libro es la poesía, la palabra que canta. El oído está atento a la ternura del ladino y las imágenes deslumbrantes que existen en las historias pequeñas, las de todos los días. Hay una pasión plástica ligada al sonido. Estamos hablando de un oído que ve.
El oído de Myriam escucha en un sueño una voz que le dice que debe escribir en ladino. En su mente se entrecruza el pensamiento de otra persona: “Sólo me quedaron las palabras huecas, despedazadas; y en sus cáscaras vacías hice mi nido como el último pájaro”. Myriam no lo dice para no entorpecer la narrativa. Se ha cruzado un pensamiento de David Grossman que flota en el aire entre el sueño y la vigilia.
El oído de Myriam escucha el murmullo de una lengua que está en peligro de extinción, como señala el Libro Rojo de la unesco. El ladino es hablado o conocido por unas trescientos mil personas en el mundo. Myriam entrevista a los expertos en ladino, rastrea el origen y la transformación de un idioma a punto de desaparecer. Prácticamente es una lengua fantasma, pero aquí recuerdo nuevamente a Bashevis Singer, que al hablar del yidish decía algo que por igual se aplica al ladino. Al recibir el Premio Nobel señaló: “La gente me pregunta con frecuencia: ¿Por qué escribes en una lengua que está muriendo? Quiero explicarlo en unas cuantas palabras: me gusta escribir historias de fantasmas y nada se ajusta más a eso que una lengua que muere”.
Myriam se interna en la frontera entre la vida y la muerte. Los fantasmas de sus padres desaparecidos tempranamente aparecen con un sobresalto del corazón: ¿son demasiado reales, felizmente reales, o más bien es muy ilusorio lo que llamamos vida? Eso hace que Myriam en una visita a la catedral de San Aleksander Nevski, en Sofía, Bulgaria, le pregunte a la entrevisión que tiene de su madre: “Quiero saber si estamos muertos, mamá”.

Esta sensación se reitera posteriormente con una imagen alucinante: en un circo, un tigre agrede a la domadora. En los altavoces las palabras que buscan a un médico cambian de lengua al ladino: “Senyoras, senyores. No podemos fuyir de nuestros destinos, todos estamos moertos, ninyas, ninyos, domadores, fieras. Todos muertos”.
 La niña artista no entiende a la muerte. Le pregunta a su madre, vestida de negro por el fallecimiento del padre, si es que puede haber lutos rojos porque no soporta verla de negro. Le pregunta a su abuela amarga en el lecho de muerte, si la puede perdonar. Se confronta con lo irremediable. La abuela le dice: “No. Para una preta kriatura komo sos, no ai pedron”.
La protagonista con la honestidad de saberse vulnerable y no ocultarlo, saluda a sus fantasmas, los reinventa, le pide perdón nuevamente a su abuela, quiere redimir y reparar lo irremediable, hacer las paces mediante la poesía y la literatura. Sabe que el meoyo del ser humano es una telika de sevoya que refleja la fragilidad de la mente, de la alma humana.
El libro de Myriam me recuerda lo que dice Juan José Millás a propósito de la escritura: es como un bisturí que cauteriza la herida en el momento mismo de producirla. Nos abre a la gracia de la cultura judeoespañola, a su ternura, su candidez e imaginación, su manera libre de convivir con los muertos. Una amiga me contó que el poeta Shlomo Avayou, de origen sefardí nacido en Turquía, decía que su abuela estaba segura, al sentirle el alma, que él era la reencarnación de su esposo. Sin ninguna oscuridad de por medio siempre se refería a su nieto como su querido esposo. El niño Avayou la llamaba esposa, no había dudas, era de lo más natural ese tránsito sin fisuras entre la vida y la muerte.
Lo mismo sucede con Myriam Moscona, con su tránsito natural entre el sueño y la vigilia, y su forma de vivir a corazón abierto, con el alma desbocada, atenta al destino y a las coincidencias. De ahí el encanto de su obra. Siempre arriesga su mirada. Eso se agradece profundamente: uno sale de sus libros enriquecido con el atisbo de otra vida, la que recordamos solo en fragmentos.
En una de sus entrevisiones la protagonista recibe en un teléfono público una llamada de su padre muerto. La voz es clara. La instrucción también: “Estamos bien, no dejes morir las palabras, tráelas contigo al río”. Así se cumple lo que oyó previamente en ladino: “Podras topar a los tus padres empués de un riyo de aguas muy espezas”. El Ulises salmón regresa a la cascada, regresa al origen, regresa a casa.






"Seis años de escritura. De septiembre de 2006, inciado en Bulgaria, a la entrega en 2012 en la Cd. de México. Mi primer libro (Tela de Seboya) en prosa. La misma emoción de una primeriza. Ni siquiera con mi primer libro me puse así."

Es un testimonio cultural independientemente de la historia tan amena y sorprendente 
-por cierto autobiográfica-, que narra Myriam

"La fragilidad humana es como como la tela de seboya". Refrán sefardí. 
"En el conmovedor viaje de la memoria de Myriam Moscona donde la escritura toca orígenes." 
Mónica Lavín

'El meoyo del ombre es una tela de sevoya' refrán judeoespañol.






EN LIBRERÍAS





"Los sefardies yamavan Ladino a la traduksyon (terdjume) de la Biblia a Espanyol. Al tiempo, el Haham uzava a dizir a sus elevos: Melda en Lashon (Ebreo) i en Ladino. Ma a la lingua "de kada diya" la yamavan Espanyol (Espanyolit) o Djudezmo. El Sefardi dize a su amigo "Eskrivime en Espanyol". Nunka dize "Eskrivime en Ladino". El Sefardi dize: "Avlame en Djudezmo" i no  "Avlame en Ladino". Por tanto, los Ashkenazim uzavan a yamar "Ladino" a la lingua de los Sefaradim".




Ladino. Es una palabra que muchos desconocen y que nació hace más de seis siglos, tras la expulsión de los judíos por parte de los Reyes Católicos en 1492. Es un idioma que ha variado en el tiempo, que ha evolucionado como cualquier otra lengua y que ha traspasado las fronteras orales y arcaicas del finales del siglo XV.




AVRAM AVINU (Canción tradicional en ladino)


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