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UNA PASIÓN DEFORMADA
Víctor Enrich se enamoró de un edificio y le compuso una melodía. No era el más atrayente, ni el más espectacular de la ciudad, pero este artista barcelonés tenía una cita con el hotel ubicado frente a la estación de trenes de Múnich cada tres o cuatro días. Y ese idilio de dos meses desembocó en un proyecto compuesto por 88 fotografías. Enrich, un artista con formación de arquitectura, deforma las construcciones que le llaman la atención en sus viajes por el mundo de manera grotesca. Las pone boca abajo, les hace flotar, las eleva hasta el infinito o hace que les salgan tentáculos. Son las ciudades imposibles de un arquitecto desengañado que encontró en el arte la manera perfecta de demostrar su amor por una profesión a la que acabó odiando mientras se dedicó a ella.
El proyecto de Múnich se forjó por las constantes visitas que Enrich debía realizar a la estación. Durante los cuatro meses en los que vivió en casa de amigos y conocidos, su equipaje permaneció en la consigna del terminal y dos veces a la semana debía acercarse a renovar ta taquilla en la que permanecían sus maletas. En cada viaje se imaginaba el hotel de una forma diferente y para cada representación, imaginó una nota musical del piano. Así parió el último de sus trabajos. Utiliza los programas informáticos empleados en arquitectura, como el Autocad o el 3d Studio Max. Es un artista muy conocido el Tel Aviv, la ciudad en la que terminó de desarrollar su faceta creativa y donde ha expuesto en numerosas ocasiones. Ahora vende sus fotografías por Internet.
A los tres años se mudó a Tel Aviv, una ciudad que le fascinó, y en la que terminó de definir su manera de crear. “Los sitios con edificios altos, con rascacielos, son perfectas, las que más me inspiran”, apunta. Benidorm y París también están entre sus favoritas. El artista se toma sus creaciones como un tributo a su niñez, cuando se podía pasar horas “mirando un mapa cartográfico de Tokio”.Todo comenzó en 2006. Cuando los estudios españoles de arquitectura se emborrachaban de trabajo, Enrich, que en ese momento trabajaba en uno de ellos, se descubrió a sí mismo con una cuenta abultada pero escaso interés por la labor que desempeñaba. Enrich sabía que nunca tendría la voluntad de luchar por proyectos en los que no creía, la arquitectura con la que él soñó era algo diferente de lo que él había vivido. Una noche de copas le llevó a conocer a una letona, por la que dejó su trabajo y se trasladó a Riga, “una ciudad de la que solo había oído hablar en Eurovisión”, bromea Enrich. Allí entró en contacto con grupos locales de artistas que le permitieron descubrir una nueva forma de expresar su interés por la geografía urbana. “A veces me siento delante del ordenador y va surgiendo, otras tengo una idea genial en la ducha que acaba siendo horrible cuando me pongo a trabajar. El proceso creativo nunca es el mismo”, explica Enrich.
Ese idilio por las construcciones urbanas comenzó entre los cimientos del Camp Nou, el estadio del Barcelona. De la mano de su abuelo, jefe de obra de aquel proyecto, descubrió los entresijos de un trabajo monumental como aquel. Años después, Enrich ha conseguido llevar adelante sus proyectos soñados convertidos en fotografías de ciudades imaginarias.
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