lunes, 3 de marzo de 2014

AMOR ETERNO


Por Iván Santín

Se suele creer que los hombres que tenemos sexo con hombres somos compulsivamente infieles, incapaces de establecer relaciones duraderas y fructíferas. Esta percepción es errónea. En primer lugar, todo el mundo sabe (o debería saber) que sexo y amor son cosas diferentes. Tener múltiples parejas sexuales no implica de ninguna manera que no se puedan establecer nexos de amor verdadero y total. Para demostrar que el amor entre hombres es y ha sido posible, será necesario evocar la antigüedad clásica, ello debido a que en aquellos tiempos los hombres libres podían abiertamente tener amantes (hombres y mujeres), estar casados, sin que ello supusiera una contradicción o la imposibilidad de amar.

El amor de los hombres por los muchachos era altamente apreciado por los antiguos griegos y romanos. Entre un hombre y un joven que se enamoraban se establecía lo que los griegos denominaban una relación de filotés (Φιλότης), es decir, una unión de amor-amistad que constaba de diferentes fases y que duraba toda la vida.

El hombre cumplía la labor de educador, debía cultivar al joven para elevarlo al rango social que le era propio. Un joven y su familia podían sentirse orgullosos si su amante era por ejemplo un gran guerrero, ya que ello indicaba que el joven adquiriría la destreza y la habilidad propias de su amante para convertirse a su vez en un gran guerrero.


El hombre enamorado era designado con la palabra erastés (ἐραστής), mientras que el joven era designado con la palabra erómeno (ἐρώμενος). Los actos sexuales entre el erómeno y el erastés se llevaban a cabo en general los primeros tres o cuatro años una vez iniciada la relación de filotés, es decir, hasta que el joven cumplía diecinueve o veinte años. Transcurrida esta primera fase, cuando la pasión erótica disminuía, una amistad irrompible afloraba, fruto del divino intercambio corpóreo y espiritual del cual fueron partícipes. Platón, en su diálogo Fedro o de la amistad, asegura en boca de Sócrates que es a través del amor sensual que podemos en la vida estar más cerca de la Belleza.

Como bien señaló Foucault en el segundo tomo de su Historia de la sexualidaddenominado El uso de los placeres, los antiguos griegos asumían que “amar a los muchachos era una práctica libre en el sentido de que no sólo estaba permitida por las leyes (salvo circunstancias particulares) sino admitida por la opinión. Más aún, encontraba sólidos apoyos en distintas instituciones (militares o pedagógicas). Tenía sus cauciones religiosas en los ritos y fiestas en los que se clamaba en su favor a las potencias divinas que debían protegerla. Finalmente, era una práctica culturalmente valorada por toda una literatura que la ensalzaba y una reflexión que fundamentaba su excelencia.”

Los dioses griegos nos dan ejemplo de este tipo de prácticas. Un buen día Zeus, mirando la tierra desde su altura olímpica, se percató de la presencia de un joven pastorcito llamado Ganimedes, el más hermoso de todos los mortales. Zeus no se pudo aguantar las ganas, se transformó en águila y descendió a la tierra con el fin de cortejar al majestuoso muchachito. Una vez que Ganimedes le dio muestras de amor, Zeus lo tomó entre sus garras y lo raptó para llevarlo al Olimpo, donde lo convirtió en su eterno amado y escanciador oficial del embriagante líquido que consumen los dioses.

Sin lugar a dudas el amor más célebre de la antigua Roma fue aquel que consagraron Adriano y Antinoo. Se recomienda ampliamente la lectura de Memorias de Adriano, novela histórica publicada en 1951, escrita por la maravillosa creadora belga Marguerite Yourcenar.


Adriano fue el más sabio y prudente de todos los emperadores romanos. Desde muy joven fue notable su afición por el mundo heleno, en especial por la filosofía epicúrea y estóica. Nació en Hispania en el año 76 y gobernó el Imperio Romano del 117 al 138, año en que falleció a los 62 años de edad. Antes de acceder al trono se casó con Vibia Sabina, matrimonio que le permitió estrechar lazos con su antecesor el emperador Trajano. Durante su reinado el Imperio alcanzó la mayor extensión territorial de su historia y, dadas sus habilidades diplomáticas, gobernó entre la paz y la concordia salvo por una revuelta protagonizada por un grupo de fanáticos monoteístas a los que aplacó. Fomentó el desarrollo de las artes y las ciencias a lo largo y ancho del Imperio, prohibió que se asesinara o torturara a los esclavos y llevó a cabo múltiples proyectos que permitieron que mejorar la calidad de vida de todos los ciudadanos.

Pasó más de la mitad de su reinado fuera de Roma. Durante uno de sus viajes a Grecia, cuando contaba con 48 años de edad, como Zeus a Ganimedes, Adriano conoció a un pastorcito de 14 años llamado Antinoo cuya belleza despertó en el emperador un amor insondable que perduraría hasta su muerte. Desde el momento en que se conocieron, Antinoo acompañó a Adriano en todo momento… Una vez, en África, estando los dos solos en la sabana, un león atacó a Antinoo y Adriano lo salvó clavando una lanza en el corazón del animal antes de que alcanzara a su amigo. La salud del emperador era endeble; cuando Antinoo contaba con veinte años de edad, un oráculo le dijo que el emperador moriría a menos que él se sacrificara en su lugar… Quizá por esta razón, o temiendo dejar de ser el favorito de Adriano debido a su edad, Antinoo decidió quitarse la vida arrojándose a las aguas del Nilo, ahogándose como se ahogó el dios Osiris. Adriano quedó absolutamente desconsolado, su corazón se hizo pedazos, nunca volvió a ser el mismo. Deificó a su querido Antinoo, le construyó una ciudad (Antinópolis) y se establecieron diversos cultos en todo el Imperio que asociaron al dios Antinoo con otros dioses, particularmente Dionisio y Osiris.


Fernando Pessoa, el poeta portugués más grande de todos los tiempos, escribió un extenso poema llamado Antinoo dedicado a la memoria del amor entre éste y Adriano. Un fragmento del poema dice: “Algunos dirán que todo nuestro amor fue vicio y crímenes./ Otros contra nuestros nombres, como piedras, afilarán/ el cuchillo de su alegre odio por la belleza, y harán/ de nuestro nombre una picota, un andamio y una hoguera/ adonde quemar a nuestros hermanos aún no nacidos./ Sin embargo nuestra presencia , como mañana eterna,/ siempre regresa en la hora de la belleza, y brilla/ salida del Este del Amor, y sea la capilla/ de futuros dioses a quienes ningún desprecio humano les perturba.”

FUENTE

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