miércoles, 8 de enero de 2014

LA PERSISTENCIA DE LO IMPOSIBLE: EL CUENTO FANTÁSTICO EN MÉXICO





—Este lugar es siniestro. ¿Usted cree en fantasmas?

—Yo no —respondió el otro—. ¿Y usted?

—Yo sí —dijo el primero y desapareció.

George Loring Frost

Desde su nacimiento, la literatura mexicana testimonia una afortunada vitalidad mediante géneros, subgéneros, autores y obras, donde se evidencia la diversidad y la riqueza de sus propuestas estéticas. Muchos son los terrenos fértiles: la novela y el realismo ejemplifican dos de ellos. Sin embargo, existen otras áreas aparentemente infecundas: el subgénero fantástico ilustra esta opinión. El prejuicio no deja de sorprender y, por supuesto, requiere un análisis profundo. Sólo como una hipótesis lúdica, conjeturamos que lo fantástico, como la naturaleza de su discurso, se esconde entre páginas realistas y, a punto de asirlo, se nos va de la manos; sin embargo, basta revisar con mayor detenimiento la producción literaria mexicana para descubrir, semejante al fantasma del epígrafe, su persistencia en la aparente imposibilidad, lo cual examinaremos en las siguientes páginas, mediante el señalamiento de los principales autores, obras y estudios críticos en torno a lo fantástico, lo cual denota una sólida raigambre de este subgénero en nuestro país.

Lo fantástico desempeña un papel imprescindible en la literatura al representar su quintaesencia, pues escenifica “la naturaleza misma de la ficción”. Esta facultad radica en el indisoluble vínculo originado en los correlatos realidad /ficción, natural / sobrenatural, posible / imposible, entre otros, los cuales ponen en juego a lo fantástico al, teóricamente, apelar a conceptos como mimesis, referente o verosimilitud, todos ellos preocupación de la literatura en general y de la fantástica en particular. Muchos teóricos han estudiado este subgénero y la bibliografía es amplia; sin embargo, no todos ahondan en su esencia; por ello, valoramos dos libros: el clásico, pero aún vigente y bien estructurado, estudio de Tzvetan Todorov, el cual examina los tres niveles de un texto fantástico: el verbal, el sintáctico y el semántico; asimismo, sobresale una propuesta contemporánea, la de Rosalba Campra, quien brinda un estudio profundo al analizar, semejante a Todorov, los niveles textuales, cuya articulación permite el surgimiento de lo fantástico. La obra de ambos autores determina dos ámbitos: el “real” y el insólito, el cual irrumpe fracturando al primero; en dicha ruptura o transgresión, el registro de la ambigüedad resulta definitorio e imprescindible; Todorov lo expone acertadamente: “Tanto la incredulidad total como la fe absoluta nos llevarían fuera de lo fantástico: lo que le da vida es la vacilación”. Esta incertidumbre afecta los planos léxico, sintáctico y semántico de una obra; por ello, matiza, permea y erige las urdimbres de toda obra fantástica. En esa medida, la ambigüedad deviene necesario requisito para lo fantástico al fomentar lo inexplicable, ya sea en una parte o en todo el texto, sin ninguna posibilidad de solución satisfactoria, pues deja cabos sueltos, suposiciones y el sutil barrunto de otras desconocidas respuestas, en donde la finitud humana se enfrenta a lo insondable y sobrenatural del universo.

De este modo, la literatura fantástica en México, como un proyecto estético identificado plenamente, donde se expone la problemática en torno a una construcción mimética y su posterior transgresión, lo cual apela a lo anormal, sobrenatural o insólito, surge a partir de la segunda mitad del siglo XIX con cuentos como “Un estudiante” de Guillermo Prieto (1803-1862), “La mulata de Córdoba” de José Bernardo Couto (1803-1862), “Lanchitas” de José María Roa Bárcena (1829-1908), “El matrimonio desigual” de Vicente Riva Palacio (1832-1896), “La fiebre amarilla” de Justo Sierra (1848-1912), “Rip-rip El aparecido” de Manuel Gutiérrez Nájera (1859-1895), “Raro” de Guillermo Vigil y Robles (1867-1939), “La serpiente que se muerde la cola” y “La novia de Corinto” de Amado Nervo (1870-1919), “ De ultratumba” de José Juan Tablada” (1871-1945), “Homo duplex” de Ciro B. Ceballos (1873-1938), “El papagayo de Huichilobos” y “El amo viejo” de Manuel Romero de Terreros (1880-1968), “El fusilado” de José Vasconcelos (1881-1959) y “La cena” de Alfonso Reyes (1899-1959), por mencionar algunos de los principales cuentos y representantes de esta primera etapa y cuya importancia la indica Ana María Morales: “desde […] el origen del cuento moderno en el siglo XIX, la modalidad fantástica hace su aparición con fortuna y se asienta en las letras mexicanas con una fuerza y recurrencia que pocos estudiosos han aceptado”.

Durante el siglo XX y, en especial, a partir de la década del cincuenta, lo fantástico en México aflora con un mayor ímpetu mediante un corpus definido, con registros particulares y cuya apuesta por cada uno de sus creadores es más precisa y contundente; de igual forma, Ana María Morales lo puntualiza: “Los principios de la segunda mitad del siglo XX son una época de cuentistas destacadísimos que no desdeñaron el acercarse al cuento fantástico. A partir de ese momento, que coincide con el considerado periodo dorado de la literatura fantástica hispanoamericana, hacer una revisión apenas detallada, ya no exhaustiva, sería imposible”. De esta suerte, en los años cincuenta la Literatura Fantástica Mexicana se vio ampliamente impulsada con varias obras, hoy consideradas clásicos de nuestras letras, las cuales constituyen auténticos hitos en la historia de la literatura nacional al enriquecerla con sus propuestas temáticas y discursivas, me refiero a ¿Águila o sol? de Octavio Paz (1914-1998), publicada en 1951; Confabulario de Juan José Arreola (1918-2001) que salió a la luz en 1952; en ese mismo año, se dio a conocerTapioca Inn. Mansión para fantasmas de Francisco Tario (1911-1977); en 1954 se edita Los días enmascarados de Carlos Fuentes (1929-2012); Alfonso Reyes publica en 1955 sus Quince presencias, libro donde se integra el magistral cuento “La mano del comandante Aranda”; un año después, en 1956, sale a la luz La noche alucinada de Juan Vicente Melo (1932-1996) ; dos años antes se publicaba Las ratas y otros cuentos, primera plaquette de Guadalupe Dueñas (1920-2002), constituida por cuatro textos después incluidos a Tiene la noche un árbol, dado a conocer en 1958; finalmente, en 1959 se publican tres importantes obras: La sangre de Medusa de José Emilio Pacheco (1939), las Obras completas (y otros cuentos) de Augusto Monterroso (1922) y Tiempo destrozado de Amparo Dávila (1928).

Gracias a este categórico hecho, en cuanto al relevante corpus fantástico surgido a partir de los años cincuenta en México, se observa cierto interés por parte de la crítica e investigación literaria en torno a este subgénero. Esto se advierte, en primera instancia, en las antologías de cuento fantástico mexicano, mismas que son antecedidas por la célebre de Emmanuel Carballo sobre El cuento mexicano del siglo XX (1964), en cuya sección destinada a los autores fantásticos consigna a Juan José Arreola, Carlos Fuentes y Elena Garro. A ésta, se aúna la de Gabriela Rábago Palafox, Estancias nocturnas. Antología de cuentos mexicanos (1987), que abarca cuentos tanto realistas como fantásticos y cuyo denominador común es que “oscilan entre dos mundos”, de este modo, contiene ocho relatos fantásticos de autores nacidos en la primera mitad del siglo XX.

Las antologías sobre el subgénero en el país comienzan propiamente con la clásica de María Elvira Bermúdez, Cuentos fantásticos mexicanos (1986), en cuyo prólogo la autora aborda a los numerosos cuentistas quienes, durante los siglos XVIII y XIX, incursionaron en el subgénero, a ello incorpora una amplia gama de motivos fantásticos, resultando un atractivo estudio aunque con limitado sustento teórico; este prólogo precede a los siete relatos antologados pertenecientes a autores del siglo XX. En Agonía de un instante. Antología del cuento fantástico mexicano(1992), Frida Varinia reúne a 24 autores ordenados cronológicamente, desde José Justo Gómez (Conde la Cortina) nacido en 1799, hasta Humberto Guzmán, nacido en 1948. La Antología del cuento siniestro mexicano (2002) de Rafael David Juárez Oñate integra cuentos decimonónicos, no todos fantásticos. Fernando Tola de Habich y Ángel Muñoz Fernández realizan la antología Cuento fantástico mexicano. Siglo XIX donde, como lo anuncia el título, congregan 31 cuentos decimonónicos acompañados de un breve, pero significativo acercamiento a cada uno de ellos. Ana María Morales colabora en este rubro conMéxico fantástico. Antología del relato fantástico mexicano. El primer siglo(2008) que, de igual forma, compila a 14 exponentes del siglo XIX y cuyo estudio introductorio deviene profundo y teóricamente esclarecedor. Finalmente, la antología más contemporánea es la de Luis Jorge Boone, quien publica Tierras insólitas. Antología de cuento fantástico(2013) y cuyo mérito radica en recopilar a 17 cuentistas contemporáneos; lamentablemente, la colección carece de datos biobliográficos de tales autores.

En el caso de la crítica en torno a la literatura fantástica en México, hallamos acercamientos de dos tipos: estudios panorámicos generales o análisis muy específicos sobre algún autor u obra. Así, Luis Leal en suBreve historia del cuento mexicano le dedica, al periodo que va de 1940 a 1955, dos páginas a lo fantástico; entre los autores ahí consignados se hallan Francisco Tario, Octavio G. Barreda (1897-1964), Raúl Ortiz Ávila (1906), Fernando Benítez (1912-2000), Rafael Bernal (1915-1972) y Bernardo Jiménez Montellano (1922-1950). Por otra parte, existe el breve panorama proporcionado por Augusto Monterroso en su ensayo “La literatura fantástica en México”, integrado a la edición crítica a cargo de María Enriqueta Morillas Ventura titulada El relato fantástico en España e Hispanoamérica, en donde el también cuentista enfatiza la labor de Francisco Tario, José Emilio Pacheco, Elena Garro (1920-1999), Amparo Dávila, Juan José Arreola, Carlos Fuentes, María Elvira Bermúdez (1916-1988), Juan Rulfo (1918-1986) e incorpora a esta lista a Emiliano González (1955). Posteriormente, en el 2004, sale a la luz el estudio de Rafael Olea Franco, En el reino fantástico de los aparecidos: Roa Bárcena, Fuentes y Pacheco, cuyo objetivo son los tres autores referidos en el título. Magali Velasco publica en el 2007 El cuento: la casa de lo fantástico; en dicho libro, la ensayista da cuenta de los autores ya enlistados, pero además incluye a Guadalupe Dueñas, Sergio Galindo (1926-1993), Sergio Pitol (1933), Brianda Domecq (1942), Adela Fernández (1942), Luis Arturo Ramos (1947), Álvaro Uribe (1953) y Mauricio Molina (1959). Por su parte, Cecilia Eudave publica en el 2008 el conjunto de ensayos Sobre lo Fantástico en México, donde analiza algunos cuentos de Francisco Tario y de Amparo Dávila, así como Pedro Páramo de Juan Rulfo y Aura de Carlos Fuentes.

En cuanto a la producción de revistas dedicadas a la crítica e investigación de lo fantástico en México, existen algunos casos monográficos y, ciertamente, excepcionales. Está Escritos 21, revista del Centro de Ciencias del lenguaje de la BUAP, publicada en el 2000 y cuyos artículos versan sobre diversos asuntos teóricos relacionados con lo fantástico, además de abordar a diversos autores hispanoamericanos, dedicando un solo estudio a una mexicana: Elena Garro. También se encuentra la revista Semiosis 4, del Instituto de Investigaciones Lingüístico-Literarias de la Universidad Veracruzana, publicada en el 2006 y en donde se estudia a Vicente Riva Palacio, Manuel Payno (1820-1894), Amparo Dávila, Homero Aridjis (1940), Sergio Pitol y Carlos Fuentes. En el 2007, se edita un dossier en la Revista Fuentes Humanísticas, de la Universidad Autónoma Metropolitana, cuyo tema es “Lo fantástico o la irrupción de lo sobrenatural”; no obstante, ningún trabajo versa sobre algún escritor mexicano. Finalmente, ConNotas. Revista de Crítica y Teoría Literaria 11, de la Universidad de Sonora y publicada en el 2008, sólo dedica uno de sus doce artículos a una escritora mexicana: Amparo Dávila.

En este rubro, merecen una mención especial los Coloquios Internacionales de Literatura Fantástica, los cuales, a partir de 1999, le otorgan un sobresaliente impulso al estudio y a la crítica de lo fantástico, además de considerar terrenos contiguos como lo maravilloso. Uno de los parabienes de dichos Coloquios es la publicación de los trabajos presentados en cada evento. Hasta la fecha existen siete libros y/o revistas que concentran los trabajos expuestos en los seis primeros Coloquios; los estudios reunidos en dichas publicaciones versan sobre teorías contemporáneas en torno a lo fantástico, géneros aledaños y autores y obras específicas de diversos países. De todos los estudios, nos es relevante el de Sara Poot Herrera, “Fantastic-hitos mexicanos. Breve apunte bibliográfico”, incluido en el libro Lo fantástico y sus fronteras, en donde la investigadora enuncia a los principales autores mexicanos, desde 1950 y hasta 1999, que han trabajado esta modalidad discursiva. En general, los escritores mexicanos estudiados en dichas publicaciones son José Bernardo Couto, Ignacio Manuel Altamirano (1834-1893), Josefa Murillo (1860-1898), José Juan Tablada, Ma. Enriqueta Camarillo (1872-1968), Manuel Romero de Terreros, Alfonso Reyes, José María González de Mendoza (1893-1967), Nellie Campobello (1900-1986), Francisco Rojas González (1904-1951), Francisco Tario, Ma. Elvira Bermúdez, Juan José Arreola, Guadalupe Dueñas, Elena Garro, Augusto Monterroso, Amparo Dávila, Carlos Fuentes, Marcela del Río (1932), Salvador Elizondo (1932), Elena Poniatowska (1933), José Emilio Pacheco, Adela Fernández y Cristina Rivera Garza (1964).

Justamente, a partir de las antologías de cuento fantástico mexicano, así como de los estudios en torno a este discurso en el país, se colige un primer hecho: la crítica e investigación literaria ha dirigido sus esfuerzos a los autores nacidos en las primeras cuatro décadas del siglo XX, cuentistas a quienes se agregan René Avilés Fabila (1940), Agustín Monsreal (1941), Felipe Garrido (1942), José Agustín (1944), Ignacio Solares (1945), Martha Cerda (1945), Mónica Mansour (1946), Hernán Lara Zavala (1946), Bárbara Jacobs (1947), Guillermo Samperio (1948) y Óscar de la Borbolla (1949). Todos ellos nacidos en los años cuarenta y cuya obra ha recibido la mirada de investigadores y críticos, muchos de ellos de manera notable e incluso reiterada.

A partir de 1950, el número de escritores y obras en México con una propuesta estética decididamente fantástica es amplio; como lo señala la misma Sara Poot Herrera, “Todo parece indicar que quien se precie de escribir cuentos […] ha de incursionar en el cuento fantástico”. Por ello, en México la literatura fantástica goza de una contundente vitalidad; muestra de ello se encuentra en las obras publicadas durante las últimas décadas del siglo XX y las primeras de éste, todas ellas con propuestas novedosas, de ineludible calidad y valor artístico, en donde sobresalen títulos como La linterna de los muertos (1988) de Álvaro Uribe; Informe negro (1987) y Memorias segadas de un hombre en el fondo bueno y otros cuentos hueros (1995) de Francisco Hinojosa (1954); Los sueños de la bella durmiente (1978) y Casa de horror y de magia (1989) de Emiliano González;Mantis religiosa (1996) y Telaraña (2008) de Mauricio Molina; El imaginador (1996) y La confianza en los extraños (2002) de Ana García Bergua (1960); Cuentos para ciclistas y jinetes (1995) de Adriana González Mateos (1961); Ésta y otras ciudades (1991) de Patricia Laurent Kullick (1962); La perfecta espiral (1997) y Como nada en el mundo (2006) de Héctor de Mauléon (1963); Confesiones de Benito Souza, vendedor de muñecas (1994) e Historias de caza (2003) de Javier García-Galiano (1963);La materia del insomnio (1991), Nostalgia de la luz (1996) y El libro de las pasiones (1999) de Mario González Suárez (1964); Ningún reloj cuenta eso(2002) y La frontera más distante (2008) de Cristina Rivera Garza;Parábolas del silencio (2009) integrado a los cuentos reunidos, Sombras detrás de la ventana, de Eduardo Antonio Parra (1965); Los placeres del dolor (2002) de Pedro Ángel Palou (1966); Donde la piel es un tibio silencio(1992), Páginas para una siesta húmeda (1992) e Insomnios del otro lado(1994) de Mauricio Montiel Figueiras (1968); La reina baila hasta morir(2008) de Eve Gil (1968) y Técnicamente humanos (1996), Invenciones enfermas (1997), Registro de imposibles (2000) y Técnicamente humanos y otras historias extraviadas (2010) de Cecilia Eudave (1968). A dichos autores se suman otras voces como las de Francisco José Amparán (1957-2010), Jesús de León (1958), Jorge F. Hernández (1962), Adriana Díaz Enciso (1964), Gonzalo Lizardo (1965), José Abdón Flores (1967) e Isaí Moreno (1967), a cuyo quehacer se agregan autores más contemporáneos como Alberto Chimal (1970), Bernardo Fernández BEF (1972), Bernardo Esquinca (1972), Rodolfo J. M. (1973), Paola Tinoco (1974), César Silva Márquez (1974), Luis Jorge Boone (1977) y Omegar Martínez (1979).

Por supuesto, no toda la obra de los cuentistas mencionados es fantástica, lo innegable son sus excelentes ejemplos y su significativa inclinación a este subgénero; aunada a esta precisión, nos quedan en el tintero muchos autores y obras, tanto del pasado como del presente. Sin embargo, esta limitada selección demuestra el objetivo del texto: el cuento fantástico mexicano posee raigambre y tradición, vigencia y actualidad. Si acaso se nota una deficiencia, ésta surge en los estudios críticos y particularmente en la obra de los cuentistas nacidos a partir de los años cincuenta, configurando un período del cuento fantástico mexicano con un insuficiente aparato crítico y de investigación; por fortuna, esta extensa y fértil etapa representa un idóneo caldo de cultivo para investigadores y críticos, quienes tenemos la tarea de estudiar tales obras para enfatizar sus virtudes estéticas, en donde observamos variadas estrategias (la metaficción, la transtextualidad), motivos temáticos (el doble, el tiempo y el espacio) y personajes de afamada tradición (el fantasma, el vampiro) que resurgen con renovados y desafiantes ímpetus en esta cuentística contemporánea, donde se atestigua la persistencia de lo fantástico, pues definitivamente su creación, lectura y estudio resulta un fascinante embrujo, no sólo por las profundas reflexiones que motiva respecto a lo misterioso e inexplicable del mundo y de la naturaleza humana, sino también por su dócil e indómito discurso, por momentos translúcido, por instantes enigmático, pero siempre seductor e inquietante.

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